Hace ya bastante tiempo, cuando a uno le inquietaba conocer de lo suyo y de lo ajeno, me atreví a profundizar en los pilares económicos y sociales que sostuvieron el crecimiento urbano y monumental de mi pueblo durante los siglos XVII y XVIII, que luego vino a languidecer durante la primera parte del reinado de Fernando VII.
En esas, llegué a la conclusión que fue un importante y temprano desarrollo del olivar lo que vino a repartir mieles por estos lares. De manera paralela fue desarrollándose una nueva estructura de la propiedad que vino a sentar las bases de muchas de las carencias sociales, y también económicas, que el siglo XX padeció. Pero eso son otros avatares.
La producción aceitera giró en torno a pequeños molinos establecidos en dos barrios de la localidad, Eras-Trinidad y Molinos, pero sobre todo en torno a cuatro grandes almazaras localizadas junto al Camino Real: Salcedo, Manrique, Conde de Benalúa y Mendozas. Poco les queda hoy a estas caserías de aquellos trajines que les dieron lugar. Una, como sus piedras, duerme el sueño de los justos. Alguna otra, saqueado su interior, apenas sostiene un ápice de su chasis original. En las que los trapos mejor señorean, el deterioro ya comienza a medrar.
Pero hoy son sus cosas menores las que me llaman la atención. Pequeñas, pero indispensables para el funcionamiento del sistema, languidecen orgullosas entre matojos y ruinas. Ingenios dormidos que no callados. Y aquí, el cordel mesteño de Guarromán, el tramo del GR-48 Sierra Morena de Baños hasta la Nava (Navarredonda) y El Salcedo, desempeña un papel protagonista.
Superada por su espalda la casería Manrique, ahora nominada por el arbusto más que centenario que adornara su arrabal, El Lentisco, nos topamos con un pequeño muro de piedra descompuesta y ladrillo rojo que cortara por la sano el cauce del arroyo de la Rumblosa. El Pantanillo, así llamado, desviaba las aguas por la margen izquierda y las llevaba mediante un pequeño canal de ladrillo hasta los aljibes del molino donde eran utilizadas para los usos propios de su industria.
Hemos de cruzar los Peñones de Chirite y dejar a nuestra diestra el Barranco del Pilar y el Cerro del Salcedo para ir a topar con la portera de la Nava. Siguiendo el curso descendente del arroyete y buscando la casería del Salcedo nos damos de bruces con una pequeña alcubilla tallado en piedra o arcón de agua, fuente muy al uso por estos lares que suministraba agua potable a esta hacienda aceitera. Solo a unos metros y sobre el arroyo un pozo, al modo de las norias del lugar, derivaba aguas hasta la almazara para el laboreo cotidiano de la misma y la mejor producción del huerto cercano.
Noria del huerto del "descolorío".
Llegando hasta la fachada frontal de este molino un sencillo reloj de sol, cobijado a espaldas de la portada y volcado a levante, contabiliza las penurias que nos va dejando el paso del tiempo.
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