jueves, 7 de septiembre de 2023

De la fuente Cayetana

A Josico le veías venir con buen paso, pero como partido en dos. De cadera hacía arriba caminaba doblado y contando los ripios del pavimento, como jazmín en sequía perpetua. Igual yerro y es una suposición mía, pero el asunto quizá estaba en que podía comerte el mundo y, por el contrario, prefería dárselo a los demás. Sin más interés que andar a buenas consigo mismo.

Josico mal anduvo en dos guerras, pero no recuerdo que me diera dato alguno sobre ninguna de ellas más allá de maldecirlas. Ni una palabra. Ni de una ni de la otra. Era más de vivir el día a día mirando poco hacía atrás. Era más de patearse media campiña con su reata de galgas, de echar un vasillo sin muchas voces, sólo alguna y por romper el silencio, y de darse a buenas con el primero que se encontraba. Creo que era de hacer la vida lo más sencilla posible, para sí y para los demás, sin ningún aspaviento, pero sin ponerse ninguna traba cuando tocaba ir de buenas y disfrutar de una buena compañía. Como diría su señora, el señor se juntaba con cualquiera.

Tuvo muchos asuntos, y motivos, para partirse la raspa y lo hizo sin mirar consecuencias ni pensar qué le traería el mañana… y así le iba. Con todo, eso de pegarse a diario con la artesa y un enorme plastón de harina y agua tenía gran parte de culpa.

Josico era mi abuelo y durante los últimos años de su vida fueron muchos los momentos que dormimos juntos, en mi cama de 95, apretujados el uno contra el otro. Seseando en sueños y haciendo notar sus orígenes y anhelos.

Cuando hacía la postura en el Mirasierra, que no eran pocas las veces, no había día que no me trajera unas pocas avellanas cordobesas o unas almendras tostadas liadas en una servilleta de papel. Hoy podría parecer poca cosa, pero para los días y mis años aquello era un mundo. En no pocas veces, viendo mi cara de alegría, mi abuelo me decía que, en el fondo, lo que vale es lo que hacemos, lo que nos damos, y no los resultados. Hijo –me decía-, disfruta de lo sencillo, que las modas y aderezos los dibuja el demonio.

Al hilo, o quizá no, llevaba mucho tiempo barruntando la cosa de que la fuente Cayetana fuera romana. Y con ese bullir, cada día que iba y venía a Peñalosa, me decía el próximo día me hecho el metro, que esas piedras no me dan la talla romana. Y día con día, volvía con las mismas. Aparte de otras contrariedades, me daba mal tufillo el poco desgaste de la piedra pese a sus supuestos muchos años, la falta de almohadillado en los sillares del aparejo o la ausencia de cualquier tipo de grapa de unión entre sillares, ya fueran de doble cola de milano u otras más sencillas. Pues eso, que no había ocasión para echarme el metro y medir las proporciones de los sillares, pues pensaba que ahí estaba la resolución del asunto.

En una de aquellas idas y venidas, recordé los consejos de mi abuelo. Así que, con la mayor sencillez del mundo, bajé desde el camino a la fuente por un senderillo mal pergeñado dispuesto a medir la cosa en base a cuartas y dedos. Sí ya me sorprendió que todos los sillares tuvieran la misma altura, una cuarta y seis dedos, más aún me llamó la atención que entre sillares hubiera argamasa de cal, que nunca hace acto de presencia en los buenos aparejos romanos, y una fina laja de pizarra, siempre presente en las construcciones bañuscas desde la más temprana Edad Moderna. Aquello me picó la curiosidad y, como el que pierde el tren, salí escopeteado para el pueblo. Sin saludar a ninguno de los contertulios que ya por aquellas horas pululaban por la plaza, me fui a medir mano en ristre la obra vieja, la gótica, de la iglesia de San Mateo. Como diría aquel, ¡¡eureka!!, una cuarta y seis. Por supuesto, entre sillares no faltaba el mortero de cal y su correspondiente hojita de pizarra.

Y con las mismas, ahora sí, me fui a mi casa a buscar el metro y ver la correspondencia en centímetros. Pues nada, 29,6 cm. Sin lugar a dudas, el pie romano como medida de longitud.

Pues eso, igual vuelvo a errar, pero me da que el aparejo de la parte primitiva de la fuente Cayetana coincidió con la construcción de la obra más vieja de San Mateo, siguiendo idénticos patrones y bajo la batuta de los mismos canteros y maestro de obras. Como diría mi abuelo, nada más sencillo que andar desnudo por este mundo.

 






2 comentarios:

  1. Muy entrañable lo que has escrito, seguro que “soltar el amarre” te ha costado pero con un abuelo así cualquiera habría dejado constancia de sus hechos
    Enhorabuena
    Saludos

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    1. Amiga, cada día me cuesta más, supongo que son momentos que tiene cada cual. Gracias por comentarme

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