“En este cabildo pareçieron Hernando de la E y Álvaro de
Lugo, Rejidores, y dixeron que por este cabildo fueron nombrados por comisarios
para señalar un solar para un molyno de azeyte de don Luis de Molyna de la
Çerda, vecino, de que pidió le hizieran merçed, y ellos han visto el dicho
solar que está en la calle del pozo
nuevo, linde la calle que sube desde el molyno de azeyte de Martyn Galindo
Tellez hasta la calle del Exido, y lo dixen apeado…”
miércoles, 30 de noviembre de 2016
Sobre la vieja industria del aceite en Baños de la Encina
lunes, 17 de octubre de 2016
Sobre panes y días mundiales
Gran parte de mi infancia la pasé entre cuatro paredes, en un cálido cuchitrilillo de 3x4 metros, en un cuartillo de mi tía Rafaela, vendiendo panes. La faena comenzaba a las 5:30 de la mañana, para atender la gente que iba a trabajar a los pinos en aquellos años finales de los setenta, y finiquitaba a las 9:30, la educación mandaba.
Allí, por suerte, frente con frente, veía pasar todos los autobuses que comunicaban Baños con el mundo exterior. Primero Linares, después los estudiantes de Bailén y, con el tiempo, la novedosa comunicación con Jaén y Madrid. E imaginaba cosas y mundos que descubrir, era una genial puerta al mundo exterior de un zagal de Sierra Morena. En esas hablé con pastores, que sabían del mundo y de una forma de entender la vida y la tierra, como Antolín el trashumante ovejero de Cañicosa que dos días a la semana venía a visitar a su familia, o con conductores que me hablaban de pagos por descubrir.
Mientras mi abuela Pura faenaba con las parroquianas, uno le hacía las cuentas. ¡Cosas de unos y otros tiempos!
Allí, veía amanecer y pasar las lunas, sentía el frío de la mañana y veía encerrarse los murciélagos cada aurora en las piedras de Jesús del Llano. Escuchaba el caer del agua y los rumores de las telenovelas. En fin, veía un mundo y ansiaba otro que pensaba mejor.
Pero bueno, disfrutaba de la bondad de cada amanecer sentado a pie de acera mientras arribaba la clientela y llegaba Diego "pepinollos", el hortelano, con su venta, para hablar de las cosas de la vida y de la huerta, pero también de las cosas del fútbol, de antes y de entonces.
El tiempo me llevó a unos y otros pagos, y los viví de primera mano.
Y los años, que lo hacen a uno viejo, pues eso, que te cambian. La sangre de un servidor tira y lo que parecía carga, pues con el tiempo se hace afán por elaborar y mejorar en estas cosas de hacer pan, que haceres a los que por aquellos días le daba uno de lado. A fin de cuentas, ¿hay tarea humana más vieja que domar plantas y manejarlas a tu antojo?
Y todo esto viene porque mi padre, Bartolomé Cantarero Rodríguez era un enamorado, un artista que también artesano, de esto de hacer pan. Creo que se merece un recuerdo aunque no fuera escritor, pintor,… en este día mundial del pan.
Un porrón de años después hago pan, una sensación increíble.
martes, 26 de abril de 2016
Por el cordel de Guarromán a la Virgen
Hace
bastante tiempo, cuando a uno le inquietaba conocer de lo suyo y de lo ajeno
más allá del perfil externo de las cosas, me atreví a indagar en los pilares
económicos y sociales que sostuvieron el crecimiento urbano y monumental de
nuestro pueblo, Baños de la Encina, durante los siglos XVI al XVIII. Bonanza,
al menos económica, que vendría a languidecer durante la primera parte del
reinado de Fernando VII.
En
ésas, llegué a la conclusión de que tal transformación se sustentó sobre una
profunda reorganización de la explotación agrícola del entonces término
privativo de la aldea/villa, proceso que tendría a la aparición mariana como revulsivo
ideológico fundamental. En el meollo de aquella mudanza, adquiriría principal
protagonismo un temprano e importante desarrollo del olivar, cultivo que se
coló en nuestro valle a modo de afilada cuña que, utilizando como eje el Camino
Real, pasó desde las campiñas del medio Guadalquivir repartiendo mieles y
ambiciones por estos lares. De manera paralela, fue creándose una nueva
estructura de la propiedad que vino a sentar las bases de muchas de las
carencias sociales, y también económicas, que acarreó el siglo XX para estas
tierras. Pero esos son otros avatares.
