Días atrás, a modo de metáfora cargada de razón, me llegaba la noticia de que “La fábrica de la felicidad” se marchaba de España. Son éstos y otros hechos de similar parangón los que verdaderamente le toman el pulso a nuestra sociedad, y no aquéllos de escala macroeconómica.
Es evidente que una empresa que tiene como destino final de sus elaborados la venta a los señores y señoras de a pie, no tiene sentido si lo consumidores no tienen capacidad de su obligación primera: consumir; más allá de posibles menores costes de producción por rincones geográficos, por el momento, menos afortunados. Y eso es lo que ocurre en la vieja Hispania, bien lo saben estas empresas elevadas sobre las “bondades” de la globalidad.
Por desgracia, el eterno fracaso del “Regeneracionismo” ha traído de la mano la regeneración del rancio caciquismo decimonónico que se nutre sin mesura de las alcabalas del común, haya seguía, langosta o temporal, y que vuelve a regocijarse en los viejos casinos, que de nuevo y por doquier crecen, se reproducen y promocionan radiofónicamente.
Al hilo y haciendo honores a otra de las empresas caídas, bien me decía un día mi abuela Manuela conversando sobre las modernidades que por entonces venían: ¿tú sabes, cuando una sale por la mañana a hacer sus cosas al agujero del corral, lo que te despierta el fresquito en el trasero?
Quién no se consuela es porque no quiere.
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