viernes, 28 de marzo de 2025

Cruces de calvario: símbolo protector

El crío, encaramado a su clandestina atalaya, confunde el vetusto horno con una enorme y oronda caldera, o quizá con un cetáceo de color ocre que eructa persistentes volutas de vapor e impregna la madrugada con un olor a pan caliente y azúcar tostada. El lugar es acogedor, le recuerda el caluroso abrazo de la madre que apenas tuvo. Rompiendo la oscuridad, al fondo, centellean las brasas de la hornilla y del obrador cuelga un lucero, diminuto y parpadeante, que se eleva apenas dos codos sobre los cuarterones de madera donde el padre bolea una interminable hilera de panes. Junto a la mesa, emerge una oronda artesa labrada con el corazón de una encina centenaria, un dornajo dorado que cada noche gesta cientos de hogazas. En la tahona, a primera vista, todo es desorden, un disparate, pero cada trasto tiene su lugar y función. Como la enorme zafra de aceite, que rezuma bondades junto a la artesa, o el cuezo generoso, un hoyo de madera vieja y olor agrio que fecunda una masa madre secular. Bailando al compás de la penumbra, una masa polvorienta, entre nívea y tostada, duerme plácidamente suspendida mientras dibuja una atmósfera acogedora, poética, que se posa en cada rincón. En el lugar más insospechado y en la esquina más oculta, sobre el encaje de harina, destaca una anotación apenas inteligible, alguna suma inacabada, una receta hurtada a la desmemoria o cualquier deuda sin pagar. Perdida la rutina de contar días, un calendario descolorido conserva impreso el borrador de un viejo refrán y, sobre la tela de araña que envuelve la bombilla y despide destellos cobrizos, se derrama un soneto de luz.

Encadenado a su pitillo y ajeno a la mirada del crío, el padre, armado de una raera, corta porciones de un plastón y bolea panes a dos manos.  Sin sacudirse la salpicadura de ceniza de la pechera, con orden, sitúa las hogazas sobre un tendío, una tela de lino, enharinada, que cubre el tablero de madera de pino. Tras fermentar unos minutos, para que el pan cogiera cuerpo, agujerea una cara con la piquera y, dándoles la vuelta, les hace un corte en cruz en el envés. En el interior del horno, el corte cogerá greña certificando el éxito de la cocción. Pasados los muchos años, cuando el pan bobo o calatravo ya era testimonio a pérdidas, Bartolo lamentaba su falta. Para el panadero, el corte de aquella guisa, como para el maestro alfarero trazar la cruz antes de sellar el horno, la repetición de aquella liturgia, aseguraba el éxito de la hornada.

En los días que corren, cuando sabemos de aquellas maneras históricas de conjurar el éxito de las empresas, quizá imbuidos por una creencia macabra y a todas luces incomprensible, llegamos a pensar que cada una de las cruces de calvario que salpican nuestro callejero representan un túmulo funerario, un hito fúnebre que quisiera evocar un duelo a muerte en el rincón más recóndito y en la noche más lúgubre. Nada más lejos de la realidad y tradición, la comunidad, por su propia naturaleza y viendo siempre el vaso medio lleno, fue señalando estos calvarios con la férrea creencia de que aquello le traería salud, protegería su hacienda y le aseguraría un lugar a la vera de Cristo. Aquello, como antes alquerques, tréboles y herraduras, fue un símbolo protector cargado de esperanzas. Y metidos en faena, me dio por realizar un primer inventario de las cruces y calvarios con el objetivo de comprender la manera de pensar y hacer de nuestros mayores. El artículo completo, más extenso y con detallado reportaje fotográfico, se podrá leer en la revista cultural Argentaria.

Aunque muchas de estas marcas pasan desapercibidas para el ojo que no mira, para el turista que no participa de lo cotidiano y tan sólo busca un selfi, en una primera inspección he localizado medio centenar de calvarios y cruces. De ellos, una veintena están localizados sobre el dintel de una portada. Y de estos, un buen número de calvarios están grabados en una viga de piedra de buenas dimensiones y una sola pieza, cruz tallada en bajo relieve e incrustada en un tondo cincelado a hueco relieve, peana triangular o semicircular y presencia de una fecha que, en buen número, gira entre finales del siglo XVIII y comienzos del XIX y podría indicarnos su antigüedad. Es el caso de un molino almazara en calle Trinidad 10 o casa en Santa María 14, entre muchos otros. Esto nos lleva a relacionar su construcción con dos momentos de cierta relevancia histórica. De una parte, la desamortización conocida como de Godoy que, implementada bajo el reinado de Carlos IV (1798), en nuestro pueblo afectó principalmente a las propiedades de la fábrica de la Iglesia. En segundo término, la Guerra con los franceses, con todo lo que supuso de destrucción social, económica y edificatoria. El primer acontecimiento permitió la entrada de capitales y población, y, consecuentemente, una vez que el territorio se pacificó, favoreció una ola de nuevas construcciones, tanto de las relacionadas con la industria aceitera como con las viviendas solariegas.

Por otra parte, siguiendo con los calvarios sobre dintel, nos encontramos ciertas singularidades que rompen la norma descrita más arriba, ya sea por las formas de la peana o de la cruz, por la presencia de elementos decorativos o por el grado de laboriosidad del marco que acoge al calvario. Son numerosos los casos, pero, por citar los más sobresalientes, apuntar aquellos que tienen una peana diferente, muy notoria, como ocurre con la Casa Herrera Cárdenas, en La Carretera, donde la cruz arranca de un sagrado corazón integrado en el anagrama de Cristo; o aquellos relacionados con la forma de la cruz, donde destaca la presencia de cruces flordelisadas, que más que cruces nos parecen espadas. Así sucede con la casona Benavides, en calle Isidoro Bodson, y otra en la calle de la Cruz, 35. Estos ejemplos son testimonio de la presencia calatrava en el pueblo, que no de la inclusión del territorio bajo una encomienda de la Orden. Por su parte, no son menores las situaciones en las que elementos decorativos, favoreciendo el orden y la simetría, flanquean el calvario mediante la introducción de rosetas, flores de seis pétalos y tondos, sin contenido o con la presencia de fechas y/o anagramas de Cristo y María, como así ocurre en calle Iglesia, en el antiguo casino de Ramiro, o en Plazuela del Rosario. Caso aparte son las situaciones en las que el dintel está segregado en clave y dovelas laterales, estando el calvario cincelado sobre la clave central, o no, según caso. Aunque son cinco los ejemplos identificados, destaca la casa de Amalia, en Amargura.