La
producción aceitera giró principalmente en torno a pequeños molinos, casi con
seguridad de viga -como así dejaba entrever alguno recientemente desaparecido- establecidos
en dos barrios de nueva construcción: el primero estaba situado en el triángulo
que forman las actuales calles Eras con Trinidad y su travesía, al sur de la
villa vieja y aprovechando el encuentro del Camino Real (calle Eras) con el Camino
Linares (Trinidad); el segundo núcleo, que da nombre a la Cuesta de los
Molinos, arraigó donde el Camino Real se da de bruces con las primeras casas
del pueblo en su porción más oriental.
“En este cabildo pareçieron Hernando de la E
y don Alvaro de Lugo, rejidores, y dixeron que por este cabildo fueron
nombrados por comisarios para señalar un solar para un molyno de Azeyte de Luis
de Molyna de la Çerda, vecino, de que pidió le hizieran merced, y ellos han
visto el dicho solar que esta en la calle del pozo nuevo, linde de la calle que
sube desde el molyno de azeyte de Martín Galindo Tello hasta la calle del
Exido, y lo dicen apeado y amojonado en esta manera: desde el corral de la casa
de Juan Barragán Vaquero, que alinda la calle abaxo, veynte y ocho varas a dar
a la calle del pozo nuevo, y la calle abajo otras veynte y ocho varas en largo,
y desde donde acaban estas veynte y ocho varas hacia arriba a dar a la casa y
corral de Pedro Moreno diez y ocho varas, y desde donde acaban estas diez y
ocho varas tomar sobreçera por lo alto alindando con los arrabales de Pedro
Moreno y la casa de Ayllón y de Juan Barragán Vaquero a dar a prymero mojon
otras veynte y ochos varas” AMBE. Actas Capitulares de 1597, fol. 221r.
Pero
el mayor impulso agronómico y tecnológico del momento vino de la mano de cuatro
grandes almazaras, casas de campo o, según la jerga local, caserías. Todas
ellas estaban localizadas, como sus olivares, en la cercanía del Camino Real,
también llamado del Puerto del Puerto del Rey, en su discurrir bajo la falla de
Baños: Salcedo, Manrique, Conde de Benalúa y Mendozas.
“Asimismo hay, dentro
de la poblazión de esta villa, veinte y dos molinos de azeite con veinte y
quattro piedras, y extramuros quattro cassas de Campo, molinos de azeite, con
sus piedras…” Catastro del Marqués de la Ensenada (1752); pregunta 58.
Poco
les queda hoy a estas caserías de aquellos trajines que les dieron su ser. De una
de ellas, la del Conde, las piedras de la portada exhiben sus glorias a la vera
del castillo. Alguna otra, vaciado su interior y desaparecida la causa primera de
sus afanes, apenas sostiene una miaja de su chasis original. Las que aún señorean
sus mejores trapos, ven como en ellas comienza a medrar el deterioro.
Pero,
no son hoy estos mastodónticos esqueletos los que llaman mi atención, son sus
cosas menores las que convocan mi interés. Pequeños, pero indispensables para
el funcionamiento del sistema, estos vetustos artilugios languidecen orgullosos
entre matojos y ruinas, ingenios dormidos que no callados para quién quiera
escucharlos. Y llegando a este término, el cordel mesteño de Guarromán desempeña
un papel protagonista si se quieren conocer estos desmantelados restos. Es
también camino alto de la Virgen y forma hoy parte de un tramo del GR-48 de Sierra
Morena, el que discurre entre el núcleo de Baños y la portera de la Nava
(Navarredonda).
