De entre la oscuridad, apenas
iluminada por la pobre llama de una antorcha, surge una sombre que parece
invitar a la comitiva a subir las escaleras.
Guía (presenta a Ilicia desde
lejos) Esta señora es Ilicia, bueno, lo que de ella queda. Una dama romana muerta
en extrañas circunstancias. Aunque alma en pena, no le carrula demasiado bien la
cabeza, pero gracias a ella podemos pasar al castillo sin que nos molesten
otros malos bichos que también rondan por torres y adarves.
Ilicia se adelanta al grupo, como
si los guiara. Entra en el castillo y los dirige directamente al llano de su
mausoleo. El grupo la rodea y la Guía
la invita a narrar su historia. Mientras cuenta sus pesares, a intervalos, la
sobra de una bestia se mueve dando saltos por encima del alcazarejo a la par
que hace mucho estruendo. Ilicia los avisa de que deben esquivar a ese “bruto, al
loco de Cuscurro que dice llamarse señor de los bosques cuando en realidad es
un cansino llorica.
Ilicia (introduciéndose sigilosamente entre los visitantes a los
que muestra su cara pálida y llena de desaliento). ¿Quiénes son ustedes?
(dirigiéndose a la guía), ¿es qué no saben que cuando va cayendo la noche entre
estas ruinas se reúnen demonios y brujas, viejos satánicos y seguidores de
Hécate que no cesan de inquietar hasta haber saciado su maldad? Muchas son las
almas que caen en el pozo de los infiernos en noches como ésta, cuando
despistados facilones se dejan engatusar por la algarabía de estos escandalosos
cencerros que, con su estruendo, rompen la quietud y el silencio de la noche.
Y además veo que no llevan ningún tipo de protección,
no saben que esta señora (dirigiéndose a la Guía) vende unos amuletos con forma de flor de
cuatro pétalos, símbolo de la decoración que presentan las paredes de este
castillo, que espanta a todo bicho viviente, (como para ella) ¡de lo feo que
es! Compren, compren uno que se acaban.
Guía ¿Es usted Ilicia?, la joven patricia romana muerta en extrañas
circunstancias, aquélla de la que hablan las crónicas de este castillo.
Ilicia La misma, hija del publicano Mario. ¿Sabe usted que mi padre
llegó a tener la concesión de todas las minas de Sierra Morena?, desde Cástulo
a Sisapo (indicando uno y otro lugar con las manos).
Guía Sí, estaba al tanto ¿Y cómo
fue su desgraciada muerte?
Ilicia Como todas las muertes injustas. Mi padre, hombre cabal, de
cuentas claras con el César y con los Dioses, viendo que los caminos que llevaban
a las minas, tras sucesivos inviernos de abundantes lluvias, iban a peor, pidió
al procurador del César, el indigno Othorio, que los arreglara. Las pérdidas
económicas, para él y para las arcas del Estado, crecían día a día.
El malvado Othorio accedió pero con la
condición de que mi padre me entregará a él en matrimonio aún sabiendo que yo
era contraria a esas nupcias. Fíjense, aún no había cumplido los quince años.
Mi padre, con gran dolor por su parte, me dio al procurador creyendo que la
boda sería buena para todos y que Othorio me colmaría de bondades y riquezas.
¡El muy gañan las tenía y bien escondidas!
Eso sí, Othorio cumplió su promesa de
arreglar los caminos, puentes y fuentes de la Sierra. ¿Han visitado el
Camino y Puente Romano de los Charcones?, ¿y la bella fuente Cayetana?
Guía No, no hemos tenido tiempo,
¡hay tantas cosas!
Ilicia En pocos meses fui consciente de la maldad que guardaba en
corazón y mente. Su ambición era insaciable tanto en tesoros como en amores. Al
poco, una vez que caí en sus brazos, pasé a ser una más de las esclavas que
ocultaba en sus habitaciones privadas, ¡un entretenimiento pasajero!
Guía Pero Othorio la amaba, ¿no?
Ilicia ¿Othorio?, él sólo adoraba su ego, su ambición, bueno, y a
lo que tenía debajo de la toga.