Entendidos en su totalidad, la presencia de estos calvarios adintelados tiene como objetivo hacer de la casa, taller o molino un templo de virtud, cuyo fin último es propiciar la salud física y moral de los que habitan bajo el mismo techo y asegurar el éxito de sus empresas. El dintel, como una extensión de la iglesia, marca la frontera entre lo profano, la calle, y lo sagrado e íntimo, el interior de la vivienda.

Las cruces incisas, sencillas, fundamentalmente sin peana o latinas simples, y en mayor número grabadas en las brencas de puertas y portones, forman el segundo grupo con mayor presencia. Son muy numerosas, como así ocurre con la casona de los Delgado de Castilla, en Isidoro Bodson o Donosa, con tres ejemplares, una de ellas invertida, situada en el frente de fachada y a la altura de la primera planta. Comprendidas también en este género, contamos con algunas situaciones en las que se rompe la norma. Así ocurre con la cruz de la escalera del torreón del santuario, en la Virgen de la Encina, al exterior, que viene acompañada de varias marcas lapidarias de posición, las que indicaban al alarife cómo situar los sillares en el conjunto de la fábrica; la cruz de bóveda de la Barber Shop Ramos, por otra parte, edificio histórico que acogió la Tercia del Patronato del Cristo del Llano; o las cruces invertidas que podemos observar en la casona de los Medinilla, en calle Fugitivos, o la que está cincelada en un sillar esquinero de la torreta-contrafuerte de la sacristía de San Mateo. Aunque son de difícil interpretación, su presencia podría estar relacionado con la humildad y alguna penitencia del vecino, representando a menudo el martirio de San Pedro, que pidió ser crucificado al revés que Cristo. Es decir, cabeza abajo.

Considerando que están ubicadas en las puertas de los edificios, tanto religiosos como domésticos, podría afirmarse que las cruces están relacionadas con la acción de persignarse, entendida esta como el acto de realizar la ‘señal de la cruz’, al entrar o salir, mientras se ora o invoca a Cristo como respuesta a promesas y ritos individuales. Esta práctica no es exclusiva de los cristianos, se da también en otras religiones como ocurre con el judaísmo y la mezuzá, una cajita de madera que contiene un pergamino con dos versículos de la Torá. El receptáculo se coloca en la brenca derecha de las puertas y, cuando el vecino entra o sale, tiene el deber de poner su mano sobre él. Funciona como pieza protectora de las puertas de Israel, frontera entre la privacidad doméstica y el carácter público de la calle. El acto de tocarla es una manera de prepararse, de acorazarse bajo la protección de Jahvé, frente a la vida pública y sus asuntos.

En el global de las cruces y calvarios incisos, anotar la presencia de algunos muy elaborados, con una fuerte carga simbólica. Así ocurre con dos cruces de calvario de bonita talla y peana escalonada, con tres peldaños, que nos recuerdan a la silueta de la Cruz de las Azucenas. Una de ellas está cincelada en el dintel de la casa familiar de los Muñoz-Cobo, en calle Fugitivos; mientras que la otra, recruteceada en brazos y cabecera, está situada en un sillar esquinero, en altura, del crucero de San Mateo por la parte de la Epístola. Tan elaborados como estos calvarios, aunque con diferente factura, encontramos una cruz en la Puerta del Sol, en la parroquia de San Mateo, muy primitiva y situada en la brenca derecha exterior, donde aparece flanqueada por dos sencillos obeliscos. Otra, de compleja factura, la encontramos en la lonja de San Mateo, junto a la capilla de las Ánimas. Bastante desdibujada, presenta un calvario formado por cruz central flanqueada por obeliscos, que representan el poder, y compleja interpretación. En cierta manera, entiendo que, con su presencia, se prolonga el lugar para acogerse a sagrado más allá del interior de la iglesia, incluyendo el espacio cercado por la lonja del Perdón. Una tercera, aparece en el frente de la brenca izquierda de la puerta del santuario de la Virgen de la Encina. En la piedra, podemos identificar un calvario complejo, algo impreciso, que podría representar el globus cruciger, una esfera del orbe rematada por la cruz. Podría simbolizar el dominio moral de Cristo sobre el mundo.

Muy interesantes, son los calvarios relacionados con el agua. La marca lapidaria, que es protectora y está cargada de buenaventura, ampara la abundancia y espanta las enfermedades en el caso de fuentes, abrevaderos y manantiales, y favorece la fertilidad de las tierras de cultivo cuando los calvarios están cincelados en el armazón de las norias. Encuadrado en la primera tipología, tenemos el pilar de San Mateo, donde encontramos un calvario muy elaborado acompañado de una herradura, símbolo protector que representa la buena fortuna y es origen pagano. Agrupados en el segundo grupo, vinculados a las norias, hemos identificado dos casos de calvario. El primero está cincelado sobre la cara exterior de un ‘marrano’, en el interior de la noria de la huerta de Penecho. La calidad de su talla nada tiene que envidiar a los magníficos calvarios adintelados que vimos más arriba, los que surgieron en el marco de las desamortizaciones de Carlos IV y la Guerra con los franceses. El segundo, enormemente sencillo, aparece inciso en un bolo de río y participa del bordillo que da forma al andén de la huerta de Los Gatos o de Maquilera. En cierta manera se asemeja a una cruz ‘tau’, pero su singular peana semicircular atravesada por el madero vertical recuerda al basamento de los calvarios grabados en el pilar de San Mateo y la puerta del Sol. La cruz está acompañada por dos cruces laterales muy esquemáticas, tanto, que podrían confundirse con pequeñas estrellas o lauburus de traza muy simple.

Singulares, que no rarezas, son algunas de las cruces que he identificado en diversos lugares. Así sucede con el calvario presente en la cámara de la casona de los Escalante, que, funcionalmente, servía para ventilar y climatizar el habitáculo. En segundo término, está la cruz tallada sobre la tapia del castillo, en su interior, que hacía las funciones de estela funeraria de una antigua tumba del castillo, de cuando la fortaleza lucía como camposanto. Un tercer caso, aunque en la actualidad no puede apreciarse tras ser eliminada en los primeros setenta del siglo XX, lo representa la cruz pintada en blanco que engalanaba la fachada de la Casa Grande, a la derecha de la portada. De un tamaño más que representativo, contaba con peana triangular que apenas se insinuaba.

