martes, 30 de septiembre de 2025

El camino de las Piedras Bermejas, Baños de la Encina (Jaén): una incógnita cartográfica y parcelaria, 3

El complejo de la Alcubilla

Abrigado por el hechizo que rezuma la umbría de la Alcubilla, podremos apreciar y disfrutar de uno de esos ‘paisajes culturales’ que dan sensación de eterna placidez, aun cuando no esté protegido bajo esta caracterización administrativa. En conjunto, se trata de un complejo hídrico integrado por pozo, donde se recogía el agua para abrevadero de bestias, y alcubilla o fuente para consumo humano, en realidad un pozo protegido por una casilla superior o ‘alacena’ de agua a modo de aljibe abierto por el frente. Tanto el uno como la otra cuentan con rebosaderos y sus correspondientes canales de evacuación de aguas, elaborados con mortero de cal de enorme calidad constructiva. Estos derivaban el líquido sobrante a unos lavaderos naturales instrumentalizados en unos pizarrones, por debajo y junto al lecho del arroyo. Por encima nuestra, derramándose por la ladera, emerge el huerto Miguelico, prototipo del huerto en barranco que predomina en la dehesa Santo Cristo por la que caminamos.

Lámina 8: Complejo de la Alcubilla. En el centro de la fotografía, pozo (entre zarzas), alcubilla y fuente rebosadero (más moderna); en la parte superior, huerto Miguelico

Distribuido en terrazas que se sustentaban en laboriosos bancales, levantados con la técnica de la piedra seca o a hueso, sus paredes luchaban por sujetar la vida vegetal a la pendiente del cerro mientras suministraban un mínimo y mísero sustento a la precaria economía familiar. En líneas generales, el paisaje, como conjunto, se arma como un singular ingenio hídrico que, como si se tratara de un endemismo cultural, parece atado a otro tiempo y a otros usos. Sin embargo, su origen no es tan ancestral como podríamos desprender de su engañosa sencillez. La segunda mitad del siglo XIX fue difícil para los vecinos de Baños de la Encina, pues, tras aplicar las medidas impuestas por la desamortización civil de Madoz (1855), se vieron obligados a abandonar las tierras del Común que venían roturando desde tiempo inmemorial. Como respuesta y queriendo evitar una hambruna generalizada, la vecindad tomó por las bravas diferentes parcelas del interior de la dehesa del Santo Cristo, la más cercana al núcleo de población, pero también de otras aledañas, caso de Corrales, Los Llanos, Garbancillares, Marquihuelo, Atalaya, Doña Eva, Cuesta del Gatillo y La Parrilla.

Las tierras, sustentadas en una geología pizarrosa, ofrecían una rentabilidad escasa, pero los colonos, conocedores del terreno, pusieron en práctica una estrategia que, sin proporcionarles frutos abundantes, les permitió el sustento necesario para seguir con una vida llena de carencias. La intervención consistió en aterrazar la caída de los barrancos mediante bancales de piedra seca, sobre todo aquellos que presentaban un mínimo hilo de agua, como este de Miguelico o los del Tío Feo, el Lobo o la Bizca. El huerto resultante, en barranco y con una fuerte pendiente, se complementaba con una porción de tierra de secano destinada a grano, legumbres y aprovechamiento de los rastrojos, predio que era conocido bajo el apelativo genérico de quiñón. Como era de esperar, los nuevos propietarios de las fincas madres, que las habían adquirido en libre subasta, reclamaron ante las autoridades, en este caso la Diputación Provincial. Esta, responsable con sus obligaciones, pero forzada a evitar una posible revuelta social, fue parcheando las soluciones que gestaron el paisaje que hoy apreciamos mientras daba legalidad a las roturaciones arbitrarias de la vecindad. Un primer Decreto Real, de 29 de agosto de 1893, reconoció la titularidad de los colonos siempre que se pudiera justificar que el terreno estaba destinado a uso agrario y se demostrara la antigüedad de la ocupación, que en este caso era de un mínimo de 10 años. Por otra parte, se limitaba la extensión máxima de la parcela a 10 hectáreas y el título de propiedad se conseguía tras pagar a la Administración de Hacienda un 60% de su tasación, es decir un 6% anual en un plazo de diez años. Un segundo Decreto Real, de 25 de junio de 1897, ante la generalización de los impagos, vino a suavizar las medidas propuestas reduciendo el abono al 40% y permitiendo parcelas de mayor calado, que ahora podrían superar las 10 hectáreas. En total se legalizaron unas 300 hectáreas.


