Tardes de viento en días de cabañuelas de retorno remueven
el polvo de la conciencia, levantan los cadáveres del tiempo y esquivan a la
hermana amnesia. Tardes de viento en días de cabañuelas de retorno te recuerdan
por dónde anduviste y qué fuiste.
El viento borra asfaltos y alza remolinos de humo dormido.
Terrizo por delante, el matadero asoma al fondo de una ancha
explanada, achaparrado, dando paso a las viejas canteras de piedra, cobijo de
cabezolones, tiros y retazos de las historias y los trajines de zagales. Parido al
amparo del plan de los Poblados de Colonización, sufrió con paciencia los
avatares que la modernidad trajo a su entorno.
A su siniestra, apretados contra las blancas fachados, dos
frondosos morales ponen una nota de color a una ancha calle huérfana de otros avatares
que no fueran el mañanero y esperpéntico desfile de chotos que con premura
arriban a su último baile. Se alzaban como oteros de la chiquillería en las
tardes mayo, que se ufanaban en recoger sus frutos. Y que no había día que no
salieran por pies bajo la amenaza y gruñidos del propietario colindante.
Pero, cuando el viento remueve el polvo de mis años, la
anchura cercada se llena de notas de feria, de las barcas de acero en huída, de
la novedad del “balansé” o del espectacular y único zig-zag, no en vano
ocupando lugar privilegiado al amparo de la ermita y restando protagonismo a unos
coches locos que envalentonaban a las cosas de la mocedad. Ocultos en el
recodo, ayudaban a blindar aún más la pista colorá, muchos años huidiza a las
correrías de deportistas y pasaratos.
Cuando parecía que la feria engullía más y más metros,
cuando los “pinchitos” tomaban la lonja y la acera de mi tía Leonor, la cálida
y traicionera huella del asfalto trajo un viento ahora achicharrante, que
pareció estrechar la mirada e influjo del matadero que vino a fenecer a los
pies de una moderna fuente que marcaba la muerte de las cosas de pueblo y
dejaba aparentes notas de ciudad.
El polvo de mi camino también me trae mañanas de sábado donde
me veo cargado con la cuajadera de mi abuela Pura calle Amargura arriba, en
busca de los trajines que mi tío Jeromo tenía en la sala de matanza. Con amargura
olía la calor con la que al chivo se le iba la vida en un suspiro y ésta
resbalaba en el barreño.
Con su fenecer, plácidamente murió todo un callado sistema económico
serrano que ya renqueaba, y que dio al traste con la carne de choto como de
sobresaliente y centenaria presencia en la dieta bañusca; como así afirmaba el
Catastro del Marqués de la Ensenada allá por mediados del siglo XVIII.
La calor acalla al viento.
Hermana Amnesia, Los Enemigos: http://youtu.be/eSU2ZWNVwjo
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