Y para rarezas, el conjunto de cuatro cruces, o cruciformes antropomorfos, que catalogué junto con mi amigo Francisco Merino Laguna. Localizados en el entorno de Peñalosa, poblado argárico asignado a las culturas de la Edad del Bronce, están situados junto a un altar labrado en la pizarra. Horadada de cazoletas, la losa está orientada a levante. Más o menos elaborados, todos responden a un mismo modelo: están grabados mediante la técnica del hueco relieve y cincelados sobre pizarra, los brazos y la cabecera acaban en triángulo o círculo y se elevan sobre peana triangular. En uno de ellos la cruz es simple, pero con peana, y otro tiene muy deteriorado la mitad superior. Con trazo grueso, podríamos pensar que corresponden a un periodo relativamente cercano, un marco temporal que iría desde la Edad Moderna a la Contemporánea. Por tanto, se podrían identificar como calvarios, pero hay una serie de aspectos que lo ponen en entredicho. En primera instancia, el lugar no tiene más ocupación humana que la perteneciente a la Edad del Bronce, no hay ninguna otra. Pero, además, desde el punto de vista formal, hay ciertos detalles que los acercan a los antropomorfos conocidos y asignados a las Edades del Cobre-Bronce y los distancian de los calvarios cristianos. Veamos. De uno de ellos, de los extremos del travesaño, cuelgan líneas verticales que distorsionan totalmente la idea que se tiene de un calvario. Por el contrario, esas formas, lo aproximan a la silueta de las figuras antropomorfas que caracterizan el arte rupestre prehistórico. Junto a esta particularidad, que se suma a la presencia de un altar prehistórico de cazoletas, aparecen otros elementos de carácter pagano, como son reticulados y alquerques de un tamaño diminuto, minúsculo, con seguridad portadores de un carácter protector y origen prerromano.

Como interpretación global, siendo la cruz una herramienta ideológica de la Contrarreforma, el clero usó la cruz en las actividades litúrgicas y la arquitectura hizo uso de ella en las representaciones artísticas. Paralelamente, para el pueblo llano, la cruz adquirió connotaciones mágicas, como antes las tuvieron otros símbolos paganos, caso de alquerques o herraduras, y se utilizó como marca protectora para reducir las calamidades que producían las tormentas, propiciar buenas cosechas, proteger el éxito de la molienda o defender a la vecindad contra el maligno. Con seguridad, algunos de los calvarios y cruces grabados en nuestras calles debieron ser tumulares, fúnebres, pero quizá fueron las menos y es posible que hayan languidecido bajo el peso del tiempo, igual que ocurrió con el recuerdo de aquellos difuntos. Mientras tanto, haciendo de la memoria un valor histórico, debemos conservar, valorizar y seguir creyendo en la utilidad de estas marcas lapidarias, pues surgieron de unas creencias que hoy hemos emborronado y erróneamente desmitificado.

Calvario de la noria de 'Los Gatos'

martes, 11 de marzo de 2025

El barranco de los Turrumbetes

Las aguas del barranco de los Turrumbetes se nutrían de tres madres y un venero, el de Luzonas, que abasteció de agua al pilar abrevadero de San Mateo, a un rosario de pozos domésticos y al pozo ganadero apelado con el mismo nombre, cuyo brocal rectangular aún se aprecia incrustado en la ladera del propio barranco. En cuanto a las madres, el primer hilo, que cedía su nombre de los Turrumbetes al todo, al arroyo principal, bajaba a levante del Peñón Gordo, hoy Hotel Baños, desde las canteras del pueblo. El segundo, de más entidad y caudal cuando el temporal venía bueno, recogía todas las aguas del llano del Santo Cristo y del otero Buenos Aires y, por Mestanza y Luzonas, las dejaba caer donde ahora arranca la anchura de La Llaná. El tercero, más menguado de término y aguas, pues apenas ni tenía curso, comenzaba en el Cueto bajo el nombre callejero de ‘Roio’, vamos, arroyo en castellano. Después fue arroyo del Matadero, pues arrancaba en la vieja casa de matanza, en la esquina de la Plaza Mayor, y venía a dar con el anterior regato al pie del Camino Ancho, al comienzo de la actual carretera de Bailén, en el jardinillo de Convenencias. Los dos regueros, ya como uno solo, se unían al de los Turrumbetes más abajo, junto a la extinta perrera de Luis Chapa, viejo y afamado cocinero de Sierra Morena que cedía su rehala de podencos cuando era necesario. En el primer tercio del siglo XIII, cuando las huestes de Alfonso VIII conquistaron el territorio y la misma fortaleza de Baños, la tropa encastillada tiró de su habla llana y renombró cada rincón del entorno con el castellano de la época. Y así fue como la cresta del castillo acabó como cueto, el barranco en turrumbetes y las tierras cenagosas de lo hondo del valle como charcones, cantalasrranas y renacuajares. Por las mismas, la tierra de labranza más inmediata al castillo fue serna, el lugar más cercano al núcleo del castillo y destinado a los usos del común de los vecinos se apeló como ruedos y la vega con mejores tierras de labor quedó en valdeloshuertos. Ya en el llano, la anchura de campiña, tierra calma, olivo y viñas acabó en campiñuela.



viernes, 14 de febrero de 2025

La historia del castillo de Baños contada para escépticos

(Perdón por la apropiación del título)

Dicen que cuando el diablo no tiene qué hacer, mata moscas con el rabo. Y son como puños.

Hoy, dando una vuelta por las redes, me he dado de bruces con una entrada interesante, en relación con el castillo de Baños y en unos de esos grupos temáticos de facebook. ¡Virgen santa, más de 200 comentarios tenía! Y claro, con el asunto ni dios se pone de acuerdo en los temas de la edad y nombre de la fortaleza, nada nuevo por las redes. Pero la cosa está en que casi todos los opinantes tiran de wikipedia y similares sin haber visto de cerca un palmo de la tabilla del castillo o haber leído más de dos líneas de cualquier trabajo científico que verse sobre nuestra fortaleza.

El debate de la fundación, que si fue en el 968 o a finales del XII, bien, tiene cabida dentro de una lucha dialéctica más o menos lógica según de las fuentes que se tire, pero que haya quién siga diciendo que la lápida fundacional está en el Museo Arqueológico Nacional, allí, bien puestecica, proclamando a los cuatro vientos que procede del castillo de Baños, debe llevar algunos años sin pasarse por el MAN. Lo de castillo califal del siglo XII es más grave. Bueno, si vamos a las bravas, lo cierto es que el califato almohade también era califato. La cosa me parece rocambolesca. Lo del segundo más antiguo de España, o de Europa, pues tiene bastantes opiniones contrarias, lógico. Unos dices que si Calatayud, los otros Gormaz y hay hasta quienes tiran del Sagunto romano. La cosa va por otro camino y todo viene de leer poco y hablar, o escribir, mucho. El origen de este dislate está en un artículo de Julián Ribera (1909), que versaba sobre: ‘Lápidas arábigas e históricas de los castillos de Tarifa y Baños de la Encina’. Claro, si de las lápidas concluimos que el más antiguo de los dos era el de Tarifa, pues Baños sería el segundo, pero ya puesto, pa’to.

