El carácter fronterizo de su sierra, a caballo entre la
llanura manchega y los valles del Alto Guadalquivir, ha favorecido el
protagonismo de sus puertos, desfiladeros y pasos, ya fuera en momentos de
encarnizado enfrentamiento bélico o en periodos de fructíferas relaciones
comerciales. De esta manera, la actividad caminera, los trasiegos comerciales a
ella asociados y la defensa del territorio han dibujado toda una red de caminos,
puentes y pontanillas, castillos y fortines, ventas y mesones… que han salpicado
toda su geografía.
Con diferencia, el baluarte militar que más reconocimientos posee
es su castillo beréber, germen del actual pueblo de Baños de la Encina,
declarado Monumento Histórico Artístico en 1931. Estudios recientes, cada vez
más acertados, han ido desentrañando el magnífico y variopinto patrimonio
encastillado que este municipio de Sierra Morena acoge en su término histórico.
Así es. Durante la Edad del Bronce (1800 a. C), gentes de la
Cultura del Argar y procedentes de La Loma blindan la explotación minera del
valle del Rumblar mediante un metódico programa organizativo, cuya finalidad no
es otra que obtener un exhaustivo control del territorio. En este sentido, se
levantan pequeños y recios fortines que controlan los pasos desde el llano al
valle del Rumblar (Era de la Mesta y Migaldías) y se construyen en la cuenca
del río una serie de poblados amurallados que controlarían todo el proceso
extractivo y metalúrgico (Peñalosa o Verónica). Posteriormente, durante época
romana y con similares intereses mineros (aunque ahora de las minas extraerían plata
y plomo en vez de cobre), se elevan diferentes fortines y castilletes que vigilarían
los pasos hacia las explotaciones mineras. En este sentido, quizá uno de los baluartes
más representativos sea la torrus
romana de Salas Galiarda, un castillo de envergadura ciclópea y un estado de
conservación excepcional, que domina un paisaje increíbel desde las alturas del
macizo del Navamorquín. También es de interés el fortín del Cerro del Salcedo
que, situado en la cercanías del Santuario de Nuestra Señora la Virgen de la
Encina, controlaba los pasos a través de la cuenca del río Grande.
En la baja Edad Media esta parte de Sierra Morena ha dejado
de tener la importancia minera que tuvo en otros momentos, pero su carácter
fronterizo la posiciona como estratégica en las luchas que enfrentan a los
reinos cristianos del norte y a las diferentes oleadas beréberes, primero almorávides
y después almohades. En este sentido, el castillo de Baños es un elemento
destacado y sobresaliente en una maraña defensiva mucho más compleja, donde
también tienen protagonismo otros castillos y torres o castilletes, hisn y
burch, que van salpicando todos y cada uno de los pasos de Sierra Morena. Así
ocurre con fortificaciones como la del Castillo de las Navas o el castillete de
Castro Ferral, en días situados en el término privativo de Baños aunque hoy le
son ajenos; pero también es el caso del discutido Burgalimar, que según los
últimos estudios está localizado en el paraje de las Tres Hermanas, en las
inmediaciones de la aldea bañusca de El Centenillo.
Con la llegada de la Edad Moderna y la pacificación del
territorio, los baluartes defensivos tendrán otras funciones y ocuparan otros
enclaves. Ahora, su empeño no es otro que fiscalizar el cobro de los impuestos
que genera el Camino de Andalucía, principalmente la robda y el portazgo,
aunque también el montazgo, y, paralelamente, es su obligación guardarlo y darle
avituallamiento. Con esta finalidad, se construyen el Cerco Aldeano y el Torreón viejo del Santuario de Nuestra Señora de
la Encina, pero también un entramado de caminos empedrados e ingenios hídricos
de un interés etnográfico sobresaliente (Pozo Nuevo, Vilches, de la Vega).
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