El nombre de este blog tiene su causa en el barrio de Baños en el que me crié, El Cotanillo. Hoy, por error, tiene un nombre equivocado, “Travesía Amargura”. Creo que, como calle, siempre quiso pasar desapercibida, de hecho hoy no tiene ninguna vivienda numerada. Sólo portones.
Esta calle me llevaba al principal sitio de juego, “El Corralón” (durante un tiempo también jugamos en la casa frente a la carpintería, en la calle Amargura, hasta que la obró Enrique). Me siento orgulloso de haber sido un chiquillo del Corralón, un sitio donde toda la chiquillería del barrio teníamos encuentro. Hoy no juega nadie, por eso digo que si tiene alma este lugar, estará muy triste. El Corralón fue el mejor sitio de juegos que podían encontrar los chiquillos de mi generación: un espacio amplio, oculto de padres y vecinos, una vaquería, la de Juan Manuel “el de la Tonta”, con su pajar, cuadras, gallinero y corral (todo un lujo), un cine de verano y todo un barrio de casas abandonadas donde buscar secretos ocultos. La Perla era la casa de Joaquinito, poder entrar en ella era toda una obsesión. Entramos, por supuesto.
Aquí encontré mis amigos de toda la vida junto con mi primo Dioni y Felix. Pronto hice más en la escuela, que tampoco puedo olvidar como Miguel, Javier, José Adolfo o Juanito “el rata”, y después en el instituto, en la Universidad, en mis trabajos,…, pero mis amigos de siempre, desde casi que nací, los encontré aquí: Juanatos y los Merguis. Hubo también alguno del barrio, en momentos puntuales, con los que hice buenas migas como el Nani, Paco o Diego “el pelos”.
El Corralón fue un sitio de juego extraordinario (que ya iré contando), pero también fue donde una punta me atravesó el pie durante una Candelaria, sangraba como un cochino; donde hicimos un tremendo agujero buscando un refugio de la Guerra, menudo susto nos dieron los Civiles cuando vieron lo que estábamos haciendo. Una vez, chiquillos mayores hicieron un chozo (Paco, Antonio, Rafael, etc.) en el callejón del Cotanillo, pero finalmente nos hicimos los dueños, hasta que se hundió.
La verdad que fue un sitio excepcional al que he vuelto alguna vez con gran nostalgia.
Y veíamos el cine de verano desde los bardales de enfrente.
ResponderEliminarY jugábamos al balón en plena cuesta, por encima de los escalones (cuando no podían pasar coches)