Sentencia el dicho que todos los caminos llevan a Roma. Pudiera ser, pero la única certeza que tenemos es que todos los caminos deberían comenzar en Córdoba. Y ahí, en la ‘Señora del Guadalquivir’, arranca la ruta que te proponemos: un apasionante viaje al corazón de Andalucía, un itinerario que te pellizcará el alma.
La ruta compagina de manera genial la enorme diversidad paisajística que atesora la geografía andaluza, pues conjuga la calma y señorío que trasmite la vega más monumental, que se mira en Córdoba capital y sus bienes declarados como Patrimonio Mundial, con la bondad agrícola de la campiña cordobesa y la agreste belleza de la cordillera subbética. Un territorio montañoso situado en el corazón de Andalucía, de pueblos blancos, ciudades monumentales y olivar serrano. Está declarado como Geoparque por la UNESCO, pues se trata de un área de especial importancia paisajística y enormes valores ecológicos y geológicos, donde los contrastes cromáticos son evidentes: el cielo azul, el pardo de las encinas y olivares, las rocas grises y los matorrales amarillentos modelan un mágico escenario en el corazón de Andalucía. Aquí se encuentra el ‘Reino de los amonites’, un territorio cuya geología oculta con secreto celo una historia de más de 200 millones de años, y un no menos reconocido ‘reino del buen comer’ que colmará de satisfacción al ‘cocinilla’ más intrépido: carnes, vinos, aceites, anisados, quesos, repostería, membrillo… son magníficos heraldos de este título.
Córdoba
La mejor manera de enamorarse de esta memorable ciudad es verla despertar desde la Torre de la Calahorra y el Puente Romano, disfrutar de la panorámica que ofrece, donde río, molinos, sotos y monumentalidad comulgan como si de un todo se tratara; o apreciar el ocaso, cuando la silueta urbana rompe el horizonte de Sierra Morena. Porque Córdoba está integrada con el entorno rural que le da cobijo como pocas urbes lo hacen.
A primera vista, podría parecer que la ciudad es fruto del encuentro de su imponente legado monumental y los grandes personajes que aquí han gestado su obra, alumbrados el uno y los otros al amparo de la diversidad de civilizaciones que se han asentado en el lugar. Y así es, pues no en vano Córdoba posee cuatro bienes declarados como Patrimonio Mundial por la UNESCO (Mezquita-Catedral, Centro Histórico-Judería, Fiesta de Los Patios y Medina Azahara) y una interminable cantidad de monumentos con carácter propio. Además, como el resto de Andalucía, disfruta del título de Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad concedido al Flamenco y a la Dieta Mediterránea, los conocimientos y técnicas del arte de construir muros en piedra seca y la cetrería. Pero, yendo más allá, Córdoba es para caminarla con calma, disfrutarla sosegadamente, emocionarte con el detalle más pequeño: con el callado rumor de sus fuentes, con la mancha multicolor que macetas y flores imprimen sobre la limpia cal, con el laberinto de su saber platero, con los aromas a jazmín, azahar y cordobán, con el frescor de sus calles y patios… Córdoba es leyenda, mística y poesía. Pero Córdoba también es la argolla donde anudan todos los cabos que configuran el mosaico paisajístico, histórico y cultural que da forma a la provincia, y así queda perfectamente confirmado en su gastronomía y en sus vinos. No dejes la ciudad sin visitar sus bodegas, disfrutar de su ambiente y degustar platos tan tradicionales como el salmorejo, los flamenquines, el rabo de toro o sus churrascos, entre otros muchos que dibujan la paleta gastronómica más colorida.
Montilla
Te despides de la ciudad de Córdoba y el valle del Guadalquivir con el pensamiento de que te ha quedado mucho por conocer, con lo que emocionarte, que debes poner fecha para regresar. Con la mirada puesta en la Subbética, serpenteas ahora por una campiña ondulada, relajante, que escancia el tiempo con lentitud. La brisa te trae aromas a vino y el otero de sus castillos te susurra al oído rumores de viejas batallas, rencillas esculpidas a fuego en la frialdad de sus piedras. Fernán Núñez, Montemayor, Montilla… se elevan de entre la ancha llanura como blancos baluartes, faros que rigen el destino de un conjunto de retales efímeramente enhebrados, de diferente color y textura, una sucesión de olivos, cereal y viñas, de lomas que cabalgan unas sobre otras hacia un ocaso que se escapa con la tarde.