Lo de ondear la bandera de ‘los doce’ y Florencia, eso sí que es un despropósito. Ni pajolera idea de dónde viene lo de Florencia. Y en cuanto a la bandera, según los archivos de la susodicha, es decir de la Unión Europea, salta de cien el número de ciudades que tienen el honor de enarbolar la bandera por causas de bien llevar los asuntos culturales, porque son las ciudades y no los monumentos quienes son recompensados. Por cierto, en dicha lista brillan por su ausencia Florencia y Baños.

Otra cosa es lo de tirar a la ligera del término bury sin tener puñetera idea de qué es un bury, qué es un hisn o qué es un qalat. El castillo de Baños, valga la redundancia, es un castillo, es un hisn, como Iznatoraf, Iznalloz o Iznájar, pueblo de mi buen amigo Paco Jiménez Rabasco. Otra cosa es Bujalance. Y al hilo de esto, Burgalimar está en las Tres Hermanas, en Baños, pero a tiro de piedra de El Centenillo, que ya lo decía el padre Torres en el siglo XVIII, que Burgalimar está a cinco leguas de Baños en el camino que va a San Lorenzo de Calatrava. Bueno no lo decía tal cual, pero al buen entendedor pocas palabras. Y allí está el burch, la torre encastillada, bien puesta y rodeada de sus murallas y aljibe, y de una aldea de 300 casas que me quedé con todas las ganas del mundo de pisotear (en la hermana occidental). Y ya puestos, tampoco es Bury al Hammam, pues el de Baños no es bury, o burch, que es hisn, y es que, además, nunca recibió este apelativo hasta que se dedujo de la lápida que fue y que ahora no es, la del MAN. La cosa de dicho apelativo arrancó a comienzos del siglo XX, con el trabajo ya mencionado de Ribera. Liebre ida, palos a la madriguera. Y ya puestos, si es por alardear de castillo viejo, ahí tenemos la Salas de Galiarda con to su lustre romano o la argárica Peñalosa, con su acrópolis.

Pero vamos, si la cuestión está en chulear de castillo, ¡a ver cuál puede presumir de haber sido escenario de un conciertazo de Ska-p!



viernes, 7 de febrero de 2025

El horno de Cañizares

En ocasiones, la memoria es caprichosa. De esta casona de calle Fugitivos, el primer recuerdo que tengo es de cuando crío. Creo que no llegaría a los diez años, cuando, por cuestiones de una mala caída y la preceptiva vacuna del tétanos, tuve que ir al dispensario médico del pueblo. Por entonces, estaba ubicado en los bajos de este edificio, en calle Fugitivos y a tiro de piedra de la lonjilla de la Cestería. Tengo poco recuerdo del trámite, pues quedó apagado por una pelea a silla limpia entre dos vecinas: María Cabeza y Juana la Punta, ¡asunto de desencuentros en la vecindad! Tiempo después, cuando ya andaba metido con las historias de la Historia, casi quedé de piedra al conocer que, en verdad, aquella sala médica fue tahona en las postrimerías de la Edad Moderna. En cuanto se refiere al pueblo de Baños, el catastro del Marqués de la Ensenada (1754) nos dice que el inmueble estaba considerado como horno de pancozer, uno de los dos que en propiedad tenía la ‘fábrica de la parroquial’, y que estaba bajo la administración de Antonio Joseph Lechuga, presbítero de San Mateo. Al hilo, recordé una charla con mi padre, panadero de raíces, que vino a decirme que aquel sótano fue la primera vivienda que tuvimos en el pueblo tras regresar de Barcelona. Mis padres, como casi todo hijo de vecino de la posguerra, después de trastear en todo lo posible en asuntos laborales, costura, rancheros, panadería, yuntero, tejares…, se vieron abocados a emigrar. En su caso a Cataluña, donde nació un servidor. Por cuestiones de salud, la vuelta fue obligada y, tras algún intento fallido, mis padres arrendaron la tahona donde mi padre había ejercido la profesión anteriormente: el horno de Cañizares, que no es otro que el que nos trae. Después vinieron otros, primero la Seria y por último Barbecho, en el Cotanillo, que en realidad había sido el horno familiar desde los años 20 del siglo pasado, aunque desde mucho antes habían ejercido el noble arte de amasar hogazas en los poblados mineros de Araceli y El Centenillo. En Baños de la Encina, mis primeros días de cuna, mi primer echar a andar y parlotear, fueron en los bajos de esta casona. Pero, puesto a acordarme de detalles, no recuerdo nada.



lunes, 3 de febrero de 2025

La fuente Cayetana, ruina inminente

A simple vista, dejándonos llevar por el ojo que sólo se recrea con los selfis, la fuente Cayetana nos podría parecer una casucha de huerta o un chozo esperpéntico. Pero la realidad, que pone cada cosa en su sitio, nos dice que es una fuente alcubilla, una de las cuatro que abasteció de agua potable al pueblo de Baños hasta la mitad del siglo XX (Socavón, Pacheca y Salsipuedes). Situada mediado el barranco de Valdeloshuertos, cuenta con tres aljibes o alcobas de agua. Aunque uno de ellos, el más antiguo, quizá por su traza clásica y la fábrica de sillares, nos pueda parecer romano, en realidad se edificó a comienzo del siglo XVIII, como nos indica la buena factura de su obra, idéntica a la del crucero de la parroquial de San Mateo. Los otros dos, que cierran en bóveda de ladrillo de medio punto, se levantaron a comienzos del XX, con el impulso demográfico minero.
Y, a todo esto, si no se lleva a cabo una intervención pronta y necesaria, el colapso y la ruina de la fuente es cosa de cuatro afeitados. Ya se han agrietado las dos esquinas del frente, grietas que ya están avisando, así como el lienzo de las cuatro caras, ha perdida piezas de pizarra de la cornisa y el agua duerme en el interior dañando toda la fábrica. Lo dicho, urge intervención.



viernes, 31 de enero de 2025

Sobre el origen de la poterna del castillo de Baños de la Encina

Andar a la par que Antonio, era leer entrelíneas de la retahíla de voces que te daba y seguir con cautela y atención donde aporreaba con la punta de su garrota, por si golpeaba un casquijo de barro o una punta de flecha. Al tipo, ligero como pluma y reseco como la muerte, había que seguirle el paso con buen pie si querías cogerle el hilo. Y no te quedaba otra, pues Antonio era así, de ese tipo de personas que vomitaba al viento sus pasiones y te las dejaba caer sin ningún miramiento. No acababas de dar el quiebre a la almena del castillo, la que mira al Gólgota, y te decía de sus andanzas como peón de albañil, de cuando anduvo a cargo de mi chacho el Fino remendando la entrada de la fortaleza. Metidos en faena, igual te cambiaba de tercio y le rumiaba cochones a un hato de turistas, que olfatea como franceses y le recordaban sus años en París, o trasteaba con el báculo el cimiento de una farola para dar rienda suelta a la muela de un cadáver, posiblemente de los años en que el castillo lució como camposanto.

