viernes, 28 de abril de 2017

Viernes

Según me contaron, nací una tarde noche de viernes, mientras mi padre bullía de línea en línea acercándose al corazón de Barcelona, camino de endoblar y con una larga madrugada por delante.

Y crecí de viernes en viernes, amarrado a la esquina de una ancha mesa de pino. Allí, por necesidad de la edad y elevado sobre un pequeño cajón de pan, de un amarillo desvaído, devoraba cuentos y novelas de pistoleros mientras esperaba órdenes de mis mayores. Y en aquel rincón apagado se fueron sucediendo las noches, y me hice perpetuo y pasé desapercibido, como el ancho machón encalado que me amparaba y la pesada y vetusta máquina de pesar los bollos que día con día se oxidaba un poco más.

Junto a la esquina, cada noche, desfilaron unos y otros, algunos para un rato, otros se quedaron plantados por un tiempo. Pasaron fantasmas, unos de capa y espada, otros que voceaban a la mínima y los menos de sábana en largo.

Mis primeros viernes, apenas daba por zanjada la escuela, me faltaban pies para bajar de grá en grá la Mestanza, llegar al Cotanillo y dormir apenas unas horas, y me desperezaba con aquellos simpáticos “Barbapapá” de entonces. El tiempo, que todo muda y a  veces sepulta, y las modernidades tecnológicas fueron retrasando el momento de arrancar en el tajo, y así en un traspiés de viernes me levanté con la nueva y triste noticia de la muerte de Rodríguez de la Fuente; y en otro tropezón y con el hacer de las hormonas, disparate tendió un puente entre formación y obligación.

Para la historia, viernes era el día de la diosa Venus, para mis días era arrancar un fin de semana de asueto, que viene a ser lo mismo. Pero a mí el viernes me puso por delante un espejo donde siempre me he mirado y una responsabilidad temprana, quizá demasiado. Compartí ratos en aquellas noches de viernes con otros que quisieron atarse en aquel rincón de la mesa, como Pedro Cámara, Antonio Chaparro,… y el Nani, con quién eché buenos viernes y con quién mudé, momentáneamente, letras por baraja.

Y recuerdo noches encendidas, la tahona apagada y sólo el flamear de la débil llama de dos o tres velones. Y recuerdo estar de manos cruzadas y el chirriar de un denso pero apacible silencio.

A media madrugada de viernes, puesta en orden la primera tanda de panes y barras, bollos, tortas y magdalenas, estaba autorizado a unas horas de descanso. Evitaba entonces mi cama, buscaba la protección de la alcoba de mi padre, de su ancha cama, y allí, rodeado de su olor y con el frío roce de sus sábanas, me dormía arrugado y al cobijo de una almohada doblada a modo de media luna, que me parecía gigantesca, y me engullía en el mundo de los sueños.


2 comentarios:

  1. Emotivo relato del inicio de tus días, de las vivencias de aquellos años. Tus recuerdos, narrados con la maestría del sentimiento y de quien ha vivido con intensidad cada momento, no hacen sino evocar emociones a los que te leemos. Enhorabuena por este relato que has escrito en el día de tu 50 cumpleaños. No hay mejor modo de celebrarlo. Felicidades y a por otros cincuenta. Un abrazo, José María.

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