A todo esto y antes de abandonar la fuente, me viene a la memoria la
cruda historia de Eulogio, padre de otro Eulogio, legendario y excelente
persona, un señor muy pintoresco y de triste fallecimiento, que tenía la manía
de recordar a diario la onomástica y aniversarios de más de la mitad del
pueblo, sobre todo de los mayores. A cambio de aquello, el hombre, parroquiano
habitual de barras y tabernas, era premiado con un vasillo de vino. Pues
volviendo al padre, al primer Eulogio, el hombre trabajaba de jornalero con las
‘Viudas’, familia principal en el pueblo. A los quehaceres que precedían al
ángelus, siempre relacionados con las labores del campo y por si mal venía el
demonio, tenía por obligación, cada anochecer, de venir a la fuente acompañado
de sus dos borricos. El uno de cuatro serones y el otro, apodado Juanico y de
ancho lomo, de seis, lo que hacía un total de diez cántaros. El tipo, medio en
duermevela, uno a uno y hasta bien entrada la madrugada iba llenando con el
agua de la fuente cada uno de los tiestos, ración diaria que consumía la casa de
las susodichas en cuestión de limpieza, lavado, uso doméstico y abastecimiento de
señoras y personal. El hombre, no teniendo mala faena, era raro la noche que
llegaba a calentar el jergón debido al poco hilillo de agua que manaba de la
Cayetana.
viernes, 18 de julio de 2025
De Eulogio y la fuente Cayetana
Fotografías: Rosa Cruz Cabrera
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