Finalmente, de entre tanto vocerío, sabiendo de su proceder, sacabas en limpio algún argumento sobre la historia, artificios y pesares de nuestro castillo de Baños, que no de Burgalimar.

Días atrás, mirando y remirando como hacía en su compañía, aunque ahora envuelto en la soledad de mis años, volví a estudiar la fisonomía de las torres, observé la mella de algún merlón y examiné uno por uno cada hueco de saetera; seguí los trazos decorativos de sus lienzos y anoté mentalmente cada detalle que rompía la norma. En la parte de poniente, al tropezar con la poterna y trastear en mi memoria, recordé algún dato de los informes redactados a tenor de la última excavación arqueológica: Actuación arqueológica puntual en el castillo de Burgalimar de Baños de la Encina (Jaén), 2007-2009[1]. En el texto borrador propuesto para el Anuario Arqueológico de Andalucía (2009), se sostiene que dicho hueco o acceso está considerado como poterna, aunque en la redacción se refiere a ella como ‘pontanilla’. Como prueba sumarísima, se aporta la existencia de dos muros interiores, quizá pertenecientes a una estancia, que flanquean el hueco y parece que encauzan la salida hacía dicha pontanilla. Literalmente viene a decir:

‘La Pontanilla o “puerta de atrás” del castillo medieval se encuentra enfrentada con la entrada principal, en la zona occidental del lienzo de muralla, aunque algo más al sur en la numerada como área arqueológica 12. Ésta delimitada por dos muros, más tarde reformados en sus alineaciones y caras, y con el mismo sistema defensivo que la entrada principal, con un pasillo estrecho y quebrado. Esta pontanilla siempre la hemos conocido abierta y con los muros que a ella conducen, que no eran los originales, visibles en la planta del castillo, pero existían dudas sobre si realmente era la “puerta de atrás” del castillo medieval. En la actual excavación hemos resuelto esas dudas al documentar, bajo los muros conocidos en superficie, los originales que definían el estrecho pasillo’.


Muros que enfilan hacía el hueco de la poterna, al fondo y orientada a poniente.

Para ser fieles a nuestro criterio, el argumento nunca nos pareció causa suficiente que sostuviera en firme la prueba de su existencia original: que fuera poterna del castillo medieval. Con más motivo si se considera que el pasillo no sea corredor, y sí aposento o patio interior entre estancias, y se tienen en cuenta otras apreciaciones que vamos a desglosar. Veamos.

Argumentos

Volviendo a la estructura en cuestión, la poterna está localizada en uno de los paños de muralla de poniente, no centrada, algo desplazada hacía la torre norte de las dos que recortan el lienzo donde se inserta la propia poterna. Siendo el hueco ligeramente rectangular, tiene 125cm de ancho mientras que en altura ocupa dos cajones de encofrado, es decir, 4 codos comunes o de 24 dedos, que dan un total de 168cm. De otra parte, el fondo mide 140cm, aprovechando el ancho total de la muralla. En su intradós, destaca la huella cóncava de dos quicios circulares cincelados en piedra, que se corresponden con la posible presencia de una puerta de dos vanos. Al exterior, la poterna se eleva sobre un terraplén inaccesible y pendiente complicada, muy modificado por las numerosas obras civiles del entorno y la deposición de escombros y restos funerarios.

De entrada, volviendo al análisis que nos traía y reconociendo que nuestro primer argumento pudiera ser subjetivo y de poco peso, parece extraño que, para un recinto relativamente pequeño, cuyos ejes interiores miden 100 x 46 metros, se pretenda la existencia de una puerta trasera, de escape o poterna. En caso de asedio, sería tarea sencilla rodear la totalidad del perímetro del castillo sin necesidad de armar un número muy elevado de atacantes. Con este razonamiento, no tendría ninguna finalidad la existencia de una puerta de escape, pues, vencidos y abocados a la huida, el invasor cubriría fácilmente cualquier posibilidad de escape de los defensores de la plaza. En este castillo, nos parece que el meollo de la cuestión estaba en evitar que el enemigo penetrara. Una vez dentro, no quedaba otra que rendición o muerte.

Este argumento puede parecer débil para desmontar la existencia de la poterna, pero no es el único. En segundo lugar, al hacernos eco de las diferentes crónicas históricas que mencionan la distribución interior de este castillo, en ninguna de ellas se hace referencia a la presencia de una poterna o portillo, entendiendo que la primera es una puerta accesoria de un recinto militar y el segundo una abertura pequeña y en alto de una muralla, como es el caso. Todo lo contrario, en los testimonios identificados se subraya la existencia de una única puerta de acceso a la fortaleza. Así ocurre con las Antigüedades del Reino de Jaén (Jimena Jurado, 1644), donde se nos dice ‘…Está cercado de población por todas partes, sino es por la occidental, y para entrar a este alcázar no hay más que un pequeño postigo entre dos torres…’; a lo que añadiríamos de nuestra cuenta que estaba situado bajo la protección de un matacán, hoy inexistente por derribo pero sí documentado fotográficamente. Asimismo, el testimonio escrito viene certificado mediante un croquis de la fortaleza (lámina 3), donde no se aprecia más entrada que la principal ya mencionada, la que mira al sur entre dos torres.


Puerta principal de acceso al castillo, vista interior antes del comienzo de su remodelación (años 50 del siglo XX). Fuente: archivo familiar de Diego Muñoz-Cobo Rosales.

Por otra parte, más cercano en el tiempo, se tiene una cita redactada por Francisco Javier Sánchez Cantón (1891-1971). Historiador y director de la Academia Española de la Historia, debió conocer el castillo tras remodelarse la puerta principal bajo la dirección del coronel de Ingenieros Enrique Barrera Martínez (1953-1954), justo antes de iniciarse las numerosas obras del ‘milenario’, un conjunto de intervenciones de restauración que se llevaron a término para celebrar los mil años de la errónea fundación del castillo (968 de nuestra era). En su informe, viene a decir: ‘Su planta mide 100 por 46 metros. Torres cuadradas de igual altura, tuvo quince; una de ellas, reconstruida cuando la reconquista. La puerta de entrada con arco de herradura. Los muros y torres son de hormigón. Fue construido en el 968, según reza una lápida que se conserva en el Museo Arqueológico[2]’.


Croquis del castillo argumentado en el impreso en 'Antigüedades del Reino de Jaén', de Martín Jimena Jurado, 1644. Fuente: De Morales Talero, 1958.

