viernes, 12 de julio de 2019

Sobre aguas y sus ingenios

Contrariamente a lo que pueda parecer, el nombre de este municipio, enclavado en las estribaciones meridionales del macizo de Sierra Morena, no tiene su origen en la presencia de algún balnea o alhama distinguido, tampoco en la abundancia hídrica de su entorno. Efectivamente, así es. Según las últimas investigaciones el apelativo podría derivar de la transcripción fonética que los primeros castellanos realizaron del sonido banya, a la sazón denominación que parece que los agarenos daban al castillo (hins banya) que se eleva en el Cerro del Cueto y que fue germen histórico del núcleo urbano actual. Con la información de la que hoy se dispone, en árabe clásico vendría a traducirse como “fortaleza con profundas raíces históricas”, “antigua”, “con mucha historia” (no debe olvidarse la riqueza arqueológica de sus cimientos). A fuerza de escucharlo durante casi un siglo, el periodo que el macizo mariano contó con el estatus de frontera, y erróneamente pronunciado por las hordas “reconquistadoras”, evolucionaría de la siguiente manera: banya>bañia>baños; de igual forma que lo haría su gentilicio bani-oscos>bañuscos.

Pese a ello, o quizá por ese mismo déficit hídrico, y también por la concentración en un espacio tan reducido de una gran diversidad geomorfológica, pues no en vano el pueblo se levanta sobre uno de los escalones de la denominada Falla de Baños, la población ha modelado una infinidad de maneras e ingenios para obtener y almacenar agua para los diferentes usos cotidianos, ya sean estos domésticos, agrícolas o industriales. Esta manera de intervenir en el territorio, que sin ahondar en la investigación de campo podría parecer propia de la ocupación castellana, contrariamente tiene una profunda raíz histórica. En este sentido, es necesario subrayar la presencia de una serie de equipamientos hidráulicos de gran interés, como la gigantesca cisterna pétrea de Peñalosa (Edad del Bronce), que recoge las aguas de lluvia y escorrentía que fluyen por el callejero del poblado; la pequeña balnea de la cercana villa romana del Santuario de la Virgen de la Encina, cuyas aguas provienen de la vecina Fuente del Barranco del Pilar y que fue embrión del propio santuario; dos albercas elaboradas con mortero u opus caementicium, la de Los Perales de Purita y la del Polígono, la primera es hoy soporte de una más moderna y modesta utilizada para riego, mientras la segunda es cimiento de una casilla de mina de la primer mitad del siglo XX; o el doble aljibe almohade del castillo y los caces de drenaje de la Alcubilla, cuya fábrica realizada con opus signinum muestra una gran dureza y calidad.

Aun así, será durante los siglos XVI al XVIII cuando se edificarán la mayor parte de los ingenios hidráulicos que hoy dan forma a la interesante red etnológica que atesora el entorno más inmediato del municipio, un área rústica conocida popularmente como Los Ruedos. Grosso modo, podemos clasificar los bienes hidráulicos en cinco tipologías según el uso para el que se destinó el agua: ordenación territorial, doméstico, ya sea para beber u otros usos (aseo, elaboración de pan, cocer alimentos, etc.), tránsito viario/comercial y ganadero, agrario e industrial. Formando parte de este amplio abanico de recursos, podemos enumerar desde las “callejas de agua” (Arroyo, Cuidado, Barranco), que evacuaban del callejero y sin daños las aguas de lluvia, a veces torrenciales, a las zanjas empedradas de la Campiñuela, que drenaron los parajes pantanosos de Los Charcones y Cantalasrranas y proporcionaron una cuña de tierra fértil para uso hortícola; desde los pozos monumentales, como Nuevo y de la Vega, que salpicaron el Camino Real y abastecieron de agua a recuas y rebaños, hasta las ingeniosas alcubillas y fuentes del barranco de Valdeloshuertos (Cayetana, Socavón, etc.), que proveyeron de agua potable a la población; desde los pantanillos, habilitados en arroyos como el Rumblarejo para conducir de agua a las viejas almazaras, hasta los caces y molinos del Rumblar, que facilitaron la molienda de la cosecha de grano obtenida mediante un complejo sistema agrícola de aprovechamiento de los pagos serranos (llamado “roza de cama”)…; en fin, a modo de epílogo de este amplio listado de bienes de carácter etnológico subrayar que, en un espacio muy reducido del conjunto histórico del municipio, un área que no llega a las cinco hectáreas, se contabilizan hoy más de un centenar de pozos para uso doméstico, en la mayoría de los casos de una talla excelente.

Tan vasta enumeración patrimonial no sólo aporta información sobre las diversas soluciones técnicas utilizadas en distintos ámbitos económico-culturales y en diferentes momentos de su historia, también nos ayuda a entender procesos más complejos que, a escala local, han dado forma a la historia cotidiana de un territorio en muchos casos estéril como pocos. El agua, en un territorio sin regulación cárstica o nival que atenúe las fuertes oscilaciones estacionales mediterráneas, ha sido tradicionalmente uno de los recursos más apreciados por agricultores y ganaderos. En este sentido, por tanto, también nos muestra lo escasa y necesaria que es el agua en un entorno ambientalmente crítico como lo es éste, obligándonos a desarrollar un uso racional de ella si nuestro deseo es acorde con criterios de sostenibilidad. Por cierto, criterios muy contrarios al agobiante y férreo monopolio que hoy ejerce el cultivo del olivar.





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