sábado, 8 de abril de 2017

Abril

El viento devora asfaltos y alza remolinos de humo dormido.

Recuerdo a mi abuela, una señora pequeña, pelo fino y blanco, moño apretado, sentada en una silla baja al fondo del portal, haciendo hora. Recuerdo a mi abuelo de tertulia, en los Piñones y al amparo de un frondoso eucalipto, un magnífico altozano a la campiña, a la tierra donde tanto derramó. Una cara oscura, quemada y cuarteada, apretada bajo su boina, adelantando la sonrisa más blanca y amable, sincera, que uno pueda imaginar.

Despacio, con movimientos repetidos día tras día, como en una liturgia, mi abuela se acercaba a la vieja alacena de madera y yeso, bajo la escalera de la cámara, y allí, al amparo de la vajilla, a modo de oculta perla, emergía una ovalada magdalena de concha, Bimbo.

Pasados los años, muchos, puede parecer extraño y hasta ridículo, pero la memoria pone en valor los pequeños detalles que uno dejó pasar y florecen con la luna de abril.

Hoy, todo aquello es ceniza, el calor del asfalto sepulta los recuerdos y el viento anda en calma chicha.



2 comentarios:

  1. Me encanta el texto que acompaña a esas magdalenas. Pero pienso que a los recuerdos no los puede sepultar ni siquiera el calor del asfalto, y que vuelven a nosotros con la misma frescura de las lluvias que caen en abril. Siempre nos queda esa desazón de no haber sabido valorar aquellos pequeños y valiosos momentos, pero el caso es que se vivieron y de una forma intensa. Por eso ahora, en este magnífico blog, nos deleitas con estas vívidas descripciones de esos retazos de vida. Un abrazo.

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  2. ¡Gracias Juanba! Lo del asfalto es una metáfora de una experiencia muy personal, pero llevas razón. Un abrazo

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