Durante décadas, en el esquinazo de
levante, donde la mesa del Calvario Viejo se asoma a la preñatura del arroyo de La Alcubilla, se conservaron los hormazos
mal pergeñados de la ermita de Santa Olalla. Erigida impenitente entre un hato de
eras, como pica sobre lunas en creciente destripadas en el llano, en buena y
lejana hora se edificó donde el Camino del Hoyo y el cordel merino de Guarromán
entraban en nupcias y continuaban como uno sólo hasta el corazón de la ‘Villa
Vieja’. Como un servidor, hay quien, bajo su cuenta y riesgo, afirma que en su
génesis y día fue torreón vigía y que tuvo como encomienda, apoyándose visualmente
en la atalaya que después sería ermita de Santo Domingo y guardián sempiterno del
Camino de San Lorenzo —o de la Zalá—,
mediar entre la primitiva torre del Santuario de la Virgen de la Encina y el
mismísimo castillo de Baños. Con la desamortización del primer tercio
decimonónico, perdió capellanías y santero, derramó sus piedras por la cuerda y
acabó en casi nada. Los sillares buenos acabaron aplomando las esquinas de unas
cuantas casuchas, los mampuestos de mayor tamaño enderezaron las corralizas
vecinas y los ripios se utilizaron para gestar una de aquellas rechonchas eras
de pan trillar, rueda de piedra, sudor y viento que se desparramaba a la sombra
vespertina de la ruina.
Localización de caminos, ermitas y baluartes defensivos. Fuente: Mapa Cartográfico del Instituto Geográfico y Estadístico, hoja La Carolina, 1895.
El paraje, conocido no sin razones
como Buenos Aires, coronaba la cota
más alta del lugar y era, a juicio de los entendidos en vientos y muelas, el
lugar más adecuado para levantar un molino al uso manchego. Y así, con decisión,
se elevó uno con no pocos imprevistos y mucho gasto, pues la Iglesia, como la Benita, para la cosa de especular con
sus rentas, aunque fuera con escombros, era aventajada y sagaz. Y después, por
la condición de la ruina y por aprovechar los cimientos de la ermita, se erigió
el artilugio como si se tratase de torre almenara o faro elevado sobre arrecife,
con anchos muros de arenisca conseguida en las canteras del llano. En la
estrechura de su interior, recia y robusta como en casa fuerte, pero ajustada
como horma chica, se ayuntaba sin miramiento hacienda con morada, cuadra con
granero y almacén con mentidero. El piso postrero, levantado con adobes de
barro colorao del Santo Cristo y
mucho ventanuco para oler los vientos, se destinó a las faenas propias de la
molienda. Pero, a todo esto y con la industria en marcha, cuando el molino fondeaba
en la plácida quietud del mediodía, el cielo se tornó de un rojo vivo, como
cuando los últimos rescoldos del hogar se desperezan y avivan bajo el efecto
del fuelle. Y llegó la tarde. Cielo, tierra y ríos eran de color ceniza, y lo
eran las plantas, calles y viviendas, y la gente se vistió de gris. El intenso
calor sepultó los recuerdos y el viento, que andaba en calma chicha, se rebeló
en un instante. Cuando la negra oscuridad cubrió la noche, vino la lluvia,
abundante, y durante la madrugada no fue menos. Llegó aparejada con una
tormenta de las que desbarata cualquier plan premeditado. Todo el ingenio
interior se vino abajo, maderas, herrajes, granos, haciendas y sueños. Una
hora, dos, el viento se calmó y la lluvia comenzó a deslizarse con suavidad, calaera, deshaciendo pacientemente los
adobes de barro y las ambiciones del molinero.
Callejero de Baños de la Encina, portada. 1888. Fuente: Instituto Geográfico y Estadístico, Trabajos Topográficos.
