martes, 26 de abril de 2016

Por el cordel de Guarromán a la Virgen

Hace bastante tiempo, cuando a uno le inquietaba conocer de lo suyo y de lo ajeno más allá del perfil externo de las cosas, me atreví a indagar en los pilares económicos y sociales que sostuvieron el crecimiento urbano y monumental de nuestro pueblo, Baños de la Encina, durante los siglos XVI al XVIII. Bonanza, al menos económica, que vendría a languidecer durante la primera parte del reinado de Fernando VII.

En ésas, llegué a la conclusión de que tal transformación se sustentó sobre una profunda reorganización de la explotación agrícola del entonces término privativo de la aldea/villa, proceso que tendría a la aparición mariana como revulsivo ideológico fundamental. En el meollo de aquella mudanza, adquiriría principal protagonismo un temprano e importante desarrollo del olivar, cultivo que se coló en nuestro valle a modo de afilada cuña que, utilizando como eje el Camino Real, pasó desde las campiñas del medio Guadalquivir repartiendo mieles y ambiciones por estos lares. De manera paralela, fue creándose una nueva estructura de la propiedad que vino a sentar las bases de muchas de las carencias sociales, y también económicas, que acarreó el siglo XX para estas tierras. Pero esos son otros avatares.

La producción aceitera giró principalmente en torno a pequeños molinos, casi con seguridad de viga -como así dejaba entrever alguno recientemente desaparecido- establecidos en dos barrios de nueva construcción: el primero estaba situado en el triángulo que forman las actuales calles Eras con Trinidad y su travesía, al sur de la villa vieja y aprovechando el encuentro del Camino Real (calle Eras) con el Camino Linares (Trinidad); el segundo núcleo, que da nombre a la Cuesta de los Molinos, arraigó donde el Camino Real se da de bruces con las primeras casas del pueblo en su porción más oriental.

En este cabildo pareçieron Hernando de la E y don Alvaro de Lugo, rejidores, y dixeron que por este cabildo fueron nombrados por comisarios para señalar un solar para un molyno de Azeyte de Luis de Molyna de la Çerda, vecino, de que pidió le hizieran merced, y ellos han visto el dicho solar que esta en la calle del pozo nuevo, linde de la calle que sube desde el molyno de azeyte de Martín Galindo Tello hasta la calle del Exido, y lo dicen apeado y amojonado en esta manera: desde el corral de la casa de Juan Barragán Vaquero, que alinda la calle abaxo, veynte y ocho varas a dar a la calle del pozo nuevo, y la calle abajo otras veynte y ocho varas en largo, y desde donde acaban estas veynte y ocho varas hacia arriba a dar a la casa y corral de Pedro Moreno diez y ocho varas, y desde donde acaban estas diez y ocho varas tomar sobreçera por lo alto alindando con los arrabales de Pedro Moreno y la casa de Ayllón y de Juan Barragán Vaquero a dar a prymero mojon otras veynte y ochos varas” AMBE. Actas Capitulares de 1597, fol. 221r.

Pero el mayor impulso agronómico y tecnológico del momento vino de la mano de cuatro grandes almazaras, casas de campo o, según la jerga local, caserías. Todas ellas estaban localizadas, como sus olivares, en la cercanía del Camino Real, también llamado del Puerto del Puerto del Rey, en su discurrir bajo la falla de Baños: Salcedo, Manrique, Conde de Benalúa y Mendozas.

Asimismo hay, dentro de la poblazión de esta villa, veinte y dos molinos de azeite con veinte y quattro piedras, y extramuros quattro cassas de Campo, molinos de azeite, con sus piedras…” Catastro del Marqués de la Ensenada (1752); pregunta 58.

Poco les queda hoy a estas caserías de aquellos trajines que les dieron su ser. De una de ellas, la del Conde, las piedras de la portada exhiben sus glorias a la vera del castillo. Alguna otra, vaciado su interior y desaparecida la causa primera de sus afanes, apenas sostiene una miaja de su chasis original. Las que aún señorean sus mejores trapos, ven como en ellas comienza a medrar el deterioro.

