No llegó a hoyar el suelo bajo
sus posaderas cuando una gigantesca rueda de hierro reclamó su curiosidad.
Aficionado ya a perderse en mil desatinos, se levantó presto, como hoja seca
atizada por un tirón de viento, y se acercó a la industria. Se izó sobre el
andén para poder asomarme a la raja que partía en dos mitades la mole de
piedra, circular, fría y eterna; oscura e infinita se abría bajo los herrajes
buscando la profundidad de los infiernos.
Un soplo de aire fresco y húmedo,
repentino, o quizá dulce, arremetió contra su cara creando sensaciones
encontradas. Desde siempre, con seguridad, le atrajo asomarme a la boca de
estos anchos y destartalados pozos, oler a umbría y agua queda. Cuando escudriñó
en sus entrañas, identificó aquella experiencia contradictoria con lo que debe
ser una muerte plácida, sin dolor, como cuando la vida se escapa en silencio, lentamente,
sin apenas dejarse notar; como cuando te abate el sueño y eres incapaz de no entregarte
en los brazos de Morfeo. Buscó en la
profundidad de las aguas el deseo de que hubiera vida al otro lado. La
esperanza que algunos dicen hallar en un callejón de luz, él intentó
escudriñarla en las negras aguas.
Salió bruscamente del trance, una rana que buscaba cobijo en lo hondo le trajo a la realidad, al bochorno que ya apretaba bien. Repentinamente, le llegó el sonido estridente, agudo, de una chicharra que aventuraba la cruda calima del verano, que dejaba intuir el momento en que la tierra se agosta completamente.
Salió bruscamente del trance, una rana que buscaba cobijo en lo hondo le trajo a la realidad, al bochorno que ya apretaba bien. Repentinamente, le llegó el sonido estridente, agudo, de una chicharra que aventuraba la cruda calima del verano, que dejaba intuir el momento en que la tierra se agosta completamente.
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