Las
Piedras Bermejas y el Molino de Buenos Aires
Dejándonos llevar por
el carril de tierra, que ahora llanea, cae y discurre en paralelo al arroyo,
situado a nuestra diestra, caminaremos por un cerrado bosque de pinos que
conserva algún ejemplar de eucalipto, pero ya en menor número. El matorral
mediterráneo, hasta ahora con escasa presencia, comienza a emerger con cierta
relevancia: a las distintas variedades de jara, como pringosa, estepa y
jaguarzo, se suma una cohorte de cantueso, torvisco, gamón, romero y retama, que
conforman el monte bajo que crece bajo las coníferas. Aunque testimonial, entre
la arboleda identificaremos algún chaparro, junto con la comparecencia
testimonial de majuelo y lentisco.
Lámina 9: Pinar en el
entorno del camino de las Piedras Bermejas
Cuando el camino se
bifurca, abandonamos la compañía del arroyo para entallarnos entre las costuras
de una senda que arranca a nuestra izquierda y sube rompiendo otro dique de
granito rojo. Al fondo, el enclave de las Piedras Bermejas queda en el
horizonte. En apenas unas decenas de metros, sobre el firme del carril,
apreciaremos una alineación de bolos rojizos y cierta envergadura. Si
observamos con detenimiento, llegaremos a la conclusión de que estamos ante las
entretelas de un viejo camino fosilizado. Aquellos bolos son los bordillos que
sustentaron el firme del camino y contuvieron el pavimento de su interior mientras
estuvo en uso y tuvo un mínimo mantenimiento. Hasta llegar al lugar, podría
parecer que la cosa iba de otros asuntos, pero no, ya estamos en lo que nos
traía, ante un camino antiquísimo del que no tenemos huella cartográfica.
Tampoco aparece apostillado en ninguno de los mapas históricos que recogen la zona,
ni está presente en los parcelarios diseñados durante la primera mitad del
siglo XX. Se trata de un camino sin nombre conocido, que lo mismo podría
llamarse de las Piedras Bermejas que de la Alcubilla, pues entre ambos enclaves
se encuentra, pero del que desconocemos su origen y función. ¿A dónde llevaba?
Por no tener, el lugar donde se ubica no tiene nombre propio pese a que está
rodeado de los hormazos de caserones y corralizas antiguas, de los que tampoco
se tiene información contrastada. A partir de este punto lo llamaremos camino de
las Piedras Bermejas, porque arranca en dicho paraje y no existe ningún otro camino
conocido bajo este apelativo.
Lámina 10: Camino
flanqueado por los bordillos
Lámina 11: bordillo o
arrecife inferior del camino
En la actualidad, con
los pies sobre el terreno, identificamos unos 100 metros del camino original. En
realidad, de los bordillos que lo soportaban y en un estado de deterioro muy
avanzado. Rompiendo la pendiente de la loma, la estructura que podemos reconocer,
compuesta de granito rojo o pórfidos, está formada por dos alineaciones de
enormes bordillos que configuraban el ancho del camino, de unos cuatro metros y
encajado entre las rocas bordillo, y una cuneta superior. Esta última, localizada
a la izquierda de nuestra marcha y encajada entre el bordillo y el sustrato
rocoso del lateral, presenta unos cincuenta centímetros de ancho y tenía como
función evacuar las aguas de escorrentía de la parte superior del camino, de la
ladera. Aunque apenas queda nada de lo que fue en origen, en el espacio entre
bordillos se excavó la roca madre para crear una mínima zanja de cimentación.
Posteriormente, en altura, la caja del camino debió rellanarse con un fondo de zahorra
menuda y tierra arcillosa, como la presente en las canteras del Santo Cristo,
para finalmente y en superficie presentar un pavimento de piedra, un empedrado
que aún podemos observar en un pequeño tramo de la parte superior de la calzada.
El desuso, la falta de mantenimiento y las precipitaciones hicieron del camino
barranquera, recordemos que iba entre bordillos, y el hilo viario acabo siendo
arroyuelo. Con el tiempo, el arrastre de zahorras, tierra y ripios dejó a la
vista el esqueleto de la calzada.
Lámina 12: testimonio
del viejo empedrado del camino
En cierta medida, la
elaborada técnica constructiva de nuestro camino se asemeja a la de otras
calzadas locales, como ocurre con el ‘Camino Romano’ o de Bailén o el de la
Cayetana. Situado al sureste del núcleo urbano, junto al paraje de Los
Charcones, el primero aún conserva unos doscientos metros empedrados.
