Segregando los elementos que forman el empedrado, encontramos una cruz solar de cuatro brazos iguales que acoge, en el interior de su círculo, una estrella de ocho puntas.
La cruz solar suele representar, como número cuatro, el ámbito de lo terrenal, lo humano, y, en este caso concreto, el ciclo del tiempo representado en las cuatro estaciones, pero también el cuatro que resulta de los dos equinoccios (primavera-otoño) y los dos solsticios (invierno-verano).
Por su parte, la estrella de ocho puntas -el ocho, símbolo celestial-, está muy presente desde la antigüedad en todo el ámbito del Mediterráneo, desde la diosa babilónica Isthar a la Venus romana. Y en todos los casos, como representación de la fertilidad. En el marco cristiano es símbolo de la virgen como lucero del alba (venus) y, en este caso, en relación con nuestro santuario, totalmente vinculada, como las que la precedieron, con el símbolo de fertilidad.
Por tanto, hay dos planos, el humano en cuanto se refiere a la rueda del ciclo agrícola anual, a las eventualidades que sufre, desde sequías a plagas; y el celestial, representado por la estrella y la virgen, que ofrece su protección y aseguran la bondad de las cosechas…, en este caso al creyente.
Por meterme como elefante en cacharrería, igual que en la antigüedad, el culto popular sitúa en un plano superior a la diosa madre.