La ciudad de Montilla lleva el vino en lo más hondo de sus genes, también el aceite de oliva, y es por este motivo que su singular patrimonio monumental no puede desvincularse de sus caldos y de los grandes personajes que aquí vieron la luz. Interésate por el Gonzalo Fernández de Córdoba, más conocido como el Gran Capitán, el Inca Garcilaso, San Francisco Solano o José Garnelo, eslabones indestructibles de esa generosa cadena que ha venido uniendo ambas orillas del Atlántico. ¿Sabías que el convento de San Juan de Dios fue el escenario central donde se desarrolla la obra literaria del ‘Coloquio de los perros’ de Cervantes? El castillo o la Casa del Inca son un mínimo testimonio de su sobresaliente monumentalidad, cuyo conocimiento debes compaginar con la visita a bodegas, lagares y tonelerías, ya que, entre otras, la ciudad cuenta con la segunda bodega más antigua de la Península (1729). No olvides disfrutar de las ingeniosas experiencias enogastronómicas que salpican todo su calendario anual, también de sus reconocidas ‘coplas del Santo’ y de ‘la Aurora’, y no te marches sin conocer la diferencia entre bodega y lagar, ¡te llamará la atención!
Zuheros
Por momentos, la campiña queda atrás y el macizo nos anticipa la riqueza y diversidad ecológica del parque natural de las Subbéticas. En cierta medida, puede parecer que la mole montañosa asoma amenazante sobre la llanura, pero siempre se levanta como una grata y curiosa tentación. En camino, Monturque, Cabra o Doña Mencía ofrecen una oferta cultural y arqueológica de primer nivel, como las cisternas romanas del primero, el carácter monumental de Cabra o el Castillo de la última villa referida, pero nuestra meta final nos acercará al bello pueblo de Zuheros. La villa asoma desde el roquedo como el eterno centinela que fue, guardián hoy del secreto mejor guardado: el embrujo de sus calles. Un paseo por el pueblo te permitirá disfrutar de la quietud y el silencio, de callejas sinuosas y en pendiente, de placitas pintorescas y casas blancas, que rozan la pulcritud, y de la cómplice alegría que desprende el colorido de sus arriates y macetas.
Por otra parte, la sencillez de su urbanismo no es contraria a un patrimonio monumental más que notable, que tiene como referentes a su Castillo, el Museo Arqueológico o la Iglesia de Nuestra Señora de los Remedios, o a una diversidad ambiental y geológica sobresaliente que es carta de presentación de la naturaleza de Geoparque con que han sido reconocidas estas sierras. La Cueva de los Murciélagos y la cascada y sendero del Río Bailón, que te introducirá en el parque natural, son una breve muestra de su riqueza ambiental. Nota de interés, no te marches sin probar su AOVE y su excepcional queso de cabra. Todos los años, por septiembre, sus calles son escenario de una multitudinaria Fiesta del Queso. ¡Su quesería, que elabora con leche de cabra, es más que reconocida!
En ruta, debes anotarte como visitas ineludibles un tramo de interés de la Vía Verde del Aceite, que debes realizar en bicicleta (la podrás alquiler en el Centro Cicloturista de la Subbética), y la Ermita de la Virgen de la Sierra, que ubicada en la cima del Picacho, en el corazón del parque natural, ofrece un excepcional balcón para disfrutar de la caída de la tarde y un horizonte que se diluye entre montañas.
Alcalá la Real
En esta etapa y momentáneamente, te alejarás sensiblemente de la Subbética, e incluso de la provincia de Córdoba, para disfrutar de territorios vecinos y de gran interés histórico monumental. Pilotarás ahora por el vértice donde confluyen las provincias de Córdoba, Jaén y Granada, tierra que constituyó la última frontera con el Reino Nazarí de Granada. Con una geografía salpicada de castillos, desprende hoy aromas al mejor aceite de oliva virgen extra (AOVE).
En camino y con Alcalá la Real como destino, de entre un bello paisaje enhebrado por un sinfín de hileras de olivos y como si de pronto descorrieras un telón, te aparece un caserío blanco, escalonado y coronado por un castillo. En ocasiones está localizado sobre un roquedo que rompe el mágico horizonte de la sierra, como ocurre con Luque, en otras encabeza un conjunto monumental sobresaliente, como sucede con Baena o Alcaudete. A la vera de la espectacular Fortaleza de la Mota, se derrama la ciudad de Alcalá la Real, una estructura urbana de origen árabe y calles con encanto, casas señoriales, iglesias y detalles arquitectónicos que son una muestra más que sobresaliente de su esplendor y de un enorme pasado histórico. Nota de viaje: al pasar por Luque debes tomarte un café en su singular ‘Estación’, mientras que en Baena has de informarte y disfrutar de su peculiar Semana Santa, pero también de sus ‘candelorios’ y `tamborradas’, y, en las inmediaciones de la ciudad, visitar el parque arqueológico de Torreparedones; ya en la provincia de Jaén, en Alcaudete, tienes que dejarte llevar por los aromas de su tradición repostera y saborear la calidad de sus verduras (habitas).