El molino de viento se fue al
garete. De ello, y con estas palabras «Ruinas de un Molino», se dejó constancia
en un callejero del Instituto Geográfico
y Estadístico cuando corría el año de Nuestro Señor de 1888. La anchura de
sus muros, la ruina de sus muelas y la memoria popular, que es sabia como pocas,
hicieron otro tanto para recordar su origen y trágico fin.
Molino de viento del Santo Cristo, ruinas. Fuente: Callejero de Baños de la Encina, 1888. Instituto Geográfico y Estadístico, Trabajos Topográficos.
Y unos lustros después, cuando el
molino ya era leyenda y la ermita olvido, finalizada siega y trilla y esperando
las bondades de la media noche, en Buenos
Aires se reunía buena tropa. Al amparo del molino, a pie de era, olían los
vientos por ver si el ábrego venía picando y podían ablentar la parva. Entre
tanto, los cuatro compadres andaban en cosa de ningún provecho, mano sobre mano
y atinela por aprovechar de una
cuando el viento soplara de abajo. Mientras, armaban tertulias de tal calibre y
vocerío que enmudecían el estridente sonido de la grillera. Aunque andaba el
vino, no queriendo meterse en finca ajena ni llegar a disputa, cada cual se
apañaba con su cuartillo de tal manera que la cosa fuera por su cauce, sin
meterse en torrentera. Y allí, apoyado contra las ennegrecidas piedras del harinal, por controlar cualquier sombra
que se dejara caer por el llano, estaba el interesado, Martín Esteban, que
siendo cabrero también tenía unas pocas hazás
de tierra calma y buena cosecha. Era hombre de poco vacilar y dormir un
instante, como burro y a cabezás. Un pieza de morder aquí y allá, como las
hormigas, de juntar mucha plata, gastar ninguna y vender a su padre si fuese
menester. Habiendo heredado un rebaño considerable, en poco tiempo y por su
mucho bullir lo había doblado en número y camino llevaba de triplicarlo. Contrariamente,
día con día menguaba en carnes y ganaba en harapos. Por frente de éste y sobre
las desbaratadas piedras de moler, por echar una mano, aunque también por pillar
un cuscurro y estar al día de cotilleos, se repartían el resto de contertulios.
De una mano Patricio, hortelano de siempre, inalterable, pensativo, callado
como muerto; de la otra Braulio, hombre de oficio poco declarado y mucho trajín,
sentado sobre la solera mayor y espantando musarañas, inquieto como niño chico.
Recortada en la media penumbra y dando la cara a todos, en el umbral, sentada
sobre los escombros de la otra muela y concentrada en la hacienda que les
traía, La Chacona murmuraba por lo
bajo el poco interés que los otros ponían por barruntar los aires y el mucho en
tirar del porrón. Cristianizada con el nombre de Benita, la mujer, por ser muy
echada para adelante e ir por camino propio, era considerada por muchos como
puta y bruja. En realidad, se ganaba la vida moliendo el chocolate de los demás
y lo mismo te aventuraba el porvenir con una docena de habas secas que te
destripaba unas semillas de cacao en el metate. Los que sabían más de ella, que
eran los menos, la tenían por señora de muy buen criterio y conversación,
aunque en ocasiones su oratoria lindaba con la demagogia. Y es que, a sus años,
visto mucho y corrido más, se dejaba llevar por el regato de la vida con el
menor daño posible. Era La Chacona
mujer de ciertas carnes, aunque no suficientes para los que mal suponían su
oficio, y, pese a que era yerma, olía a tierra mojada. Pero de ella, si había
algo que con certeza llamara verdaderamente la atención era su irónica sonrisa,
como de importarle todo un carajo.
Molino de viento del Santo Cristo.
