martes, 21 de octubre de 2025

Sobre una posible casa de un judeoconverso en Baños de la Encina, y 5

Conclusiones

En cierta manera, relacionado con la antigüedad de la casona, podría valorarse la posibilidad que fuera uno de los pocos testimonios locales del siglo XV, tardogóticos, argumento soportado en algunos de sus detalles decorativos, como el alfiz o el falso arco conopial. Sin embargo, si consiguiéramos una fotografía fija del momento, del último tercio del siglo XV, veríamos que, por entonces, el grueso de la población habitaba en el interior del castillo. Al exterior, sólo habría una línea de casas sencillas, posiblemente levantadas con tapia de cal y, como árido, pizarra desmenuzada, que estaría localizada por debajo de la muralla sureste, lo que conocemos como calle Santa María; una batería de cuevas horadadas en la tosca, que formaba la linde norte de Cestería; un anchurón terrizo, más corral de ganados que lugar de encuentro social, que se correspondería con la actual plaza Mayor; y, al frente, observaríamos los primeros paredones de san Mateo. Por otra parte, como se puede constatar, en el pueblo hay poca huella tardogótica, poco arco apuntado, más allá de los que vendrían a formar la bóveda de San Mateo, las arcadas de la casa del alcaide del castillo, de la que, a modo de vestigios, aún quedan algunos tambores fuera de lugar, y la bóveda que cierra la popularmente conocida como Almena Gorda, que es la torre del homenaje del castillo.

Por tanto, que una o varias casonas cuenten con este tipo de detalles decorativos de tradición gótica, como es el caso de calle Fugitivos, nos decanta por una influencia tardía, fijada cronológicamente entre finales del siglo XVI y comienzos del XVII, y, como veremos, de posible tradición portuguesa. En relación con los judeoconversos, veamos qué sucedía con ellos durante estos dos siglos.

En cuestión de la persecución de judíos y judaizantes, la labor de la Inquisición fue tan eficaz en las primeras décadas del siglo XVI que, en la segunda mitad del siglo, el problema de los judeoconversos parecía resuelto. Prueba de ello es que Felipe II solicitó al Papa Pío V autorización para que el Inquisidor General de Castilla, el cardenal Espinosa, perdonara los pecados de los judaizantes mediante penitencias espirituales leves. Se puede pensar que los judeoconversos españoles, salvo excepciones, habían sido asimilados por la generalidad de la población cristiana y que sólo pequeños reductos de cristianos viejos mantenían enconadamente las diferencias[1]. A finales del siglo XVI la situación dio un vuelco radical. Felipe II se erige como rey de Portugal (1580), hecho que favoreció la penetración masiva de judeoconversos portugueses que, en buena medida, se asentaron en las ciudades y tierras del alto Guadalquivir. Desde finales del siglo XVI, como ya se ha mencionado, familias lusitanas, la mayoría procedentes del norte de Portugal, en donde se concentraba una alta densidad de población conversa, comenzaron a establecerse en Baeza y sus colaciones, como es el caso de Baños.

En aquellos años la situación cambió, pues muchos de los judeoconversos que se afincaron no sólo mantenían costumbres judaizantes, más tradición que creencia religiosa firme, por el contrario, un buen número de ellos se declararía profesante judío. Así se puso de manifiesto en los procesos y autos de fe, que tardaron en llegar por lo apremiante del ‘tema morisco’ (1909-1613), pero que se intensificarían en 1616 y prolongarían hasta 1625. Como punto final, el procedimiento concluyó con la condena y confiscación de bienes de los miembros de un grupo de criptojudíos baezanos que estaban organizados en torno a Catalina Correa. A modo de ejemplo, en 1625, en auto de fe, se condenó a siete vecinos judaizantes de Linares, todos ellos miembros de una familia[2].

En esta tesitura histórica, como ocurrió con el resto de tierras bajo la jurisdicción del concejo de Baeza, a Baños debió llegar un número variable de judeoconversos portugueses y, con ellos, en un marco social distendido y transigente, desembarcaron las maneras de hacer judaizantes, sus fiestas, oraciones y preceptos, pero también las formas constructivas de su lugar de origen, principalmente aquellas que dotaban de personalidad propia a sus viviendas y les permitía identificarse entre ellos. Aunque, por otra parte, estas peculiaridades no llegaban a delatarles frente a denunciantes y familiares de la Inquisición. En consonancia, asistían a las celebraciones religiosas y en la medida necesaria, recibían los sacramentos. Rezaban el padrenuestro y aborrecían el Glori Patri y las oraciones a la virgen María (CORONAS TEJADA, 2008). En este sentido, no debió ser casualidad que en la localidad de Baños, por entonces, con la llegada de las primeras oleadas de judeoconversos portugueses, se nombrara como familiar de la Santa Inquisición a un miembro destacado de la comunidad bañusca, Luis Molina de la Cerda, cristiano viejo por las dos ramas, la suya y la de su consorte[3]. Cabe la posibilidad que, en un primer momento de mayor relajación social, se establecieran en Baños varias familias de conversos portugueses. Debió ser uno de ellos quien edificó la vivienda de Fugitivos dejando las marcas lapidarias de tradición judeoconversa galaicoportuguesa en los muros de su fachada, como el biselado, el falso arco conopial o los rebajes rituales y, fue entonces, con la mayor osadía, cuando instaló la mezuzá y la peana soporte de la Janucá. Cuando los vientos cambiaron, aún en un momento de cierta transigencia, en un intento de parecer verdadero converso y que sus prácticas pasaran desapercibidas, debió mudar la mezuzá por el cincelado de la cruz inversa como acto de humildad y devoción cristiana. Aunque, finalmente, quizá viéndose delatado, se vio obligado a huir.

Lámina 10. Cartel antiguo aún presente en calle Fugitivos, en la fachada de la casona.

Y en este marco histórico social si, como opinaba nuestro querido cronista local don Juan Muñoz-Cobo aunque con escaso soporte documental según nos dice su hijo Eduardo, el nombre de la calle Fugitivos tiene su origen en una huida, esta no fue de los ‘moros’ que habitaban en el castillo a consecuencia de las secuelas de la batalla de las Navas (1212), sino de unos judeoconversos que, viendo cercana su captura, una segura confiscación de sus bienes y la posible ejecución en la hoguera, se dieron por pies.



[1] CORONAS TEJADA, LUIS (1978): Los judeoconversos en el Reino de Jaén. Boletín del Instituto de Estudios Giennenses, nº 97. pp. 79-105. Jaén.