La vieja carretera de Madrid, que en tiempos de
menor tráfico motorizado fuera afamado paseo local, corta la tierra calma de Los
Ruedos y La Loma para acercarnos al majestuoso Pozo Nuevo. Éste, achaparrado y pétreo
artificio, se desparrama encajado entre las ruinas de la ermita de San Marcos y
el Huerto Lucero, condicionados los unos y los otros por la presencia del dique
porfídico de La Alcubilla y sus aguas. Pozo y huerto son fruto directo de la
despensa hídrica, el tercero, puesto a presidir un encuentro viario, que mejor
sitio que allí donde el líquido manda. Viejo cruce de caminos, lugar de posta
hídrica de los hatos de cabra y oveja que venían de pastorear los rastrojos del
verano, lo era también de las parejas de bueyes y mulos en tiempos de labranza y
sementera. Hoy, el pago del Pozo ofrece buena sombra a la vera de su retorcido
álamo negro.
Aquí, dejando la carretera general por la
siniestra y en una curva cerrada, enfilamos por el añoso Camino de Majavieja. Las
ruinas de San Marcos, de las que apenas apreciamos sus cimientos debido a las
desamortizaciones y al expolio de los muchos años, preñan la génesis de ambos
viarios y eran, hasta la definitiva presencia de la imagen de la Virgen de la
Encina en el pueblo, lugar de despedida en su migración periódica y anual al
santuario para bendecir las tierras del valle y favorecer su fertilidad. Hemos
dejado atrás la que fuera vieja serna, en tiempos amplia despensa de trigos y
legumbres, hogaño apenas un nimio reducto de lo que fue que se aprieta contra
el pueblo buscando, sin éxito, la defensa de sus predios. Y, entre olivas,
avanzamos por un camino que, pétreo, oculta hoy sus señas bajo el lodo del
olvido y el alquitrán que todo desfigura. Aunque en tiempo cañada de ovejas
merinas, fue siempre y sin duda la traza del Camino Viejo de Andalucía, el que
por el Puerto del Rey superaba el macizo mariánico para ascender a los llanos
de Castilla.
En dos traspiés y aún sobre el asfalto, nos sale
por la izquierda y entre olivas una pequeña senda que, subiéndose a lomos de la
falla, viene a incorporarse al cordel de Guarromán para ascender al alto de
Santo Domingo. Allí, con severa paternidad y desde la lontananza, las ruinas de
una ermita, la que diera nombre al otero, darán santo y seña para proseguir el
trayecto. Posiblemente se tratara de un viejo torreón vigía de origen medieval,
que quizá alternaba fines fiscales (montazgo y roda) con intenciones defensivas,
salvaguardando el eje viario de una posible celada, como así nos avisa con su
nombre el arroyo que arranca a su pies, junto a la afamada noria del
"descolorío", que la jerga local en su afán de economizar ha
recortado para dejar en "zalá". No se limita ese interés de controlar
idas y venidas a un momento histórico concreto, el Medioevo, su trayectoria en
el tiempo viene muy de lejos. Y así es, pues desde la prehistoria y hasta época
de romanos torreones y fortines cabalgaron sobre la falla salpicando aquí y
allá la cuerda: Santo Cigarro, Cerro de la Mesta, Castellones de la Cuesta de
los Santos, Cerro del Salcedo,… son sólo algún que otro testigo de la
sempiterna estrategia defensiva que caracterizó a este piedemonte.
Bajo la atenta salvaguarda de las pocas piedras
que aún dan forma al expolio ermitaño y defensivo, prosigue nuestra caminata
escoltada por un enérgico monte bajo y, aquí y allá, como memoria de un tiempo
más apegado a trashumancias, emerge algún muro elevado con ripios de piedra que
aprieta nuestra traza. Se trata de la tapia que en días, cuando por aquí
barruntaba la oveja merina, protegía las tierras de pan llevar de la posible
invasión de estos rumiantes.
Desde el altozano nos saludan las redondeadas
copas de los pinos de reforestación de los cincuenta, cuyo verdor salpica aquí
allá la dehesa del Santo Cristo, a su compás y vera prosigue ahora la caminata
por la cuerda. En un momento estaremos sobre el Pilar de la Virgen pateando, si
miramos con detenimiento, sobre un delgado dique granítico, origen y causa de
las aguas, a una y otra vertiente, del pilar y de las norias que abastecían a
los huertos en barranco que se desparramaban en bancales buscando el curso del
río Grande.