Por rascar en sarna, pero sin otra
intención que reírse un rato, arrancaron la conversación metiéndose con la
Benita. Pues, decían que se había echado un novio, un agrimensor de los muchos
que llegaban al pueblo para tasar y mal subastar las cuatro fanegas del Común. Que
le había puesto mesa y cama y que era de los que entraban de vacío para llenar
el saco. Pues, como todos, decía no ir por una vereda ni por la otra, que ni
siquiera miraba por la bolsa del rey, pero, como todos, se iba con la tajá más magra entre los dientes. Pero La Chacona, que como de costumbre no
estaba de ningún humor y ardía con la chusca de un mechero de pescozón, cortó
por lo sano y de una dentellá. Tras
unos instantes de incómodo y chirriante silencio, porque corriera el tiempo y
no el vino, aunque también por provocar algún que otro dislate de Braulio y conseguir
las risas que antes no fueron, el Martín viró la conversación a los chismes de
Historia. Argumentó entonces, que era tan poco el interés que el vecindario
ponía en las cosas de todos, y más aún en los asuntos de la crónica común y
cotidiana, que hasta se desconocía la causa del apelativo de una gran parte de
las calles del pueblo, cuando no de la mayoría. Y, metidos de lleno en el
asunto, sacaron al hilo la Amargura, arteria que linda con el Corralón y que corre
pareja a la vieja y destartalada calleja del Cotanillo.
El Martín, por llamar más la atención
y crear ciertas expectativas, cosa muy común en el diario proceder de sus
negocios, detuvo la conversación un suspiro y tiró del porrón.
—Dando por bueno que la Cruz de las
Azucenas fue utilizada como picota, se cuenta en el pueblo que tiempo atrás la
calle fue corredera por la que subían los condenados, para darles matarile,
—añadió después mientras se limpiaba los belfos con la manga.
Cabría la posibilidad de que, en la
susodicha cruz, picota o rollo, símbolo de señorío y jurisdicción que indicaba
que en la Villa se administraba justicia menor y mayor en nombre del rey, se
ejecutara a los condenados y se hiciera exposición pública de sus desmembrados
‘cuartos’. La Cruz, por tanto, podría ser el lugar donde se exhibía a vergüenza
pública a los criminales…, o lo que de ellos quedara, y la calle, por ser
camino de suplicio, debería su nombre a la amargura que sufría el reo durante
el traslado.
Ermita el Cristo del Llano y Cruz de las Azucenas.
—Patricio, haciendo gala de la fría y
premeditada inexpresividad que acostumbraba, tras oír aquella argumentación como
si la cosa no fuera con él, alzó la vista y miró fijamente al contertulio—.
Mucho supones y más imaginas, compadre, —sentenció con la rotundidad que le proporcionaba
el trueno de su voz.
Si nos atenemos a las fuentes y documentos,
es cierto que surgen numerosas dudas sobre la hipótesis anterior. Pues, en los
catastros de la segunda mitad del siglo XVIII, cuando en esta vía abundaban más
los solares en vacío que las casas habitadas, la calle no aparece con un nombre
concreto. Se refieren a ella como el viario que sube al Santuario. Si a esta
información le añadimos que la Constitución de 1812 decretó la demolición de
rollos y picotas y prohibió la exposición pública de los cadáveres, no parece posible
que esta calle hubiera sido bautizada por el ejercicio de una función que nunca
tuvo tiempo real de desempeñar.
—En verdad, me pones en duda. Pues, si
lo que se deseaba era dar ‘paseo’ a unos criminales torturados y engrilletados hasta
los ojos con la intención de dar escarmiento, de poco servía realizar tan particular
‘vía crucis’ por una calle periférica, prácticamente deshabitada, cuando podría
hacerse por la corredera principal para mayor y general escarnio público: la
calle Mestanza, —apostilló Benita con mejor razonamiento y voz pausada.
Braulio, hombre de barba descuidada y
entrecana, más propia de mendigo que de persona de provecho, se reconocía a sí
mismo como más bragado en los tejemanejes históricos. Así que, impaciente como
era y queriendo meter baza en todo momento, aprovechó uno de los silencios, sin
meditarlo ni pedir vez, para manifestar con cierta precipitación sus ideas.
