viernes, 10 de agosto de 2012

Sobre visitas teatralizadas...

De entre la oscuridad, apenas iluminada por la pobre llama de una antorcha, surge una sombre que parece invitar a la comitiva a subir las escaleras.

Guía         (presenta a Ilicia desde lejos) Esta señora es Ilicia, bueno, lo que de ella queda. Una dama romana muerta en extrañas circunstancias. Aunque alma en pena, no le carrula demasiado bien la cabeza, pero gracias a ella podemos pasar al castillo sin que nos molesten otros malos bichos que también rondan por torres y adarves.

Ilicia se adelanta al grupo, como si los guiara. Entra en el castillo y los dirige directamente al llano de su mausoleo. El grupo la rodea y la Guía la invita a narrar su historia. Mientras cuenta sus pesares, a intervalos, la sobra de una bestia se mueve dando saltos por encima del alcazarejo a la par que hace mucho estruendo. Ilicia los avisa de que deben esquivar a ese “bruto, al loco de Cuscurro que dice llamarse señor de los bosques cuando en realidad es un cansino llorica.

Ilicia         (introduciéndose sigilosamente entre los visitantes a los que muestra su cara pálida y llena de desaliento). ¿Quiénes son ustedes? (dirigiéndose a la guía), ¿es qué no saben que cuando va cayendo la noche entre estas ruinas se reúnen demonios y brujas, viejos satánicos y seguidores de Hécate que no cesan de inquietar hasta haber saciado su maldad? Muchas son las almas que caen en el pozo de los infiernos en noches como ésta, cuando despistados facilones se dejan engatusar por la algarabía de estos escandalosos cencerros que, con su estruendo, rompen la quietud y el silencio de la noche.

                 Y además veo que no llevan ningún tipo de protección, no saben que esta señora (dirigiéndose a la Guía) vende unos amuletos con forma de flor de cuatro pétalos, símbolo de la decoración que presentan las paredes de este castillo, que espanta a todo bicho viviente, (como para ella) ¡de lo feo que es! Compren, compren uno que se acaban.

Guía         ¿Es usted Ilicia?, la joven patricia romana muerta en extrañas circunstancias, aquélla de la que hablan las crónicas de este castillo.

Ilicia         La misma, hija del publicano Mario. ¿Sabe usted que mi padre llegó a tener la concesión de todas las minas de Sierra Morena?, desde Cástulo a Sisapo (indicando uno y otro lugar con las manos).

Guía    Sí, estaba al tanto ¿Y cómo fue su desgraciada muerte?

Ilicia         Como todas las muertes injustas. Mi padre, hombre cabal, de cuentas claras con el César y con los Dioses, viendo que los caminos que llevaban a las minas, tras sucesivos inviernos de abundantes lluvias, iban a peor, pidió al procurador del César, el indigno Othorio, que los arreglara. Las pérdidas económicas, para él y para las arcas del Estado, crecían día a día.

El malvado Othorio accedió pero con la condición de que mi padre me entregará a él en matrimonio aún sabiendo que yo era contraria a esas nupcias. Fíjense, aún no había cumplido los quince años. Mi padre, con gran dolor por su parte, me dio al procurador creyendo que la boda sería buena para todos y que Othorio me colmaría de bondades y riquezas.

¡El muy gañan las tenía y bien escondidas!

Eso sí, Othorio cumplió su promesa de arreglar los caminos, puentes y fuentes de la Sierra. ¿Han visitado el Camino y Puente Romano de los Charcones?, ¿y la bella fuente Cayetana?

Guía    No, no hemos tenido tiempo, ¡hay tantas cosas!

Ilicia         En pocos meses fui consciente de la maldad que guardaba en corazón y mente. Su ambición era insaciable tanto en tesoros como en amores. Al poco, una vez que caí en sus brazos, pasé a ser una más de las esclavas que ocultaba en sus habitaciones privadas, ¡un entretenimiento pasajero!

Guía    Pero Othorio la amaba, ¿no?

Ilicia         ¿Othorio?, él sólo adoraba su ego, su ambición, bueno, y a lo que tenía debajo de la toga.