[2] CORONAS TEJADA, LUIS (2008): Los judíos en Jaén. Universidad de Jaén, Jaén,

[3] ‘…Por quanto para las cosas que ofresçiern a el Santo Officio de la Ynquisiçion conviene que aya personas a quien les encomendar e cometer, confiando de vos Luys de Molina de la Cerda, vecino del lugar de Vaños, distrito de esta jurisdiçion e ynquisiçion, e de vuestra diligencia, e que bien e fielmente hareys lo que por nos vos fuere encomendado, e avida ynformaçion que en vuestra persona e doña Catalina Galindo, vuestra mujer, concurren las calidades que para ello se requieren, por la presente vos nombramos, constituimos e diputamos famyliar deste Santo Officio, para que seais uno de los del numero del dicho lugar de Vaños…’. AMBE, Actas Capitulares de 1594, fols. 127v-128v.

lunes, 20 de octubre de 2025

Sobre una posible casa de un judeoconverso en Baños de la Encina, 4

Afilado ritual

Por último, hay otro componente que está presente en la casa judeoconversa galaicoportuguesa, que también se ha confirmado en las juderías de Alburquerque y Valencia de Alcántara (Extremadura), y que Fonseca Moretón pone de relieve en su estudio. Es lo que el arquitecto gallego denomina ‘afilado ritual’. En su trabajo, el autor viene a decirnos que se trata de ciertos rebajes muy lisos, aproximadamente de una cuarta de alto, que estropean escandalosamente el baquetón que decora la arista o el bisel de las jambas de la puerta. Suelen aparecer por encima del lugar que ocupaba la mezuzá, mayoritariamente en la brenca derecha, pero también está presente en la izquierda. En realidad, según íbamos leyendo la descripción que nos aporta Fonseca Moretón, la lectura nos sacaba una sonrisa. A todas luces, reconocimos que era el resultado de una práctica muy extendida en el medio rural, la de afilar las herramientas de corte aprovechando que las brencas podrían estar elaboradas con piedra de asperón. Costumbre, por otra parte, muy arraigada en nuestro pueblo de estudio, Baños de la Encina. Pero, como subraya Fonseca Moretón, el análisis de detalle de cada una de estas marcas, las casas concretas en las que están practicadas y los detalles que las rodean, nos permiten abrir una nueva línea de comprensión del fenómeno.

En nuestro caso, en Baños de la Encina, hemos contabilizado hasta un total de veinticuatro casonas con rebaje liso, de ellas, doce en la brenca derecha, nueve en ambas y dos en la izquierda. Aunque se podría deber a múltiples causas, en más de un tercio de ellas el rebaje es testimonial, como de haberse utilizado durante un corto periodo de tiempo. Del total, un número importante viene acompañado por cruces incisas en las brencas. La proliferación de cruces explicaría que estas casas con rebaje pertenecieran a judeoconversos, de ahí que también haya presencia de los atributos cristianos, la cruz, pero que aún seguirían manteniendo algunas conductas judaizantes. Sería el caso del ‘afilado ritual’. Volvamos la vista atrás, al trabajo de Fonseca Moretón, que viene a decirnos que el sacrificio del ganado de consumo debe hacerse por un matarife reconocido, o shojet, bajo la vigilancia de un rabino de la comunidad. Los animales han de ser degollados con un cuchillo sin mella, bien afilado, produciéndoles el mínimo sufrimiento y siendo convenientemente sangrados para ofrecer algunas de sus partes en holocausto a Yahveh. Cuando la comunidad no cuenta con matadero judío que garantice el abastecimiento kasher, es decir, que certifique que la carne proviene de un animal sacrificado según el ritual correcto, el vecino criptojudío está obligado a degollarlo por su cuenta. Y, en este sentido, para afilar el cuchillo, eliminar cualquier mella y cumplir con el rito, ¿no es la brenca de la puerta, a la altura de la mezuzá, el emplazamiento donde el judío exhibe su compromiso con Yahvé, el mejor lugar para hacerlo? Pero no sólo era cuestión de quitarle la mella al cuchillo, también se afilaban hachas, hoces y guadañas, todo aquello que, según los versículos del Deuteronomio, se utilizaba para conseguir los frutos que dios había comprometido con la alianza: ‘…y cosecharás tu grano, tu mosto y tu aceite. Daré asimismo hierba a tu campo para tu ganado, y te alimentarás y saciarás’[1]. En conclusión, el rebaje liso de las brencas, la impronta del afilado, es la huella del compromiso, de la alianza que el pueblo judío adquirió con Yahvé por mediación de Moisés.

Lámina 9. Posible rebaje ‘ritual’ en horno de Cañizares, detalle, y casona con rebaje en calle Travesía del Desengaño 1.

Los hijos del converso, con los siglos y cuando ya eran cristianos viejos, siguieron con aquella conducta, pese a que habían perdido la memoria de porqué procedían de esa manera y realizaban el ritual como si de una costumbre ancestral, funcional y ajena a la religión, se tratara. La prueba es que el rebaje sólo está presente en veinticuatro puertas de las más de trescientas[2] casas del conjunto histórico y de los cientos de miles de sillares de asperón que dan forma al pueblo. Y de tal manera debieron proceder nuestros mayores hasta un momento que se pierde en la memoria su uso, pues los más ancianos del lugar no llegaron a ver el caso de aquellos que afilaban la navaja de matarife para sacrificar y desangrar al choto doméstico, el marrano del año o las gallinas del corral. Viniendo a ratificar el carácter ritual de aquel ‘afilado’, valga la parodia, maldita la gracia que les hacía a nuestras madres, allá por la década de los 70 y 80, cuando, tras alicatar el zócalo y umbral de la casa familiar, tras adecentar la fachada según su criterio y moda, le hacíamos el mínimo desportillo o un agujero para colgar la jaula de un pájaro de cante. Por las mismas, tras el esfuerzo económico, también humano, invertidos en construir una fachada de lustre, como la que tiene las aristas biseladas, destruirla afilando la navaja sólo es entendible si, por encima de los aspectos meramente decorativos se imponen otros de carácter simbólico ritual, como sería el caso: ‘Grabad, pues, estas palabras en vuestro corazón y vuestras almas… Y las escribirás sobre las jambas de tu casa y en tus puertas, para que vuestros días y los días de vuestros hijos sobre el suelo que Yahveh juró a vuestros padres darles sean tan numerosos cual los días del cielo sobre la tierra’ (Deuteronomio 11, 13-21).



[1] Deuteronomio 11, 13-21.

[2] Que esta villa se compondra de trescientos Vezinos, pocos mas o menos, y en las Caserias de Campo, Huertas, y ventas cinco, Uno en la Casa de Campo de Don Miguel Manrrique, otro en la de Don Fernando De Mendoza, otro en la Huerta que llaman de Carvajal y los dos restantes en las ventas de Guadarroman, y la de Miranda. En Catastro del Marqués de la Ensenada, 1752. Preguntas generales, pregunta 21.

domingo, 19 de octubre de 2025

Sobre una posible casa de un judeoconverso en Baños de la Encina, 3

Análisis de la portada

En segundo término, en relación con los elementos constructivos y decorativos que están presentes en la casa judía, tras analizar diversos trabajos que versan sobre la cuestión, no dábamos con un perfil definido, con un patrón que caracterizara la fachada judía y/o judeoconversa. Sí se ha identificado la presencia esporádica de algunos símbolos hebraicos en dinteles y jambas, como es el caso de la estrella de David y similares que podemos observar en ciertas viviendas de los barrios de San Lorenzo y el Alcázar, también en la gradeta de Santo Tomás, en la vecina Úbeda. Aunque, en este sentido, el medievalista Vicente Salvatierra sólo admite como núcleo judío o judería ubedí la zona que gira en torno a la plaza Carvajal, lugar situado junto a una de las puertas de las murallas del Alcázar[1].

