viernes, 7 de febrero de 2025

El horno de Cañizares

En ocasiones, la memoria es caprichosa. De esta casona de calle Fugitivos, el primer recuerdo que tengo es de cuando crío. Creo que no llegaría a los diez años, cuando, por cuestiones de una mala caída y la preceptiva vacuna del tétanos, tuve que ir al dispensario médico del pueblo. Por entonces, estaba ubicado en los bajos de este edificio, en calle Fugitivos y a tiro de piedra de la lonjilla de la Cestería. Tengo poco recuerdo del trámite, pues quedó apagado por una pelea a silla limpia entre dos vecinas: María Cabeza y Juana la Punta, ¡asunto de desencuentros en la vecindad! Tiempo después, cuando ya andaba metido con las historias de la Historia, casi quedé de piedra al conocer que, en verdad, aquella sala médica fue tahona en las postrimerías de la Edad Moderna. En cuanto se refiere al pueblo de Baños, el catastro del Marqués de la Ensenada (1754) nos dice que el inmueble estaba considerado como horno de pancozer, uno de los dos que en propiedad tenía la ‘fábrica de la parroquial’, y que estaba bajo la administración de Antonio Joseph Lechuga, presbítero de San Mateo. Al hilo, recordé una charla con mi padre, panadero de raíces, que vino a decirme que aquel sótano fue la primera vivienda que tuvimos en el pueblo tras regresar de Barcelona. Mis padres, como casi todo hijo de vecino de la posguerra, después de trastear en todo lo posible en asuntos laborales, costura, rancheros, panadería, yuntero, tejares…, se vieron abocados a emigrar. En su caso a Cataluña, donde nació un servidor. Por cuestiones de salud, la vuelta fue obligada y, tras algún intento fallido, mis padres arrendaron la tahona donde mi padre había ejercido la profesión anteriormente: el horno de Cañizares, que no es otro que el que nos trae. Después vinieron otros, primero la Seria y por último Barbecho, en el Cotanillo, que en realidad había sido el horno familiar desde los años 20 del siglo pasado, aunque desde mucho antes habían ejercido el noble arte de amasar hogazas en los poblados mineros de Araceli y El Centenillo. En Baños de la Encina, mis primeros días de cuna, mi primer echar a andar y parlotear, fueron en los bajos de esta casona. Pero, puesto a acordarme de detalles, no recuerdo nada.



lunes, 3 de febrero de 2025

La fuente Cayetana, ruina inminente

A simple vista, dejándonos llevar por el ojo que sólo se recrea con los selfis, la fuente Cayetana nos podría parecer una casucha de huerta o un chozo esperpéntico. Pero la realidad, que pone cada cosa en su sitio, nos dice que es una fuente alcubilla, una de las cuatro que abasteció de agua potable al pueblo de Baños hasta la mitad del siglo XX (Socavón, Pacheca y Salsipuedes). Situada mediado el barranco de Valdeloshuertos, cuenta con tres aljibes o alcobas de agua. Aunque uno de ellos, el más antiguo, quizá por su traza clásica y la fábrica de sillares, nos pueda parecer romano, en realidad se edificó a comienzo del siglo XVIII, como nos indica la buena factura de su obra, idéntica a la del crucero de la parroquial de San Mateo. Los otros dos, que cierran en bóveda de ladrillo de medio punto, se levantaron a comienzos del XX, con el impulso demográfico minero.
Y, a todo esto, si no se lleva a cabo una intervención pronta y necesaria, el colapso y la ruina de la fuente es cosa de cuatro afeitados. Ya se han agrietado las dos esquinas del frente, grietas que ya están avisando, así como el lienzo de las cuatro caras, ha perdida piezas de pizarra de la cornisa y el agua duerme en el interior dañando toda la fábrica. Lo dicho, urge intervención.