Si los últimos testimonios, tanto el gráfico como los escritos, no fueran argumento suficiente, un tercer razonamiento, derivado de la primera premisa, se argumenta en la posible idoneidad poliorcética de una poterna o salida accesoria en una alcazaba de proporciones menores. Es decir, la existencia de esta poterna, ¿suma o resta a la estrategia defensiva del castillo? Veamos. En una fortaleza, la puerta es un acceso, un tránsito entre el exterior y el interior, una frontera abierta. Pero, por su propia naturaleza, también es el punto más débil de la defensa, un frente concreto donde, en situación de cerco, se concentra el mayor número de tropa, tanto de atacantes como de defensores. En caso de asedio militar, el enemigo atacaría todos los flancos hasta atenazar en redondo la totalidad del castillo. A primera vista, puede parecer que el objetivo principal de esta táctica es hacer el mayor daño posible al conjunto de los cercados, pero detrás de esta estrategia hay una intención oculta: dispersar el esfuerzo de la defensa para que no se pueda atender convenientemente la fragilidad de la puerta. Como respuesta, el defensor tendría que atender un mayor número de frentes y repartir los contingentes armados, reduciendo la tropa que atendería la defensa del punto más débil: la puerta meridional, donde el ataque sería más intenso y virulento por su propia debilidad defensiva. Por otra parte, siguiendo con este argumento, cuando se produjera el cerco en todo su perímetro, sería extraño que el ejército atacante no identificara la existencia de una posible poterna o puerta secundaria. Por muy oculta que estuviera en su interior, es claramente visible desde el exterior. Siendo la entrada meridional el principal foco de atención de los invasores, una posible entrada secundaria no tardaría en acabar siendo segundo objetivo de las fuerzas atacantes. En conjunto, todo ello provocaría que los defensores se vieran obligados a concentrar los efectivos militares en dos puntos frágiles y no sólo en uno. En resumen, desde la perspectiva defensiva de un castillo de este tamaño, nada positivo aportaría la existencia de una puerta accesoria, por el contrario, obligaría a repartir las fuerzas de choque y dejaría desguarnecida la puerta principal. Como ya nos avisaba Calderón de la Barca, ‘Casa de dos puertas, mala es de guardar’.

A modo de cuarto argumento, nos quedaría el análisis detallado del paño de muralla donde está localizada la posible poterna. En el caso de la puerta principal, por su propia naturaleza, se ha identificado la existencia de una serie de elementos estructurales que ayudaban a su defensa: doble entrada en recodo, amplios huecos esculpidos en las torres que flanquean el acceso, tanto, que por el tamaño se pueden considerar como troneras o ventanas, y la presencia de un matacán, que, situado sobre la puerta y bastante deteriorado, fue desmantelado durante las obras del ‘milenario’. No se da la misma situación en el posible portillo o poterna, donde no se detecta la presencia de ningún mecanismo que proteja el acceso y acentúe la defensa. Como tal, sólo puede considerarse la altura que presenta el hueco en relación con el nivel de la calle exterior (portillo). Encajada en un lienzo de muralla, enmarcado este entre dos torres, no se identifica matacán alguno o mecanismo defensivo. Tan sólo en una de las torres, la oriental, no en la dos, puede apreciarse una simple saetera que mira al frente del portillo, no al portillo para su defensa. Su ángulo visual, inclinado, está dirigido al exterior y no a la propia puerta. Es evidente, parece poca defensa o ninguna para salvaguardar lo que sería uno de los puntos más débiles de la fortaleza junto con la puerta principal o meridional.


Portilla en altura y saetera orientada hacia el exterior.

Por otra parte, complementando los argumentos anteriores, haciendo un ejercicio comparativo con otros castillos provinciales de un tamaño similar o menor, estudio que en verdad no ha sido demasiado exhaustivo, caso de Linares, La Guardia, Marmolejo, Porcuna, Fuerte del Rey o La Aragonesa, pero obviando, claro está, ciudades amuralladas cuya proporción y organización no es comparable con el castillo que nos trae, como es el caso de Úbeda, Baeza, Arjona, Alcalá la Real u otros, también en dichos castillos se puede identificar la existencia de una única puerta de acceso.

En una línea de análisis paralela y de cosecha propia, sería cosa extraña que, en el momento de edificar una puerta, aunque esta fuese secundaria, los alarifes andalusíes, maestros de la bóveda y el arco, no encontraran otra solución que romper el encofrado y crear un vano adintelado. Sin embargo, se procedió de esa manera y se puso en peligro todo el paño de muralla de la poterna, que ahora amenaza con colapsar. Si la poterna se hubiera abierto en el siglo XII, y no recientemente como prevemos, hace siglos que el lienzo se hubiera venido abajo.


Grietas y saetera en el paño de muralla y torre donde se enmarca la poterna.


Grietas sobre la poterna y quicios en su intradós.

Cuaderno de bitácora de una reconstrucción

Y a todo esto, tras la estela y paso de Antonio, recordé que una manera de avanzar en el estudio, tan eficaz como otra cualquiera, es pararse, hacer un corrillo y conversar con aquellos que participaron en la restauración del ‘milenario’, asunto cada vez más complicado por la cuestión natural del caminar de los años, o al menos hacerlo con aquellos otros que pudieran dar testimonio de unos años ya difusos, de los que hemos heredado los fastos y olvidado los detalles estructurales. Y reunidos en cónclave, como por otra parte era de esperar, llegaron las sorpresas. La pregunta ¿qué situación presentaba el portillo cuando se inició la restauración del castillo?, obtuvo de mi tío Dioni una respuesta llana, contundente: ‘portillo, ¿qué portillo? Ahí nunca hubo hueco alguno hasta que se abrió una ventana para facilitar el trasiego de las obras’. A lo que el amigo Paco Ortega, dejando la espinosa faena de buscar nidos y guacharros de tordo de entre los mechinales, con el fin de respaldar la aseveración anterior y darnos norte, añadió: ‘allí no había más cosa que un pequeño agujero. Construir un portillo con viga de cemento y reja fue la solución que Pedro el Gangas le dio para agrandarlo y sacarlo del olvido’.

Y tan cierto que era. Rebuscando en lo más hondo del baúl de aquellos tiempos, aparecieron algunas fotografías que certificaban sus asertos y la teoría que veníamos defendiendo (1950).


Interior del castillo de Baños de la Encina (1950) indicando la ubicación donde hoy se abre la poterna, elaboración propia. Fuente: Archivo familiar de Diego Muñoz-Cobo Rosales.

