Contrariamente a lo que pueda parecer, el
nombre del pueblo, enclavado en las estribaciones meridionales del macizo de
Sierra Morena, no tiene su origen en la presencia de algún balnea o alhama
renombrado e identificado, tampoco en la abundancia hídrica de su entorno o en
la presencia de aguas minero medicinales con propiedades terapéuticas
reconocidas. Ninguna de esas situaciones se da ni se ha verificado documental o
históricamente. Es una realidad que gran parte del conjunto histórico está
horadado por un rosario de pozos que, sin certeza absoluta, podrían superar la
cincuentena. A esa cantidad, se suma un número menor de pozos y alcubillas
repartido por el frente sur del pueblo, de este a oeste, y en el norte con localizaciones puntuales —véase Nuevo, Vilches, de la Serna, de la Vega,
Charcones, Luzonas, Alcubilla y Pocico Ciego—. En todos los casos, estos
fontanares ofrecen agua salobre nada apta para el consumo humano directo, aunque,
por el contrario, eran excepcionales para la elaboración de pan.
Contrariamente, las aguas que manan de
diferentes puntos de la periferia urbana son de muy distinta calidad, como es
el caso del pozo de Huerto Lucero o los veneros de La Pizarrilla, el Pilar de
la Virgen y la fuente del Barranco del Pilar. Esa misma es la situación de las
distintas fuentes históricas localizadas en el barranco de Valdeloshuertos
—Cayetana, Socavón, Pacheca y Salsipuedes—, de las que tradicionalmente se ha
suministrado de agua potable la población de Baños. Pero, en todos los casos,
son fuentes menores que apenas daban para el abastecimiento del conjunto de la
vecindad. Así nos lo venía a confirmar el ingeniero Dupuy de Lôme, mediante un
estudio realizado en la década de los veinte del pasado siglo (1924):
‘… A pesar de tener Baños de la Encina
unos 3.200 habitantes y debido a su riqueza olivarera varias fábricas de aceite
que consumen un caudal importante de agua no tiene abastecimiento de agua
propiamente dicho. Unas casas se surten de pozos situados dentro de la
población a pesar de ser estos de malas condiciones higiénicas y otros vecinos
van a buscar el agua a fuentecillas situadas fuera del pueblo, algunas a
bastante distancia, y todas de caudal muy corto sobre todo en la época de
estiaje’.
Por otra parte, es una realidad que la
fosa de La Campiñuela contiene un enorme acuífero, un reservorio hídrico del
que sólo se ha podido extraer agua recientemente y mediante complejas técnicas
de extracción que la obtienen, y quizá abusivamente, a más cientos de metros de
profundidad (sondeo y bombeo). Algo similar ocurre con la cuña de terreno que,
de levante a poniente, barre el piedemonte del pueblo y flanquea el cauce
intermitente del arroyo de los Huertos, en origen del Berrocal. Aunque pueda no
parecerlo, el espacio se corresponde con una antigua zona de cíclica inundación
que acoge en su seno enclaves cuyo apelativo confirman su carácter como humedal
fosilizado: Cantalasrranas, Colmenera, Renacuajares, Charcones y
Valdeloshuertos. Lugares, por cierto, donde se contabiliza el mayor número de
antiguas norias, desde la de la huerta de Penecho a la del Morito, pasando por otras
de entidad como las de la huerta Zambrana, Matigüelas y Antero, entre otra
veintena.
Desde la vertiente cuantitativa, el
volumen de aguas de nuestros veneros es insignificante si los comparamos con
fuentes de la vecindad provincial, como es el caso de Sierra Mágina. Así es, en
esta comarca, cada pueblo se ha erigido sobre la generosidad de hontanales de
enorme fecundidad. Valga como ejemplo el manantial de la Fonmayor, en Torres;
o, más cercano a nuestros pagos, en La Loma, las arcas que han suministrado el
abastecimiento a las ciudades históricas de Úbeda y Baeza, o el manantial que ha surtido de agua al balneario de Canena. Aún más
próximos a nuestra localización, tenemos los veneros del barranco de
Valdeazores, La Aliseda y La Cerecilla, todos ellos en territorio del parque
natural de Despeñaperros, que ponen en cuestión la posible bondad hídrica del
entorno bañusco.
Efectivamente, así es, no hay indicios
sólidos de que el nombre del castillo, y por ende del pueblo, derive de la existencia
de un importante conjunto termal más allá de la presencia testimonial de algún
pequeño balnea puntual, digamos de ‘andar por casa’, como son los casos
de las villae de la Virgen de la Encina y Santa Amalia. Por el
contrario, según las últimas investigaciones, el apelativo de ‘baños’ podría
derivar de la repetición fonética de una voz árabe. Veamos. Castilla, en su
primer contacto con el lugar, debió escuchar, y asimilar, el nombre árabe con
que era conocida la fortaleza que, por entonces, se elevaba en el Cerro del
Cueto reutilizando las fortificaciones históricas anteriores, el altozano que
fue germen histórico del núcleo urbano actual de Baños de la Encina. Si su apelativo
hubiera derivado de la presencia de unos baños o termas, hubiera sido una más
de las alhamas o alhamillas que salpican la geografía del sur de
la Península. Con la información que hoy dispongo —auxiliado por la Doctora y
amiga Ana Sánchez Medina, profesora de la Escuela Oficial de Idiomas Axarquía
de Vélez-Málaga—, esa voz, la que debió identificar para almorávides y
almohades el castillo y lugar de Baños, podría tener su origen en ‘banya’. La
voz, cuya génesis está en el árabe clásico, en castellano y literalmente vendría
a traducirse como ‘fortaleza con profundas raíces históricas, antigua o con mucha
historia’. Las diversas excavaciones arqueológicas realizadas en el interior de
la fortaleza, también en las inmediaciones del castillo, ponen de manifiesto la
riqueza histórico-cultural del lugar y certifican la posibilidad de este
apelativo: la presencia humana ha sido prácticamente constante, aunque con pequeñas
interrupciones temporales, desde una etapa tardía de la Edad del Cobre hasta la
edificación de las murallas actuales del castillo. Valgan como testimonio el
poblado argárico del Cueto, la pequeña torrus ibérica, el templo
funerario romano o los testimonios defensivos y funerarios de carácter emiral
presentes en el Cueto. En conjunto, todas las estructuras han dado forma a los diferentes
horizontes históricos que han configurado el complejo del castillo de Baños de
la Encina.
Los castellanos, afincados en el frente de
conquista y con Sierra Morena de por medio, debieron escuchar esta voz, la de banya,
aproximadamente durante un siglo, el periodo que el macizo mariánico contó con
el estatus de frontera, el intervalo de tiempo que transcurre entre el Poema de
Almería —1147— y la entrega definitiva de la plaza de Baeza al rey castellano
Fernando III —1227—. Las hordas ‘reconquistadoras’, a fuerza de pronunciarla
con imprecisiones, provocarían la evolución del sonido de la siguiente manera: Banya
> Bannos (o Vannos) > Baños; de igual forma que lo haría su gentilicio
bani-osco > bañusco, donde ‘bani’ es la raíz y ‘osco’ el morfema que indica
procedencia, un gentilicio cuyo génesis se origina en el castellano más primitivo.

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