viernes, 20 de abril de 2018

El urbanismo de la Edad Moderna, Baños de la Encina

La tradición medieval había moldeado casuchines de barro y ripios de piedra, de tapial y adobe, de cabios de madroña y monte, que salpican los escalones y escarpas que se derraman a la vera del castillo. Se gesta un arrabalillo mal pergeñado de calles sinuosas, apretadas y llanas, como Cestería y Huérfanos. La modernidad agroindustrial, por el contrario, traza calles empinadas emparejadas con caminos, donde grandes casonas de labor se disponen a uno y otro lado del viaro. De esta forma se aprovecha el desnivel de la calle para introducir en la casa de labor un habitáculo que hasta ahora no tenía presencia en la organización estructural de la vivienda: la bodega, que conservara el aceite, otrora mal visto por el castellano viejo, en grandes tinajones. Ahora, la casona se estructura en altura en tres niveles: bodega, vivienda principal y cámara; y horizontalmente aparecen nuevos habitáculos de uso privado que antes ocupaban el viario común, como las cuadras, el estercolero o el huerto, al fondo de la casa, tras un amplio corral. Una fachada de buen porte da paso a un ancho y empedrado portal que recorre toda la casa y distribuye las estancias, lugar que alterna siestas y tertulias con el paso de las bestias. Ejemplares muestras de esta tipología las encontramos en la casa familiar de los Caridad Zambrana o las casonas que ascienden por las calles Amargura, Travesía Amargura y Mestanza.

Mediada la Edad Moderna, la villa crece económica y urbanísticamente, de la mano de pecheros, pequeños propietarios ajenos al arbitrio de la nobleza que se enriquecen con su propio esfuerzo, pero también con la merma del común. Paralelamente, van creándose pequeñas y contadas fortunas que comienzan a labrar y ahondar unas diferencias que irán a nutrir un caciquismo ahora incipiente. Contrariamente a lo esperado y un siglo después, tras las numerosas y anheladas desamortizaciones civiles, aquellas políticas supuestamente liberales harán de la cuña un abismo social.

La edificación de nuevas y excepcionales casonas tiene su negativo reflejo en la presencia de penuria y barrios marginales. El eje que ahora sustenta el crecimiento no es la calle, será la manzana, preñando palacetes autosuficientes, donde la zona noble se separa claramente de los ámbitos de servidumbre, agropecuarios y artesanales (Cuesta de los Herradores). En este sentido, la Casa Grande o de los Molina de Cerda abre un camino que a no tardar seguiría en menor medida la casona de los Mármol.

El nuevo orden urbano y la merma del común es paralela a la aparición de alineaciones de casuchas y chozas que se localizan al amparo de caminos, en el extrarradio, como ocurre con Santa Eulalia, que se planta al amparo de la ermita homónima y el Camino de San Lorenzo, y junto a viejas canteras abandonadas, como las del Mazacote, donde es difícil diferenciar donde acaba la roca y comienza la morada.



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