viernes, 31 de enero de 2025

Sobre el origen de la poterna del castillo de Baños de la Encina

Andar a la par que Antonio, era leer entrelíneas de la retahíla de voces que te daba y seguir con cautela y atención donde aporreaba con la punta de su garrota, por si golpeaba un casquijo de barro o una punta de flecha. Al tipo, ligero como pluma y reseco como la muerte, había que seguirle el paso con buen pie si querías cogerle el hilo. Y no te quedaba otra, pues Antonio era así, de ese tipo de personas que vomitaba al viento sus pasiones y te las dejaba caer sin ningún miramiento. No acababas de dar el quiebre a la almena del castillo, la que mira al Gólgota, y te decía de sus andanzas como peón de albañil, de cuando anduvo a cargo de mi chacho el Fino remendando la entrada de la fortaleza. Metidos en faena, igual te cambiaba de tercio y le rumiaba cochones a un hato de turistas, que olfatea como franceses y le recordaban sus años en París, o trasteaba con el báculo el cimiento de una farola para dar rienda suelta a la muela de un cadáver, posiblemente de los años en que el castillo lució como camposanto.

Finalmente, de entre tanto vocerío, sabiendo de su proceder, sacabas en limpio algún argumento sobre la historia, artificios y pesares de nuestro castillo de Baños, que no de Burgalimar.

Días atrás, mirando y remirando como hacía en su compañía, aunque ahora envuelto en la soledad de mis años, volví a estudiar la fisonomía de las torres, observé la mella de algún merlón y examiné uno por uno cada hueco de saetera; seguí los trazos decorativos de sus lienzos y anoté mentalmente cada detalle que rompía la norma. En la parte de poniente, al tropezar con la poterna y trastear en mi memoria, recordé algún dato de los informes redactados a tenor de la última excavación arqueológica: Actuación arqueológica puntual en el castillo de Burgalimar de Baños de la Encina (Jaén), 2007-2009[1]. En el texto borrador propuesto para el Anuario Arqueológico de Andalucía (2009), se sostiene que dicho hueco o acceso está considerado como poterna, aunque en la redacción se refiere a ella como ‘pontanilla’. Como prueba sumarísima, se aporta la existencia de dos muros interiores, quizá pertenecientes a una estancia, que flanquean el hueco y parece que encauzan la salida hacía dicha pontanilla. Literalmente viene a decir:

‘La Pontanilla o “puerta de atrás” del castillo medieval se encuentra enfrentada con la entrada principal, en la zona occidental del lienzo de muralla, aunque algo más al sur en la numerada como área arqueológica 12. Ésta delimitada por dos muros, más tarde reformados en sus alineaciones y caras, y con el mismo sistema defensivo que la entrada principal, con un pasillo estrecho y quebrado. Esta pontanilla siempre la hemos conocido abierta y con los muros que a ella conducen, que no eran los originales, visibles en la planta del castillo, pero existían dudas sobre si realmente era la “puerta de atrás” del castillo medieval. En la actual excavación hemos resuelto esas dudas al documentar, bajo los muros conocidos en superficie, los originales que definían el estrecho pasillo’.


Muros que enfilan hacía el hueco de la poterna, al fondo y orientada a poniente.

Para ser fieles a nuestro criterio, el argumento nunca nos pareció causa suficiente que sostuviera en firme la prueba de su existencia original: que fuera poterna del castillo medieval. Con más motivo si se considera que el pasillo no sea corredor, y sí aposento o patio interior entre estancias, y se tienen en cuenta otras apreciaciones que vamos a desglosar. Veamos.

Argumentos

Volviendo a la estructura en cuestión, la poterna está localizada en uno de los paños de muralla de poniente, no centrada, algo desplazada hacía la torre norte de las dos que recortan el lienzo donde se inserta la propia poterna. Siendo el hueco ligeramente rectangular, tiene 125cm de ancho mientras que en altura ocupa dos cajones de encofrado, es decir, 4 codos comunes o de 24 dedos, que dan un total de 168cm. De otra parte, el fondo mide 140cm, aprovechando el ancho total de la muralla. En su intradós, destaca la huella cóncava de dos quicios circulares cincelados en piedra, que se corresponden con la posible presencia de una puerta de dos vanos. Al exterior, la poterna se eleva sobre un terraplén inaccesible y pendiente complicada, muy modificado por las numerosas obras civiles del entorno y la deposición de escombros y restos funerarios.