Lámina 4. Casa con estrella de David en el barrio de San Lorenzo, Úbeda.

Por norma general, ‘no existen diferencias en cuanto a la tipología de la vivienda de los judíos y los cristianos en la Edad Media. Sus casas y viviendas eran similares en cuanto respondían a un mismo modo de vida conforme con el nivel económico y la posición social del propietario’[2]. Sin embargo, tomando como referente la obra del autor de las líneas anteriores, Emilio Fonseca Moretón, hemos concluido que la casa judeoconversa sí podría presentar ciertas peculiaridades, al menos en el norte de Portugal y Galicia, desde Castelo Rodrigo a Tui pasando por Guarda, Sabugal, Monçâo, Caminha, Valença, Melgaço, Ribadavia, Allariz, Monforte o Betanzos. Se trata de una serie de elementos claramente visibles, anclados en el tiempo y de influencia ‘manuelina’ (periodo artístico portugués), que caracterizarían la fachada de la casa judía y judeoconversa. Y decimos detenidos en el tiempo, porque siendo características propias de un momento histórico, a caballo entre los siglos XV y XVI, se siguen utilizando en la casa judeoconversa a lo largo del XVI y XVII, cuando el Renacimiento ya era el estilo artístico dominante. Por cierto, situación nada singular en los ámbitos del arte y la religión, como pone de evidencia la religión anglicana: durante siglos, desvanecido en el resto de Europa las maneras de construir góticas, Inglaterra siguió abanderando el uso del gótico frente las formas artísticas que imponía Roma.

Lámina 5. Portada de la casona de los Medinilla u horno de Cañizares. En ella, aparte de los elementos del dintel y sobredintel, se aprecian diferentes elementos decorativos: bisel, alfiz, falso arco conopial, etc.

Como decíamos, son numerosos los detalles funcionales y decorativos que caracterizan la casa judeoconversa galaicoportuguesa y, tras un minucioso análisis, casi todos ellos están presentes en nuestra vivienda de calle Fugitivos. Veamos cuáles son. Siguiendo el patrón de Fonseca Moretón, la casa debe presentar dos entradas, una específica para el negocio o comercio y otra para la vivienda familiar, totalmente privativa, En nuestro caso, las puertas no están contiguas, como sí ocurre en la zona de estudio de Fonseca, pero es que nuestro caso viene condicionado por la propia pendiente del terreno en que se asienta el edificio. El desnivel existente favorece que una puerta, la de nuestro estudio, que es la de carácter comercial o panadería, se abra a Fugitivos; mientras que la doméstica, la privativa y a un nivel superior (primera planta), tiene acceso por la Plaza Mayor, actual de la Constitución (véase lámina 1). Hoy presenta una segunda planta añadida, inexistente en sus orígenes.

Lámina 6. Biselado en la brenca derecha (también en la izquierda). En la parte superior, en el punto de encuentro con el dintel, se aprecia cómo se acentúa la decoración del biselado.

En esta línea, también se han identificado particularidades muy relevantes en la portada de Fugitivos, por otra parte, coincidentes con las galaicoportuguesas. Así ocurre con las brencas o jambas y en el dintel, cuyas aristas externas están biseladas, hecho que se acentúa en el punto de contacto entre jambas y dintel. Por cierto, tras un análisis detallado, es uno de los pocos exponentes identificados en el pueblo de Baños de la Encina. En total hemos localizado cuatro, el que nos trae junto con el Casino de Leoncio, en la Carretera, el salón parroquial de San Mateo y una de las puertas de la casona de Priores, la secundaria. A ello se suman la existencia de un falso arco conopial, en este caso enmarcando al emblema que acoge a menorá, pesaj y cordero de pascua, y la presencia de un alfiz que acota la puerta en su parte superior. Igual que sucedía con el biselado de las aristas, el alfiz es extraño a la arquitectura bañusca, pues sólo hemos contabilizado seis casos con el nuestro: molino en calle Encina, casona en Isidoro Bodson, la puerta del Sol, en la parroquia de San Mateo, el horno del Serio, en cale Isidoro Bodson, y el hospital de la Sangre de Cristo.  Por cierto, en todos ellos hay presencia de cruces de calvario o cruces incisas y, en un caso en concreto, en Delgado de Castilla, con tres cruces, dos son normales y una es inversa. Por último, en la puerta en cuestión, es necesario subrayar la comparecencia, ya mencionada más arriba, de una cruz cincelada en la brenca derecha, por debajo del lugar de la mezuzá (hueco del bastoncillo). Siendo otro de los elementos que caracterizan la vivienda judeoconversa, en el ámbito galaicoportugués es conocida como cruz del converso o de sobremesa. De su presencia, en nuestro caso inversa, podemos dar dos interpretaciones. De una parte, como criptojudío, el vecino judeoconverso graba una marca que vendría a sustituir el papel que desempeñaba la mezuzá; pero, de otra parte, como converso, como cristiano nuevo, tiene la obligación de exhibir su nuevo estatus, de hacerlo visible a toda la comunidad, y tiene que proceder con humildad debido a su ‘sucia’ procedencia. A modo de conclusión, ¿hay mejor manera de llevar a buen término y expresar su nueva situación que tallando una cruz pretina, símbolo de humildad y fe inquebrantable?

Lámina 7. Portadas con alfiz: sencillo, en molino de calle Encina, y más decorado en casona de los Delgado de Castilla, en calle Isidoro Bodson.

Fonseca Moretón pone de relieve una última característica, la presencia de una peana de piedra, una laja, que sobresale de la fachada y que tiene especial protagonismo como escenario de la Janucá o fiesta de las luces. Con días variables, esta festividad se celebra en diciembre durante ocho días con sus ocho noches y tiene como finalidad conmemorar el milagro de luz que se produjo cuando Judá, tras vencer a los seleúcidas, dedicó de nuevo el templo de Jerusalén al dios hebreo (siglo II antes de Cristo). Se trata de una fiesta en la que se da gracias a Dios y se celebra la victoria de la luz sobre la oscuridad. En este contexto festivo, sobre la peana de piedra se situaba una lámpara de nueve velas, una para cada noche y una ‘sirviente’, de la que se cogía la llama. En noches sucesivas, se va añadiendo una vela encendida y se recitan bendiciones y oraciones especiales. Presente en las casas judeoconversas de Galicia y Portugal, en nuestro edificio no la hemos localizado. Sin embargo, a la izquierda del alfiz, a la altura del entresuelo, sí hemos identificado un sillar extraño, pequeño e irregular, que pudo ser recortado o sustituido en alguna reforma de la fachada. Es posible que dicho lugar, originalmente, acogiera dicha peana.