Pero, no son hoy estos mastodónticos esqueletos los que llaman mi atención, son sus cosas menores las que convocan mi interés. Pequeños, pero indispensables para el funcionamiento del sistema, estos vetustos artilugios languidecen orgullosos entre matojos y ruinas, ingenios dormidos que no callados para quién quiera escucharlos. Y llegando a este término, el cordel mesteño de Guarromán desempeña un papel protagonista si se quieren conocer estos desmantelados restos. Es también camino alto de la Virgen y forma hoy parte de un tramo del GR-48 de Sierra Morena, el que discurre entre el núcleo de Baños y la portera de la Nava (Navarredonda).

La vieja carretera de Madrid, que en tiempos de menor tráfico motorizado fuera afamado paseo local, corta la tierra calma de Los Ruedos y La Loma para acercarnos al majestuoso Pozo Nuevo. Éste, achaparrado y pétreo artificio, se desparrama encajado entre las ruinas de la ermita de San Marcos y el Huerto Lucero, condicionados los unos y los otros por la presencia del dique porfídico de La Alcubilla y sus aguas. Pozo y huerto son fruto directo de la despensa hídrica, el tercero, puesto a presidir un encuentro viario, que mejor sitio que allí donde el líquido manda. Viejo cruce de caminos, lugar de posta hídrica de los hatos de cabra y oveja que venían de pastorear los rastrojos del verano, lo era también de las parejas de bueyes y mulos en tiempos de labranza y sementera. Hoy, el pago del Pozo ofrece buena sombra a la vera de su retorcido álamo negro.

Aquí, dejando la carretera general por la siniestra y en una curva cerrada, enfilamos por el añoso Camino de Majavieja. Las ruinas de San Marcos, de las que apenas apreciamos sus cimientos debido a las desamortizaciones y al expolio de los muchos años, preñan la génesis de ambos viarios y eran, hasta la definitiva presencia de la imagen de la Virgen de la Encina en el pueblo, lugar de despedida en su migración periódica y anual al santuario para bendecir las tierras del valle y favorecer su fertilidad. Hemos dejado atrás la que fuera vieja serna, en tiempos amplia despensa de trigos y legumbres, hogaño apenas un nimio reducto de lo que fue que se aprieta contra el pueblo buscando, sin éxito, la defensa de sus predios. Y, entre olivas, avanzamos por un camino que, pétreo, oculta hoy sus señas bajo el lodo del olvido y el alquitrán que todo desfigura. Aunque en tiempo cañada de ovejas merinas, fue siempre y sin duda la traza del Camino Viejo de Andalucía, el que por el Puerto del Rey superaba el macizo mariánico para ascender a los llanos de Castilla.

En dos traspiés y aún sobre el asfalto, nos sale por la izquierda y entre olivas una pequeña senda que, subiéndose a lomos de la falla, viene a incorporarse al cordel de Guarromán para ascender al alto de Santo Domingo. Allí, con severa paternidad y desde la lontananza, las ruinas de una ermita, la que diera nombre al otero, darán santo y seña para proseguir el trayecto. Posiblemente se tratara de un viejo torreón vigía de origen medieval, que quizá alternaba fines fiscales (montazgo y roda) con intenciones defensivas, salvaguardando el eje viario de una posible celada, como así nos avisa con su nombre el arroyo que arranca a su pies, junto a la afamada noria del "descolorío", que la jerga local en su afán de economizar ha recortado para dejar en "zalá". No se limita ese interés de controlar idas y venidas a un momento histórico concreto, el Medioevo, su trayectoria en el tiempo viene muy de lejos. Y así es, pues desde la prehistoria y hasta época de romanos torreones y fortines cabalgaron sobre la falla salpicando aquí y allá la cuerda: Santo Cigarro, Cerro de la Mesta, Castellones de la Cuesta de los Santos, Cerro del Salcedo,… son sólo algún que otro testigo de la sempiterna estrategia defensiva que caracterizó a este piedemonte.

Bajo la atenta salvaguarda de las pocas piedras que aún dan forma al expolio ermitaño y defensivo, prosigue nuestra caminata escoltada por un enérgico monte bajo y, aquí y allá, como memoria de un tiempo más apegado a trashumancias, emerge algún muro elevado con ripios de piedra que aprieta nuestra traza. Se trata de la tapia que en días, cuando por aquí barruntaba la oveja merina, protegía las tierras de pan llevar de la posible invasión de estos rumiantes.