De entrada, volviendo al análisis que nos traía y reconociendo que nuestro primer argumento pudiera ser subjetivo y de poco peso, parece extraño que, para un recinto relativamente pequeño, cuyos ejes interiores miden 100 x 46 metros, se pretenda la existencia de una puerta trasera, de escape o poterna. En caso de asedio, sería tarea sencilla rodear la totalidad del perímetro del castillo sin necesidad de armar un número muy elevado de atacantes. Con este razonamiento, no tendría ninguna finalidad la existencia de una puerta de escape, pues, vencidos y abocados a la huida, el invasor cubriría fácilmente cualquier posibilidad de escape de los defensores de la plaza. En este castillo, nos parece que el meollo de la cuestión estaba en evitar que el enemigo penetrara. Una vez dentro, no quedaba otra que rendición o muerte.

Este argumento puede parecer débil para desmontar la existencia de la poterna, pero no es el único. En segundo lugar, al hacernos eco de las diferentes crónicas históricas que mencionan la distribución interior de este castillo, en ninguna de ellas se hace referencia a la presencia de una poterna o portillo, entendiendo que la primera es una puerta accesoria de un recinto militar y el segundo una abertura pequeña y en alto de una muralla, como es el caso. Todo lo contrario, en los testimonios identificados se subraya la existencia de una única puerta de acceso a la fortaleza. Así ocurre con las Antigüedades del Reino de Jaén (Jimena Jurado, 1644), donde se nos dice ‘…Está cercado de población por todas partes, sino es por la occidental, y para entrar a este alcázar no hay más que un pequeño postigo entre dos torres…’; a lo que añadiríamos de nuestra cuenta que estaba situado bajo la protección de un matacán, hoy inexistente por derribo pero sí documentado fotográficamente. Asimismo, el testimonio escrito viene certificado mediante un croquis de la fortaleza (lámina 3), donde no se aprecia más entrada que la principal ya mencionada, la que mira al sur entre dos torres.


Puerta principal de acceso al castillo, vista interior antes del comienzo de su remodelación (años 50 del siglo XX). Fuente: archivo familiar de Diego Muñoz-Cobo Rosales.

Por otra parte, más cercano en el tiempo, se tiene una cita redactada por Francisco Javier Sánchez Cantón (1891-1971). Historiador y director de la Academia Española de la Historia, debió conocer el castillo tras remodelarse la puerta principal bajo la dirección del coronel de Ingenieros Enrique Barrera Martínez (1953-1954), justo antes de iniciarse las numerosas obras del ‘milenario’, un conjunto de intervenciones de restauración que se llevaron a término para celebrar los mil años de la errónea fundación del castillo (968 de nuestra era). En su informe, viene a decir: ‘Su planta mide 100 por 46 metros. Torres cuadradas de igual altura, tuvo quince; una de ellas, reconstruida cuando la reconquista. La puerta de entrada con arco de herradura. Los muros y torres son de hormigón. Fue construido en el 968, según reza una lápida que se conserva en el Museo Arqueológico[2]’.


Croquis del castillo argumentado en el impreso en 'Antigüedades del Reino de Jaén', de Martín Jimena Jurado, 1644. Fuente: De Morales Talero, 1958.