Resigne de la vida, ¡todos tenemos nuestra
cruz! Al poco, acompañé a mi esposo en una de las visitas que realizaba a las
dependencias administrativas que mi padre poseía en el interior de la Sierra, a los pies del
Cerro sagrado del Navamorquín. Allí, en lo más abrupto de la sierra, logré ocultarme
entre la maraña de lentiscos y chaparreras. Pero pronto fui perseguida hasta la
extenuación y, finalmente, viéndome acorralada, me lance al fondo del aljibe
que hay en el interior del castillo del Navamorquín.
Llena de lágrimas, según caía a las negras
entrañas de la tierra, pude escuchar que uno de los legionarios que corría tras
de mí decía: “aquí muere Ilicia, mujer de gran gallardía”; desde entonces ese
castillo es llamado de “Gallarda o Galiarda” en honor a mi triste fortaleza.
Guía ¿Sacaron sus restos del
pozo?
Ilicia Sí. Recogieron mi cadáver y quemaron el destrozado
envoltorio en que se había trasformado el cuerpo, mi alma quedo errante, ¡cómo creo
que pueden apreciar! Posteriormente, las cenizas fueron guardadas en una vasija
de barro y enterradas en un templo que mi padre alzó en mi honor, aquí mismo
donde posáis vuestros pies, en lo más alto del Cueto, colocando una estela con
el desgraciado nombre de esta sirviente de la muerte: ILICIA.
Guía Aquí, ahí y ahí pueden ustedes apreciar algunos de los
capiteles que sostenían las gruesas columnas del mausoleo. Y esta escalinata es
la que llevaba al portico de entrada.
Ilicia La belleza y bondad que tuve en vida se vio correspondida y
miles de personas, al conocer mi trágica muerte, visitaban a diario mi tumba. Los
peregrinos que venían y siguen viniendo depositan en la escalinata vino de
pétalos de rosa en honor a mi pureza y entrega.
Guía Sí, eso se dice. Parece que es bastante el vino que se
pierde por estas piedras.
Ilicia Buenas señoras,
buenos señores, enanos todos, les dejo, marcho a guiar a Hécate en su viaje
celeste, (como en voz baja) ¡qué esta luna ya está chocha por los años y se nos
pierde! Buenas noches tengan todos (se oculta en el interior de una torre).
Guía Lo que va es a dormir la mona, que yo creo que se cuela con el
vino de rosas.
Una vez se despide Ilicia, la
guía cuenta, brevemente, la historia del Cerro del Cueto durante época argárica
y romana. Posteriormente se trasladan al espacio amplio y limpio que hay bajo
el alcazarejo. Allí Engatuso, un avaro mercader, les espera sentado en una
silla, junto a una mesa, contando dinero.
Engatuso (Preguntando a la
Guía) ¿Han pagado todos?
Guía Por supuesto señor.
(Hablando a los visitantes) Les presento a Engatuso, señor de la Civilización, de la Prosperidad,
de los avances técnicos,…, ¡vamos! de to lo güeno.
Engatuso Bueno, bueno, menos bola. ¿Qué, les está contando muchos
chismes esta trápala?
Guía (como asombrado)
¡Señor!, (hablando bajito como si fuera solo para Engatuso) los justos señor,
los justos.
Engatuso Bueno, pues sigan. Yo cierro caja y les alcanzó.
En esas, y si dar tiempo a que
los visitantes se muevan, desde los más oscuro sale Cuscurro haciendo mucho
estruendo, rodeando a la gente y mirando con cierto odio a Engatuso.
Cuscurro ¡Ay granuja!, ¡ay
ladrón!, ¿qué negocios traerás entre manos? (mirando a la gente) ¿Ustedes
conocen a este tipo? No, seguro que no, no le dirigirían la palabra. Pues este bribón,
que dice ser el señor de la
Civilización, del Progreso, es un eterno ladrón. Solo piensa
en la plata.
Engatuso Cuscurro, Cuscurro,
señor de la Barbarie…,
señor de los bosques vírgenes. Lo que eres es un tonto tan grande como este
castillo.
