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Y ahora, situados temporalmente en los últimos estertores de la Edad Media y con una población cada vez más asentada e identificada con su territorio, ¿es posible que los aldeanos que nos precedieron decidieran dar mucha más fuerza al magisterio, grado protector y carácter sacro de sus refranes agroclimáticos? ¿Es posible que dieran un paso hacia adelante y decidirán hacerlos visibles, tangibles, legibles en el territorio? ¿Puede que nuestros paisanos del bajo Medioevo quisieran tenerlos muy presentes y desearan representar sobre el terreno ese santoral y sus refranes, lo que de positivo tenían aquellas enseñanzas? ¿Que con este fin edificaran unas ermitas cuyas advocaciones simbolizarían los contenidos de estos refranes y, por su secuencia lineal, narraran ordenadamente el ciclo agroclimático más idóneo para sus intereses?
Sí, existe esa posibilidad.
De manera paralela, y quizá con este fin, implantaron un ciclo de fiestas, procesiones y romerías muy concretas, estrictamente desarrolladas en un territorio en particular, que no es otro que aquel camino que mayor reputación tenía en el pueblo y en aquel momento histórico: el Camino de Andalucía en su tramo Majavieja o del Santuario. Un eje viario que tenía como vértices, y aún sigue teniendo, la parroquia del pueblo, a poniente, y el Santuario de Nuestra Señora de la Encina a levante. Y así nos narra, a modo de estaciones y en este orden, haciendo uso de las ermitas de San Ildefonso, San Marcos y Jesús del Camino.
Para que año agrícola sea lo más fructífero posible, y por tanto se obtengan las mejores cosechas, las lluvias deben llegar pronto, a comienzos de septiembre (mejor para la Virgen, 8 de septiembre). De esta manera la sementera se efectuaba tras la festividad del santo (San Mateo), en pleno equinoccio otoñal. Ese mismo día el Evangelista, en procesión desde la parroquia, en el marco de las tradicionales fiestas de Los Esclavos y siguiendo el eje viario del camino, despide a la Madre Tierra (Virgen de la Encina) que marcha a su santuario, a levante, al comienzo del ‘todo’, y en plena campiña —a renacer gracias a la lluvia regeneradora—. De esta manera se busca que la diosa proteja los campos mientras los fieles ruegan porque se conciba la mejor cosecha. Entonces y durante la procesión, cuando llegan a la ermita de San Marcos, San Mateo cede el testigo, la responsabilidad climatológica y la protección de la Diosa Madre (fertilidad) a San Marcos y en la ermita homónima —cuya festividad tiene lugar el 25 de abril—. San Mateo la despide en el atrio y regresa a su parroquia, la procesión y la virgen siguen su curso por la traza del camino de Majavieja. Este evangelista, San Marcos, no solo es protector de caminos (de ahí su ubicación en un importante cruce), es también portero de las beneficiosas aguas que deben aparecer en los días finales de abril y que han de extenderse a mayo —“San Marcos, rey de los charcos”—. Si se dan estas condiciones, las óptimas, se prosigue de la mejor manera lo que ya comenzó con buen pie en los albores del otoño, después de realizar una siembra temprana. Como debía ser.
La procesión sigue su camino por la vieja calzada.
Como también nos adelanta el refranero, “en mayo, aguas y soles hacen labores”. La acción conjunta de lluvia (San Marcos) e insolación (dios solar) favorecerá que la excelente cosecha que se preveía a finales de septiembre, con la siembra temprana, llegue así al mejor puerto. En este sentido, llama la atención que la siguiente escala procesional casualmente, o no, sea en la Ermita de Jesús del Camino, ¿Es la ermita, en su vertiente de símbolo solar (Cristo) y preámbulo caminero del santuario de Nuestra Señora —madre fértil que explota bondades y panes en mayo—, una escala más en el complejo camino simbólico que dibujaron sobre el territorio nuestros ancestros?
Y en este estado de la cuestión, ¿es posible que el trazado viario que une la parroquia de San Mateo con el Santuario de la Virgen de la Encina, el Camino del Santuario o de Majavieja y sus ermitas, pueda ser la representación física, tangible, legible y sacralizada de un tramo del calendario santoral, el que va desde la sementera a la siega, y de la sabiduría que encierra el refranero? De ser así, toda esta representación simbólica se condesa y escenifica en tiempo y forma con la procesión ya mencionada, la que tiene lugar el 21 de septiembre entre la parroquia de San Mateo y el Santuario de la Virgen de la Encina, con sus escalas en cada una de las ermitas. Todo el proceso culmina con otra procesión, la que tenía lugar el 9 de mayo con una romería al santuario. En un ambiente festivo por la cercana y casi inmediata cosecha, y durante la romería, se ruega a la diosa madre para qué en mayo, mes clave para el desarrollo del grano, se den las mejores condiciones climáticas. Es decir, que sol y agua vengan de la mano, alternen y se consiga la mayor cosecha posible. Tras la celebración eucarística, se procesiona con Nuestra Señora de la Encina el perímetro del santuario. Ya de vuelta a la parroquia, se regresa con la imagen de la Virgen para protegerla del sol abrasador que la campiña sufrirá durante el estío, a esperar de nuevo y pacientemente la llegada de las primeras aguas de septiembre.
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