martes, 23 de septiembre de 2025

El camino de las Piedras Bermejas, Baños de la Encina (Jaén): una incógnita cartográfica y parcelaria, 2

La Piedra Escurridera y el camino de San Lorenzo

Cuando llega el estío, el lugar, ahora domeñado por cíclopes sin mirada ni aliento, por hoplitas invasores que sangran un suelo siempre quebradizo, puede parecer árido y estéril, un secarral bajo el imperio de las chicharras. Pero con el otoño, con las primeras aguas y cuando se asienta la umbría, las piedras se arropan con un verdín luminoso que les muda la cara. Es por entonces, cuando el arroyo de la Alcubilla vuelve a la vida con un leve susurro y la atmósfera se viste con una luz pálida y silenciosa, que la magia se instala en cada uno de estos canchales de granito rojo. La madre tierra, eternamente generosa, apaleada mil veces, dolorida y desgarrada hasta en lo más hondo de sus entrañas, pero siempre testaruda, porfía y no falta a su cita anual, al ciclo de vida que día con día laceramos impunemente. Oculta entre esta caterva de eucaliptos, arropada por un numeroso rebaño de bolos pétreos, bermejos como hilo de vida, una roca resbaladiza duerme la placidez de los siglos como héroe anónimo y legendario. Dejando atrás Buenos Aires y su molino, perdiendo de vista el perfil del pueblo, alcanzamos la Piedra Escurridera siguiendo el firme del camino de San Lorenzo, ahora descompuesto y bacheado.

Hoy, quebrada como vejez, amenazada por el escombro de sus muchos años y rodeada de los numerosos dislates que engendra una comunidad que ha dado esquinazo al uso correcto de los bienes del común, la Piedra Escurridera nos parece huidiza, oculta entre la neblina y escondida bajo la escarcha negra. El cerco solar, diluido en la primera mañana, dibuja una atmósfera acogedora, etérea, y amenaza con un día anodino, propio para disfrutar del silencio que emana de este enclave natural.

Lámina 6: La Piedra Escurridera tras eliminar la escombrera que la amenazaba, un bello canchal de pórfidos situado en la dehesa del Santo Cristo. En la fotografía, mi hijo José Fernando / Pocico Ciego antes de su limpieza y recuperación de sus aguas

Por debajo de la enorme roca, a tiro de piedra, una senda imprecisa y cercenada por el desuso abandona por la siniestra el camino de San Lorenzo, vadea el arroyo y alcanza un pocico sencillo, un artilugio pétreo que en tiempos pasó desapercibido entre zarzas y charabascas. La oquedad, aprovechando las bondades geológicas del lugar, penetra y se abre generosa en la más honda negrura. Mucho tiempo atrás, cuando los chivones de colorín bebían a sus anchas en el recodo del arroyuelo, el ingenio hídrico hundió sus raíces en la quebrantada pizarra para nutrir de agua su venero. Ahora, asomado al brocal de los tiempos, a la resequedad agrietada de su fondo, en lo más profundo del pozo se barruntan mitos que ya no son. En el sopor de la desmemoria, la Piedra Escurridera podría parecer que sólo es un bolo de granito rojizo, pero enredado en la telaraña de sus muchos años aún pervive el eco de un tobogán natural, una piedra escurridiza manoseada por los críos desde tiempos inmemoriales. Con el otoño, con el verdín y la niebla, una luz plácida tenía por costumbre abrigar los canchales rojizos, fluir como el arroyete, asomarse a la gratitud del pozo y, en una liturgia secular, escuchar como los chiquillos se dejaban caer con algarabía por la superficie resbaladiza de la roca. Aunque es cosa de mentideros, desde antiguo se dice que el canchal también fue piedra preñadera o paridera y que, en la negra noche, las señoras la visitaban buscando descendencia.