Superada
por su espalda la Casería Manrique, ahora nominada por el arbusto más que
centenario que adornara su arrabal que no es otro que un legendario lentisco,
nos topamos con un pequeño muro de piedra descompuesta y ladrillo rojo que
corta por la sano el cauce del arroyo del Rumblarejo. El Pantanillo, así
llamado, desviaba las aguas por la margen izquierda y las llevaba mediante un
pequeño canal de ladrillo hasta los aljibes del molino, donde era utilizada
para los usos propios de tan azarosa industria.
Ahora
por el arroyo, a ratos más chortal que cauce, y a nuestra diestra, podemos
apreciar como entrecortados muretes de piedra, a modos de reducidas medias
lunas que se elevan del terrazgo, salpican la loma que trastea a las espaldas
de la Cuesta de los Santos, bancales olvidados que amarraron a la madre gea
retorcidas olivas ya desvanecidas en el polvo del tiempo.
Hemos
de cruzar los Peñones de Chirite y dejar a nuestra diestra el Barranco del
Pilar y el Cerro del Salcedo para ir a topar con la portera de la Nava. Giramos
a naciente en la misma malla y, siguiendo el curso descendente del arroyete,
buscamos la casería del Salcedo para darnos de bruces con una pequeña alcubilla
o arcón de agua tallado en buena piedra, fuente muy al uso por estos lares que
suministrara agua potable a esta vieja y señera hacienda aceitera. Sólo a unos
metros y sobre el arroyo, un pozo, al modo de las norias del lugar, deriva
aguas hasta la almazara para el laboreo cotidiano de la misma y la mejor
producción del reducido huerto cercano.
miércoles, 20 de abril de 2016
Santuario de Nuestra Señora de la Encina
A casi
una legua a levante del núcleo urbano de Baños de la Encina, a estribor del
mesteño camino de Majavieja, el santuario ocupa pagos que se elevan 400 metros
sobre el nivel del mar. Hoya éste buenas tierras del cuaternario que alternan,
en el pie de monte, con toscas amarillas del mioceno, areniscas marinas con una
antigüedad que supera los 8 millones de años y que dan cobijo, puntualmente, a interesantes
colonias de corales fosilizados. Está situado en pleno olivar de campiña, en un
extremo de la cubeta sedimentaria Baños-Bailén y junto a las primeras
estribaciones de Sierra Morena. La cercana falla de Baños y la presencia de
esporádicos diques de granito, como los Peñones de Chirite, le han
proporcionado en diferentes periodos históricos generosos veneros de agua
potable, como la fuente del Barranco del Pilar o el Pilar de la Virgen.
Aunque
en su entorno hay vestigios de diversas épocas, como el fortín argárico de la
Cuesta de los Santos o la fortificación tardo republicana del Cerro del
Salcedo, la primera ocupación del espacio se corresponde con el Alto Imperio
Romano. Los restos que rodean la ermita se identifican con una villa romana de considerable
tamaño, hasta el punto de contar con sus propias termas y baños, zona urbana y
agrícola y un buen número de enterramientos, características que la acercan a la
muy próxima de la "Piscina de Guarromán". La vida de esta villa, que
se extiende entre los siglos I d.C. y el V d.C., se renueva en los últimos
estertores de la Edad Media, en el tránsito del siglo XIV al XV, cuando se
conoce en el lugar la existencia de una pequeña parroquia dependiente del
arciprestazgo de Baeza. Fueron ahora ocupadas de nuevo las antiguas
dependencias romanas, con pequeñas remodelaciones, que seguirán siendo utilizadas
como edificaciones anejas cuando ya se eleve el actual santuario del siglo
XVII, extendiendo su ocupación hasta el XVIII.