Desde el altozano nos saludan las redondeadas copas de los pinos de reforestación de los cincuenta, cuyo verdor salpica aquí allá la dehesa del Santo Cristo, a su compás y vera prosigue ahora la caminata por la cuerda. En un momento estaremos sobre el Pilar de la Virgen pateando, si miramos con detenimiento, sobre un delgado dique granítico, origen y causa de las aguas, a una y otra vertiente, del pilar y de las norias que abastecían a los huertos en barranco que se desparramaban en bancales buscando el curso del río Grande.

Superada por su espalda la Casería Manrique, ahora nominada por el arbusto más que centenario que adornara su arrabal que no es otro que un legendario lentisco, nos topamos con un pequeño muro de piedra descompuesta y ladrillo rojo que corta por la sano el cauce del arroyo del Rumblarejo. El Pantanillo, así llamado, desviaba las aguas por la margen izquierda y las llevaba mediante un pequeño canal de ladrillo hasta los aljibes del molino, donde era utilizada para los usos propios de tan azarosa industria.

Ahora por el arroyo, a ratos más chortal que cauce, y a nuestra diestra, podemos apreciar como entrecortados muretes de piedra, a modos de reducidas medias lunas que se elevan del terrazgo, salpican la loma que trastea a las espaldas de la Cuesta de los Santos, bancales olvidados que amarraron a la madre gea retorcidas olivas ya desvanecidas en el polvo del tiempo.

Hemos de cruzar los Peñones de Chirite y dejar a nuestra diestra el Barranco del Pilar y el Cerro del Salcedo para ir a topar con la portera de la Nava. Giramos a naciente en la misma malla y, siguiendo el curso descendente del arroyete, buscamos la casería del Salcedo para darnos de bruces con una pequeña alcubilla o arcón de agua tallado en buena piedra, fuente muy al uso por estos lares que suministrara agua potable a esta vieja y señera hacienda aceitera. Sólo a unos metros y sobre el arroyo, un pozo, al modo de las norias del lugar, deriva aguas hasta la almazara para el laboreo cotidiano de la misma y la mejor producción del reducido huerto cercano.

Y, llegando hasta la fachada frontal de este molino, un sencillo reloj de sol, cobijado a espaldas de la portada y volcado a levante, contabiliza las penurias que le ha ido dejando el paso del tiempo. Sin darnos cuenta estamos ya a espaldas del Santuario, a tiro de piedra de Majavieja, la Casa del Rubial (del Miedo) y la recia construcción de Jesús del Camino que nos saluda con su sencilla sentencia “ego sum via”.











miércoles, 20 de abril de 2016

Santuario de Nuestra Señora de la Encina

A casi una legua a levante del núcleo urbano de Baños de la Encina, a estribor del mesteño camino de Majavieja, el santuario ocupa pagos que se elevan 400 metros sobre el nivel del mar. Hoya éste buenas tierras del cuaternario que alternan, en el pie de monte, con toscas amarillas del mioceno, areniscas marinas con una antigüedad que supera los 8 millones de años y que dan cobijo, puntualmente, a interesantes colonias de corales fosilizados. Está situado en pleno olivar de campiña, en un extremo de la cubeta sedimentaria Baños-Bailén y junto a las primeras estribaciones de Sierra Morena. La cercana falla de Baños y la presencia de esporádicos diques de granito, como los Peñones de Chirite, le han proporcionado en diferentes periodos históricos generosos veneros de agua potable, como la fuente del Barranco del Pilar o el Pilar de la Virgen.