Lámina 7: Localización de los caminos del Hoyo y de San Lorenzo. Fuente: Mapa topográfico de Baños de la Encina 1:25.000, Francisco Ponce. Instituto Geográfico y Estadístico, año 1878

Asomándonos al cauce del arroyo, por donde ahora serpentea la senda, apreciaremos como en algunos tramos desaparece el granito rojo y queda a la vista la negra pizarra, en ocasiones doblada de manera tan brutal que llega a quebrarse. A levante, por encima del camino de la Picoza y detrás de un destartalado bardal de oscura arenisca rojiza, se elevan los viejos quiñones del cerro de la Celada. Pese a la ardua resistencia de un pequeño hato de cabras, otrora tierra de calma y rastrojera ahora renquea domeñada bajo la silueta de diversos chalés. Sobre el hilo de la vereda, cuando el regato gira a poniente, el viejo camino de San Lorenzo va a asomarse al collado para vencerlo, diluirse con la línea del horizonte y dejarse caer ladera abajo hasta alcanzar el hoyo de la Picoza y la cuenca del río Grande. A partir de ahí, bifurcándose en dos trayectos, dejando atrás la era y las casuchas de un espinazo de pizarra cincelado por el arroyo de la Celada desde tiempos que se escapan a la medida humana, ambos caminos superaban los molinos de Arriba y de Abajo, los que en tiempos deshacían el grano con las aguas del río Grande. El primero de ellos ascendía la solana de la Cuesta del Gatillo y el Mojón de la Legua para alcanzar San Lorenzo de Calatrava por las Tres Hermanas y la venta del Robledo; el segundo ramal, a poniente de aquel y vadeando en segunda instancia el río Pinto por encima de Las Juntas, iba a encarar los puertos de Selladores para buscar El Hoyo de Mestanza. Uno y otro acababan volcando las estribaciones septentrionales de Sierra Morena para fondear en la llanura manchega.

En nuestro caso, rodeados por el crujir de aquellos eucaliptos resecos, colonos invasores que no teniendo suficiente con adueñarse de los suelos también agotaron las aguas de los veneros y distorsionaron el paisaje, evitamos los caminos manchegos y nos dejamos arrastrar por el giro del arroyo. Cortando el dique de granito, nos conduce a la hondonada de la Alcubilla. Aunque la presencia del eucalipto es temprana en esta comarca y un legado a preservar en los cotos mineros, en la dehesa del Santo Cristo no se implantó hasta bien entrados los años cincuenta del siglo XX, concretamente durante las reforestaciones que se llevaron a buen término entre 1954 y 1957. Su pronta introducción en el Distrito Minero Linares-La Carolina, ya desde mediado el siglo XIX, se debió a las bondades higiénico sanitarias que encierra este árbol, que popular y erróneamente fueron relacionadas con la quinina como tratamiento médico. Junto a las explotaciones mineras era habitual la existencia de grandes encharcamientos, que resultaban del agua desaguada del fondo de los pozos mineros. Con el objetivo de evitar la presencia del mosquito anofeles y la propagación de la malaria, junto a las aguas empantanadas se sembraron los primeros eucaliptos que, al consumir gran cantidad de agua y mermar el anegamiento, reducían la presencia del mosquito y la difusión de la enfermedad. Como en aquellos tiempos la quinina se tenía coma la medicina más eficaz para combatir el paludismo, en Baños de la Encina y como localismo este árbol era conocido como quinino.

Regresando a las piedras que nos traían, en el periodo Carbonífero, hace 300 millones de años y tras el plegamiento de los estratos de pizarra, un material fundido, ígneo y con elevado contenido en sílice -cuya formación más común es el cuarzo-, ascendió desde una cámara magmática a través de las fracturas o diaclasas producidas en la roca de caja, en la pizarra. Este material, al enfriarse lentamente bajo la superficie, cristalizó los minerales produciendo los componentes que dieron lugar a este peculiar granito rojo conocido como pórfido. Con el tiempo, al desmantelarse por erosión las pizarras que cubrían el dique, quedó al descubierto el cuerpo granítico que permaneció expuesto en superficie a las condiciones atmosféricas. Hoy, enfrentándonos a este complejo puzle geológico, podemos apreciar cómo, elevándose de un océano de pizarra, emergen pequeños reductos de bolos y canchales rojo que dan lugar a un paisaje de aspecto desordenado y gran belleza, como la Piedra Escurridera que hemos dejado atrás y el enclave vecino de Piedras Bermejas, a tiro de piedra.

