Llegados a este punto, es necesario
anotar que la mayor parte del itinerario procesional del Viernes Santo no
discurre por la llamada como ‘villa vieja’, por el histórico callejero que comenzó
a derramarse a la vera del castillo de Baños en las postrimerías de Alta Edad
Media. El ‘camino de la Vía Dolorosa’ utiliza una sección de la trama urbana
que, pese a gozar de una alta carga histórica y cultural, queda fuera de los
recorridos guiados y al uso que vienen ofreciendo los diferentes agentes
turísticos. Se trata de otro momento del hilo de la historia, otra forma de
entender la comunidad, usar el territorio y construir las edificaciones. Ahora,
perdida la identidad militar de la plaza y alejados del barrio de La Cestería y
sus casuchas en pendiente, son mayoritarias las calles que cortan
transversalmente las líneas de nivel del Cerro de la Calera. Sumamente
empinadas, están flanqueadas por casonas que se derraman a pie llano, sin escalones
interiores ni escalinatas, muy amplias, de un blanco que rayaba la pulcritud. Edificadas
con piedra local y tapial, se elevan en planta baja y cámara, en ocasiones con bodega,
y en su distribución interna desempeña un papel protagonista el carácter agrícola
que en aquel momento condicionaba las economías familiares.
Plazuela de la Cruz / Cuesta de los Herradores (baja)
Casona de Juan Manuel el de la tonta / Calle de la Amargura
Y ajenas a los contenidos de este
figurado ‘viacrucis’, en un intento de hacer que la crónica doméstica comulgara
con la Historia entendida de manera más global, estas calles también se fueron
impregnado de historias corrientes, sufrimientos, anécdotas y anhelos que las
dotaron de un carácter singular, diferente. Un enorme acervo cultural que ha
favorecido que estos barrios tengan hoy una identidad propia, una herramienta cultural
que podría ser la mejor carta de presentación para implementar un recurso educativo
eficaz y con posibilidades para el uso turístico. Este vecindario y su entorno más
inmediato no dispone de un castillo, una iglesia o un palacete, pero sustenta
alguna de aquellas cálidas panaderías, con su horno panzudo y unos aromas
ancestrales; también resiste la casona que dio sede al antiguo puesto de
telégrafos y a la no menos añosa centralita telefónica, reflejo el uno y la
otra de la bien recibida modernidad de antaño. Son calles que aún rememoran los
aromas a anís seco que desprendía el estanco de Paquito Juan Rafael, por
Navidad, y se arrebozan con el olor a tomillo e hinojo de las aceitunas de
Isabel La Huevera. Curadas con ceniza y agua salobre, de los pozos bañuscos,
endulzaban en una imperecedera tina de barra con inacabables ciclos de veintiún
días. Y también recuerdan la figura del Maestro
Ponaire, un personaje más que singular que transformó su vieja peluquería
de señores, la que aún se mantiene en un estado impoluto, en un lugar de
encuentro y distendido debate ‘pajaritero’. Y qué decir de la plazuela de la
Cruz, que esconde en sus entrañas uno de esos capítulos de nuestra historia que
nunca debieron ocurrir, personificado en su refugio de la Guerra Civil; o qué
hay de esos tipos y señoras que fueron muy grandes por tan sólo, o tan mucho,
tener un genio desbordante y un hacer muy singular, y que dejaron una huella
imborrable en la memoria cotidiana: Lola Cantarero, Lucas Pepinollo con sus fábulas protagonizadas por ‘codines’, y su cuñada
Lola, Rita y Cándida, Juan Manuel El de la Tonta cabalgando sobre su cascajoso pascuali, un alboroto de hierros y
reventones de carburador, El Obispillo con sus mañas para tener entretenida y
embobada a la chiquillería, La Paniagua, Antonio Laruta y Marcelino del Moral, cada cual un virtuoso de la música,
en su palo, Don Julio El Practicante, Ángel Mañono
con sus ‘artes’ o el más que singular Chisque, entre otros muchos que sería muy largo enunciar. Personajes
todos ellos, su hilo vital, con capacidad para armar el mayor andamiaje discursivo
que pueda imaginarse.
Bartolomé Cantarero / Horno de los Cantarero. Autor: Antonio Moreno 'Miraves'
Barbería de Ponaire. En la fotografía, Pedro Ponaire (hijo) y Rafael el Chin. Autor: Diego Muñoz-Cobo Rosales. A modo de reconocimiento del enorme trabajó que realizó Diego, tanto de recopilación como de creatividad fotográfica
Y con todo, aunque quedaría mucho
más que relatar, también se localizan pequeños rincones, y algún antro, de fama
merecida y no para lo bueno, como ocurría con la calle del Potro, la que ahora
se identifica con el tramo superior de la Calle de la Cruz:
‘Hubo, además, más casos de muerte
por arma de fuego en la villa. Los Mármol Galindo estuvieron relacionados con
dos casos más. En uno de ellos aparece Juan del Mármol Galindo como víctima de
un carabinazo, obra de un recaudador de Millones. Un año antes Gregorio del
Mármol Galindo, clérigo de Epístola estuvo implicado en la muerte de un vecino:
De
dos arcabuzazos, en esta villa en la calle que llaman del Potro,
como a ora de
las una del día poco, más o menos.
Las espadas y estoques eran también
armas mortíferas, La falta de alumbrado público, carencia propia de la época,
hacía que la noche fuese un momento apropiado para llevar a cabo venganzas y
encerronas. En enero de 1680, hacia las tres de la madrugada, murió a estocadas
Pedro García, también en la calle del Potro’.
Casona de los Mármol, antes de ser derruida. Con seguridad el espejo civil de la joya barroca que es el Camarín del Cristo del Llano