domingo, 23 de abril de 2017

Un domingo entre tostadas y al hilo de las cosas de leer

En aquellas vísperas, cuando acaecía alguna tragedia cercana como lo era la temprana muerte de un familiar, el pueblo tenía por costumbre alejar por unos días a los chiquillos de la casa materna. Fue por entonces, cuando en el altillo de mi tía Rafaela una ancha canasta cubierta de polvo me abrió de par en par el mágico misterio de la lectura. A los iniciáticos cuentos y novelas del oeste que aparecieron en la cámara, le sucedieron escritos que rezumaban intrigas y aventuras, inquilinos de la oculta y pequeña biblioteca que se abría hueco en el despacho con la directora del colegio, doña Anita. “La Isla del Tesoro”, “Los Viajes de Marco Polo” o “Viaje a la Luna” vinieron a consolidar un poso ya inevitable, que me encarriló por el inexplicable mundo de la lectura. Fueron años difíciles para las letras, en los que el libro era una herramienta extraña, un intruso, en pueblos pequeños y de economía precaria, como lo era éste, donde la abstinencia escolar era norma obligada para los infantes.

Y el tiempo, que es mudanza sin traba, trajo inquietudes por leer y saber, ansiedad por disfrutar con las letras y de dar forma a un inescrutable mundo interior que sigo sin desentrañar. Y mis calles comenzaron a recitarme letras que multiplicaban su eco en cada una de las esquinas de este pueblo de Sierra Morena.

Versos cantados en el arrabal del Cueto y en la Cestería, el barrio viejo de la aldea, aquél que se derramó a la vera de la fortaleza en las postrimerías del siglo XV. Calles a pie llano, abiertas a levante y con el tiempo encorsetadas entre casuchines en pendiente levantados con ripios, barro y tapial.

Letras rimadas en el vado de la Plaza Mayor, donde los pecheros locales elevaron la Casa Consistorial y la iglesia gótica, vistiendo de gala las mejores casonas pétreas, símbolos que el tiempo habría de reconocer como máxima expresión del nuevo estatus de villa.

Letras trovadas en calles amarradas a los usos urbanos más cotidianos, Pilar e Iglesia; o las que nacieron bajo el apelativo de acontecimientos significativos de la vida social, como Potro, Fugitivos o Huérfanos, estrecha maraña de piedra y cal.

Letras entonadas en rúas trazadas por la Modernidad, las que saltaron el cerco aldeano siendo bautizadas por las nuevas industrias emergentes -Piedras, Eras, Cuesta los Molinos, del Pozo Nuevo, Mazacote, Canteras, Becerrá, “lejidillo”, Industria o Cuesta Herradores- y las que mudaron caminos en empinadas calles flanqueadas por casonas señeras: Real, Luzonas, Mestanza o Carril.

Letras elevadas al cielo por vericuetos donde el nuevo orden villano mudó lo terreno en celestial santificando calles y callejones, como Santa María, Cruz, Trinidad, Madre de Dios, Plazuela del Rosario, Visitación, Calvario Viejo o San Ildefonso… y en laberintos urbanos donde las musas campan a su libre albedrío, adarves de nombres paridos por los ideales románticos decimonónicos: Salsipuedes, Cuidado, Recuerdo, Amargura o Desengaño.

Letras que resuenan a diario en cada uno de los parajes que salpican el entorno urbano, en el Laero y en el Barranco; en el Llano, por Buenos Aires y en los Charcones; en la Serna, Piedra Bermeja y la Zalá.

Porque la historia de un pueblo no es sólo la suma de sus edificaciones más notables, por contra es la huella que sus gentes han rubricado a fuego en el territorio. Es la fría marca que imprime el cantero en todas y cada una de sus piedras y lo es el trazo de la cal que blanquea fachadas cada primavera; es la húmeda pisada que hoya la bestia del arriero en el barro de la vereda y la cruz que separa caminos; es el caz que conduce el agua al molino y la acequia que reparte suertes en la huerta; es el sello que estampilla el funcionario y el corte de la barbera en la tahona;  es el hierro que identifica la res y el surco de la sementera; es el restregón que sufre el marmolino en cada esquina y el roce que desgasta el asperón del brocal…

…y lo es cada frase cantada a los cuatro vientos de este áspero pellejo serrano.



4 comentarios:

  1. ¡qué bonito todo lo que cuentas y cómo lo cuentas!

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  2. Los libros no solo están en los estantes, también ocupan espacios como éstos donde la palabra juega a crear textos que serán imperecederos. Gracias por esta nueva entrada.

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  3. Siempre es reconfortable leer las meditaciones que escribes: Nos transportan a tiempos pretéritos, que aunque por muchos de nosotros no vividos, evocan el recuerdo de antaño. Un abrazo.

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