Eran las casuchas de piedra encalada, de un blanco
que rayaba la pulcritud, achaparradas y más de una con techumbre amarrada con monte,
sencillas y de obligada simetría, de aquéllas de compartir a la fuerza cuartos
y portales entre varias familias. Y escoltaban a uno y otro lado el carril
enlosado de cascajos pétreos hasta darse de bruces con la Cruz de las Azucenas,
viejo humilladero y pórtico de la ermita. En el arranque del llano y a espaldas
de la doble hilera de casuchines, en un desorden no concebido con voluntad
propia, extensas corralizas remontaban apenas un metro sobre el terrazo elevando
bardales con muros de piedra oscura, ripios que habían sobrado de las faenas realizadas
muchos lustros atrás en las canteras. En su interior, los cortados, medio
quiñón medio cabrerizas de ganado, daban cobijo según año a siembras de habas y
chorchos, a mulos, burros y bueyes, mucha cabra y alguna vaca, la de menos, y
aquí y allá poca cuadra y mucha paridera, algún pajar, numerosos estercoleros y
unos cuantos chamizos negros que apenas vestían para romper el horizonte.
Fotografía del Carril de postguerra, propiedad de Plácida Álvarez y compartida en facebook.
lunes, 26 de junio de 2017
domingo, 25 de junio de 2017
La recortá
Con inclemencias tan duras como
éstas y noche tras noche, Juana, que llamaban la recortá por su escasa altura y volumen, hacía honor a su apodo
intentando dormir encogida, como si poca cosa fuera, bajo la bóveda inferior del
Camarín del Cristo, junto a la boca del aljibe que éste cobijaba en sus
entrañas. Más amodorrada que durmiendo, por la mañana aseguraba tener siempre
los pies en alto no fuera a fulminarla un rayo.
Era el cubil estrecho y a la
sazón húmedo, de paredes poco elevadas y bóveda apretada contra el solar.
Sostén del propio camarín y cimiento de la cruz del Cristo, ocupaba lo más
hondo de aquel macizo torreón que, a modo de bandera, ondeaba en la cima del
caballete una enorme veleta. Según opinaba la recortá, aquel amasijo de hierro tenía encomendada como protectora
función la de hacer de pararrayos. Todo aquél que sabía de ella, la recordaba desde
siempre como santera y mujer responsable de sus funciones, nacida en el tajo e
hija y nieta de santeras. Pero en noches de trajín eléctrico como lo era ésta, pese a
todo su afán y querencia por lo que custodiaba, todo le traía al pairo,…
incluido su buen consorte que nunca llegaba con hora.
Fotografía: "la encantá", sotocoro de la Ermita del Santo Cristo, Baños de la Encina. Autor: mi buen amigo Antonio Alarcón Ramírez
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