sábado, 11 de febrero de 2012

091: ¿Qué fue del siglo XX?

Aunque la reciente bonanza económica había elevado de manera considerable la altura de las casas linderas, tornando cámaras en alcobas individuales, los primeros rayos de sol del día seguían saludando prematuramente al herbazal desordenado que corona el Corralón, una vieja casona venida a menos cuyas historias de antaño yacen bajo los escombros de lo que hoy es un otero cobijo de las travesuras de la chiquillería. La solería, de tierra apisonada e irregular, se alza poco más de dos metros sobre la calle principal, la de la empinada Amargura cuando está se torna ya altozano, quedando el lugar al suficiente resguardo para evadir juegos y triquiñuelas de la mirada atenta de los mayores. Al lado de occidente cierra por el Cotanillo, apenas calleja, sin luz, sucia y apretada entre paredes de ripios de piedra calzados con pizarra que se pierden en un fondo tabicado de ruinas.

Aquella mañana de sábado, como desde siempre, iría llenando de carreras y voceríos el solar del Corralón a la vez que las madres abrían de par en par ventanas y puertas para “hacer sábado”, la limpieza general de la semana. Los primeros llegados recibían un sol apenas templado de una primavera aún infante; los más rezagados lo sufrían bien entrada la mañana. Pero aquel día, por esperado, era bastante especial. La calleja del Cotanillo daba paso a portillos y portones, a cuadras y pajares, a traseras de casonas otrora influyentes y hogaño volcadas al abandono, presas fáciles de zagales muy arrimados a la aventura y de imaginación ligera. La de la moscarra, la de la ratilla,… eran historia, poca cosa, aquella mañana venía cargada de traje de domingo: la presa sería la Casa de Joaquinito, una de las más importantes haciendas del siglo XVIII que, como el resto, volcaba sus mejores prendas a la calle Mestanza, eje viario muy principal. ¡Aquello eran palabras mayores!

Separado del Corralón por una decrépita y reducida tapia de triples, hundido apenas unos tres metros por debajo de éste y a espaldas de la casona principal de la travesía Amargura, el corral de las vacas de Juan Manuel el de la tonta era lugar principal de encuentros, juegos y algún que otro desvarío de chiquillos. Su pajar centro neurálgico para planificar escaramuzas y bravatas, como aquélla que se traía entre manos: desvirgar la casona del piano, hasta entonces harto impenetrable.



Con los años, todo ese mundo de la infancia, de la mía y de la de los muchos que me precedieron, fue extinguiéndose zarpazo a zarpazo hasta mostrarse como un recuerdo endémico sepultado por una modernidad global que cada vez entiendo menos. Pero aún me restaba el escenario donde dormían aquellos recuerdos, y quedamos nosotros, los niños de antaño, con fecha de caducidad.

Pero el Corralón ha finado recientemente; del Cotanillo y del Corral queda poco menos que la impronta, y la mole de Joaquinito se derrumba, por ahora despacio, pero su caída es inminente.

Descanse en paz.


1 comentario:

  1. Medio camino entre la casa de mi abuela y la de mis padres. "Atajo" de la vuelta del colegio. Donde se escondían los que fumaban!!! Sitio de encuentro con los primeros ligues... Te acompaño sinceramente en el sentimiento.

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