Si los últimos testimonios, tanto el gráfico como los escritos, no fueran argumento suficiente, un tercer razonamiento, derivado de la primera premisa, se argumenta en la posible idoneidad poliorcética de una poterna o salida accesoria en una alcazaba de proporciones menores. Es decir, la existencia de esta poterna, ¿suma o resta a la estrategia defensiva del castillo? Veamos. En una fortaleza, la puerta es un acceso, un tránsito entre el exterior y el interior, una frontera abierta. Pero, por su propia naturaleza, también es el punto más débil de la defensa, un frente concreto donde, en situación de cerco, se concentra el mayor número de tropa, tanto de atacantes como de defensores. En caso de asedio militar, el enemigo atacaría todos los flancos hasta atenazar en redondo la totalidad del castillo. A primera vista, puede parecer que el objetivo principal de esta táctica es hacer el mayor daño posible al conjunto de los cercados, pero detrás de esta estrategia hay una intención oculta: dispersar el esfuerzo de la defensa para que no se pueda atender convenientemente la fragilidad de la puerta. Como respuesta, el defensor tendría que atender un mayor número de frentes y repartir los contingentes armados, reduciendo la tropa que atendería la defensa del punto más débil: la puerta meridional, donde el ataque sería más intenso y virulento por su propia debilidad defensiva. Por otra parte, siguiendo con este argumento, cuando se produjera el cerco en todo su perímetro, sería extraño que el ejército atacante no identificara la existencia de una posible poterna o puerta secundaria. Por muy oculta que estuviera en su interior, es claramente visible desde el exterior. Siendo la entrada meridional el principal foco de atención de los invasores, una posible entrada secundaria no tardaría en acabar siendo segundo objetivo de las fuerzas atacantes. En conjunto, todo ello provocaría que los defensores se vieran obligados a concentrar los efectivos militares en dos puntos frágiles y no sólo en uno. En resumen, desde la perspectiva defensiva de un castillo de este tamaño, nada positivo aportaría la existencia de una puerta accesoria, por el contrario, obligaría a repartir las fuerzas de choque y dejaría desguarnecida la puerta principal. Como ya nos avisaba Calderón de la Barca, ‘Casa de dos puertas, mala es de guardar’.

A modo de cuarto argumento, nos quedaría el análisis detallado del paño de muralla donde está localizada la posible poterna. En el caso de la puerta principal, por su propia naturaleza, se ha identificado la existencia de una serie de elementos estructurales que ayudaban a su defensa: doble entrada en recodo, amplios huecos esculpidos en las torres que flanquean el acceso, tanto, que por el tamaño se pueden considerar como troneras o ventanas, y la presencia de un matacán, que, situado sobre la puerta y bastante deteriorado, fue desmantelado durante las obras del ‘milenario’. No se da la misma situación en el posible portillo o poterna, donde no se detecta la presencia de ningún mecanismo que proteja el acceso y acentúe la defensa. Como tal, sólo puede considerarse la altura que presenta el hueco en relación con el nivel de la calle exterior (portillo). Encajada en un lienzo de muralla, enmarcado este entre dos torres, no se identifica matacán alguno o mecanismo defensivo. Tan sólo en una de las torres, la oriental, no en la dos, puede apreciarse una simple saetera que mira al frente del portillo, no al portillo para su defensa. Su ángulo visual, inclinado, está dirigido al exterior y no a la propia puerta. Es evidente, parece poca defensa o ninguna para salvaguardar lo que sería uno de los puntos más débiles de la fortaleza junto con la puerta principal o meridional.


Portilla en altura y saetera orientada hacia el exterior.

Por otra parte, complementando los argumentos anteriores, haciendo un ejercicio comparativo con otros castillos provinciales de un tamaño similar o menor, estudio que en verdad no ha sido demasiado exhaustivo, caso de Linares, La Guardia, Marmolejo, Porcuna, Fuerte del Rey o La Aragonesa, pero obviando, claro está, ciudades amuralladas cuya proporción y organización no es comparable con el castillo que nos trae, como es el caso de Úbeda, Baeza, Arjona, Alcalá la Real u otros, también en dichos castillos se puede identificar la existencia de una única puerta de acceso.

En una línea de análisis paralela y de cosecha propia, sería cosa extraña que, en el momento de edificar una puerta, aunque esta fuese secundaria, los alarifes andalusíes, maestros de la bóveda y el arco, no encontraran otra solución que romper el encofrado y crear un vano adintelado. Sin embargo, se procedió de esa manera y se puso en peligro todo el paño de muralla de la poterna, que ahora amenaza con colapsar. Si la poterna se hubiera abierto en el siglo XII, y no recientemente como prevemos, hace siglos que el lienzo se hubiera venido abajo.