Aunque en su entorno hay vestigios de diversas épocas, como el fortín argárico de la Cuesta de los Santos o la fortificación tardo republicana del Cerro del Salcedo, la primera ocupación del espacio se corresponde con el Alto Imperio Romano. Los restos que rodean la ermita se identifican con una villa romana de considerable tamaño, hasta el punto de contar con sus propias termas y baños, zona urbana y agrícola y un buen número de enterramientos, características que la acercan a la muy próxima de la "Piscina de Guarromán". La vida de esta villa, que se extiende entre los siglos I d.C. y el V d.C., se renueva en los últimos estertores de la Edad Media, en el tránsito del siglo XIV al XV, cuando se conoce en el lugar la existencia de una pequeña parroquia dependiente del arciprestazgo de Baeza. Fueron ahora ocupadas de nuevo las antiguas dependencias romanas, con pequeñas remodelaciones, que seguirán siendo utilizadas como edificaciones anejas cuando ya se eleve el actual santuario del siglo XVII, extendiendo su ocupación hasta el XVIII.

El inmueble que hoy da forma al santuario se gesta en lo que actualmente se corresponde con el crucero y la cabecera de la iglesia, una gran mole cuadrada y almenada. En origen, antes de preñar la ermita primitiva, sería de un torreón de control del territorio, pues no en vano se eleva en un antiguo cruce estratégico. De una parte, ya desde época romana, por el lugar transitaba el camino romano que, desde Cástulo y por la cabecera del río Guadiel, llegaba al emplazamiento del santuario para, buscando el río Grande, tomar el camino de Oreto a través del "mojón de la legua", también llamado desde época medieval como camino de San Lorenzo; o continuar hacia el Cerro del Cueto y, a su vera, tomar el Camino de Sisapo por Valdeloshuertos y el Marquigüelo -también llamado desde el medievo “la Castellana”, “de la Plata” o del Hoyo-, para ascender a la otra vertiente de Sierra Morena, donde estuvo localizada ésta reconocida ciudad minera de época clásica.

A finales del siglo XIV el lugar recupera su antiguo vigor. Por una parte, en los documentos y crónicas del momento, el sitio de Baños aparece cada vez menor frecuencia como “castillo” y las más como “lugar”, lo que certifica que la población rebasa el muro de la fortaleza y comienza a madurar la aldea. Paralelamente, se producen los primeros pasos que llevarían a una profunda reorganización de la explotación agrícola del entonces término privativo de la incipiente aldea bañusca, proceso que tendría en la aparición mariana un revulsivo ideológico fundamental: estos pagos al sur de Sierra Morena, tradicionalmente dehesas de extremo invernal para los hatos trashumantes, comienzan a mudar a tierra de calma, para después iniciar un proceso pionero y sin opción de marcha atrás con la introducción masiva del olivar.

En el siglo XIII, con el Reino de Jaén definitivamente en manos castellanas, se organiza un complejo sistema territorial y viario que favorecerá el tránsito por el Camino Real que surcaba el macizo del Muradal y La Losa. Se recuperan viejos caminos y se edifican o reedifican espacios de control y defensa del camino, así como lugares donde los viajeros pudieran hospedarse. El ejemplo más significativo son las llamadas “Casas Reales” mandadas construir por Fernando III y construidas mayormente durante el reinado de su hijo Alfonso X. Venían a ser verdaderas “área de servicio” que contaban con todo tipo de avituallamiento: lugar de venta y posada, una pequeña ermita y un inmueble que hacía las veces de fortín, control y defensa. Las más significativas en nuestro entorno fueron las de la Venta de Palacios, ubicada en el actual emplazamiento del pueblo de Santa Elena, y la de Zocueca (Guarromán), génesis del actual santuario. La Virgen de la Encina siguió, un siglo después, este modelo, pariendo un nuevo lugar de posta y vigilancia. De ese momento, finales del XIV, sólo queda el torreón transformado en crucero del santuario. Las obras posteriores, tanto las del siglo XVII como las del XVIII adaptaron el torreón pero borraron toda huella del resto de dependencias.

Ya en época moderna, como heredero de aquellos trajines, el lugar intensifica su papel como posta del Camino Real, que ahora salta el macizo por Puerto del Rey y une la llanura manchega con el Alto Guadalquivir casi en todo momento por pagos de Baños de la Encina.