El
inmueble que hoy da forma al santuario se gesta en lo que actualmente se
corresponde con el crucero y la cabecera de la iglesia, una gran mole cuadrada
y almenada. En origen, antes de preñar la ermita primitiva, sería de un torreón
de control del territorio, pues no en vano se eleva en un antiguo cruce
estratégico. De una parte, ya desde época romana, por el lugar transitaba el
camino romano que, desde Cástulo y por la cabecera del río Guadiel, llegaba al
emplazamiento del santuario para, buscando el río Grande, tomar el camino de
Oreto a través del "mojón de la legua", también llamado desde época
medieval como camino de San Lorenzo; o continuar hacia el Cerro del Cueto y, a
su vera, tomar el Camino de Sisapo por Valdeloshuertos y el Marquigüelo -también
llamado desde el medievo “la Castellana”, “de la Plata” o del Hoyo-, para
ascender a la otra vertiente de Sierra Morena, donde estuvo localizada ésta
reconocida ciudad minera de época clásica.
A
finales del siglo XIV el lugar recupera su antiguo vigor. Por una parte, en los
documentos y crónicas del momento, el sitio de Baños aparece cada vez menor
frecuencia como “castillo” y las más como “lugar”, lo que certifica que la
población rebasa el muro de la fortaleza y comienza a madurar la aldea.
Paralelamente, se producen los primeros pasos que llevarían a una profunda
reorganización de la explotación agrícola del entonces término privativo de la incipiente
aldea bañusca, proceso que tendría en la aparición mariana un revulsivo
ideológico fundamental: estos pagos al sur de Sierra Morena, tradicionalmente
dehesas de extremo invernal para los hatos trashumantes, comienzan a mudar a
tierra de calma, para después iniciar un proceso pionero y sin opción de marcha
atrás con la introducción masiva del olivar.
En el siglo XIII, con el Reino de Jaén definitivamente
en manos castellanas, se organiza un complejo sistema territorial y viario que
favorecerá el tránsito por el Camino Real que surcaba el macizo del Muradal y
La Losa. Se recuperan viejos caminos y se edifican o reedifican espacios de
control y defensa del camino, así como lugares donde los viajeros pudieran hospedarse.
El ejemplo más significativo son las llamadas “Casas Reales” mandadas construir
por Fernando III y construidas mayormente durante el reinado de su hijo Alfonso
X. Venían a ser verdaderas “área de servicio” que contaban con todo tipo de
avituallamiento: lugar de venta y posada, una pequeña ermita y un inmueble que
hacía las veces de fortín, control y defensa. Las más significativas en nuestro
entorno fueron las de la Venta de Palacios, ubicada en el actual emplazamiento del
pueblo de Santa Elena, y la de Zocueca (Guarromán), génesis del actual
santuario. La Virgen de la Encina siguió, un siglo después, este modelo, pariendo
un nuevo lugar de posta y vigilancia. De ese momento, finales del XIV, sólo
queda el torreón transformado en crucero del santuario. Las obras posteriores,
tanto las del siglo XVII como las del XVIII adaptaron el torreón pero borraron
toda huella del resto de dependencias.
Ya en
época moderna, como heredero de aquellos trajines, el lugar intensifica su
papel como posta del Camino Real, que ahora salta el macizo por Puerto del Rey
y une la llanura manchega con el Alto Guadalquivir casi en todo momento por
pagos de Baños de la Encina.
La
documentación más antigua que hace referencia a la existencia del Santuario
data del año 1466, concretamente en la Crónica "Hechos del Condestable Don Miguel Lucas de Iranzo", donde se
habla del Santuario de la Virgen al relatar las luchas entre el Condestable de
Castilla y los Maestres de las Órdenes Militares, don Pedro Girón (Calatrava) y
don Juan Pacheco (Santiago): "Y
llegando a Señora Santa María del Enzina, que es a media legua de Baños,
fallaron ay dos batallas de cavalleros en que avria tresçientos roçines e larga
gente de a pié de las çibdades de Jahen e Andujar, quel señor Condestable les
avia enviado en socorro…"
El libro
"Fundaciones de Úbeda", obra del siglo XVII, también nos aporta
información del lugar "… Al norte de
Bailén, a una legua de distancia está Baños; tiene una Parroquial antigua
dedicada a Nuestra Señora y la moderna de San Mateo. La Ermita de la Señora que
llaman de la Encina por haberse hallado su Santa Imagen en el hueco de una
encina, es antiquísima, assí la Santa Imagen como la Ermita y de mucha devoción
por quien ha obrado la Magestad de Dios muchas maravillas. Por haber desacatado
y maltratado Moros en una entrada que hicieron en esta Santa Casa, un caballero
llamado Sancho Vizcaíno la reparó y trajo Bula de Indulgencia para los que
ayudasen con sus limosnas para su reparo y ornato. Créese que estaba enterrado
en esta Ermita en un sepulcro de mármol blanco que en ella se halló y descubrió
cuando se abrieron las zanjas para el edificio nuevo que se ha hecho. Hay
también en esta Villa las Ermitas siguientes: De Santo Domingo, de San
Sebastián, San Ildefonso, Santa Olalla y el humilladero del Santo Xpt
".
