Hoy accedo al pueblo por la avenida que dan en
llamar de Linares, prolongación de la angosta carretera del mismo nombre. Pero
antaño, en mi primera visita, la entrada fue por el camino natural, mesteño, que
deriva de aquella localidad vecina. Fui a dar bajo los pies de la propia villa
en uno de los pétreos pozos que como un rosario salpicaban, como hoy, el Camino
Real del Puerto del Rey o Viejo de Andalucía a su paso empedrado por el pueblo.
Este ingenio humano, el Pozo la Vega, forma parte de un complejo programa
hídrico que la oligarquía local estaba implantando mediante la creación de un
conjunto de pozos, pilares, fuentes y alcubillas, según la jerga local, que
suministrarían agua potable a viajeros, recoveros, arrieros, recuas y, por qué
no, al ganado local, en el transitar por este eje viario camino del puerto
indiano de Sevilla.
Mientras me refresco, los afanados picapedreros
me comentan que no debo marchar sin haber degustado los recios platos que
elaboran en esta villa ya que, inmersa en el viejo pellejo de la Sierra Morena
de Jaén, su carne de monte –entiéndase caza mayor- es el principal ingrediente
de sus elaborados: venado a la bañusca, conejo en salsilla bordonera,lomo de orza, calandrajos con liebre,… Pero,
si ansiamos saciar nuestra gula con algo más ligero, el cucharro bañusco bien
puede aviarnos. De compaña un buen vino “pitarroso”, que antaño fuera de toda
la Campiñuela que descansa a los pies de la villa y que hoy parece apretarse
tan sólo a las tierras de la vecina y alfarera localidad de Bailén.
Con la villa por montera, si elevamos la mirada
al horizonte nos topamos con las torres enfrentadas de sus más severos
guardianes. El castillo de Burch al Hammam –de las aguas, para entendernos- y
la entonces en construcción parroquia de San Mateo –o quizá de Santa María la
Mayor-, emergen dominando las alturas.
Pasado el Molino Vilches, que este pueblo es muy
aceitero, y según asciendo la empinada calle de la Trinidad soy consciente de
que el verdadero espíritu que domina esta villa es la eterna presencia de la
piedra. Aquí y allá, en trazas y casonas, aparece enmarañada entre el colorido de la cal
y el frescor vegetal de geranios, jazmines, galanes,… que cuelgan refugiándose
bajo los frescos vanos de las moradas pétreas. Se trata de una arenisca rosácea
que igual da forma a casonas palaciegas –Priores, Escalante, Delgado de
Castilla, Molina de la Cerda,…-, que eleva iglesias y ermitas – Virgen de la
Encina, Jesús del Llano, Cristo del Camino, …- que dota de señorío las
edificaciones civiles y militares – Casa consistorial, Torreón Poblaciones
Dávalos, Casona de los Guzmanes, …-, que permite laborar a sus industrias e
ingenios – Casería del Salcedo, Molino de Viento del Santo Cristo, Casa de
Consumos, almazaras de los Molinos, …; o que simplemente llena de
tintineos sonoros el callejeo al ritmo
de nuestro andar.
Fruto del camino, busco donde limpiar el polvo
acumulado en la garganta en un recio mesón que se oculta en uno de los rincones
de la que fuera Plaza Mayor. La Plaza, lugar de encuentro de ganados,
mercancías y corredurías de toros de lidia allá por San Juan y San Pedro, me
despide para enfilar el Camino Ancho que fuera Cordel ganadero de Bailén, buscando
nuevos andares y otros encuentros.
No hay comentarios:
Publicar un comentario