Lámina 8. Sillar extraño, tanto por su tamaño como por su situación, ubicado en la posible localización de la peana.



[1] Visto en: https://visitasguiadasubedaybaeza.com/blog/vicente-salvatierra-pone-los-puntos-sobre-las-ies-al-patrimonio-judio-de-jaen-y-ubeda/

[2] FONSECA MORETÓN, EMILIO (2004): Viviendas de judíos y conversos en Galicia y el norte de Portugal. En Anuario Brigantino, nº 27, pp. 431. Betanzos.

sábado, 18 de octubre de 2025

Sobre una posible casa de un judeoconverso en Baños de la Encina, 2

Análisis del emblema del sobredintel

En relación con el primer aspecto, tras analizar diversos trabajos y consultar con numerosos especialistas, tanto entendidos en heráldica como en el mundo hebreo, incluido un rabino, que fue por mediación de Andrea Pezzini, gerente de la empresa turística Artíficis y de la Sinagoga del Agua (Úbeda), llegamos a dos conclusiones. De una parte, el emblema nada tenía que ver con un blasón o escudo heráldico; por el contrario, sí mostraba algunos aspectos que podrían tener relación con el mundo y las creencias judías.

Lámina 3. Emblema situado en el sobredintel y enmarcado en un falso arco carpanel.

Para entendernos, en el cuartel superior aparece un círculo, que podría representar el mundo, y, en su interior, contiene algo parecido a siete columnas o barras y, justo debajo, se muestran otras cuatro. Respaldados en la sabiduría del rabino, interpretamos que las siete columnas simbolizan la menorá, una lámpara de aceite de siete brazos, un objeto particular que Yahvé, tras el encuentro en el monte Sinaí, mandó que Moisés forjara. La menorá es enseña de la religión judía. Mientras tanto, las cuatro inferiores podrían representar las cuatro copas del Pesaj, los cuatro verbos utilizados en el mensaje que Dios dio al profeta: los sacaré —de la opresión egipcia—, los salvaré —de su trabajo—, los redimiré —con brazo tendido— y los tomaré —para Mí como pueblo y seré para ustedes Dios— (Éxodo, 6:6-7). Aunque, por otra parte, según la numerología hebrea, el cuatro también podría simbolizar la globalidad del mundo, pues como tal aparece en las escrituras de la Torá con ciertas expresiones que vienen a confirmar esta posibilidad: ‘los cuatro vientos de los cielos’, ‘los cuatro rincones de la tierra’ o ‘los cuatro extremos de los cielos’.

En cuanto se refiere al cuartel inferior, con toda probabilidad representa un cordero que, entre sus patas inferiores, sujeta un caldero, símbolo de abundancia. En conjunto, este cuartel simboliza el cordero pascual, que ha de sacrificarse siguiendo un ritual estricto ordenado por Yahvé y cuya sangre terminaría impregnando las dos jambas de las casas judías.

viernes, 17 de octubre de 2025

Sobre una posible casa de un judeoconverso en Baños de la Encina, 1

En ocasiones, la memoria es caprichosa.

De esta casona de calle Fugitivos, el primer recuerdo que tengo es de cuando crío. Creo que no llegaría a los diez años, cuando, por cuestiones de una mala caída y la preceptiva vacuna del tétanos, tuve que ir al dispensario médico del pueblo. Por entonces, el consultorio estaba ubicado en los bajos de este edificio, en calle Fugitivos y a tiro de piedra de la lonjilla de la Cestería. Del trámite tengo poco recuerdo, pues quedó apagado por una pelea a silla limpia entre dos señoras: Jerónima y Juana la Punta, ¡desavenencias entre vecinos! Tiempo después, cuando ya andaba metido con las historias de la Historia, casi quedé de piedra al conocer que aquella sala médica, realmente fue tahona en las postrimerías de la Edad Moderna. En cuanto se refiere al pueblo de Baños, el catastro del Marqués de la Ensenada (1754) nos dice que el inmueble estaba considerado como horno de pancozer, uno de los dos que tenía en propiedad la ‘fábrica de la parroquial’, y que estaba bajo la administración de Antonio Joseph Lechuga, presbítero de San Mateo. Al hilo, recordé una charla con mi padre, panadero de raíces, que vino a decirme que, en aquel sótano, tras regresar de Barcelona, tuvimos la primera vivienda. Mis padres, como casi todo hijo de vecino de la posguerra, después de trastear en todos los asuntos laborales habidos y por haber, costura, ranchería, panadería, yuntería, tejares…, se vieron abocados a emigrar. En su caso a Cataluña, donde nació un servidor. Por cuestiones de salud, se vieron obligados a volver y, tras algún intento fallido, arrendaron la tahona donde mi padre había ejercido la profesión: el horno de Cañizares, que no es otro que la casa que nos trae. Después vinieron otras panaderías, primero la del Serio y por último Barbecho, en el Cotanillo. Este último, en realidad, había sido el horno familiar desde los primeros años 20 del siglo pasado, aunque desde mucho antes ya venían ejerciendo el noble arte de amasar hogazas en los poblados mineros de Araceli y El Centenillo. En Baños de la Encina, mis primeros días de cuna, mi primer echar a andar y parlotear, fueron en los bajos de esta casona. Pero, puesto a recordar detalles, no me acuerdo de nada.

Lámina 1. Casona de los Medinilla u horno de Cañizares, en calle Fugitivos.

Años después, en mis días como monitor del programa de Escuelas Taller, cuando señalizamos cada casona con su apelativo correspondiente, no recuerdo el porqué, pero esta, sabiendo que era nombrada de Medinilla, quedó sin identificar ni señalar. El azar es a veces premonitorio, te deja una cuenta pendiente.