La documentación más antigua que hace referencia a la existencia del Santuario data del año 1466, concretamente en la Crónica "Hechos del Condestable Don Miguel Lucas de Iranzo", donde se habla del Santuario de la Virgen al relatar las luchas entre el Condestable de Castilla y los Maestres de las Órdenes Militares, don Pedro Girón (Calatrava) y don Juan Pacheco (Santiago): "Y llegando a Señora Santa María del Enzina, que es a media legua de Baños, fallaron ay dos batallas de cavalleros en que avria tresçientos roçines e larga gente de a pié de las çibdades de Jahen e Andujar, quel señor Condestable les avia enviado en socorro…"

El libro "Fundaciones de Úbeda", obra del siglo XVII, también nos aporta información del lugar "… Al norte de Bailén, a una legua de distancia está Baños; tiene una Parroquial antigua dedicada a Nuestra Señora y la moderna de San Mateo. La Ermita de la Señora que llaman de la Encina por haberse hallado su Santa Imagen en el hueco de una encina, es antiquísima, assí la Santa Imagen como la Ermita y de mucha devoción por quien ha obrado la Magestad de Dios muchas maravillas. Por haber desacatado y maltratado Moros en una entrada que hicieron en esta Santa Casa, un caballero llamado Sancho Vizcaíno la reparó y trajo Bula de Indulgencia para los que ayudasen con sus limosnas para su reparo y ornato. Créese que estaba enterrado en esta Ermita en un sepulcro de mármol blanco que en ella se halló y descubrió cuando se abrieron las zanjas para el edificio nuevo que se ha hecho. Hay también en esta Villa las Ermitas siguientes: De Santo Domingo, de San Sebastián, San Ildefonso, Santa Olalla y el humilladero del Santo Xpt ".

También encontramos referencias en 1605, en la escritura de fundación de la Capellanía establecida el 3 de agosto por don Diego Galindo en la parroquial de Baños, donde hace referencia al santuario antiguo, pues esta fecha es anterior a la gran remodelación de 1622 que caracteriza la ermita que hoy podemos apreciar.

Por último, don Martín Ximena Jurado, racionero de la catedral de Toledo, escribió y publicó en 1652 la obra "Catálogo de Obispos de las Iglesias Catedrales de la Diócesis de Jaén y Anales Eclesiásticos deste Obispado", donde nos habla de las iglesias de Baños mencionando el santuario de la Virgen de la Encina, pero sin citar la ermita de Jesús del Llano, pues esta magna obra aún no se había realizado.

En líneas generales, se trata de una ermita de planta basilical y cuatro tramos de nave que cierra mediante bóveda de cañón falsa decorada con estucos, quedando marcada la división de los tramos por arcos fajones que dan solidez a la estructura arquitectónica de la construcción (en uno de ellos, el que da paso al crucero, aparece el escudo de la villa). Dichos tramos de bóveda se decoran con motivos geométricos y clave central con motivo vegetal. La nave se abre a tres capillas embutidas en el muro, que no se muestran al exterior, en el lado de la Epístola, y cuatro en el flanco del Evangelio. Unas y otras denotan el simplismo decorativo del primer barroco, de comienzos del siglo XVII.

A los pies de la ermita nos recibe un coro elevado abierto al interior por medio de una balaustrada en madera y a su vez cubierto por una bóveda vaída. En su cabecera, el presbítero, situado en alto respecto del nivel de la nave, toma el crucero cubierto por cúpula de media naranja decorada con la estructura geométrica típica del momento. En realidad se trata de una falsa bóveda que cierra mediante aproximación de hileras de ladrillo y remata con una linterna sin iluminación natural. Este tramo se corresponde con el viejo torreón, como aún nos dejan entrever los merlones que asoman al olivar ocultando las formas exteriores del cerramiento.

Desde el presbítero se accede al púlpito, que está sostenido por balaustre de jaspe y realizado en madera. En la parte central se abre un arco de medio punto que, hasta la Guerra, acogió un bello retablo que ofrecía una visión parcial y alegórica del camarín de la Virgen de la Encina. A éste se accede por medio de una escalera lateral que amplía y complica simbólicamente el camino hacia el recinto que cobija la imagen, situado por tanto a mayor altura que el resto de la construcción.