Resigne de la vida, ¡todos tenemos nuestra cruz! Al poco, acompañé a mi esposo en una de las visitas que realizaba a las dependencias administrativas que mi padre poseía en el interior de la Sierra, a los pies del Cerro sagrado del Navamorquín. Allí, en lo más abrupto de la sierra, logré ocultarme entre la maraña de lentiscos y chaparreras. Pero pronto fui perseguida hasta la extenuación y, finalmente, viéndome acorralada, me lance al fondo del aljibe que hay en el interior del castillo del Navamorquín.

Llena de lágrimas, según caía a las negras entrañas de la tierra, pude escuchar que uno de los legionarios que corría tras de mí decía: “aquí muere Ilicia, mujer de gran gallardía”; desde entonces ese castillo es llamado de “Gallarda o Galiarda” en honor a mi triste fortaleza.

Guía    ¿Sacaron sus restos del pozo?

Ilicia         Sí. Recogieron mi cadáver y quemaron el destrozado envoltorio en que se había trasformado el cuerpo, mi alma quedo errante, ¡cómo creo que pueden apreciar! Posteriormente, las cenizas fueron guardadas en una vasija de barro y enterradas en un templo que mi padre alzó en mi honor, aquí mismo donde posáis vuestros pies, en lo más alto del Cueto, colocando una estela con el desgraciado nombre de esta sirviente de la muerte: ILICIA.

Guía         Aquí, ahí y ahí pueden ustedes apreciar algunos de los capiteles que sostenían las gruesas columnas del mausoleo. Y esta escalinata es la que llevaba al portico de entrada.

Ilicia         La belleza y bondad que tuve en vida se vio correspondida y miles de personas, al conocer mi trágica muerte, visitaban a diario mi tumba. Los peregrinos que venían y siguen viniendo depositan en la escalinata vino de pétalos de rosa en honor a mi pureza y entrega.

Guía         Sí, eso se dice. Parece que es bastante el vino que se pierde por estas piedras.

Ilicia         Buenas señoras, buenos señores, enanos todos, les dejo, marcho a guiar a Hécate en su viaje celeste, (como en voz baja) ¡qué esta luna ya está chocha por los años y se nos pierde! Buenas noches tengan todos (se oculta en el interior de una torre).

Guía    Lo que va es a dormir la mona, que yo creo que se cuela con el vino de rosas.

Una vez se despide Ilicia, la guía cuenta, brevemente, la historia del Cerro del Cueto durante época argárica y romana. Posteriormente se trasladan al espacio amplio y limpio que hay bajo el alcazarejo. Allí Engatuso, un avaro mercader, les espera sentado en una silla, junto a una mesa, contando dinero.

Engatuso         (Preguntando a la Guía) ¿Han pagado todos?

Guía         Por supuesto señor. (Hablando a los visitantes) Les presento a Engatuso, señor de la Civilización, de la Prosperidad, de los avances técnicos,…, ¡vamos! de to lo güeno.

Engatuso         Bueno, bueno, menos bola. ¿Qué, les está contando muchos chismes esta trápala?

Guía         (como asombrado) ¡Señor!, (hablando bajito como si fuera solo para Engatuso) los justos señor, los justos.

Engatuso         Bueno, pues sigan. Yo cierro caja y les alcanzó.

En esas, y si dar tiempo a que los visitantes se muevan, desde los más oscuro sale Cuscurro haciendo mucho estruendo, rodeando a la gente y mirando con cierto odio a Engatuso.

Cuscurro   ¡Ay granuja!, ¡ay ladrón!, ¿qué negocios traerás entre manos? (mirando a la gente) ¿Ustedes conocen a este tipo? No, seguro que no, no le dirigirían la palabra. Pues este bribón, que dice ser el señor de la Civilización, del Progreso, es un eterno ladrón. Solo piensa en la plata.

Engatuso  Cuscurro, Cuscurro, señor de la Barbarie…, señor de los bosques vírgenes. Lo que eres es un tonto tan grande como este castillo.