Cruz inversa o pretina en casona de calle Fugitivos

Días atrás, husmeando para el inventario que estamos realizando, que es en cuestión de cruces de calvario, en la brenca derecha de esta casa, en el umbral, localizamos una cruz inversa o petrina. Aunque pueda parecer extraño no es una marca singular y ocultista, todo lo contrario, su simbología no tiene ninguna carga negativa pese a la mala prensa que le ha dado el sensacionalismo esotérico y satánico. Hemos identificado hasta cuatro cruces de este tipo en distintas casonas y diferentes partes de las mismas:  en el umbral de una bodega de vinos, en el frente de fachada de una casona ilustre y en la esquina de la sacristía de San Mateo. En realidad, se trata de la cruz de San Pedro. El primer obispo de Roma, antes de su martirio, creyó que no era digno de morir como su maestro y pidió ser crucificado a la inversa que Jesucristo. Esta cruz es símbolo de humildad, de servicio y fe inquebrantable. Desde la vertiente que nos trae, el vecino que cincela esta marca en su casa, contrariamente a lo que haría el cristiano viejo, tiene la necesidad de comunicar, de exhibir en lugar bien visible y con humildad su situación, su nueva y completa pertenencia a la comunidad cristiana. Este sería el caso de un judeoconverso, también de un morisco, que recientemente hubiera sido bautizado. Relacionado con este hecho, cuando identificamos su presencia, nos llamó la atención que, unos centímetros por encima, en la junta entre sillares, apareciera un pequeño agujero relleno con un bastoncillo de madera. Las astillas aún están allí. En consecuencia, evaluando los argumentos anteriores, barajamos la posibilidad de que fuera el enganche de una mezuzá, aunque también cabía la posibilidad que estuviéramos en un error y nada tuviera que ver con el asunto que barruntábamos. En su caso, la mezuzá es una cajita de madera, la que usa la población judía para contener un pergamino con dos versículos de la Torá, en concreto del Deuteronomio[1]. Estos fragmentos son la base de la alianza del judío, como pueblo y como individuo, con Yahvé. Engarzada al umbral de las puertas, tanto domésticas como de juderías y murallas, la mezuzá, la exposición de su contenido como parte fundamental de la alianza del pueblo judío con Yahvé, asegura una cosecha abundante, la salud de los ganados y la prosperidad del ‘pueblo elegido’. Como decimos, podíamos errar en nuestra conclusión, pero, con la convicción de que cabía la posibilidad, nos pusimos a trabajar en dos frentes que deberían dar por buena la hipótesis, es decir, que la casona tuviera un origen judío o judeoconverso, o que, por el contrario, la refutaran. De una parte, teníamos por delante la interpretación de un emblema, que no escudo heráldico, que está situado inmediatamente por encima del dintel; y, de otra, tendríamos que identificar si existían similitudes entre la fachada de este edificio y las casas judías que, como tal, han identificado otros autores, si es que el judío o el judeoconverso seguía algún patrón específico, diferenciador, en la construcción de sus viviendas.

Antes de comenzar el análisis, es necesario indicar que descartamos que otra marca o signo lapidario presente, la que aparece cincelada en el propio dintel, tuviera interés para nuestro estudio, en concreto una cruz paté o patada. Con seguridad está relacionada con los trinitarios[2] y, probablemente, fue grabada con posterioridad, cuando el edificio pasó a ser propiedad de la fábrica de la parroquial. Al menos así se deduce del marco que la contiene, un tondo labrado en hueco relieve. Originalmente, la piedra del dintel debió estar limpia, sin ningún grabado, pero, posteriormente, cuando quedó bajo la potestad de la parroquia, la cruz fue cincelada ‘in situ’ mediante la técnica del hueco relieve.

Lámina 2. Cruz inversa en la brenca derecha. Justo por encima, en la junta de sillares, aparece el agujero de la mezuzá. Se puede apreciar la arista en bisel y el rebaje de afilar herramientas de corte.



[1] Deuteronomio 6, 4-9:

Escucha Israel: Yahveh, nuestro Dios Yahveh es uno. Amarás, pues a Yahveh, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu fuerza. Y estas palabras que hoy te ordeno estarán grabadas sobre tu corazón. Las inculcarás a tus hijos y hablarás (siempre) de ellas, ya permanezcas en tu casa, ya andes de viaje, al acostarte y al levantarte. Las atarás como una señal sobre tu mano y serán como frontales entre tus ojos. También las escribirás sobre las jambas de tu casa y en las puertas.

Deuteronomio 11, 13-21:

Y acaecerá que, si obedecéis puntualmente los preceptos que yo mismo os he dado hoy para amar a Yahveh, vuestro Dios, y servirlo con todo vuestro corazón y toda vuestra alma, concederé la lluvia a vuestra tierra a su tiempo, la primera lluvia y la tardía, y cosecharás tu grano, tu mosto y tu aceite. Daré asimismo hierba a tu campo para tu ganado, y te alimentarás y saciarás.

Tened mucho cuidado, no sea que vuestro corazón se haga tan abierto, os descarriéis y sirváis dioses extraños y los adoréis; porque la cólera de Yahveh se encendería contra vosotros y cerraría el cielo, no habría lluvia, el suelo no daría su fruto y pereceríais pronto sobre la tierra que Yahveh os entrega.

Grabad, pues, estas palabras en vuestro corazón y vuestras almas, y ligadlas como señal sobre vuestra mano y sirvan como frontales entre vuestros ojos. Enseñádselas a vuestros hijos, hablando de ellas, ya reposes en casa, ya vayas de camino, ya te acuestes, ya te levantes. Y las escribirás sobre las jambas de tu casa y en tus puertas, para que vuestros días y los días de vuestros hijos sobre el suelo que Yahveh juró a vuestros padres darles sean tan numerosos cual los días del cielo sobre la tierra.

[2] CANTARERO QUESADA, JOSE MARÍA (2024): La orden de la Santísima Trinidad en Baños de la Encina. Caminos, hospital de transeúntes y cofrades. En XII Congreso Virtual sobre la Historia de las Vías de Comunicación, pág. 95-108. Jaén.

martes, 14 de octubre de 2025

La calle de las Piedras, y 2

Dando paso a una segunda crujía, a la diestra y bajo el hueco de la escalera que sube a la cámara, se oculta una pequeña alacena empotrada que huele a madera, yeso y vainilla. Arriba, un altillo tenebroso rasgado por un hilo de luz, de atrojes, ratones y polvo, guarda una parte de la cosecha del año, el resto se pierde en sacos rotos. Podría pensarse que allí, velados por el olvido, se acumulaban muebles en desuso o pequeñas joyas familiares, pero nada se guardaba cuando nada se tenía.

Más allá, el pasillo se ensancha y va a asomarse a un corral de firme bastante irregular, compuesto por ripios de asperón maldispuestos e hirientes. A la izquierda, donde queda el cuartucho de los vástagos, la oscuridad destila olores entrañables, recuerdos que ya apenas son. Y veo a mi abuela Manuela, hija de Vidalico, sentada en una silla baja al fondo del segundo portal, pegada al umbral de la portichuela que se asoma a las cuadras. Auxiliada por un pequeño mueble, que guarda poco más que unas pastillas de jabón y un bote de brillantina, se peina un cabello blanquísimo mientras hace hora para el almuerzo. El puchero sigue en el fuego y espera a mi abuelo, que anda de tertulia en los Peñones. La roca, que da fe de la presencia de la extinta cantera, rodeada de chumberas y a la sombra de un quinino que parece perpetuo, forma un magnífico altozano a la campiña, a la tierra donde vertió inquietudes y derramó tanto sudor que se quedó en nada.

Lámina 3.- Años 60 del siglo XX en los Peñones. Fuente: archivo familiar.

Y allí, en la solanera del corral, de tiempo en tiempo y sin saber la causa, o así me lo parece a mí que desconozco la relación entre estaciones y siembras, el patio aparece atiborrado de sacos viejos de arpillera derramados al sol. Sobre ellos, una nube de higos cubiertos de harina te obliga a caminar entre tropezones y continua regañina de los mayores. Al frente, en penumbra y teniendo acceso por una puerta esquinada, la cuadra oscura te encara con una línea de pesebres en alto, aperos y un rezume de mundo viejo y gastado, de una larga historia atada al terruño, a sus querencias y bondades, pero también a sus desprecios. Por poniente, un portón lateral te da salida a los últimos rescoldos de la cantera y al cuestarrón que sube a la calle de las Chozas, ahora Santa Eulalia.