—En otras tierras, donde el rollo fue
realmente escenario de ejecuciones, su estirada forma quería simular una espada
clavada en tierra, donde el fuste representaba la hoja y los brazos, en los que
se sujetaba al condenado, la empuñadura. El conjunto era símbolo inquebrantable
de la aplicación universal de justicia.
Y de tal manera sucede, sirva como
referencia, con las picotas de Villalón de Campos o Aguilar de Campos
(Valladolid). Por el contrario, la Cruz de las Azucenas, estandarte que
precedió al viejo humilladero bañusco y germen de la ermita barroca del Cristo
del Llano, se asemeja mucho más al rollo que antecede al Humilladero de
Medinaceli (Soria). Parecido que no es de extrañar, pues quizá tuvieron un
modelo común en el que mirarse. Y, por qué no, es posible que otra de nuestras
ermitas, la pequeña de Jesús del Camino, reprodujera también las formas
‘torreadas’ de aquélla de Medinaceli. La función del humilladero soriano, como
cruce de caminos, era purificar el alma del caminante que se detuviese un
instante a rezar junto a su cruz. Posiblemente y en esa misma dirección, esa
utilidad, la purificación de los creyentes, fue la que motivó que nuestra Cruz
estuviese rematada por un haz de azucenas, símbolo de pureza e inocencia. Más
parece, como con buen criterio nos dice nuestro viejo cronista, Juan Muñoz-Cobo,
que, de exponerse los cuartos en algún rincón del vecindario, hubiera sido en
la parte de abajo del vecindario, en el encuentro de la población con el Camino
de Andalucía, lugar mucho más pasajero que el Camino del Hoyo (ubicación de la
Cruz de la Azucenas). De tal forma ocurrió en la segunda década del siglo XIX, cuando
el autor de un cruento asesinato fue ejecutado en La Carolina y su mano derecha
expuesta hasta consumirse en un poste de madera, en las Eras de Casa (Camino de
Andalucía). Quizá, con ese acto de encarnizada justicia, se trataba de evocar
la ubicación de una picota anteriormente presente en el lugar. Construida con
materiales menos efímeros que los leños de la decimonónica, posiblemente fue derribada
bajo los auspicios de la ‘Pepa’. Al hilo de este tema, recordar que, a tiro de
piedra, hay un pequeño fragmento de columna reutilizado como sillarejo de un
bardal y, a no mucha más distancia, en Fugitivos, durante años otro de mayor
tamaño ejerció de asiento.
Rollo de Aguilar de Campos. Fuente: https://jesusantaroca.wordpress.com/2019/03/13/los-nueve-rollos-de-valladolid/Humilladero de Medinaceli. Fuente: Wikimedia Commons, autor: Diego Delso.
Ermita de Jesús del Camino.
Imaginando que aquello podría acabar
en un soliloquio, La Chacona cortó
por lo sano pasándole al augur su porrón. Martín, más puesto en conciliar y sacarle
a todo provecho, tomó ahora la palabra.
—Bueno, pues entonces, estando como
estábamos seguimos como al comienzo, sin viento y sin ponernos de acuerdo en el
origen del nombre de tan entrañable calle. —Martín intentó aprovechar la
palabra y ocasión para cambiar de tercio, pero se la quitó Benita.
—¡Buf! Es que en cuestión de opiniones
ocurre como con las formas de hablar, que hay ciento, un millón…, en cada
pueblo y en cada casa se tiene la propia. Que cada cual, en lo suyo, llama al
pan y aceite como bien le viene en gana o tiene por costumbre para que así se
den por aludidos los convecinos. Aquí le llamamos cucharro y a tiro de piedra le
dicen hoyo, pero esos no son motivos para ir desyuntado de la vecindad, —reflexionó
La Chacona—. Y, digo yo, ¿el nombre no
vendrá a cuento por la cosa de la religión, por su relación con la Semana
Santa? No hay nada más que dar un repaso a las calles de alrededor: Cruz,
Desengaño, Calvario…
—Puede ser, —argumentó pensativo y con
buen juicio Patricio, que, por otra parte, en relación con la disparatada diversidad
de criterio y la presencia de tanto ‘apóstol’ opinaba que era mejor dejar
sueltos a los perros—. Durante la mañana del Viernes Santo se escenifica la Pasión
de Cristo, que tiene su preámbulo en la parroquial con el Sermón de Jesús y los
Pregones. Es posible que dicha representación tuviera su prolongación en la
calle, donde se reproduciría con mayor o menor exactitud el recorrido original de
la ‘Vía Dolorosa’.
