Quizá no haya mejor y más sencilla narración de la historia de la villa de Baños de
la Encina que entenderla como una tierra y unas gentes cuyo devenir cotidiano
ha girado en torno al sendero de vida que labraron el río Rumblar y sus tres
afluentes principales, los ríos Pinto, Grande y Campana; y así es. Cuando el
rey Fernando configura a mediados del S. XIII el germen territorial de la que
después sería histórica villa de Baños, lo hace mediante la concesión de un
término privativo para uso exclusivo de los vecinos de la incipiente aldea de “Bannos”.
Este terreno o dehesa boyal es la denominada “defesa de Navamorquina”, un solar serrano a ambas márgenes del río
“Herrumbrar”. Este territorio fue la semilla que marcó el nacimiento del término
histórico municipal, posteriormente segregado con la creación de “Las Nuevas
Poblaciones de Sierra Morena” a finales del S. XVIII, arrancándole las
vertientes del Campana.
Pero,
ya desde la antigüedad, las gentes de estas tierras han ordenado su territorio
en torno al eje hídrico que forma el río Rumblar. Hace 4000 años, los “bañuscos
de la antigüedad” fueron mineros que obtenían mineral de cobre y vivían en
pequeños poblados de pizarra repartidos por calles dispuestas en terrazas y
avezadas sobre espolones que se asoman a la cuenca del Rumblar. Durante los
siglos XVIII y XIX el río, sus afluentes y arroyos se llenan de bancales y
huertas que sacian el hambre en tiempos de penuria. Y es la elevación de la
presa del río Rumblar sobre la “Cerrada de la Lóbrega” la que,
enriqueciendo de vida la vega del Guadalquivir y bajo Rumblar, aleja a los
bañuscos, en la margen izquierda del río, de la explotación económica de su
sierra más cercana (en la margen derecha), haciendo desaparecer una economía
agrícola centenaria y muy arraiga, la denominada “agricultura de roza de cama”,
que permitía un complejo sistema agrícola que producía picón, cereal y ganado
ovino.
Fotografías: Hilario Pastor Vicaria (1), un servidor y anónima (7).