Lámina 13: hormazos de
caserones y corralizas junto al camino
Y con toda esta
información volvemos a hacernos la misma pregunta: entonces, ¿qué función llegó
a tener este camino que nunca apareció en parcelarios y cartográficos? Partiendo
del llano del Santo Cristo, hay dos variantes para alcanzar el camino. De una
parte, saliendo por su vertiente nororiental, seguiremos la traza que hemos
traído hasta ahora: primero por el camino de San Lorenzo para después dejarnos
caer a la siniestra por la senda de la Alcubilla. De este modo alcanzaremos el
extremo inferior de nuestro camino, el que hemos dado en llamar de las Piedras
Bermejas. Como segunda opción, dejando
atrás el llano del Santo Cristo por la zona norte, por el antiguo frente de
canteras y siguiendo el camino de Juan Gabino, en la actualidad conocido como
de las Migaldías, alcanzaremos el enclave de las Piedras Bermejas y el extremo
superior del camino en cuestión, el de las Piedras Bermejas (lámina 14).
Lámina 14: Ubicación de
nuestro camino, situado entre los caminos de la Alcubilla y Juan Gabino.
Fuentes: Polígono 45 del parcelario de Baños de la Encina, año 1942. Servicio
de Catastro Topográfico Parcelario / Mapa Topográfico 1:50.000, hoja 884 La
Carolina. Instituto Geográfico Nacional, 2002
Con estos antecedentes
y situándonos en el lugar, ¿qué funcionalidad pudo tener nuestro camino? De una
parte, integrado en una ruta de mayor alcance, cabe la posibilidad de que este
tramo, fosilizado en el territorio, fuera una variante antigua y de herradura
del camino de San Lorenzo. Dejando atrás el humilladero de la ermita, evitando
la zona del Calvario Viejo y la Alcubilla, transitaba entre eras y canteras por
la traza de Juan Gabino y camino de las Piedras Bermejas, para alcanzar después
el arroyo de la Alcubilla en su curso medio bajo, junto a los hormazos de los
caserones citados más arriba. Allí se confundiría con la senda de la Alcubilla,
para unirse definitivamente con la variante del camino de San Lorenzo que
desciende por la Picoza y alcanza, por la desembocadura del arroyo, los molinos
del río Grande. Pero, por otra parte, lo más probable es que este camino
tuviera una tirada menor y solo fuera una variante antigua, de ámbito local,
para acceder al venero de la Alcubilla y abastecer de agua a la vecindad. En
todo caso, por la elaborada técnica desarrollada y el coste económico y humano
que debió suponer la construcción del camino, desprendemos que detrás de su
ejecución hubo una administración consolidada social, política y económicamente
y un interés público perfectamente identificado. Por todo lo anterior, pensamos
que esta intervención debió formar parte de un proyecto mucho más amplio y ambicioso,
relacionado con la creación de infraestructuras y servicios públicos en materia
de política de aguas. Implementado una vez que el concejo local obtuvo la
independencia política, jurídica y económica de la ciudad de Baeza, con
seguridad se produjo después de 1626, fecha de emancipación de la villa. Entre
otras actuaciones, bajo este marco político debieron tener cabida proyectos
como la creación/renovación de la red de pozos abrevaderos que circunda el
conjunto histórico de la villa de Baños (pozos Nuevo, de la Vega, Vilches, Luzonas,
Charcones, del Cotanillo, etc.), la edificación de la Alcubilla, la
construcción de la fuente Cayetana y el levantamiento de la alcubilla de La
Serna, así como la construcción de las calzadas que comunicaban con tales
enclaves hídricos, como debió ser nuestro camino de las Piedras Bermejas o el poco
conocido de la fuente Cayetana.
Teniendo como referente
por debajo la fecha de 1626, que es cuando el conjunto de los vecinos de Baños
compran el término de la villa al rey, Felipe IV, y logran su independencia
jurídica y administrativa, comprobando que la fábrica de la Alcubilla es algo
más tosca que la de la fuente Cayetana, que a su vez es muy similar cuando no
idéntica a la fase barroca de la iglesia San Mateo —crucero y cabecera—, que
está fechada en 1732, podríamos aventurar una fecha temprana para la
construcción de la Alcubilla y el camino de las Piedras Bermejas. Con riesgo a
equivocarnos, es posible que estas dos intervenciones, fuente y camino, se
implementaran durante los últimos años del siglo XVII, una vez consolidado el
poder político del concejo local, pero en una primera fase, cuando las técnicas
constructivas no estaban tan depuradas como lo estarían cuando se edificó la
fuente Cayetana. Por otra parte, considerando que el ‘Camino Romano’ formó
parte de un proyecto de mayor calado, la mejora del camino del Puerto del Rey,
cuyos planos fechados en 1707 se conservan en la Real Chancillería de Granada,
las similitudes entre ambos caminos podrían cimentar la fecha de su creación a finales
del XVII o comienzos del XVIII.