La tesis es posible. En los primeros
siglos de la Edad Moderna, de diferentes maneras, en los pueblos y ciudades de
Europa se fue reproduciendo la ‘Vía Dolorosa’ o ‘Viacrucis’, imitando la
original de Tierra Santa. Las
variantes fueron numerosas, ya fuera mediante el levantamiento de ‘estaciones
de la cruz’ a lo largo del itinerario procesional o dibujando el recorrido original,
con sus diferentes apelativos, en la topografía y callejero del pueblo o villa
correspondiente. En Andalucía no fueron pocos los casos. Sirva, a modo de
ejemplo, Priego de Córdoba, pueblo de la Subbética con el que nos unen
estrechos lazos y evidentes influencias barrocas. En aquella ciudad, tras
algunas vicisitudes y cambios, el itinerario por donde procesiona el Nazareno la
mañana del Viernes Santo discurre por una calle Amargura y sube a la Ermita del
Calvario, para después finalizar bajando por las calles del Río y Acequia al
Convento de San Francisco, de donde salió a las 6 de la mañana.
Braulio, que estaba a la que
saltaba y por no perder su papel de hombre de papeles y profundo conocimiento
histórico, tomó la palabra.
—Pues sí, atando cabos aquí y allá
podría ser. Si confrontamos el callejero de la segunda mitad del siglo XVIII
con las nomenclaturas del XIX, es posible, —afirmó en voz baja, como pensando
para sus adentros.
La calle de La Cruz, hasta el XIX del
Potro, representaría la segunda estación, cuando Cristo carga con la Cruz, mientras
que Amargura (sin apelativo reconocible en el siglo anterior) y Calvario «viejo»,
que habiendo viejo hubo nuevo y queda para otra ocasión, son muestras más que
evidentes de la recreación callejera del Viacrucis. Por otra parte, Suspiro (llamada
antes y después como Herradores o Cuesta de los Herradores), Visitación (hasta
entonces Chacona) y Desengaño son apelativos ciertamente relacionados con actitudes
y comportamientos muy humanos de Dios hecho hombre durante su viacrucis
particular. Es cierto, podrían representar, respectivamente, el alivio que
recibió Jesús cuando Simón Cireneo le ayudó con el peso de la cruz (Suspiro),
el encuentro con su madre, con la Verónica o con ambas (Visitación), y la
tercera caída o la creencia definitiva de que ya no habría marcha atrás en su
camino al Calvario, a la muerte… y resurrección (Desengaño). En lo más
profundo, el significado de ‘Amargura’ y ‘Calvario’ es idéntico, la única
diferencia es geográfica, pues la una es previa, amargura o suplicio, y lleva irremisiblemente
al segundo, a un fatídico desenlace final: el calvario.
'Vía Dolorosa', Baños de la Encina. Fuente: Callejero de Baños de la Encina, 1888. Instituto Geográfico y Estadístico, Trabajos Topográficos.
—Y, como en Priego —apuntaló La Chacona—, la vuelta a San Mateo, o al
Convento de San Francisco, en su caso, se realiza por el río, acequia o arroyo,
con el agua como símbolo de renovación, de la resurrección que tiene que llegar. Pues, para quién lo desconozca, ése es
el nombre que recibía la calle Mestanza en los catastros del XVIII. Pero, Dios
mediante, ¡dejad ya el vino y la cháchara! Aprecio cierto relente y el aire
comienza removerse, —apostilló mientras se ponía en pie bieldo en mano.