Como podemos apreciar comparando la fotografía de archivo y una secuencia actual, el nivel del suelo era entonces más elevado de lo que hoy es debido al rebaje de las intervenciones arqueológicas. Por tanto, cabría la posibilidad de que el hueco de poterna, en caso de existir, no pudiera verse en la instantánea de 1950 pese a estar ahí. Para certificarlo, utilizando la fotografía actual con el fin de localizar el lugar, se toma como referencia el conjunto de tres líneas inclinadas que dejaron los antiguos tejados en el paño de muralla, la impronta de su huella y, paralelamente, se contabilizan los cajones existentes entre el punto superior de la poterna y el adarve, que en total son 6. Con este proceder, si nos trasladamos después a la fotografía de archivo, identificada la impronta de las líneas, al contar los cajones desde arriba hacia abajo nos debería aparecer, como mínimo, la mitad del hueco que ocuparía la poterna. Sin embargo, no se aprecia, no hay nada. Sencillamente, el vacío del portillo no existe en la fotografía de 1950. ¿A qué se debe? En realidad, como veníamos defendiendo, nunca existió esa poterna. ¿Qué explicación le damos a este espacio? Los paños del frente noroeste, donde se sitúa la que se decía poterna, se encuentra en la parte de umbría del castillo, donde los lienzos de muralla están más deteriorados debido a la concentración de humedad y a la escasa insolación solar. En todo ese frente, en el exterior del paño de muralla, abundan huecos irregulares, de todo tamaño, que han sido parcheados con sillarejos dispares, ripios de piedra, ladrillos, lajas de pizarra y hasta fragmentos de lápidas mortuorias. ¡Vamos, un dislate, que diría Antonio! Este conjunto de pequeños quebrantos de la muralla es lo que queda de los antiguos desagües del castillo almohade. Considerando este hecho, es totalmente factible que, para la construcción de una poterna moderna, pues nunca antes de los años 60 lo fue, se reutilizara alguno de estos ‘rotos’ de la muralla noroeste. Y al hilo de este argumento, que viene a ratificarlo, no es casualidad que, en el paño de muralla de la poterna, hoy no podamos identificar ningún desagüe. Simplemente desapareció engullido bajo las nuevas formas de la poterna. 

Si profundizamos en el análisis comparativo y enfrentamos la fotografía de archivo y la imagen del momento, podremos apreciar que, en la primera, el paño de muralla no presenta ninguna grieta o rotura. Por el contrario, en la instantánea actual es fácil identificar la presencia de varias grietas que, de abajo a arriba, rompen el lienzo con total continuidad e impunidad. En el exterior el asunto es mucho más grave, pues amenaza colapso. 60 años después nos hacemos una pregunta, ¿qué ha provocado esta situación? Con total seguridad, la causa se encuentra en la decisión de agrandar el desagüe, romper el encofrado y edificar una poterna para usos relacionados con las obras civiles del ‘milenario’.


Siguiendo las flechas blancas pueden apreciarse las grietas que se han producido en el lienzo de muralla a partir del hueco de la poterna, grietas que no estaban presentes en la fotografía de 1950. En amarillo, huella de la impronta de las techumbres.

Es nuestro criterio, pero pensamos que la ‘poterna’ fue construida durante las otras del ‘milenario’, en los primeros años sesenta del siglo XX. La actuación, por propia utilidad, agrandó y enmascaró uno de los rotos producidos en el paño de muralla, uno que coincidía con un desagüe original de la muralla almohade. En el resto de desagües, principalmente los orientados al norte y en zona de umbría, se actuó restaurándolos con ‘casquijos’ y piedras de diferente tamaño, según se muestra en la lámina 9. En nuestro caso, en relación con la poterna, por el contrario, se prefirió agrandar el agujero y crear un acceso complementario para dar salida a las necesidades de las obras del ‘milenario’. Al hilo de todo esto, siempre nos pareció extraño que, en una puerta del castillo, la meridional, se pusieran a su disposición todos los conocimientos de la poliorcética mientras que en la otra no se dispuso nada o casi nada. O, como diría Antonio leyéndome el pensamiento: ‘Tú crees que, en una puerta, por muy principal que fuera, iban a montar un pitote defensivo y en la otra sólo iban a armar un portalón de pajar partido en dos vanos’. Ahora tenemos la explicación, o al menos una interpretación de por dónde puede ir la realidad histórica.


Arriba, desagüe levemente deteriorado y sin ninguna intervención. Abajo, desagües totalmente destrozados por la humedad y 'remendados' durante el 'milenario' con ripios de piedra arenisca, ladrillo, pizarra y fragmentos de lápida funeraria.

Para finalizar el cónclave, decir que lo que en origen nos parecía una herramienta para la guerra, o al menos para permitir la huida en caso de derrota; que luego nos llevó a pensar que lo era de muerte, en tanto útil del camposanto del XIX, en realidad fue melladura de los fastos del ‘milenario’.

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[1] MOYA GARCÍA, SEBASTIÁN R.: ‘Actuación arqueológica puntual en el castillo de Burgalimar de Baños de la Encina (Jaén), 2007-2009’, Anuario Arqueológico de Andalucía. Sevilla, 2009. https://www.juntadeandalucia.es/cultura/tabula/bitstream/20.500.11947/4403/1/AAA_2007_820_moyagarcia_castilloburgalimar.pdf

[2] DE MORALES TALERO, SANTIAGO: ‘Castillos y murallas del Santo Reino de Jaén’, Boletín del Instituto de Estudios Giennenses, nº 17. Jaén, 1958, pp. 55.


lunes, 27 de enero de 2025

La piedra escurridera

Cuando llega el estío, el lugar, ahora domeñado por cíclopes sin mirada ni aliento, por hoplitas invasores que sangran un suelo siempre quebradizo, puede parecer árido y estéril, un secarral bajo el imperio de las chicharras. Pero con el otoño, con las primeras aguas y cuando se asienta la umbría, las piedras se arropan con un verdín luminoso que le muda la cara. Es por entonces, cuando el arroyo de la Alcubilla vuelve a la vida con un leve susurro, cuando la atmósfera se viste de silencio y luz pálida, que la magia se instala en cada uno de los canchales de granito rojo. La madre tierra, eternamente generosa, apaleada mil veces y dolorida hasta en lo más hondo de sus entrañas, siempre testaruda, porfía y no falta a su cita anual, al ciclo de vida que día con día laceramos impunemente. En medio de esa anchura de eucaliptos, escoltada por un ancho rebaño de bolos pétreos, bermejos como hilo de vida, una roca alisada duerme la placidez de los siglos como héroe anónimo y legendario.

Hoy, quebrada como vejez, amenazada por el escombro de los muchos años y rodeada por los numerosos dislates que engendra la vida, la Piedra Escurridera nos parece huidiza, oculta bajo la neblina y la negra escarcha. El cerco solar, diluido en la primera mañana, dibuja una atmósfera acogedora y amenaza con un día anodino.

