sábado, 10 de febrero de 2018

Solsticio

Se hizo un silencio casi eterno, el negro cielo se fue tiñendo de color sangre. Del seno de la roca madre, por levante, se alzó un gigantesco disco rojizo anaranjado, que no era otro que el legendario Neitín, hijo de Andara, el señalado como dios guerrero que habría de ser invicto, el que los mitos cantaban que un día habría de llegar:

Y la noche siempre llega, fría, cruda, curativa, / umbral y aurora del inminente renacer. /
Y siempre, sin falta, comparece el solsticio: “Deus Sol Invictus”.

Neitín se alzó definitivamente llenando de una luz inimaginable los cielos. Borró todo atisbo de oscuridad, deslumbró a la madre luna y apagó de una el ardor de los gamusinos. El agua del barranco comenzó a elevarse creando una densa atmósfera de vapor, que según se elevaba iba incubando nubes de mil formas. Una vez en la cúpula celestial, se enfriaba y volvía a caer, así una y otra vez. Y de todo esto nació el río que fue primero, Iber, padre de todos, que por el mucho metal de sus aguas vendría a llamarse Ferrumblar.



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