La tradición medieval había moldeado casuchines de barro y
ripios de piedra, de tapial y adobe, de cabios de madroña y monte, que salpican
los escalones y escarpas que se derraman a la vera del castillo. Se gesta un
arrabalillo mal pergeñado de calles sinuosas, apretadas y llanas, como Cestería y Huérfanos. La modernidad agroindustrial, por el contrario, traza calles
empinadas emparejadas con caminos, donde grandes casonas de labor se disponen a
uno y otro lado del viaro. De esta forma se aprovecha el desnivel de la calle para
introducir en la casa de labor un habitáculo que hasta ahora no tenía presencia
en la organización estructural de la vivienda: la bodega, que conservara el
aceite, otrora mal visto por el castellano viejo, en grandes tinajones. Ahora,
la casona se estructura en altura en tres niveles: bodega, vivienda principal y
cámara; y horizontalmente aparecen nuevos habitáculos de uso privado que antes
ocupaban el viario común, como las cuadras, el estercolero o el huerto, al
fondo de la casa, tras un amplio corral. Una fachada de buen porte da paso a un ancho y empedrado portal que recorre toda la casa y distribuye las estancias, lugar que
alterna siestas y tertulias con el paso de las bestias. Ejemplares muestras de esta tipología las encontramos en la casa familiar de los
Caridad Zambrana o las casonas que ascienden por las calles Amargura, Travesía
Amargura y Mestanza.
Mediada la Edad Moderna, la villa crece económica y
urbanísticamente, de la mano de pecheros, pequeños propietarios ajenos al
arbitrio de la nobleza que se enriquecen con su propio esfuerzo, pero también
con la merma del común. Paralelamente, van creándose pequeñas y contadas
fortunas que comienzan a labrar y ahondar unas diferencias que irán a nutrir un
caciquismo ahora incipiente. Contrariamente a lo esperado y un siglo después,
tras las numerosas y anheladas desamortizaciones civiles, aquellas políticas
supuestamente liberales harán de la cuña un abismo social.
La edificación de nuevas y excepcionales casonas tiene su
negativo reflejo en la presencia de penuria y barrios marginales. El eje que
ahora sustenta el crecimiento no es la calle, será la manzana, preñando
palacetes autosuficientes, donde la zona noble se separa claramente de los
ámbitos de servidumbre, agropecuarios y artesanales (Cuesta de los Herradores).
En este sentido, la Casa Grande o de los Molina de Cerda abre un camino que a
no tardar seguiría en menor medida la casona de los Mármol.
El nuevo orden urbano y la merma del común es paralela a la
aparición de alineaciones de casuchas y chozas que se localizan al amparo de
caminos, en el extrarradio, como ocurre con Santa Eulalia, que se planta al
amparo de la ermita homónima y el Camino de San Lorenzo, y junto a viejas
canteras abandonadas, como las del Mazacote, donde es difícil diferenciar donde
acaba la roca y comienza la morada.
No hay comentarios:
Publicar un comentario