Grietas y saetera en el paño de muralla y torre donde se enmarca la poterna.


Grietas sobre la poterna y quicios en su intradós.

Cuaderno de bitácora de una reconstrucción

Y a todo esto, tras la estela y paso de Antonio, recordé que una manera de avanzar en el estudio, tan eficaz como otra cualquiera, es pararse, hacer un corrillo y conversar con aquellos que participaron en la restauración del ‘milenario’, asunto cada vez más complicado por la cuestión natural del caminar de los años, o al menos hacerlo con aquellos otros que pudieran dar testimonio de unos años ya difusos, de los que hemos heredado los fastos y olvidado los detalles estructurales. Y reunidos en cónclave, como por otra parte era de esperar, llegaron las sorpresas. La pregunta ¿qué situación presentaba el portillo cuando se inició la restauración del castillo?, obtuvo de mi tío Dioni una respuesta llana, contundente: ‘portillo, ¿qué portillo? Ahí nunca hubo hueco alguno hasta que se abrió una ventana para facilitar el trasiego de las obras’. A lo que el amigo Paco Ortega, dejando la espinosa faena de buscar nidos y guacharros de tordo de entre los mechinales, con el fin de respaldar la aseveración anterior y darnos norte, añadió: ‘allí no había más cosa que un pequeño agujero. Construir un portillo con viga de cemento y reja fue la solución que Pedro el Gangas le dio para agrandarlo y sacarlo del olvido’.

Y tan cierto que era. Rebuscando en lo más hondo del baúl de aquellos tiempos, aparecieron algunas fotografías que certificaban sus asertos y la teoría que veníamos defendiendo (1950).


Interior del castillo de Baños de la Encina (1950) indicando la ubicación donde hoy se abre la poterna, elaboración propia. Fuente: Archivo familiar de Diego Muñoz-Cobo Rosales.

Como podemos apreciar comparando la fotografía de archivo y una secuencia actual, el nivel del suelo era entonces más elevado de lo que hoy es debido al rebaje de las intervenciones arqueológicas. Por tanto, cabría la posibilidad de que el hueco de poterna, en caso de existir, no pudiera verse en la instantánea de 1950 pese a estar ahí. Para certificarlo, utilizando la fotografía actual con el fin de localizar el lugar, se toma como referencia el conjunto de tres líneas inclinadas que dejaron los antiguos tejados en el paño de muralla, la impronta de su huella y, paralelamente, se contabilizan los cajones existentes entre el punto superior de la poterna y el adarve, que en total son 6. Con este proceder, si nos trasladamos después a la fotografía de archivo, identificada la impronta de las líneas, al contar los cajones desde arriba hacia abajo nos debería aparecer, como mínimo, la mitad del hueco que ocuparía la poterna. Sin embargo, no se aprecia, no hay nada. Sencillamente, el vacío del portillo no existe en la fotografía de 1950. ¿A qué se debe? En realidad, como veníamos defendiendo, nunca existió esa poterna. ¿Qué explicación le damos a este espacio? Los paños del frente noroeste, donde se sitúa la que se decía poterna, se encuentra en la parte de umbría del castillo, donde los lienzos de muralla están más deteriorados debido a la concentración de humedad y a la escasa insolación solar. En todo ese frente, en el exterior del paño de muralla, abundan huecos irregulares, de todo tamaño, que han sido parcheados con sillarejos dispares, ripios de piedra, ladrillos, lajas de pizarra y hasta fragmentos de lápidas mortuorias. ¡Vamos, un dislate, que diría Antonio! Este conjunto de pequeños quebrantos de la muralla es lo que queda de los antiguos desagües del castillo almohade. Considerando este hecho, es totalmente factible que, para la construcción de una poterna moderna, pues nunca antes de los años 60 lo fue, se reutilizara alguno de estos ‘rotos’ de la muralla noroeste. Y al hilo de este argumento, que viene a ratificarlo, no es casualidad que, en el paño de muralla de la poterna, hoy no podamos identificar ningún desagüe. Simplemente desapareció engullido bajo las nuevas formas de la poterna. 

