lunes, 11 de marzo de 2024

De símbolos apotropaicos

Al hilo de nuestro castillo, embarrados en discernir si sus murallas son de origen califal o almohade, cuando anecdóticamente ambos periodos históricos se rigen bajo el cetro de un califato, o si fueron erigidas por gracia y buen criterio de Alhakén II o se levantaron por orden de Yusuf al Mansur como pieza destacada en una compleja partida de ajedrez, hay uno y mil detalles de interés que han quedado relegados en el altillo de la desmemoria. Apoyados en el báculo de Patricio, en su disparata manera de mirar e interpretar, lo que a primera vista nos puede parecer una minucia a poco que le demos una repensada se hace un sillar que nos arma un castillo. Así ocurre con la entrada de la fortaleza, desfigurada a fuerza de tantos usos y retoques, o la decoración de sus lienzos, donde no llegamos a discurrir con claridad si se trata de un complejo esgrafiado o un simple encintado, pero que presenta un buen número de singularidades. Ese es el caso de la afamada flor de cuatro pétalos presente en una almena, pero también de un zigzag a contracorriente de la norma, un pequeño y sencillo 'capitelillo' o la sucesión de lo que podríamos denominar como varias cruces de San Andrés, cuando en realidad podría ser el eje vertical de una sebka. Aunque lo que más me llama la atención es el último hallazgo, que descubrí recientemente mientras paseaba con la perrilla, un doble y singular ‘alquerque de doce’ dibujado en vertical sobre un cajón del lienzo de muralla. ¡Vamos, lo que en Baños llamamos un tablero de Los Lobos! Con una posible función apotropaica, podría ser un símbolo protector realizado tras la conquista castellana del castillo. Si ya me lo decía con su vozarrona el bueno de Antonio, por lo que me toca y contrario a la costumbre: ‘si la puerta la hicimos tu chacho el Fino y un servidor, de peón’.



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