sábado, 22 de octubre de 2011

Sobre el PER, cosechas y trashumancia agraria

Al hilo y a toro pasado de la bravata de Durán i Lleida he intentado analizar el tema desde la vertiente histórica, de manera objetiva y sin los calentones que da la tierra. Porque además esta buena tierra tiene la mala jindama de hacer que sus gentes vean la mota propia y no la piedra ajena.

Así, y yo el primero, tiramos siempre de la costumbre y todavía nos creamos, a pie juntillas, que la gran bondad del PER (o del AEPSA), o la maldad según como queramos verlo, es que ha favorecido la instalación de un sociedad rural vaga, poco dinámica y parásita, deudora de una clase política de color bien definido. Y en una parte muy pequeña es una realidad, pero no era ese el objetivo principal de esta propuesta política, aunque sí se ha querido que fuera el más visible mientras su finalidad primera quedaba un poquito más oculta. Pero, vamos tirar de la historia.

Cuando en los ochenta se implantó esta medida eran varios los objetivos que pretendía en una sociedad en la que el sector primario, agricultura y ganadería, tenía aún una presencia más que representativa. Uno de ellos (el que interesadamente se hizo más evidente) era aportar una ayuda económica a familias que, por motivo de la propia dinámica de las cosechas, sólo tenían trabajo temporal mientras que, por desgracia, tenían que comer y vivir todos los días del año. Para la galería, y para la hora del voto, esta iniciativa de calado social quedaba muy bien, pero esta estrategia para con las gentes del campo andaluz y extremeño ocultada una medida de mayor calado macroeconómico que, desde la vertiente sociolaboral, derivaba de la tradicional presencia latifundista en nuestra tierra: los campos de Andalucía, los de una gran parte de la España de la época, necesitaban de una población en edad laboral con costumbres nómadas que debía seguir aferrada a la tierra para bien de los grandes propietarios; ¡qué paradoja!

Como decía, lo que parecía una medida de calado social en realidad engendraba una iniciativa que buscaba evitar un éxodo general de las gentes del campo que permitiera de esa manera que una población, abierta a una movilidad laboral constante, recolectara a bajo coste los campos de Andalucía, pero también las viñas de La Mancha, los tomates en Badajoz, la naranja en el Levante, las peras y almendras de Cataluña, sí de Cataluña, los espárragos de Navarra, etc., etc. Pero hogaño, después de un proceso inmigratorio sin precedentes y un sector agroganadero en sumo retroceso, los políticos catalanes ya no recuerdan el fin principal y se quedan con la demagogia que nosotros mismos acrecentamos.


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