jueves, 16 de septiembre de 2021

Por la Sierra de Burgalimar

'...Dejaron atrás la quebrada y superaron de una vez y empapados el macizo de Burgalimar, creían tener campo libre y ningún berberisco puesto sobre aviso. Por contra, sin que de ello fueran conscientes y por la mucha algarabía que iban armando, fueron avistados por la guarnición acantonada en el fortín del boquete del Atrancadero, una tropa mal pergeñada y peor afincada sobre un puntalillo situado por encima del arroyo homónimo. También los divisó el regimiento que paraba en el burch del cerro de las Tres Hermanas, que con generosidad y justicia presta nombre a todo el macizo de Burgalimar. Los unos y los otros siguieron los pasos de la tropa de largo, sin que les vieran, y dieron aviso a todo el encaje de bastiones de los pasos de la sierra. En nada, la nueva llegó al baluarte principal, el Castillo de Banya, que se alzó en armas y les preparó emboscada por debajo del cerro de la Pizarrilla, al noreste de dicho hins y aprovechando que la calzada discurría por un barranco encajado, un desfiladero de monte apretado que subía desde el río a la campiña. En el lugar, debido a la acción erosiva del río Grande y a los afluentes que allí embocan, se forma una extensa hoya, la de la Picoza. En realidad, se trata de una meseta amplia, elevada sobre el cauce mayor y ligeramente inclinada. Mientras que las aguas del regato de la Celada recortan la llanura por levante, las del río principal lo hacen por el norte quedando de esta manera encajado el encuentro de uno y otro hilo hídrico, formando en el lugar en cuestión un hoyazo tomado por una maraña de aguas, tamujos, juncias y tarajes. Y allí esperó emboscada la tropa moruna'.

'Cuento de las dos hermanas'

Del Atrancadero mirando al cauce de río Jándula

Con mis chiquillos, investigando y reconociéndose en El Centenillo

martes, 14 de septiembre de 2021

De la Cruz a la Amargura por Herradores y Visitación: un viaje por un barrio con raíces

Llegados a este punto, es necesario anotar que la mayor parte del itinerario procesional del Viernes Santo no discurre por la llamada como ‘villa vieja’, por el histórico callejero que comenzó a derramarse a la vera del castillo de Baños en las postrimerías de Alta Edad Media. El ‘camino de la Vía Dolorosa’ utiliza una sección de la trama urbana que, pese a gozar de una alta carga histórica y cultural, queda fuera de los recorridos guiados y al uso que vienen ofreciendo los diferentes agentes turísticos. Se trata de otro momento del hilo de la historia, otra forma de entender la comunidad, usar el territorio y construir las edificaciones. Ahora, perdida la identidad militar de la plaza y alejados del barrio de La Cestería y sus casuchas en pendiente, son mayoritarias las calles que cortan transversalmente las líneas de nivel del Cerro de la Calera. Sumamente empinadas, están flanqueadas por casonas que se derraman a pie llano, sin escalones interiores ni escalinatas, muy amplias, de un blanco que rayaba la pulcritud. Edificadas con piedra local y tapial, se elevan en planta baja y cámara, en ocasiones con bodega, y en su distribución interna desempeña un papel protagonista el carácter agrícola que en aquel momento condicionaba las economías familiares.

Plazuela de la Cruz / Cuesta de los Herradores (baja)

Casona de Juan Manuel el de la tonta / Calle de la Amargura

Y ajenas a los contenidos de este figurado ‘viacrucis’, en un intento de hacer que la crónica doméstica comulgara con la Historia entendida de manera más global, estas calles también se fueron impregnado de historias corrientes, sufrimientos, anécdotas y anhelos que las dotaron de un carácter singular, diferente. Un enorme acervo cultural que ha favorecido que estos barrios tengan hoy una identidad propia, una herramienta cultural que podría ser la mejor carta de presentación para implementar un recurso educativo eficaz y con posibilidades para el uso turístico. Este vecindario y su entorno más inmediato no dispone de un castillo, una iglesia o un palacete, pero sustenta alguna de aquellas cálidas panaderías, con su horno panzudo y unos aromas ancestrales; también resiste la casona que dio sede al antiguo puesto de telégrafos y a la no menos añosa centralita telefónica, reflejo el uno y la otra de la bien recibida modernidad de antaño. Son calles que aún rememoran los aromas a anís seco que desprendía el estanco de Paquito Juan Rafael, por Navidad, y se arrebozan con el olor a tomillo e hinojo de las aceitunas de Isabel La Huevera. Curadas con ceniza y agua salobre, de los pozos bañuscos, endulzaban en una imperecedera tina de barra con inacabables ciclos de veintiún días. Y también recuerdan la figura del Maestro Ponaire, un personaje más que singular que transformó su vieja peluquería de señores, la que aún se mantiene en un estado impoluto, en un lugar de encuentro y distendido debate ‘pajaritero’. Y qué decir de la plazuela de la Cruz, que esconde en sus entrañas uno de esos capítulos de nuestra historia que nunca debieron ocurrir, personificado en su refugio de la Guerra Civil; o qué hay de esos tipos y señoras que fueron muy grandes por tan sólo, o tan mucho, tener un genio desbordante y un hacer muy singular, y que dejaron una huella imborrable en la memoria cotidiana: Lola Cantarero, Lucas Pepinollo con sus fábulas protagonizadas por ‘codines’, y su cuñada Lola, Rita y Cándida, Juan Manuel El de la Tonta cabalgando sobre su cascajoso pascuali, un alboroto de hierros y reventones de carburador, El Obispillo con sus mañas para tener entretenida y embobada a la chiquillería, La Paniagua, Antonio Laruta y Marcelino del Moral, cada cual un virtuoso de la música, en su palo, Don Julio El Practicante, Ángel Mañono con sus ‘artes’ o el más que singular Chisque, entre otros muchos que sería muy largo enunciar. Personajes todos ellos, su hilo vital, con capacidad para armar el mayor andamiaje discursivo que pueda imaginarse.

Bartolomé Cantarero / Horno de los Cantarero. Autor: Antonio Moreno 'Miraves'
 
Barbería de Ponaire. En la fotografía, Pedro Ponaire (hijo) y Rafael el Chin. Autor: Diego Muñoz-Cobo Rosales. A modo de reconocimiento del enorme trabajó que realizó Diego, tanto de recopilación como de creatividad fotográfica

Y con todo, aunque quedaría mucho más que relatar, también se localizan pequeños rincones, y algún antro, de fama merecida y no para lo bueno, como ocurría con la calle del Potro, la que ahora se identifica con el tramo superior de la Calle de la Cruz:

‘Hubo, además, más casos de muerte por arma de fuego en la villa. Los Mármol Galindo estuvieron relacionados con dos casos más. En uno de ellos aparece Juan del Mármol Galindo como víctima de un carabinazo, obra de un recaudador de Millones. Un año antes Gregorio del Mármol Galindo, clérigo de Epístola estuvo implicado en la muerte de un vecino:

        De dos arcabuzazos, en esta villa en la calle que llaman del Potro,

        como a ora de las una del día poco, más o menos.

Las espadas y estoques eran también armas mortíferas, La falta de alumbrado público, carencia propia de la época, hacía que la noche fuese un momento apropiado para llevar a cabo venganzas y encerronas. En enero de 1680, hacia las tres de la madrugada, murió a estocadas Pedro García, también en la calle del Potro’.

Casona de los Mármol, antes de ser derruida. Con seguridad el espejo civil de la joya barroca que es el Camarín del Cristo del Llano