Si profundizamos en el análisis comparativo y enfrentamos la fotografía de archivo y la imagen del momento, podremos apreciar que, en la primera, el paño de muralla no presenta ninguna grieta o rotura. Por el contrario, en la instantánea actual es fácil identificar la presencia de varias grietas que, de abajo a arriba, rompen el lienzo con total continuidad e impunidad. En el exterior el asunto es mucho más grave, pues amenaza colapso. 60 años después nos hacemos una pregunta, ¿qué ha provocado esta situación? Con total seguridad, la causa se encuentra en la decisión de agrandar el desagüe, romper el encofrado y edificar una poterna para usos relacionados con las obras civiles del ‘milenario’.


Siguiendo las flechas blancas pueden apreciarse las grietas que se han producido en el lienzo de muralla a partir del hueco de la poterna, grietas que no estaban presentes en la fotografía de 1950. En amarillo, huella de la impronta de las techumbres.

Es nuestro criterio, pero pensamos que la ‘poterna’ fue construida durante las otras del ‘milenario’, en los primeros años sesenta del siglo XX. La actuación, por propia utilidad, agrandó y enmascaró uno de los rotos producidos en el paño de muralla, uno que coincidía con un desagüe original de la muralla almohade. En el resto de desagües, principalmente los orientados al norte y en zona de umbría, se actuó restaurándolos con ‘casquijos’ y piedras de diferente tamaño, según se muestra en la lámina 9. En nuestro caso, en relación con la poterna, por el contrario, se prefirió agrandar el agujero y crear un acceso complementario para dar salida a las necesidades de las obras del ‘milenario’. Al hilo de todo esto, siempre nos pareció extraño que, en una puerta del castillo, la meridional, se pusieran a su disposición todos los conocimientos de la poliorcética mientras que en la otra no se dispuso nada o casi nada. O, como diría Antonio leyéndome el pensamiento: ‘Tú crees que, en una puerta, por muy principal que fuera, iban a montar un pitote defensivo y en la otra sólo iban a armar un portalón de pajar partido en dos vanos’. Ahora tenemos la explicación, o al menos una interpretación de por dónde puede ir la realidad histórica.


Arriba, desagüe levemente deteriorado y sin ninguna intervención. Abajo, desagües totalmente destrozados por la humedad y 'remendados' durante el 'milenario' con ripios de piedra arenisca, ladrillo, pizarra y fragmentos de lápida funeraria.

Para finalizar el cónclave, decir que lo que en origen nos parecía una herramienta para la guerra, o al menos para permitir la huida en caso de derrota; que luego nos llevó a pensar que lo era de muerte, en tanto útil del camposanto del XIX, en realidad fue melladura de los fastos del ‘milenario’.

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[1] MOYA GARCÍA, SEBASTIÁN R.: ‘Actuación arqueológica puntual en el castillo de Burgalimar de Baños de la Encina (Jaén), 2007-2009’, Anuario Arqueológico de Andalucía. Sevilla, 2009. https://www.juntadeandalucia.es/cultura/tabula/bitstream/20.500.11947/4403/1/AAA_2007_820_moyagarcia_castilloburgalimar.pdf

[2] DE MORALES TALERO, SANTIAGO: ‘Castillos y murallas del Santo Reino de Jaén’, Boletín del Instituto de Estudios Giennenses, nº 17. Jaén, 1958, pp. 55.