También
encontramos referencias en 1605, en la escritura de fundación de la Capellanía
establecida el 3 de agosto por don Diego Galindo en la parroquial de Baños,
donde hace referencia al santuario antiguo, pues esta fecha es anterior a la
gran remodelación de 1622 que caracteriza la ermita que hoy podemos apreciar.
Por
último, don Martín Ximena Jurado, racionero de la catedral de Toledo, escribió
y publicó en 1652 la obra "Catálogo
de Obispos de las Iglesias Catedrales de la Diócesis de Jaén y Anales
Eclesiásticos deste Obispado", donde nos habla de las iglesias de
Baños mencionando el santuario de la Virgen de la Encina, pero sin citar la
ermita de Jesús del Llano, pues esta magna obra aún no se había realizado.
En líneas
generales, se trata de una ermita de planta basilical y cuatro tramos de nave
que cierra mediante bóveda de cañón falsa decorada con estucos, quedando
marcada la división de los tramos por arcos fajones que dan solidez a la
estructura arquitectónica de la construcción (en uno de ellos, el que da paso
al crucero, aparece el escudo de la villa). Dichos tramos de bóveda se decoran
con motivos geométricos y clave central con motivo vegetal. La nave se abre a
tres capillas embutidas en el muro, que no se muestran al exterior, en el lado
de la Epístola, y cuatro en el flanco del Evangelio. Unas y otras denotan el
simplismo decorativo del primer barroco, de comienzos del siglo XVII.
A los
pies de la ermita nos recibe un coro elevado abierto al interior por medio de
una balaustrada en madera y a su vez cubierto por una bóveda vaída. En su
cabecera, el presbítero, situado en alto respecto del nivel de la nave, toma el
crucero cubierto por cúpula de media naranja decorada con la estructura
geométrica típica del momento. En realidad se trata de una falsa bóveda que
cierra mediante aproximación de hileras de ladrillo y remata con una linterna
sin iluminación natural. Este tramo se corresponde con el viejo torreón, como
aún nos dejan entrever los merlones que asoman al olivar ocultando las formas
exteriores del cerramiento.
Desde el
presbítero se accede al púlpito, que está sostenido por balaustre de jaspe y
realizado en madera. En la parte central se abre un arco de medio punto que,
hasta la Guerra, acogió un bello retablo que ofrecía una visión parcial y
alegórica del camarín de la Virgen de la Encina. A éste se accede por medio de
una escalera lateral que amplía y complica simbólicamente el camino hacia el
recinto que cobija la imagen, situado por tanto a mayor altura que el resto de
la construcción.
Este
camarín, obra más que destacable de la ermita, cierra con cúpula sobre pechinas
realizada en estuco pintado y con predominio del color dorado. La decoración se
hace a base de motivos de rocalla, estípites y angelotes, junto con decoración
de piñas y rosas, haciendo alegoría directa a la expresión mariana del barroco
y representando simbólicamente los
atributos que de la Virgen María se popularizaron en las Letanías Lauretanas durante
el siglo XVI por toda Europa. De esta forma se cubre la base ideológica
de la Contrarreforma, como fusión de todos los elementos plásticos con el
espacio al servicio de una idea o significado principal. La decoración en
yesería da a la obra ese carácter de lugar mistérico por excelencia para
guardar la imagen venerada, vista y presentida a distancia que incita al
contacto, a la visión próxima. Tal acumulación de motivos, unos simbólicos,
haciendo referencia a los planteamientos de la Contrarreforma, y otros
puramente decorativos, tienen como última justificación crear un espacio
ilusorio donde la estructura se tiende a borrar, a dramatizar, y con ella el
sentido de las proporciones. De esta forma las claves del Barroco, naturalismo
y abstracción, se funden indisolublemente en este espacio.
