Arranca
la senda en el llano del Santo Cristo. Aunque hoy sienta reales bajo
una maraña de viviendas y asfalto, este descansadero de ganado merino
ofrecía hasta hace bien poco un horizonte totalmente limpio de
obstáculos sólo roto, al fondo, en la lejanía, por los pétreos bardales
de la Viña “la tonta”. Teniendo, como tenía, principal cometido la posta
de los ganados trashumantes, compaginaba con otros
usos de interés para el común. Así, un rosario de eras de pan trillar
se sucedían a modo de gigantescos círculos empedrados que, en días de
asueto, soportaban a empedernidos futboleros que removían polvos un día
en la era de “Vidal” y otro mudaban a la “vuelta la pera”.
Pero
fueron las canteras para extraer arenisca (la piedra local) la
actividad que mayor empuje tuvo, quizá ya desde la edificación del
santuario o aún, antes, cuando la Vieja Santa María alzaba sus
verticales. Así, apreciamos la de “Marquitos” a nuestra derecha, dando
cobijo a la piscina local, como antaño lo diera a docenas de mozalbetes
que, arremangados los calzones por encima de la rodilla, buscaban entre
las aguas del hoyo, sucias y estancadas, cabezolones (renacuajos) y
tiros (salamandras). De aquí, de su suelo, se obtuvieron las principales
materias primas que dieron forma a nuestro castillo: tierra -roja-,
también utilizada para el barro de los tejados y las legendarias “bolas
de barro” (canicas), y cal -blanca- (a la sazón éste es el cerro de la
Calera).
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