lunes, 27 de enero de 2025

La piedra escurridera

Cuando llega el estío, el lugar, ahora domeñado por cíclopes sin mirada ni aliento, por hoplitas invasores que sangran un suelo siempre quebradizo, puede parecer árido y estéril, un secarral bajo el imperio de las chicharras. Pero con el otoño, con las primeras aguas y cuando se asienta la umbría, las piedras se arropan con un verdín luminoso que le muda la cara. Es por entonces, cuando el arroyo de la Alcubilla vuelve a la vida con un leve susurro, cuando la atmósfera se viste de silencio y luz pálida, que la magia se instala en cada uno de los canchales de granito rojo. La madre tierra, eternamente generosa, apaleada mil veces y dolorida hasta en lo más hondo de sus entrañas, siempre testaruda, porfía y no falta a su cita anual, al ciclo de vida que día con día laceramos impunemente. En medio de esa anchura de eucaliptos, escoltada por un ancho rebaño de bolos pétreos, bermejos como hilo de vida, una roca alisada duerme la placidez de los siglos como héroe anónimo y legendario.

Hoy, quebrada como vejez, amenazada por el escombro de los muchos años y rodeada por los numerosos dislates que engendra la vida, la Piedra Escurridera nos parece huidiza, oculta bajo la neblina y la negra escarcha. El cerco solar, diluido en la primera mañana, dibuja una atmósfera acogedora y amenaza con un día anodino.

Por debajo de la enorme roca, a tiro de piedra, la senda, dando de lado a veredas cercenadas, deja el camino de la Picoza por su siniestra, vadea el arroyo y alcanza un sencillo pocico, un artilugio pétreo que podría pasar desapercibido entre zarzas y charabascas. El pozo, aprovechando las bondades geológicas del lugar, penetra y se abre generoso en la más honda negrura. Mucho tiempo atrás, cuando los chivones de colorín vestían de color el recodo, el ingenio hídrico hundió sus raíces en la quebrantada pizarra para nutrir su venero de agua. Ahora, asomado al brocal de los tiempos, a la resequedad agrietada de su fondo, en lo más profundo del pozo se barruntan mitos que ya no son. En el sopor de la desmemoria, podría parecer que la Piedra Escurridera sólo es un bolo de granito bermejo, pero enredado en la telaraña de los años aún pervive el eco de un tobogán natural, una piedra escurridiza manoseada por los críos desde tiempos inmemoriales.

Husmeando en los recuerdos más profundos, los que aún se mantienen a flote en aguas tan tenebrosas, nos dejan ver una señora de buen porte, algo ajado por los años y los muchos sufrimientos. De la Benita, que algunos mal metían diciendo que era puta y bruja, se contaba que era estéril, quizá de tanto uso y abuso, pero lo cierto es que su sombra aún huele a tierra mojada. La mujer se ganaba la vida moliendo el chocolate de los demás, aunque lo mismo te decía el porvenir con habas secas que te destripaba unas semillas de cacao en el metate. De buena conversación, ya no tenía más intención que dar con el buen atajo con el menor daño posible. Con todo, en ella había un rasgo que llamaba la atención, su irónica sonrisa, como de importarle todo un carajo. Con el otoño, con el verdín y la niebla, la Benita tenía por costumbre abrigar los canchales rojizos, fluir como el arroyete, asomarse a la gratitud del pozo y, como si fuera una liturgia secular, dejarse caer por la piedra escurridiza, en paños menores y sin ellos, porque siendo escurridero se decía que el canchal también era piedra paridera.

Pero con todo, la Benita, quebrada y reseca, ninguneada por una humanidad que camina fuera de senda y derramando sal, ya es tierra baldía. Ahora, cuando todo son recuerdos podridos que se escapan por el sumidero de una pecera de estiércol, Benita, día con día, es un poco más yerma.