Cuscurro se mueve constantemente con
cara de irritación. Se detiene amenazante frente a Engatuso.
Cuscurro Hace muchos años,
millones de años, (se cuenta los dedos de las dos manos torpemente como dando a
entender que no sabe contar más), ¡creo que diez millones o así! Las aguas se
retiraron del valle que hay a los pies del castillo y yo, Señor de la fértil
Naturaleza, hice que naciera el mayor y más bello bosque que puedan imaginar.
Engatuso (Por lo bajini) Cuatro retamas y tres chaparros.
Cuscurro Era un bosque cerrado,
de laureles gigantescos y a sus pies crecían enormes encinas de bellotas dulces,
quejigos y alcornoques, madroños, lentiscos, agracejos y durillos. Un bosque
donde vivían pacíficamente, ¡harticos de comer!, gamusinos, tragantías,
matutes, carives, macabeos, lebreles,…
Engatuso (Por lo bajini otra vez)
¡Vamos!, un campo de chichinabos. Harticos de comer, sí, gordos espelotaos que
estaban de comer bellotas verdes y raíces amargas.
Cuscurro (Ofendido) Comían lo mejor que daba el campo.
Engatuso Sí, lo que daba el
campo, pero tú en tu cubil, en la
Cueva de la
Mona, bajando del castillo aquí a la izquierda, bien que
tenías granos del mejor trigo con los que todos lo días hacías buen pan. Bien
guardaíco que lo tenías, el trigo, el pan y el secreto de cómo y cuándo
sembrarlo. Y para los demás RAÍCES.
Cuscurro ¡Y tú me lo quitaste todo
en una mala noche! ¡Le robaste su mayor secreto al Señor de los Bosques!
Hiciste crecer la semilla del egoísmo y la envidia.
Engatuso Si es que eres tonto.
Fui a su cueva y le dije ¡a qué salto más que tú! De un blinco me salto este
montón de trigo. Y el tío va y pica.
Cuscurro (Removiéndose nervioso)
¡Ladrón!
Engatuso Fui preparado con unas
botas grandes, muy anchas de arriba. Él saltó primero, le sobraron al tío dos
metros. ¡Qué salto más grande!
¡Tonto y ágil!
Y yo,…, pues
un salto pequeñillo, caí en mitad del montón y los granos me llegaron hasta la
rabadilla, me fui con las botas cargadas. Y Cuscurro mientras cantando
orgulloso creyendo haber ganado:
"si los hombres supieran esta canción, bien se aprovecharían de
ella: al brotar la hoja, siémbrase el maíz; al caer la hoja, siémbrase el trigo;
por San Lorenzo, siémbrase el nabo".
Y así comenzamos las primeras siembras del valle y el pan blanquito,
crujiente, se extendió por el mundo, luego vinieron las viñas, los olivos… ¡Qué
negocio! (subrayando el hecho con las manos).
Cuscurro Y así comenzó la
desgracia para mi bosque, mis árboles fueron cortados uno tras otro para hacer
tierra calma y me convertí en señor de astillas y matas. ¡Una desgracia!
Engatuso se marcha hacia una
torre contando dinero.
Guía ¿Y qué es lo que hace
aquí?, ¿no ve que asusta a los visitantes con tanto ruido y espanto?
Cuscurro Aquí está lo poco que
queda de mi reino. Entre los muros del castillo, formando parte del sistema de
construcción, hay metidos listones de madera, agujas se llaman, sacadas de mis
árboles, ¡de mis hijos!, lo único que me queda de ellos. Listilla (mirando a la Guía), ¿tú sabes para qué
sirven?
El
guía les narra el sistema constructivo del castillo. Una vez hecho, marcha
hacia la calle del Alcazarejo y sigue con sus explicaciones. Aparece Ilicia con
su antorcha que por delante los va guiando:
Ilicia Con mucho cuidado,
sin pisarme los muros que los últimos que vinieron me dejaron esto como veis, piedra
suelta por aquí y por allá, vamos ¡todo hecho unos zorros!
Por cierto, por
aquí tengo amuletillos, la flor de cuatro pétalos que decora los muros del
castillo, ¡si los señores gustan!