viernes, 3 de mayo de 2019

De las cosas chicas

Un buen día, de tertulia tranquila, me contó un viejo sabio que la verdadera grandeza de este mundo está en las acciones pequeñas, en los goces cotidianos, en los detalles más menudos. Porque estas obras nunca se hacen de manera premeditada, son improvisadas, salen enteramente del corazón y obligan a la sonrisa más generosa y sincera.

Pero hay ocasiones que las veredas más extrañas nos inclinan a lo contrario.

Podemos pensar y repensar, hacer unas y mil cuentas, realizar todos los sacrificios posibles y con el trabajo de toda una vida levantaremos el edificio más grande y presuntuoso, digno de la mayor altanería. Pero todo este esfuerzo solo acrecentará nuestro ego y… quizá, la envidia de algún convecino. En una mala noche de tormenta todo se puede venir abajo y tan solo nos quedará ruina y el recuerdo de las privaciones que tuvimos.

Al hilo y metido en este soliloquio, me decía el erudito, el santuario de Nuestra Señora es un lugar impregnado de mucha magia y devoción, y lo es por fortuna, porque se ha levantado con pequeños y solidarios esfuerzos cotidianos. Y han sido tantos a lo largo de su historia que no hay notario que pueda dar fe de todos ellos. Si uno de esas obras chicas se pierde, se malogra, es una punzada en el corazón, una lágrima amarga, una pérdida irreparable como lo fue el incendio de la encina centenaria, pero aún nos quedará la mayor, nos quedaran las miles de inquietudes de todo un pueblo talladas en los muchos años de nuestro Santuario.

En unos casos, el paño de la historia ha arropado estas pequeñas obras de misterio y las ha transformado de tal manera que hoy son irreconocibles. Así ocurre con el empedrado de la lonja, aparentemente muy sencillo, pero que dibuja con sus piedras una “spica” o estrella de ocho puntas encerrada en el interior de una cruz solar. Y el conjunto, que parece no decirnos nada, representa simbólicamente a nuestra Señora de la Encina como dominadora de las estaciones climatológicas, lucero del alba que antecede a la luz solar, símbolo de la fertilidad en su más amplio sentido: la de ser madre de Cristo.

Hay ocasiones en las que la ruina has desvestido cualesquiera de los rincones de su entorno hasta hacerlo irreconocible, como ocurre con el balnea romano plantado en el vestíbulo del lugar. Y en otras el protagonismo lo tiene la pérdida de memoria, como ha sucedió con el torreón medieval que quedó enmascarado en la colosal masa pétrea de la ermita y que hoy apenas podemos distinguir.

Hay situaciones en las que las inquietudes se dibujan tan pequeñas, tan aparentemente insignificantes, que pasan desapercibidas al ojo más avezado. Este es el caso de las marcas de cantero talladas en el cubo del camarín o las cuñas de madera que aparecen en algunas cornisas. Unas y otras son muestras de una devoción que hoy escapa a nuestro entendimiento.

Hay otras intervenciones tan sencillas, de carácter tan pragmático, que provocan la sonrisa más sana posible. Así ocurre con las anotaciones que el maestro albañil realizó en el yeso interior de la espadaña, donde reflejó el cariño más profundo con el monumento.

Hay algunas iniciativas tan solidarias, aparentemente tan simples, que merecen el aplauso más generoso. Como cuando, en común, un buen número de vecinos y vecinas blanquea y pinta el edificio sin más interés que lograr que los actos luzcan de la manera más brillante.

Y hay inquietudes que son una muestra de devoción inconcebible para algunos. Muestra de ello son los desvelos y cuidados que se tuvo, y de cotidiano se tiene, con el retallo de la encina centenaria… y qué decir de la devoción del difunto que en vida pide que sus cenizas descansen junto a la tierra que sustenta las raíces del chaparro.

Por todo ello, me cuenta el sabio, si un día de ordinario uno toma asiento en el poyete corrido de la lonja notará en su espalda la frialdad de las piedras. Y puede parecerte que todo duerme bajo el velo del silencio, pero no es así. Si prestamos atención, si escuchamos con el alma, podremos oír una inmensa algarabía, la que forman los alegres repiques de la esquila, de la campana menuda que sustenta la espadaña, mezclados con los piropos a Nuestra Señora, ¡¡¡viva la chiquitilla de los olivares!!!


2 comentarios:

  1. De esa solidaridad que citas, de esas cosas pequeñas insignificantes, de esas encinas que a veces brotan de nuevo, de los sabios que nos hablan, de nosotros que escuchamos...de todo eso, una pequeña dosis valdría para remover el fango que nos impide ser mejores. Impresionante sensación la que dejas. Un saludo.

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