Puede que erróneamente, pero pienso que los altillos conservan las brasas de memoria de lo que fuimos, o al menos las cenizas que indican de dónde venimos.
La
abuela Pura y su hermana Mariana, la mayor, vivían casa con casa, corral y
cocina por medio. De la una, apenas retengo un instante borroso, una terraza
que miraba al interior y un recuerdo congelado de entrar a la vivienda por la
ventana baja de la cocina. En la otra, hacían vida los chachos y la familia de
mis tíos Leonor y Jeromo. Éste, matarife y carnicero, sobrino de los primeros y
hermano de mi padre. Arriba, la cámara, un tendedero de hermosos vellocinos al
viento, no tenía otro fin, o así es como lo recuerdo, que secar un ordenado revoltijo
de pieles. Colgadas de las tirantas, la podredumbre se oreaba esperando la venida
de un marchante de Vilches, un tipo que olía con sabiduría y tacto cada pieza
mientras que, impertérrito, cosechaba los despojos de de una vida entregada al
trabajo cotidiano.
Por el
contrario, la cámara de mi abuelo Frasquito era oscura, un techo bajo apretado
contra un suelo de barro cuarteado, madera y polvo, un cubículo cuyas anchas paredes
desprendían un eterno olor a aceite atrojado. El lugar, que luego fue vivienda
de mis tíos Pilar y Frasquito, era muy similar al de mis amigos ‘los Merguis’,
los de ‘Pepinollos’, pero también olía a grano, ristras de ajos y cebolla. Igual
me equivoco, pero la de mis tíos Dioni y Rafaela era un revoltijo de muebles y dotes,
un habitáculo en continua mudanza. En realidad, pienso que ni era altillo. Quizá
fuera cosa de tener una extensa familia y buscarse la vida como las hormiguicas.
Aunque metidos en faena, se podría dar por bueno que, en realidad, su buhardilla,
o el lugar que hacía las veces, se encontraba en la nave de las cabras y aperos
del Calvario Viejo. Un chamizo, ¡qué cosas!, que aún me huele a lluvia, rastrojo
y almendras, un tabuco de mucho dislate y excesos adolescentes.
De la de
mis tíos Ana y Antonio…, no me viene a la memoria que tuviera altillo.
La cámara
de mi primera niñez, en el Horno del ‘Serio’, arrancaba de una alcoba larga y
escalera por frente, donde dormíamos los cuatro. Desde mi cama, de barrotes
lisos y azules, la entrada parecía una fortaleza inexpugnable, tan robusta como
la prohibición de mi madre. En la penumbra, la memoria me evoca crujidos
inexplicables, mucho inventar y algún sueño que ni recuerdo. El altillo de mi
abuelo José María era como un solar vacío, muy elevado, una estancia cruzada en
oblicuo por hirientes hilos de luz, como un hogar en continua mudanza. De olor
a polvo terrizo, no contenía más bártulos que alguna silla coja, un hato de
trampas y una caja de cartón, ancha y desbaratada, vencida por un batiburrillo de
papeles viejos y amarillentos, la humedad, que actuaba impenitente, y mucha
novela de tiros, un todo sin orden ni sentido.
De mi
casa, no recuerdo la existencia que algo que pareciera altillo o cámara, a no
ser que diera por bueno el viejo mueble de cocina de mi abuela, a reventar de
cuentos.
El altillo de mi casa, para mí una torre de pisos donde se barajaba la vida intercalada de todos sus habitantes, eran las cámaras, cada cual la suya, donde dejaba volar la imaginación asomándome al ojo de la cerradura pues muchas veces no te permitían entrar. A la derecha, tras un descansillo, una azotea que se abría al mundo del arte, enfrente la iglesia de San Juan; al de la naturaleza, los cernícalos que sobrevolaban la torre; y a las variopintas cubiertas, no me parecían iguales, de los tejados de aquellas casas que quedaban bajo mi atalaya. Allí leí, estudié, pinté, allí soñé y viajé, allí se fue conformando la memorable pasión por los libros, una sillita de enea y un cielo azul por bandera, la ropa colgada sombreaba las soledades que irían tomando pulso para nunca dejar de acompañarme. Muchas gracias por tan enorme ejercicio de ese saber ancestral que corre por tus venas de niño-anciano.
ResponderEliminarAmiga, la cámara es ese resto de memoria que nos hace discernir con cierta nitidez nuestros primeros días, los que marcaron a fuego la semilla de nuestros hechos venideros. En algunos, como es tu caso, ese fondo no tiene fin. Abrazo
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