Y con el tiempo, volviendo a la realidad cotidiana, recuerdo a mi abuela, con movimientos repetidos día con día como si de una liturgia se tratara, acercarse a la vieja alacena de madera y yeso, la que ahora huele a ternura. Y de allí, al amparo de una vajilla color nácar y ribetes dorados, extrae una magdalena dorada, de azúcar relamida y forma de concha, de una bolsa de Bimbo. Quizá parezca extraño, y hasta ridículo, con más motivo cuando a diario pasaban por mis manos más de 200 magdalenas artesanas, las que elaboraba mi padre. Pasados muchos años de aquello, aquel obsequio, que podría parecer insignificante, fue uno de mis mejores regalos de cumpleaños. Y mi abuelo, con cada trago paciente, me relata historias contadas en comunidad, sentados en el poyo de pizarra de la calle y en las largas noches del estío. Me habla de la gente y de las penalidades del campo, que fueron tantas que quebraron a muchos. Y la memoria, que sabe de las muchas dobleces del alma, fue conservando aquellas conversaciones en lo más hondo de sus atrojes. Quizá parezca extraño, igual absurdo, pero su recuerdo y el peso de los muchos años fueron dejando en mí un enorme poso vital. Y es que, en buena parte, todo ese conocimiento ha sido báculo de mis caminatas y ha condicionado en mí una manera peculiar de entender y diseccionar el paisaje, así como de ver a quienes realmente lo construyeron. O al menos así lo creo.

viernes, 10 de octubre de 2025

La calle de las Piedras, 1

Mis abuelos maternos vivían en la calle de las Piedras, hoy Riscos por asuntos relacionados con una modernidad que no llego a entender ni interpretar. En realidad, originalmente, el lugar fue una vieja cantera de piedra, un mazacote desahuciado por la dureza casi cuarcítica de la roca. La calle estuvo formada por casuchines sencillos, de gente encadenada a un duro jornal del campo y dada a compartir mucha miseria, levantados con anchos muros de barro, ripios y cal y cubiertos con vigas de encina, gavillas de ramoniza, barro y teja moruna, cuya horma sólo daba de sí para para dormir, calentarse en el hogar y tener las bestias bajo abrigo. Aunque no es ciencia cierta, las casas pudieron tener un precedente en la existencia de diversos chozos de piedra y monte, cuyas familias bullían solapadas entre sillarejos descompuestos, cascotes y polvo.

Lámina 1.- Callejero de Baños de la Encina. Fuente: Callejero de Baños de la Encina, 1888. Julián Igarza: Instituto Geográfico y Estadístico, Trabajos Topográficos.

Abandonando la villa vieja por la calle Chacona, cuyo nombre evoca el carácter pecaminoso que parece tuvo, queda atrás la bajada del Lejidillo y arrancan las primeras viviendas de la calle de las Piedras. En este punto medio huérfana, pues en la margen izquierda aún campa la ruina de la vieja cantera junto con algunas casuchas del grupo Laberinto. A media calle y sin mucho orden, ahora sí, se levantan dos hileras de casuchas blancas y enfrentadas, encajadas entre sí y de poco porte, que emergen irregularmente y sin concierto, como a dentelladas, de la cantera del Mazacote. Brotan de la mismísima roca, una arenisca intratable por su dureza que es conocida por el apelativo de ‘piedra viva’. Los casuchines de una y otra acera están separados por un enorme desnivel, propio de la mucha pendiente del cerro y las labores extractivas, y por un deslucido muro de pizarra, negra y descompuesta —de donde, según me cuentan, se cayó cierta tarde noche de verano mi bisabuelo Vidalico—.

Lámina 2.- Calle de las Piedras, tramo medio (año 1966). A la izquierda, fila de casas del comienzo de la calle; a la derecha, restos de la cantera y viviendas de Laberinto. Fuente: Archivo familiar.

En la fachada, la puerta, que se abre en el lateral derecho según se dice debido a una vieja partición de la vivienda original, da paso a un portal de chinas que deja el hogar inmediatamente a la izquierda y, ya en el interior de la cocina y al fondo, a modo de trastienda, se hunde la alcoba de los mayores. Superado el umbral, como en cada una de las casuchas linderas, el pasillo de chinas y tierra apisonada, que comunica el inexistente zaguán con el corral, de una parte facilita el tránsito de las bestias de labor, aunque este no es el caso por la posición esquinada de la casa y la existencia de acceso lateral y trasero que da paso a yegua y burro; pero de otra, en las cansinas tardes de siesta, bien regado, el agua entreverada en la tierra favorece la fresca y el descanso entre camastros y agradecidas corrientes de aire húmedo. En la cocina, donde queda paso libre para la chimenea, una mesa, más propia de la matanza que del uso diario, velada por un ventanuco que hurga con ansiedad en la luz del mediodía, sostiene los útiles de costura de mi madre niña. Junto a mesa y lumbre, siempre en el tajo, un ennegrecido aparador completa el ajuar doméstico. Sobre su tablero, un bote de cristal sorprende por la enormidad de su tamaño y por el contenido: uvas en aguardiente, de las que llaman del Barco, que relucen con un brillo perlado y sirven para curar cualquier mal, ya fuera este de estómago, garganta o cabeza. Las uvas, como muchas de las maneras de proceder de mi abuelo, rememoran el origen filabreño y ranchero de su familia. Como en un borrón, recuerdo a mi abuelo Frasquito, el de María Márquez, con un vaso de duralex redondeado y bebiendo un vino aguado con gaseosa Inesperada. La memoria, que persiste en seguir poniendo cara a las desgracias, pero que también conserva pequeñas píldoras que te hacen la vida mucho más grata, me recuerda su cara, quemada y cuarteada, de boina apretada, adelantándote una ancha sonrisa de un blanco impoluto extraña para su edad y condición, pero la más amable y sincera que uno pueda imaginar.

En una esquina, junto a una virgen diminuta y sobre un calendario deslucido y amarillento, asoman unos símbolos difusos, mal trazados con lápiz sobre la numeración y en su santoral. Con la distancia que da el tiempo, ya fuera por el nulo interés de mis pocos años o por la disparidad existente entre mis querencias y los quehaceres de mi abuelo, jamás pensé que podía llegar a interesarme, aún menos a comprender, qué encarnaba aquello. Hoy, con canas, arrugas e intereses que nunca creí tener, he sabido que mi abuelo poco o nada sabía de letras y que aquellas hojas recordaban sementeras y cosechas.

viernes, 3 de octubre de 2025

El camino de las Piedras Bermejas, Baños de la Encina (Jaén): una incógnita cartográfica y parcelaria, y 4

Las Piedras Bermejas y el Molino de Buenos Aires

Dejándonos llevar por el carril de tierra, que ahora llanea, cae y discurre en paralelo al arroyo, situado a nuestra diestra, caminaremos por un cerrado bosque de pinos que conserva algún ejemplar de eucalipto, pero ya en menor número. El matorral mediterráneo, hasta ahora con escasa presencia, comienza a emerger con cierta relevancia: a las distintas variedades de jara, como pringosa, estepa y jaguarzo, se suma una cohorte de cantueso, torvisco, gamón, romero y retama, que conforman el monte bajo que crece bajo las coníferas. Aunque testimonial, entre la arboleda identificaremos algún chaparro, junto con la comparecencia testimonial de majuelo y lentisco.