Este camarín, obra más que destacable de la ermita, cierra con cúpula sobre pechinas realizada en estuco pintado y con predominio del color dorado. La decoración se hace a base de motivos de rocalla, estípites y angelotes, junto con decoración de piñas y rosas, haciendo alegoría directa a la expresión mariana del barroco y representando simbólicamente los atributos que de la Virgen María se popularizaron en las Letanías Lauretanas durante el siglo XVI por toda Europa. De esta forma se cubre la base ideológica de la Contrarreforma, como fusión de todos los elementos plásticos con el espacio al servicio de una idea o significado principal. La decoración en yesería da a la obra ese carácter de lugar mistérico por excelencia para guardar la imagen venerada, vista y presentida a distancia que incita al contacto, a la visión próxima. Tal acumulación de motivos, unos simbólicos, haciendo referencia a los planteamientos de la Contrarreforma, y otros puramente decorativos, tienen como última justificación crear un espacio ilusorio donde la estructura se tiende a borrar, a dramatizar, y con ella el sentido de las proporciones. De esta forma las claves del Barroco, naturalismo y abstracción, se funden indisolublemente en este espacio.

Formando parte de la tipología de camarines-ocultos y vinculado al retablo camarín, su característica más importante es la de su enmascaramiento. Elevado a comienzos del siglo XVIII, aún se caracteriza por una cierta simplicidad y el dominio de los decorados naturales, sin llegar al recargamiento que presenta su vecino de Jesús del Llano, que ya corteja postulados del “horror vacui” que tanto caracterizará al barroco más avanzado.

Respecto al exterior, su fachada se define centralizada a partir de un arco de medio punto cuya clave nos marca la fecha de 1622, entre pilastras adosadas, y circunscrito superiormente por un entablamento liso. Sobre éste se sitúa una hornacina de arco de medio punto entre pilastras adosadas, rematada superiormente por un frontón, limitado en sus extremos y parte central por pináculos. Por encima y estructurando la fachada, un entablamento de canes que da paso en su parte superior a una espadaña formado por tres arcos de medio punto, dos inferiores separados por una cornisa del superior que cierra con frontón.

En el lateral izquierdo de la nave principal destaca la presencia de dos macizos contrafuertes mientras que, en la cabecera y externamente, se acoplan a ésta cuatro estructuras bien diferenciadas:

- La mole del viejo torreón.

- Una estructura de planta cuadrada elevada con sillares de buen corte y adosada a la anterior por su parte trasera. Contiene el camarín de la Virgen de la Encina.

- Un pequeño habitáculo rectangular adosado a la estructura del crucero, donde se sitúa la escalera de acceso al camarín, en sillar de buena piedra.

- En el lateral derecho se encuentra adosada la sacristía que, como la gran casa de santeros, fue elevada con la bonanza económica de las primeras décadas del siglo XVIII, posiblemente durante el mismo periodo que el camarín y la ermita actual del vecino Jesús del Camino.

Con  seguridad, la fundación del torreón a finales del XIV llevó parejo la edificación casi inmediata de una pequeña ermita bajo la advocación de la Virgen y a la corta sombra de una encina joven e impetuosa. Adosado a la estructura defensiva, quizá también fiscal –cobro de la roda-, y consagrando el lugar, un pequeño inmueble, con certeza en la línea de las pequeñas y achaparradas iglesias gótico mudéjares de una sola nave, cerraba en cubierta armada en par y nudillo. Los contrafuertes, embutidos en la nave, preñaban unas pequeñas capillas, germen de las actuales. La posterior elevación de la nave obligó a edificar estos dos rudos y corpulentos elementos del lateral siniestro, compensando así la nueva situación estructural

Puede que este relato sobre Santuario del Cabezo nos haga de "migajas" para llegar a buen puerto:

 “El santuario renacentista, mucho más amplio, ‘fagocitó’ a la ermita medieval y al torreón calatravo. Al hacer el nuevo templo, no sólo se derribó toda construcción anterior, sino que incluso se allanó el espacio para ensanchar la superficie, rompiendo hasta las mismas rocas sobre las que se asentaba la ermita medieval. Así, ya en 1534 se contabilizan los primeros pagos a los canteros encargados de ‘...quebrar las peñas donde se fundó la capilla...’.