Cuscurro se mueve constantemente con cara de irritación. Se detiene amenazante frente a Engatuso.

Cuscurro   Hace muchos años, millones de años, (se cuenta los dedos de las dos manos torpemente como dando a entender que no sabe contar más), ¡creo que diez millones o así! Las aguas se retiraron del valle que hay a los pies del castillo y yo, Señor de la fértil Naturaleza, hice que naciera el mayor y más bello bosque que puedan imaginar.

Engatuso         (Por lo bajini) Cuatro retamas y tres chaparros.

Cuscurro   Era un bosque cerrado, de laureles gigantescos y a sus pies crecían enormes encinas de bellotas dulces, quejigos y alcornoques, madroños, lentiscos, agracejos y durillos. Un bosque donde vivían pacíficamente, ¡harticos de comer!, gamusinos, tragantías, matutes, carives, macabeos, lebreles,…

Engatuso  (Por lo bajini otra vez) ¡Vamos!, un campo de chichinabos. Harticos de comer, sí, gordos espelotaos que estaban de comer bellotas verdes y raíces amargas.

Cuscurro         (Ofendido) Comían lo mejor que daba el campo.

Engatuso  Sí, lo que daba el campo, pero tú en tu cubil, en la Cueva de la Mona, bajando del castillo aquí a la izquierda, bien que tenías granos del mejor trigo con los que todos lo días hacías buen pan. Bien guardaíco que lo tenías, el trigo, el pan y el secreto de cómo y cuándo sembrarlo. Y para los demás RAÍCES.

Cuscurro   ¡Y tú me lo quitaste todo en una mala noche! ¡Le robaste su mayor secreto al Señor de los Bosques! Hiciste crecer la semilla del egoísmo y la envidia.

Engatuso  Si es que eres tonto. Fui a su cueva y le dije ¡a qué salto más que tú! De un blinco me salto este montón de trigo. Y el tío va y pica.

Cuscurro   (Removiéndose nervioso) ¡Ladrón!

Engatuso  Fui preparado con unas botas grandes, muy anchas de arriba. Él saltó primero, le sobraron al tío dos metros. ¡Qué salto más grande!

¡Tonto y ágil!

Y yo,…, pues un salto pequeñillo, caí en mitad del montón y los granos me llegaron hasta la rabadilla, me fui con las botas cargadas. Y Cuscurro mientras cantando orgulloso creyendo haber ganado:

"si los hombres supieran esta canción, bien se aprovecharían de ella: al brotar la hoja, siémbrase el maíz; al caer la hoja, siémbrase el trigo; por San Lorenzo, siémbrase el nabo".

Y así comenzamos las primeras siembras del valle y el pan blanquito, crujiente, se extendió por el mundo, luego vinieron las viñas, los olivos… ¡Qué negocio! (subrayando el hecho con las manos).

Cuscurro   Y así comenzó la desgracia para mi bosque, mis árboles fueron cortados uno tras otro para hacer tierra calma y me convertí en señor de astillas y matas. ¡Una desgracia!

Engatuso se marcha hacia una torre contando dinero.

Guía         ¿Y qué es lo que hace aquí?, ¿no ve que asusta a los visitantes con tanto ruido y espanto?

Cuscurro   Aquí está lo poco que queda de mi reino. Entre los muros del castillo, formando parte del sistema de construcción, hay metidos listones de madera, agujas se llaman, sacadas de mis árboles, ¡de mis hijos!, lo único que me queda de ellos. Listilla (mirando a la Guía), ¿tú sabes para qué sirven?

El guía les narra el sistema constructivo del castillo. Una vez hecho, marcha hacia la calle del Alcazarejo y sigue con sus explicaciones. Aparece Ilicia con su antorcha que por delante los va guiando:

Ilicia         Con mucho cuidado, sin pisarme los muros que los últimos que vinieron me dejaron esto como veis, piedra suelta por aquí y por allá, vamos ¡todo hecho unos zorros!

                 Por cierto, por aquí tengo amuletillos, la flor de cuatro pétalos que decora los muros del castillo, ¡si los señores gustan!




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