Aún recuerdo aquellas melodías que sonaron en mi niñez,

aún recuerdo aquellas melodías que sonaron en mi niñez,

aún recuerdo aquellas melodías que sonaron en mi niñez,

aún recuerdo aquellas melodías... (Eskorbuto: 'La sangre, los polvos, los muertos', 1997)




martes, 21 de enero de 2025

Sobre cruces de calvario y recursos hídricos

Presente en diferentes fábricas y ofreciendo trazas diversas, es muy interesante la presencia de calvarios relacionados con ámbitos en los que tiene especial presencia el agua, con seguridad representando un símbolo apotropaico, protector, con la esperanza de encontrar abundancia y salud, en el caso de fuentes y manantiales, y con la necesidad de favorecer la fertilidad a las tierras de cultivo cuando los calvarios están cincelados en el armazón de las norias. Encuadrado en la primera tipología, tenemos el pilar de San Mateo, donde encontramos un calvario muy elaborado, preciosista, adornado con formas redondeadas. Junto a la cruz, aparece una herradura, símbolo protector que simboliza abundancia y es origen pagano, cuyo contenido alegórico parece haber pervivido a lo largo del tiempo, tanto en el ámbito religioso como entre los miembros del gremio de los picapedreros. Símbolo, por otra parte, que aparece cincelado y de manera abusiva en la lonja principal de San Mateo. Al hilo de este tema, abrimos un campo de estudio interesante.


Calvario del Pilar de San Mateo

La herradura, como artilugio ecuestre, es totalmente desconocida por el mundo grecorromano y no aparece en las tierras de la Europa Occidental hasta el siglo V, cuando está presente entre las comunidades celtas de los galos, que las anclaban al casco del caballo mediante un tipo de clavo característico cuya cabeza tenía forma de violín. Sin embargo, su presencia como marca lapidaria es muy anterior, como podemos comprobar a tiro de piedra del núcleo urbano de Baños de la Encina. En la bailenera dehesa de Burguillos aparece profusamente sobre una roca de arenisca roja o piedra letrera, acompañando a otros componentes, caso de una especie de diosa con atributos sexuales masculinos y femeninos y otros elementos epigráficos que se corresponden con la Edad del Cobre tardía o principios del Bronce. Siendo una marca pagana con carácter apotropaico, en la mayoría de los casos y de forma abrumadora su presencia está relacionada con el agua, con fuentes y manantiales. ¿Y cómo un símbolo pagano, de origen prerromano, pasó a integrarse con todas sus acepciones en el corpus simbólico cristiano? Fue muy fácil, se reinterpretó como la huella que dejó el caballo del apóstol Santiago en diferentes situaciones bélicas y junto a fuentes naturales, pero siempre en apoyo de las huestes cristianas en batalla. En ciertas ocasiones, la huella quedaba marcada cuando el propio Santiago corría al enemigo espada en mano, pero en otras, más elaboradas, cuando la tropa cristiana parecía derrotada por la sed, aparecía el apóstol y, bajo la huella de su caballo, comenzaba a manar el agua, que en numerosas ocasiones era termal y contenía propiedades terapéuticas.


Herradura en el pilar de San Mateo

Por su parte, agrupados en el segundo grupo que mencionábamos más arriba, el de las norias, hemos identificado dos casos de calvario. El primero, cincelado sobre el ‘marrano’, en el interior de la noria de la huerta de Penecho, en el paraje del Soldado, junto al camino de Enmedio y la vereda de Linares, la calidad de su talla nada tiene que envidiar a los primeros calvarios adintelados que vimos más arriba y surgieron en el marco de las desamortizaciones de Carlos IV y la Guerra con los franceses. El segundo, inmensamente sencillo, aparece inciso en un bolo de río que da forma al andén de la huerta de Los Gatos o de Maquilera, en el paraje de la Colmenera y junto al camino de Bailén y la acequia de Los Huertos. Pareciendo una cruz ‘tau’ con peana semicircular atravesada por el madero vertical, está acompañada por dos cruces laterales tan esquemáticas que podrían confundirse con pequeñas estrellas de traza muy simple.


'Marrano' de la noria de Penecho


Piedra del andén de la noria de los Gatos

viernes, 3 de enero de 2025

Arquitectura en piedra seca: castillos de Despeñaperros

Mi último trabajo, realizado en colaboración con unos magníficos profesionales y amigos, Arquitectura defensiva realizada en piedra seca en el parque natural de Despeñaperros, publicado en la Revista digital Argentaria. Para descargar, pulsa en el título:

Fotografía: muralla de poniente de Malaventura