Formando
parte de la tipología de camarines-ocultos y vinculado al retablo camarín, su
característica más importante es la de su enmascaramiento. Elevado a comienzos
del siglo XVIII, aún se caracteriza por una cierta simplicidad y el dominio de
los decorados naturales, sin llegar al recargamiento que presenta su vecino de
Jesús del Llano, que ya corteja postulados del “horror vacui” que tanto caracterizará al barroco más avanzado.
Respecto
al exterior, su fachada se define centralizada a partir de un arco de medio
punto cuya clave nos marca la fecha de 1622, entre pilastras adosadas, y
circunscrito superiormente por un entablamento liso. Sobre éste se sitúa una
hornacina de arco de medio punto entre pilastras adosadas, rematada
superiormente por un frontón, limitado en sus extremos y parte central por
pináculos. Por encima y estructurando la fachada, un entablamento de canes que
da paso en su parte superior a una espadaña formado por tres arcos de medio
punto, dos inferiores separados por una cornisa del superior que cierra con
frontón.
En el
lateral izquierdo de la nave principal destaca la presencia de dos macizos
contrafuertes mientras que, en la cabecera y externamente, se acoplan a ésta cuatro
estructuras bien diferenciadas:
- La
mole del viejo torreón.
- Una
estructura de planta cuadrada elevada con sillares de buen corte y adosada a la
anterior por su parte trasera. Contiene el camarín de la Virgen de la Encina.
- Un
pequeño habitáculo rectangular adosado a la estructura del crucero, donde se
sitúa la escalera de acceso al camarín, en sillar de buena piedra.
- En el
lateral derecho se encuentra adosada la sacristía que, como la gran casa de
santeros, fue elevada con la bonanza económica de las primeras décadas del
siglo XVIII, posiblemente durante el mismo periodo que el camarín y la ermita
actual del vecino Jesús del Camino.
Con
seguridad, la fundación del torreón a finales del XIV llevó
parejo la edificación casi inmediata de una pequeña ermita bajo la advocación de
la Virgen y a la corta sombra de una encina joven e impetuosa. Adosado a la
estructura defensiva, quizá también fiscal –cobro de la roda-, y consagrando el
lugar, un pequeño inmueble, con certeza en la línea de las pequeñas y
achaparradas iglesias gótico mudéjares de una sola nave, cerraba en cubierta
armada en par y nudillo. Los contrafuertes, embutidos en la nave, preñaban unas
pequeñas capillas, germen de las actuales. La posterior elevación de la nave
obligó a edificar estos dos rudos y corpulentos elementos del lateral siniestro,
compensando así la nueva situación estructural
Puede que este relato sobre Santuario del Cabezo nos haga de
"migajas" para llegar a buen puerto:
viernes, 12 de febrero de 2016
De trazas urbanísticas y caciquismo incipiente
En los primeros años de la Edad Moderna
el pueblo crece, económica y urbanísticamente, de la mano de pecheros, pequeños
propietarios ajenos al arbitrio de la nobleza que se enriquecen con su propio esfuerzo, pero también con la merma del común. Paralelamente, van creándose
pequeñas y contadas fortunas que comienzan a labrar y ahondar unas diferencias
que irán a nutrir un caciquismo ahora incipiente. Contrariamente a lo esperado
y un siglo después, tras las numerosas y anheladas desamortizaciones civiles, aquellas
políticas supuestamente liberales harán de la cuña un abismo social.
La edificación de nuevas y excepcionales
casonas tiene su negativo reflejo en la presencia de penuria y barrios
marginales. El eje que ahora sustenta el crecimiento no es la calle, será la
manzana, preñando palacetes autosuficientes, donde la zona noble se separa
claramente de los ámbitos de servidumbre, agropecuarios y artesanales (Cuesta
de los Herradores). En este sentido, la Casa Grande o de los Molina de Cerda
abre un camino que a no tardar seguiría en menor medida la casona de los
Jiménez de Mármol.
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