¿Conoces la mayor playa de interior de la provincia de Jaén? La
“playa” del Tamujoso, en Baños de la Encina y a 3 km de Posá la
Cestería. De aguas limpísimas y a la vera de un excelente pinar, tiene
autorizado el baño, la pesca y los deportes náuticos sin motor. Y todo
ello en un marco geográfico de sobresaliente valor etnológico,
arqueológico y natural, ¿te lo vas a perder?
Qué buscas rincones
más recónditos, menos concurridos, a los que llegar a pie sin esfuerzo,
las “playas” de las Migaldías o la Picoza te ofrecen un escenario
inmejorable en la “junta de los ríos” Grande y Pinto, donde estos vienen
a parir las aguas del Rumblar.
Forografías: Hilario Pastor y Antonio Alarcon Ramirez
miércoles, 27 de mayo de 2015
domingo, 24 de mayo de 2015
Salas Galiarda
En
el corazón del Saltus Castulonense, en plena Sierra Morena y mirando de frente el
sacro cerro del Cabezo, se alza, aún altivo, sobre el inexpugnable macizo de la
Navamorquina, el “torrus” ibérico-romano de las Salas Galiarda.
Es
este árido pellejo tierra de minas viejas, cobijo de golfines, bandoleros y
maquis, refugio de "penitentes mudos", pago de torrucas y ciudades
legendarias,… es ésta sierra de "extremos" trashumantes.
Se
trata de una fortaleza pétrea, en realidad un frente de muralla y torres
formado por piedras quasi ciclópeas, bien labradas, que se levanta sobre una
meseta cercada, a oriente, solo visible para aquéllos que miran con interés. Es
hoy este castillo, que mantiene en excelente estado lienzos y bastiones rectangulares
elevados en granito, un paraje espectacular donde comulgan sin problema
historia y naturaleza.
El
alcázar, que pelea por erguirse entre los encinares, se asoma al valle del
Rumblar, por debajo el río parece dibujarse a sus pies como si de un plano
cartográfico se tratara. Dando trazas de su vinculación minería, por
frente tiene un gran escorial, pero también un buen número ingenios hídricos
que en nada desdicen el gigantesco aljibe que esconde en sus entrañas, ¿o se
trata de un pozo minero?
Las fotografías son de un excelente día de primavera, de un día que las visité con Quico Lara hijo. Mi sorpresa cuando una de ellas apareció, años atrás, como portada de un libro de feria, bien.
Las fotografías son de un excelente día de primavera, de un día que las visité con Quico Lara hijo. Mi sorpresa cuando una de ellas apareció, años atrás, como portada de un libro de feria, bien.
martes, 5 de mayo de 2015
La vida mata, cómo dirían aquellos ilustres
Tardes de viento en días de "cabañuelas de
retorno" remueven el polvo de la conciencia, levantan cadáveres ocultos
bajo la losa del tiempo y esquivan el acoso de la hermana amnesia. Tardes de
viento en días de "cabañuelas de retorno" te recuerdan por dónde
anduviste y qué fuiste.
El viento borra asfaltos y alza remolinos de humo
dormido.
Terrizo por delante, el matadero asoma al fondo de una
ancha explanada dando paso a viejas y olvidadas canteras de piedra que ahondan
en las entrañas del Barranco del Pilarejo, cobijo de cabezolones y tiros, retazo
de historias menudas, lugar de trajines de zagales e improvisado basurero de
estiércol. Parido al amparo del Plan Jaén y al modo arquitectónico de los
Poblados de Colonización, sufrió con paciencia los avatares que la modernidad
trajo a su entorno.
El matadero del Santo Cristo es un edificio de nueva
planta edificado en los albores del “desarrollismo”, en pleno descansadero
mesteño del Santo Cristo. Pese a su sencillez, expresa de manera muy nítida los
postulados de la racionalidad económica del momento, fomentó los sectores
agrícolas locales, ahora fiscalizados, e intentó un distanciamiento de la
económica anárquica, de subsistencia y trueque, que hasta entonces imperaba. Destinado
a presidir y ordenar un espacio, el de la entonces novedosa barriada que
amagaba crecer a poniente de la ermita del Cristo, aún conserva su planta
achaparrada y la bella bóveda de su sala de matanza.
A la siniestra del inmueble, apretados contra la blanca
hilera de casonas, dos frondosos moreas
ponen una nota de color a la ancha calle, huérfana de otros avatares que no
fueran el mañanero y esperpéntico desfile de chotos que, con premura, enfilaban
a tres patas su última danza. Se alzaban como privilegiados oteros de la
chiquillería que, en las tardes mayo, se apremiaban en recoger sus frutos,… y
no había día que no salieran por pies bajo la amenaza y gruñidos del
propietario colindante.
Pero en tardes de cabañuelas, cuando el viento remueve
el polvo de mis años, la terriza anchura se llena de notas de feria, de barcas
de acero en elevada huída, de la novedad del “balansé” o del espectacular y
único zig-zag. Pues, no en vano, ocupaba ahora lugar privilegiado, al amparo de
la ermita y restando protagonismo a los "coches locos". Eran estos tradicional
encuentro nocturno de la mocedad que, ocultos en el recodo, ayudaban a blindar
aún más la pista colorá, muchos años huidiza de las correrías de deportistas y pasaratos.
Cuando parecía que los artilugios engullían más y
más metros, cuando los “pinchitos” tomaban la lonja y el acerado de mi tía
Leonor, cuando la feria parecía enraizar definitivamente, la cálida y
traicionera huella del asfalto, su viento achicharrante, apretó la anchura del
matadero… y éste, su influencia, su preeminencia, vinieron a fenecer a los pies
de una moderna fuente de diseño, blanca impoluta. Las apariencias ciudadanas
doblaron el pulso a la cotidianidad villana.
Ahora, en estas tardes de cabañuelas, el polvo de mi
camino eleva imágenes de mañanas de cuajadera y sangre, de cuando la vida de la
bestia, en un suspiro, resbalaba sobre el lebrillo.
Hoy todo eso es ceniza, el calor del asfalto sepulta
los recuerdos y el viento anda en calma chicha.
https://www.youtube.com/watch?v=nR0CeR6Hp-E&list=PLstwolqCcf4uR1Y6XKPbxVG_7ohxfKISS
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