Por debajo de la enorme roca, a tiro de piedra, la senda, dando de lado a veredas cercenadas, deja el camino de la Picoza por su siniestra, vadea el arroyo y alcanza un sencillo pocico, un artilugio pétreo que podría pasar desapercibido entre zarzas y charabascas. El pozo, aprovechando las bondades geológicas del lugar, penetra y se abre generoso en la más honda negrura. Mucho tiempo atrás, cuando los chivones de colorín vestían de color el recodo, el ingenio hídrico hundió sus raíces en la quebrantada pizarra para nutrir su venero de agua. Ahora, asomado al brocal de los tiempos, a la resequedad agrietada de su fondo, en lo más profundo del pozo se barruntan mitos que ya no son. En el sopor de la desmemoria, podría parecer que la Piedra Escurridera sólo es un bolo de granito bermejo, pero enredado en la telaraña de los años aún pervive el eco de un tobogán natural, una piedra escurridiza manoseada por los críos desde tiempos inmemoriales.

Husmeando en los recuerdos más profundos, los que aún se mantienen a flote en aguas tan tenebrosas, nos dejan ver una señora de buen porte, algo ajado por los años y los muchos sufrimientos. De la Benita, que algunos mal metían diciendo que era puta y bruja, se contaba que era estéril, quizá de tanto uso y abuso, pero lo cierto es que su sombra aún huele a tierra mojada. La mujer se ganaba la vida moliendo el chocolate de los demás, aunque lo mismo te decía el porvenir con habas secas que te destripaba unas semillas de cacao en el metate. De buena conversación, ya no tenía más intención que dar con el buen atajo con el menor daño posible. Con todo, en ella había un rasgo que llamaba la atención, su irónica sonrisa, como de importarle todo un carajo. Con el otoño, con el verdín y la niebla, la Benita tenía por costumbre abrigar los canchales rojizos, fluir como el arroyete, asomarse a la gratitud del pozo y, como si fuera una liturgia secular, dejarse caer por la piedra escurridiza, en paños menores y sin ellos, porque siendo escurridero se decía que el canchal también era piedra paridera.

Pero con todo, la Benita, quebrada y reseca, ninguneada por una humanidad que camina fuera de senda y derramando sal, ya es tierra baldía. Ahora, cuando todo son recuerdos podridos que se escapan por el sumidero de una pecera de estiércol, Benita, día con día, es un poco más yerma.

Aún recuerdo aquellas melodías que sonaron en mi niñez,

aún recuerdo aquellas melodías que sonaron en mi niñez,

aún recuerdo aquellas melodías que sonaron en mi niñez,

aún recuerdo aquellas melodías... (Eskorbuto: 'La sangre, los polvos, los muertos', 1997)




martes, 21 de enero de 2025

Sobre cruces de calvario y recursos hídricos

Presente en diferentes fábricas y ofreciendo trazas diversas, es muy interesante la presencia de calvarios relacionados con ámbitos en los que tiene especial presencia el agua, con seguridad representando un símbolo apotropaico, protector, con la esperanza de encontrar abundancia y salud, en el caso de fuentes y manantiales, y con la necesidad de favorecer la fertilidad a las tierras de cultivo cuando los calvarios están cincelados en el armazón de las norias. Encuadrado en la primera tipología, tenemos el pilar de San Mateo, donde encontramos un calvario muy elaborado, preciosista, adornado con formas redondeadas. Junto a la cruz, aparece una herradura, símbolo protector que simboliza abundancia y es origen pagano, cuyo contenido alegórico parece haber pervivido a lo largo del tiempo, tanto en el ámbito religioso como entre los miembros del gremio de los picapedreros. Símbolo, por otra parte, que aparece cincelado y de manera abusiva en la lonja principal de San Mateo. Al hilo de este tema, abrimos un campo de estudio interesante.


Calvario del Pilar de San Mateo

La herradura, como artilugio ecuestre, es totalmente desconocida por el mundo grecorromano y no aparece en las tierras de la Europa Occidental hasta el siglo V, cuando está presente entre las comunidades celtas de los galos, que las anclaban al casco del caballo mediante un tipo de clavo característico cuya cabeza tenía forma de violín. Sin embargo, su presencia como marca lapidaria es muy anterior, como podemos comprobar a tiro de piedra del núcleo urbano de Baños de la Encina. En la bailenera dehesa de Burguillos aparece profusamente sobre una roca de arenisca roja o piedra letrera, acompañando a otros componentes, caso de una especie de diosa con atributos sexuales masculinos y femeninos y otros elementos epigráficos que se corresponden con la Edad del Cobre tardía o principios del Bronce. Siendo una marca pagana con carácter apotropaico, en la mayoría de los casos y de forma abrumadora su presencia está relacionada con el agua, con fuentes y manantiales. ¿Y cómo un símbolo pagano, de origen prerromano, pasó a integrarse con todas sus acepciones en el corpus simbólico cristiano? Fue muy fácil, se reinterpretó como la huella que dejó el caballo del apóstol Santiago en diferentes situaciones bélicas y junto a fuentes naturales, pero siempre en apoyo de las huestes cristianas en batalla. En ciertas ocasiones, la huella quedaba marcada cuando el propio Santiago corría al enemigo espada en mano, pero en otras, más elaboradas, cuando la tropa cristiana parecía derrotada por la sed, aparecía el apóstol y, bajo la huella de su caballo, comenzaba a manar el agua, que en numerosas ocasiones era termal y contenía propiedades terapéuticas.


Herradura en el pilar de San Mateo

Por su parte, agrupados en el segundo grupo que mencionábamos más arriba, el de las norias, hemos identificado dos casos de calvario. El primero, cincelado sobre el ‘marrano’, en el interior de la noria de la huerta de Penecho, en el paraje del Soldado, junto al camino de Enmedio y la vereda de Linares, la calidad de su talla nada tiene que envidiar a los primeros calvarios adintelados que vimos más arriba y surgieron en el marco de las desamortizaciones de Carlos IV y la Guerra con los franceses. El segundo, inmensamente sencillo, aparece inciso en un bolo de río que da forma al andén de la huerta de Los Gatos o de Maquilera, en el paraje de la Colmenera y junto al camino de Bailén y la acequia de Los Huertos. Pareciendo una cruz ‘tau’ con peana semicircular atravesada por el madero vertical, está acompañada por dos cruces laterales tan esquemáticas que podrían confundirse con pequeñas estrellas de traza muy simple.


'Marrano' de la noria de Penecho


Piedra del andén de la noria de los Gatos

viernes, 3 de enero de 2025

Arquitectura en piedra seca: castillos de Despeñaperros

Mi último trabajo, realizado en colaboración con unos magníficos profesionales y amigos, Arquitectura defensiva realizada en piedra seca en el parque natural de Despeñaperros, publicado en la Revista digital Argentaria. Para descargar, pulsa en el título:

Fotografía: muralla de poniente de Malaventura