Lámina 9: Pinar en el entorno del camino de las Piedras Bermejas

Cuando el camino se bifurca, abandonamos la compañía del arroyo para entallarnos entre las costuras de una senda que arranca a nuestra izquierda y sube rompiendo otro dique de granito rojo. Al fondo, el enclave de las Piedras Bermejas queda en el horizonte. En apenas unas decenas de metros, sobre el firme del carril, apreciaremos una alineación de bolos rojizos y cierta envergadura. Si observamos con detenimiento, llegaremos a la conclusión de que estamos ante las entretelas de un viejo camino fosilizado. Aquellos bolos son los bordillos que sustentaron el firme del camino y contuvieron el pavimento de su interior mientras estuvo en uso y tuvo un mínimo mantenimiento. Hasta llegar al lugar, podría parecer que la cosa iba de otros asuntos, pero no, ya estamos en lo que nos traía, ante un camino antiquísimo del que no tenemos huella cartográfica. Tampoco aparece apostillado en ninguno de los mapas históricos que recogen la zona, ni está presente en los parcelarios diseñados durante la primera mitad del siglo XX. Se trata de un camino sin nombre conocido, que lo mismo podría llamarse de las Piedras Bermejas que de la Alcubilla, pues entre ambos enclaves se encuentra, pero del que desconocemos su origen y función. ¿A dónde llevaba? Por no tener, el lugar donde se ubica no tiene nombre propio pese a que está rodeado de los hormazos de caserones y corralizas antiguas, de los que tampoco se tiene información contrastada. A partir de este punto lo llamaremos camino de las Piedras Bermejas, porque arranca en dicho paraje y no existe ningún otro camino conocido bajo este apelativo.

Lámina 10: Camino flanqueado por los bordillos

Lámina 11: bordillo o arrecife inferior del camino

En la actualidad, con los pies sobre el terreno, identificamos unos 100 metros del camino original. En realidad, de los bordillos que lo soportaban y en un estado de deterioro muy avanzado. Rompiendo la pendiente de la loma, la estructura que podemos reconocer, compuesta de granito rojo o pórfidos, está formada por dos alineaciones de enormes bordillos que configuraban el ancho del camino, de unos cuatro metros y encajado entre las rocas bordillo, y una cuneta superior. Esta última, localizada a la izquierda de nuestra marcha y encajada entre el bordillo y el sustrato rocoso del lateral, presenta unos cincuenta centímetros de ancho y tenía como función evacuar las aguas de escorrentía de la parte superior del camino, de la ladera. Aunque apenas queda nada de lo que fue en origen, en el espacio entre bordillos se excavó la roca madre para crear una mínima zanja de cimentación. Posteriormente, en altura, la caja del camino debió rellanarse con un fondo de zahorra menuda y tierra arcillosa, como la presente en las canteras del Santo Cristo, para finalmente y en superficie presentar un pavimento de piedra, un empedrado que aún podemos observar en un pequeño tramo de la parte superior de la calzada. El desuso, la falta de mantenimiento y las precipitaciones hicieron del camino barranquera, recordemos que iba entre bordillos, y el hilo viario acabo siendo arroyuelo. Con el tiempo, el arrastre de zahorras, tierra y ripios dejó a la vista el esqueleto de la calzada.

Lámina 12: testimonio del viejo empedrado del camino

En cierta medida, la elaborada técnica constructiva de nuestro camino se asemeja a la de otras calzadas locales, como ocurre con el ‘Camino Romano’ o de Bailén o el de la Cayetana. Situado al sureste del núcleo urbano, junto al paraje de Los Charcones, el primero aún conserva unos doscientos metros empedrados.

Lámina 13: hormazos de caserones y corralizas junto al camino

Y con toda esta información volvemos a hacernos la misma pregunta: entonces, ¿qué función llegó a tener este camino que nunca apareció en parcelarios y cartográficos? Partiendo del llano del Santo Cristo, hay dos variantes para alcanzar el camino. De una parte, saliendo por su vertiente nororiental, seguiremos la traza que hemos traído hasta ahora: primero por el camino de San Lorenzo para después dejarnos caer a la siniestra por la senda de la Alcubilla. De este modo alcanzaremos el extremo inferior de nuestro camino, el que hemos dado en llamar de las Piedras Bermejas.  Como segunda opción, dejando atrás el llano del Santo Cristo por la zona norte, por el antiguo frente de canteras y siguiendo el camino de Juan Gabino, en la actualidad conocido como de las Migaldías, alcanzaremos el enclave de las Piedras Bermejas y el extremo superior del camino en cuestión, el de las Piedras Bermejas (lámina 14).

Lámina 14: Ubicación de nuestro camino, situado entre los caminos de la Alcubilla y Juan Gabino. Fuentes: Polígono 45 del parcelario de Baños de la Encina, año 1942. Servicio de Catastro Topográfico Parcelario / Mapa Topográfico 1:50.000, hoja 884 La Carolina. Instituto Geográfico Nacional, 2002

Con estos antecedentes y situándonos en el lugar, ¿qué funcionalidad pudo tener nuestro camino? De una parte, integrado en una ruta de mayor alcance, cabe la posibilidad de que este tramo, fosilizado en el territorio, fuera una variante antigua y de herradura del camino de San Lorenzo. Dejando atrás el humilladero de la ermita, evitando la zona del Calvario Viejo y la Alcubilla, transitaba entre eras y canteras por la traza de Juan Gabino y camino de las Piedras Bermejas, para alcanzar después el arroyo de la Alcubilla en su curso medio bajo, junto a los hormazos de los caserones citados más arriba. Allí se confundiría con la senda de la Alcubilla, para unirse definitivamente con la variante del camino de San Lorenzo que desciende por la Picoza y alcanza, por la desembocadura del arroyo, los molinos del río Grande. Pero, por otra parte, lo más probable es que este camino tuviera una tirada menor y solo fuera una variante antigua, de ámbito local, para acceder al venero de la Alcubilla y abastecer de agua a la vecindad. En todo caso, por la elaborada técnica desarrollada y el coste económico y humano que debió suponer la construcción del camino, desprendemos que detrás de su ejecución hubo una administración consolidada social, política y económicamente y un interés público perfectamente identificado. Por todo lo anterior, pensamos que esta intervención debió formar parte de un proyecto mucho más amplio y ambicioso, relacionado con la creación de infraestructuras y servicios públicos en materia de política de aguas. Implementado una vez que el concejo local obtuvo la independencia política, jurídica y económica de la ciudad de Baeza, con seguridad se produjo después de 1626, fecha de emancipación de la villa. Entre otras actuaciones, bajo este marco político debieron tener cabida proyectos como la creación/renovación de la red de pozos abrevaderos que circunda el conjunto histórico de la villa de Baños (pozos Nuevo, de la Vega, Vilches, Luzonas, Charcones, del Cotanillo, etc.), la edificación de la Alcubilla, la construcción de la fuente Cayetana y el levantamiento de la alcubilla de La Serna, así como la construcción de las calzadas que comunicaban con tales enclaves hídricos, como debió ser nuestro camino de las Piedras Bermejas o el poco conocido de la fuente Cayetana.