Priego de Córdoba
En ruta, conducirás ahora por un terreno más quebrado, que rompe la línea horizontal del paisaje y te lleva a la primera meta volante del día: Almedinilla. Se trata de un pueblo vivo y dinámico, donde el blanco de sus recoletas calles y casas contrasta con la oscura roca de su sierra y se confunde con el verde de su olivar, invitándote a un paseo en el tiempo. Hablar de esta villa es hacerlo de arqueología, cultura y ocio. La Villa Romana de El Ruedo, el Poblado Íbero del Cerro de la Cruz o su Museo Histórico–Arqueológico, con piezas tan sorprendentes como el dios grecorromano del sueño: Hypnos o Somnus, son baluartes de tal afirmación. Por cierto, no dejes de consultar su amplio calendario de actividades festivas: ‘Festum Jornadas Íbero romanas’, La Leyenda de la ‘Encantá’, ‘Los Placeres de la Mesa Romana’…
Ya en Priego de Córdoba, serás testigo de excepción de una ciudad única. Sus empedradas y blancas calles son para pasearlas con calma, oyendo el rumor de sus fuentes (impresionante la Fuente del Rey y sus 139 caños) y admirando el singular arte barroco de sus edificaciones más sobresalientes. Entre sus rincones más pintorescos, no dejes de visitar su célebre Barrio de la Villa y de admirar la bella panorámica que ofrece el balcón del Adarve. Sus laberínticas calles encaladas, cuajadas de flores, te transportarán al medievo, al universo andalusí en su máximo apogeo. Pero la ciudad se extiende más allá de su meseta fortificada ofreciéndote el más amplio abanico de colores: porque Priego es naturaleza y paisajes encantados, aldeas recónditas envueltas con un velo mágico, la tradición más arraigada y una gastronomía sustentada en el producto de cercanía… y Priego es tan singular que hasta cuenta con un particular jardín micológico: La Trufa.
Por cierto, no te marches sin degustar el tradicional desayuno molinero, donde el AOVE tiene un papel protagonista, e interésate por su peculiar hornazo de Viernes Santo. ¡Te sorprenderá!
Lucena
Con Lucena en el punto de mira, la etapa de hoy nos ofrece dos altos en el camino más que interesantes, el primero de ellos en Iznájar. El nombre original de su castillo, Hins Ashar —castillo de la alegría o de las rosas— ya nos avisa de sus bondades y que es preámbulo de una bella ruta de patios y fachadas florales que se reparte por toda la comarca. Al caer la tarde y con el telón de fondo del ‘lago’, el conjunto monumental, que además cuenta con la parroquia de Santiago Apóstol y un singular Patio de las Comedias, regala unas panorámicas excepcionales. Por otra parte, sus aguas ofrecen el mejor escenario para disfrutar del baño o de un amplio abanico de actividades de turismo activo. En nuestra segunda parada, Rute se nos presenta como si se tratara de un enorme taller del buen comer, como un variopinto museo de las mejores artes culinarias. En este sentido y no es casual, cuenta con varios y participativos museos relacionados con los manjares gastronómicos que han dado fama al municipio: los anisados y sus tradicionales dulces navideños, pero también del jamón, del chocolate...
A primera vista y mientras se pasea por las calles de Lucena, podría parecerte que la ciudad es muy similar a otras muchas que soportan el enorme peso de la historia y acumulan un patrimonio monumental más que notable, pero Lucena, además y durante gran parte de la Edad Media, se elevó como faro de referencia de la cultura judía imprimiendo su historia en letras muy mayúsculas. Muestra de ello es su Barrio de la Judería, el hallazgo de una Necrópolis Judía excepcional o que fuera cuna de una Academia de Estudios Talmúdicos, punto de reunión de grandes intelectuales, filósofos, poetas y médicos del momento. Es por todo ello, y no sin motivo, que está integrada en la Red de Juderías de España. Para conocer la ciudad con más detalle, lo aconsejable es visitar el Museo Arqueológico y Etnológico de Lucena, ubicado en las instalaciones del Castillo del Moral, que nos dará las pautas para descubrir los valores de su magnífico conjunto histórico. Por otra parte, no debemos desdeñar su entorno paisajístico, que surte de unos vinos excepcionales, cobija una riqueza ornitológica de interés en sus numerosas lagunas y ensalza con orgullo que, en una de sus aldeas, Jauja, nació uno de los bandoleros románticos más afamados: José María ‘el tempranillo’.
De regreso y en ruta, como te quedarán suficientes ganas de disfrutar de la dorada luz de esta tierra, puedes acercarte a Puente Genil, tierra de un grande del flamenco, Fosforito, visitar la Villa Romana de Fuente Álamo, de espectaculares mosaicos, y degustar su exquisita carne de membrillo. Pero también puedes hacer una ‘enoparada’ en Morilles, la otra grande de la Denominación de Origen Vino Montilla-Moriles, o sorprenderte al descubrir, en lo más recóndito de la villa de Aguilar de la Frontera, su singular y barroca plaza ochavada.