Lámina 15: Fuente de la
Cayetana / Pozo de la Vega
Lámina 16: Fábrica de
la fuente Cayetana
Y con estas
cavilaciones, entendiendo que el conocimiento de esta calzada y su conservación
son necesidades que urgen, emprendemos el regreso al pueblo girando a la
izquierda y siguiendo la estela del viejo camino de Juan Gabino. Antes de
iniciar la marcha, por disfrutar del rumor callado que emana del lugar de las
Piedras Bermejas, nos sentamos un instante en el banquito que se asoma a la
depresión del Rumblar. El mediodía obliga a fijar la vista en los huertos del
Lobo y Banderas, que derraman su ruina por lo hondo del barranco del arroyo del
Paridero. Al fondo, el horizonte serrano se diluye bajo los efectos de la
calima.
Lámina 17: Paisaje de
bolos graníticos, enclave de Piedras Bermejas
Lámina 18: Mirador de las Piedras Bermejas
Lámina 19: ‘Camino
Romano’.
Tras una subida
prolongada, el tramo final del camino nos acerca de nuevas al llano del Santo
Cristo, al frente donde estuvo la mayor concentración de canteras de arenisca.
Ahora, ocultas bajo la escombrera y el asfalto, reposan despojadas por una modernidad
que trajo nuevos usos sociales, lúdicos y deportivos al espacio del Común. La
existencia de este llano elevado se debe a la enorme resistencia que ofrece la
arenisca a los agentes erosivos, sobre todo en comparación con los materiales
que afloran en las proximidades: pizarra, marga y arenas carbonatadas. Los
procesos erosivos dieron lugar a un cerro residual, semiaislado y de cima
peniplanizada, que hoy ocupa el norte del conjunto urbano bañusco. En torno
suyo quedan, al este, el valle del Guadalquivir o Campiñuela, mientras que
barrancos de abruptas laderas, encajados por la acción erosiva del agua,
circundan el resto de flancos: el barranco de Valdeloshuertos al sur, el
Rumblar al oeste y el arroyo de la Alcubilla al norte. Como compañeros geológicos
de viaje, junto al llano del Santo Cristo, el cerro del Gólgota o del
Algarrobo, frente al castillo —también elevado y cimentado sobre arenisca—, y
Los Llanos de Rentero, a los pies del macizo granítico del Navamorquín,
conforman una triada de cerros testigo, antigua área lacustre continental del
Triásico, que certifica la presencia del asperón o arenisca en las
inmediaciones del lugar de Baños.
De regreso al punto de
partida, al molino, fondeados en la quietud del mediodía, el cielo se tornó de
un rojo vivo, como cuando los últimos rescoldos de la fragua se desperezan y
avivan bajo el efecto del fuelle. Y llegó la tarde. Cielo, tierra y ríos eran
de color ceniza, y lo eran las plantas, calles y viviendas, y la gente se
vistió de gris. El intenso calor sepultó los recuerdos y el viento, que andaba
en calma chicha, se rebeló en un instante. Cuando la negra oscuridad cubrió la
noche, vino la lluvia, abundante. Durante la madrugada no fue menos y llegó
aparejada con una tormenta de las que desbarata cualquier plan premeditado. En
un ataque de furia desmedida, el vendaval elevó bruscamente las aspas del
molino y las hizo volar por los aires. Con el mismo impulso, movió el eje y
mandó al garete el palo de gobierno provocando que entre tanto estropicio se
arruinara toda la techumbre y se desencajara el fraile. Los estampó contra los
corrales de enfrente. Con el molino a descubierto, el desconcierto del eje hizo
añicos la rueda catalina, la linterna y la tolva, que se derrumbaron sobre las
muelas como si de un peso muerto se tratara. Los empiedros se quedaron sin
sustento y partieron las vigas de los dos entresuelos, que cayeron envueltos en
un estrepito desolador. Todo el ingenio interior se vino abajo, maderas,
herrajes, granos, haciendas y sueños. Una hora, dos, el viento se calmó y la
lluvia comenzó a deslizarse con suavidad, calaera,
deshaciendo pacientemente los adobes de barro del piso superior. Los
travesaños, destrozados y fragmentados en mil astillas, mostraron su desnudez
interior, un laberinto de canalillos y madera devorada, serrín. Minúsculos
raíles subterráneos, horadados día a día y con constancia, certificaban la
cansina e impenitente labor de la polilla.
Y como testimonio de
todo aquello, de una historia que apenas fue, allí quedó la piedra solera del
molino, anclada a la que fue su ruina. La volandera también rondó por el lugar,
junto a la puerta de levante. Pero en uno de aquellos proyectos de adecentamiento
del patrimonio, no se sabe sobre qué criterios cimentado, acabó rota en mil
pedazos y sus trozos diseminados por la escombrera de la Piedra Escurridera.
Con todo, el molino, tras su restauración y museización, soporte de unas
historias aireadas al viento, es bandera y orgullo del barrio de Buenos Aires y
faro que ilumina lo que ha sido del llano del Santo Cristo.
Lámina 20: Molino de viento del Santo Cristo o de Buenos Aires, antes y después de su restauración. Al fondo, horno para cocer pan.
Un comentario muy ameno y como siempre bien organizado y presentado.. me ha gustado mucho.
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