Gran parte de mi infancia la pasé entre cuatro paredes, en un cálido cuchitrilillo de 3x4 metros, en un cuartillo de mi tía Rafaela, vendiendo panes. La faena comenzaba a las 5:30 de la mañana, para atender la gente que iba a trabajar a los pinos en aquellos años finales de los setenta, y finiquitaba a las 9:30, la educación mandaba.
Allí, por suerte, frente con frente, veía pasar todos los autobuses que comunicaban Baños con el mundo exterior. Primero Linares, después los estudiantes de Bailén y, con el tiempo, la novedosa comunicación con Jaén y Madrid. E imaginaba cosas y mundos que descubrir, era una genial puerta al mundo exterior de un zagal de Sierra Morena. En esas hablé con pastores, que sabían del mundo y de una forma de entender la vida y la tierra, como Antolín el trashumante ovejero de Cañicosa que dos días a la semana venía a visitar a su familia, o con conductores que me hablaban de pagos por descubrir.
Mientras mi abuela Pura faenaba con las parroquianas, uno le hacía las cuentas. ¡Cosas de unos y otros tiempos!
Allí, veía amanecer y pasar las lunas, sentía el frío de la mañana y veía encerrarse los murciélagos cada aurora en las piedras de Jesús del Llano. Escuchaba el caer del agua y los rumores de las telenovelas. En fin, veía un mundo y ansiaba otro que pensaba mejor.
Pero bueno, disfrutaba de la bondad de cada amanecer sentado a pie de acera mientras arribaba la clientela y llegaba Diego "pepinollos", el hortelano, con su venta, para hablar de las cosas de la vida y de la huerta, pero también de las cosas del fútbol, de antes y de entonces.
El tiempo me llevó a unos y otros pagos, y los viví de primera mano.
Y los años, que lo hacen a uno viejo, pues eso, que te cambian. La sangre de un servidor tira y lo que parecía carga, pues con el tiempo se hace afán por elaborar y mejorar en estas cosas de hacer pan, que haceres a los que por aquellos días le daba uno de lado. A fin de cuentas, ¿hay tarea humana más vieja que domar plantas y manejarlas a tu antojo?
Y todo esto viene porque mi padre, Bartolomé Cantarero Rodríguez era un enamorado, un artista que también artesano, de esto de hacer pan. Creo que se merece un recuerdo aunque no fuera escritor, pintor,… en este día mundial del pan.
Un porrón de años después hago pan, una sensación increíble.