sábado, 20 de septiembre de 2025

El camino de las Piedras Bermejas, Baños de la Encina (Jaén): una incógnita cartográfica y parcelaria, 1

El punto de partida: los llanos del Santo Cristo y Calvario Viejo

En la cota más alta del pueblo, a 459 metros de altitud y dejando atrás la villa vieja, las apreturas del callejero desaparecen, la pendiente del frente de falla se diluye hasta quedar en nada y la anchura campa en el llano del Santo Cristo, antiguo descansadero de ganado trashumante. En sus aledaños, en el Carril de Mestanza, las casuchas son de piedra encalada y de un blanco que raya la pulcritud, algo achaparradas y de sencilla simetría en sus fachadas.

Lámina 1: Carril de Mestanza a comienzos del siglo XX, fuente: archivo familiar de Plácida Álvarez / Cruz de las Azucenas y ermita del Cristo

Encastradas las unas a las otras, la cubierta cerraba con vigas de encina y carcoma, gavillas de monte bajo, barro y teja moruna. Emulando a las corralas, a la fuerza y por tradición, familias de todo pelaje compartían cuartos y portales, colchones de lana y chinches, penurias y una solidaridad que sólo conocen aquellos que nada tienen que perder. Pues, cuando apenas se consigue en propiedad media cuerda de tierra, uno se olvida del prójimo y acaba por cercar la parcela con alambre de espino y precintar cualquier camino lindero. Situadas a uno y otro lado del viejo carril, las dos hileras de casas flanqueaban un viario mal enlosado con cascajos de piedra que iba a romper contra el rollo de la Cruz de las Azucenas, antiguo humilladero del Cristo de la Luz. Hasta mediado el siglo XX y por detrás suya, donde comenzaba el límite de la jurisdicción merina —Honrado Concejo de la Mesta—, arrancaba un llano rojizo y polvoriento, el del Santo Cristo. Tierra que fue del Común y en justicia de nadie. Sin disimulo, el caos que provocaba sus diferentes usos venía a deshacer el concierto de la línea de casuchines que nos traía.

Lámina 2: Ubicación general de la zona de estudio. Fuente: Mapa Topográfico 1:50.000, hoja 884 La Carolina. Instituto Geográfico Nacional, 2002

Comenzaba allí un desorden concebido sin voluntad propia y establecido sin hacer uso de escuadra ni cartabón. Sin apenas desdibujar el ocaso, de entre las canteras de asperón, cuyo uso se pierde en el tiempo pese a que ahora están atestadas de estiércol y agua sucia, se levantaban oscuros bardales cimentados sobre la nada. Junto a los hoyos, entre quiñones de tierra calma y cabrerizas para el ganado, sólo se cosechaba miseria. Alguna cuadra, cuando no paridera decadente, numerosos estercoleros y unos cuantos chamizos desperdigados apenas daban para vestir la anchura del llano. A modo de epílogo, una docena de eras pergeñadas con ripios de arenisca eran preámbulo del calcinado horizonte serrano. Y en medio de aquella tormenta edificatoria, se alzaba el monumental féretro de D. Pedro García Delgado, canónigo de la catedral de Jaén allá por la segunda mitad del siglo XVII: la ermita de Jesús del Llano.

Lámina 3: Cantera de arenisca en el Santo Cristo, al fondo la ermita / Distribución de las eras del Llano, fuente: Polígono 45 del parcelario de Baños de la Encina, año 1942. Servicio de Catastro Topográfico Parcelario  

Estéril como la roca dura que era, más allá de abastecer la fábrica de iglesias y casonas solariegas, aquella llanura de arenisca no tuvo más uso que su cíclica utilización como solar de las eras de pan trillar y descansadero de los ganados trashumantes que bajaban a una región históricamente reconocida como extremo de invernada: Sierra Morena. Pese a ello, bien aireada por los vientos, debido a su diferencia altitudinal frente a la campiña, acogió en su esquina oriental un molino de viento al uso manchego, que ya por 1888 se decía en ruinas.