Teniendo como referente por debajo la fecha de 1626, que es cuando el conjunto de los vecinos de Baños compran el término de la villa al rey, Felipe IV, y logran su independencia jurídica y administrativa, comprobando que la fábrica de la Alcubilla es algo más tosca que la de la fuente Cayetana, que a su vez es muy similar cuando no idéntica a la fase barroca de la iglesia San Mateo —crucero y cabecera—, que está fechada en 1732, podríamos aventurar una fecha temprana para la construcción de la Alcubilla y el camino de las Piedras Bermejas. Con riesgo a equivocarnos, es posible que estas dos intervenciones, fuente y camino, se implementaran durante los últimos años del siglo XVII, una vez consolidado el poder político del concejo local, pero en una primera fase, cuando las técnicas constructivas no estaban tan depuradas como lo estarían cuando se edificó la fuente Cayetana. Por otra parte, considerando que el ‘Camino Romano’ formó parte de un proyecto de mayor calado, la mejora del camino del Puerto del Rey, cuyos planos fechados en 1707 se conservan en la Real Chancillería de Granada, las similitudes entre ambos caminos podrían cimentar la fecha de su creación a finales del XVII o comienzos del XVIII.

Lámina 15: Fuente de la Cayetana / Pozo de la Vega

Lámina 16: Fábrica de la fuente Cayetana

Y con estas cavilaciones, entendiendo que el conocimiento de esta calzada y su conservación son necesidades que urgen, emprendemos el regreso al pueblo girando a la izquierda y siguiendo la estela del viejo camino de Juan Gabino. Antes de iniciar la marcha, por disfrutar del rumor callado que emana del lugar de las Piedras Bermejas, nos sentamos un instante en el banquito que se asoma a la depresión del Rumblar. El mediodía obliga a fijar la vista en los huertos del Lobo y Banderas, que derraman su ruina por lo hondo del barranco del arroyo del Paridero. Al fondo, el horizonte serrano se diluye bajo los efectos de la calima.

Lámina 17: Paisaje de bolos graníticos, enclave de Piedras Bermejas

Lámina 18: Mirador de las Piedras Bermejas

Lámina 19: ‘Camino Romano’.

Tras una subida prolongada, el tramo final del camino nos acerca de nuevas al llano del Santo Cristo, al frente donde estuvo la mayor concentración de canteras de arenisca. Ahora, ocultas bajo la escombrera y el asfalto, reposan despojadas por una modernidad que trajo nuevos usos sociales, lúdicos y deportivos al espacio del Común. La existencia de este llano elevado se debe a la enorme resistencia que ofrece la arenisca a los agentes erosivos, sobre todo en comparación con los materiales que afloran en las proximidades: pizarra, marga y arenas carbonatadas. Los procesos erosivos dieron lugar a un cerro residual, semiaislado y de cima peniplanizada, que hoy ocupa el norte del conjunto urbano bañusco. En torno suyo quedan, al este, el valle del Guadalquivir o Campiñuela, mientras que barrancos de abruptas laderas, encajados por la acción erosiva del agua, circundan el resto de flancos: el barranco de Valdeloshuertos al sur, el Rumblar al oeste y el arroyo de la Alcubilla al norte. Como compañeros geológicos de viaje, junto al llano del Santo Cristo, el cerro del Gólgota o del Algarrobo, frente al castillo —también elevado y cimentado sobre arenisca—, y Los Llanos de Rentero, a los pies del macizo granítico del Navamorquín, conforman una triada de cerros testigo, antigua área lacustre continental del Triásico, que certifica la presencia del asperón o arenisca en las inmediaciones del lugar de Baños.

De regreso al punto de partida, al molino, fondeados en la quietud del mediodía, el cielo se tornó de un rojo vivo, como cuando los últimos rescoldos de la fragua se desperezan y avivan bajo el efecto del fuelle. Y llegó la tarde. Cielo, tierra y ríos eran de color ceniza, y lo eran las plantas, calles y viviendas, y la gente se vistió de gris. El intenso calor sepultó los recuerdos y el viento, que andaba en calma chicha, se rebeló en un instante. Cuando la negra oscuridad cubrió la noche, vino la lluvia, abundante. Durante la madrugada no fue menos y llegó aparejada con una tormenta de las que desbarata cualquier plan premeditado. En un ataque de furia desmedida, el vendaval elevó bruscamente las aspas del molino y las hizo volar por los aires. Con el mismo impulso, movió el eje y mandó al garete el palo de gobierno provocando que entre tanto estropicio se arruinara toda la techumbre y se desencajara el fraile. Los estampó contra los corrales de enfrente. Con el molino a descubierto, el desconcierto del eje hizo añicos la rueda catalina, la linterna y la tolva, que se derrumbaron sobre las muelas como si de un peso muerto se tratara. Los empiedros se quedaron sin sustento y partieron las vigas de los dos entresuelos, que cayeron envueltos en un estrepito desolador. Todo el ingenio interior se vino abajo, maderas, herrajes, granos, haciendas y sueños. Una hora, dos, el viento se calmó y la lluvia comenzó a deslizarse con suavidad, calaera, deshaciendo pacientemente los adobes de barro del piso superior. Los travesaños, destrozados y fragmentados en mil astillas, mostraron su desnudez interior, un laberinto de canalillos y madera devorada, serrín. Minúsculos raíles subterráneos, horadados día a día y con constancia, certificaban la cansina e impenitente labor de la polilla.

Y como testimonio de todo aquello, de una historia que apenas fue, allí quedó la piedra solera del molino, anclada a la que fue su ruina. La volandera también rondó por el lugar, junto a la puerta de levante. Pero en uno de aquellos proyectos de adecentamiento del patrimonio, no se sabe sobre qué criterios cimentado, acabó rota en mil pedazos y sus trozos diseminados por la escombrera de la Piedra Escurridera. Con todo, el molino, tras su restauración y museización, soporte de unas historias aireadas al viento, es bandera y orgullo del barrio de Buenos Aires y faro que ilumina lo que ha sido del llano del Santo Cristo.

Lámina 20: Molino de viento del Santo Cristo o de Buenos Aires, antes y después de su restauración. Al fondo, horno para cocer pan.