Durante décadas, en el esquinazo de levante de la mesa tabular del Llano, donde el rincón de Buenos Aires se asomaba a la cabecera de los arroyos de La Alcubilla y de Los Huertos, se conservaron los hormazos mal pergeñados de la ermita de Santa Olalla. Erigida impenitente entre un hato de eras, como pica sobre luna vieja destripada en el llano, en buena y lejana hora se edificó donde el camino de San Lorenzo y el cordel merino de Guarromán entraban en nupcias y continuaban como uno solo hasta entroncar con el Carril de Mestanza, senda que desprende memoria trashumante en su apelativo. Finalmente, este carril penetraba en el corazón de la 'villa vieja' de Baños para alcanzar la Plaza Mayor. Como un servidor, hay autores que piensan que el cuerpo de la capilla de Santa Olalla, en su génesis, fue torreón vigía. Este, tuvo como encomienda, apoyándose visualmente en la atalaya de Santo Domingo, luego ermita y guardiana de la variante del camino de San Lorenzo por el arroyo de la Celada o Zalá, mediar entre el castillo de Baños y la primitiva torre defensiva que hoy queda encajada en el crucero del Santuario de la Virgen de la Encina (lámina 4). Con la desamortización del primer tercio decimonónico, Santa Olalla perdió capellanías y santero, derramó sus piedras por la cuerda y acabó casi en nada. Los sillares buenos acabaron aplomando las esquinas de unas cuantas casuchas, los mampuestos de mayor tamaño enderezaron las corralizas vecinas y los ripios se utilizaron para gestar una de aquellas rechonchas eras de pan trillar, rueda de piedra, sudor y viento que se derramaba a la sombra vespertina de la ruina. Y de lo que quedó en pie, se levantó de nuevas un molino de viento.

Lámina 4: Distribución de molino, caminos y torreones, fuente: Mapa topográfico de Baños de la Encina 1:25.000, Francisco Ponce. Instituto Geográfico y Estadístico, año 1878

En ruta, al noreste de la mesa tabular del Santo Cristo, aunque a menor altura (400 m.s.n.m.), el Calvario Viejo es tan sólo una pequeña prolongación del llano del Cristo que nos traía. Pese a que hoy sólo queda el recuerdo del nombre, en los mentideros locales se dice que debe su apelativo a la efímera existencia de un conjunto de cruces procesionales, un viacrucis que en conjunto representaría las estaciones de la Pasión de Cristo. Atrás queda el molino de viento y, más abajo, la huella borrosa de otras eras, las antiguas del Calvario, cuya impronta es apenas perceptible bajo el hormigón de una modernidad mal planificada que plantó en el lugar más complicado, en el más inaccesible, un polígono industrial. Valga como muestra de esta afirmación que de entre todas las naves, convertidas la mayoría en cocherones, la que mantiene mayor actividad es la que ha sido destinada a tanatorio.

Lámina 5: Ubicación del molino de viento, fuente: Callejero de Baños de la Encina, año 1888. Instituto Geográfico y Estadístico / Encuentro del camino de San Lorenzo con el del Calvario Viejo y eras del Calvario, fuente: Polígono 43 del parcelario de Baños de la Encina, año 1941. Servicio de Catastro Topográfico Parcelario

Cuando la planicie del Calvario Viejo viene a deshacerse y se derrama por las hazas de tierra de la Piedra Escurridera, el camino de San Lorenzo, que era de herradura, se une a la calzada del Calvario, que es prolongación de la vereda de carne de Linares. Unidos, como uno solo prosigue dirección norte bajo el nombre de San Lorenzo, también del Hoyo, aunque popularmente se conoce con el apelativo de camino de la Picoza (lámina 5).

sábado, 13 de septiembre de 2025

Casa de origen judeoconverso en Baños de la Encina

Aunque en Baños de la Encina (Jaén) no se tenía noticia de la presencia de población judeoconversa, el reciente descubrimiento de una cruz pretina y lo que aparece ser el enganche de una mezuzá, ambos en el umbral derecho de la puerta de una vivienda, antiguo horno de pan, ha favorecido el estudio de detalle de la casa y la constatación de que sí hubo presencia judaizante en el municipio entre los siglos XVI y XVII.

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