Ando de recuerdos en
una mañana de lluvia, gris y con tempero,
de apegarse a la lumbre y dejar anchura para la buena tertulia. En este trance,
cuando el otoño llora en cada rincón y el invierno apenas carraspea, me vienen
a la memoria días como éste, de cuando caminaba con prisas, a trompicones y sin
tener una meta clara, de cuando aprendíamos de la vida con más de un desencuentro
y abundantes moratones. Por entonces, no había caída o leñazo que no caminara parejo
de mi primo Dioni y la oportuna retahíla de ganapanes
del momento, hombro con hombro.
Cuando finalizaba la
faena nocturna que tenía por encomienda paterna, por la ausencia de
obligaciones de la partía y debido a
las inclemencias meteorológicas, pastoreábamos con algunos litros y una tripa de salchichón, en un cobertizo volado de la nave
de las cabras de mi primo, al amparo de una lumbre y pergeñando cien desvaríos.
Se trataba de un cuchitril elevado sobre el horizonte, que colgaba impunemente
del inmueble principal y daba cobijo en sus bajos a un hato de pitas. En más de una ocasión, cuando la
climatología cabalgaba muy en contra y no dejaba a los mayores otra salida que
verlas venir bajo techo, nos veíamos obligados a compartir posada y vino con su
padre, mi tío Dionisio, y el bueno de Goyico,
un tipo ocurrente. Pasados los años, que ya son muchos, recuerdo con menor placer
las bondades del condumio, que
entonces nos parecieron fetén, y con mucho más agrado la tertulia, amena e
instructiva, aunque por aquellos días nos incomodara por lo que tenía de custodia
paterna. De entonces, de aquellos trajines, atesoro algunos de los pocos argumentos
que conozco sobre los asuntos de campo, sus saberes y misterios. A estos encuentros
al calor de un vaso de vino le debo el mucho valor que hoy le reconozco a esta “repudiada” ciencia de preñar la tierra.
En aquellos días y
situación, también por los azares de ser modernos, accedíamos a las cuadras en una
suerte de cuatro latas de diferente
pelaje que nos subían al rabioso compás de Kortatu
(Nire burua babestu behar dudanez, /
eta iragana da oso azkarra, / karrera bat egingo diot… -Como tengo que
protegerme, / y el pasado es muy rápido, / le haré una carrera a la memoria-), hasta donde nos permitía la pendiente
y cascajosa geografía y la mucha estrechez del pasillo final… y las tartanicas nos soltaban casi a pie de
tajo. El tramo restante, muy corto, era andando y complicado, de mucho charco y
no menos barro, una ciénaga de dejar los perniles del pantalón hechos un ecce homo. En el interior, la nave aneja
a las cuadras, de aperos varados en la incertidumbre de una mañana dudosa, era ancha
y medianamente desordenada, oscura y fría, tomada por una atmósfera donde
bullían a la par diminutas motas de tierra colorá
y finísimos hilos de pulpa, una espesa masa oscura sajada en oblicuo por un
cálido cuchillo de luz. En un suspiro dejábamos atrás el vestíbulo mientras nos
sacudíamos el barro a pisotones. La cocina, al fondo, pese a su estrechez y
poco avituallamiento, era hacienda de mayor agrado. Le daba ser un cuchitril abarrotado
de luminosidad, un cuadrilátero donde se escuchaban con gozosa paz los
melódicos tintineos de la lluvia en un intento de desbordar los vidrios de
sendos ventanucos. Era también el lugar un estrecho rincón preñado de taburetes
y voces, de mucho crepitar leños, trago largo y bocao oportuno. En cuanto a los anfitriones, era el uno un tipo achaparraete, de poco parar y mucha brega,
de hablar sin dobleces y mucha enseñanza. El otro, Gregorio, ponía de su parte
que era hombre de mucha inspiración, chispa y mundo, de reírse cuanto podía de
la vida, y de uno mismo, y de disfrutar de cada momento.
Metidos en faena y charla
cada cual vociferaba lo propio. Mi tío, paciente, contaba cada gota de lluvia,
las ganancias y las pérdidas que acarrearía el temporal; mi primo, inquieto por
la inesperada presencia de los mayores, rumiaba si la compañía era para bien o perdíamos
con el cónclave; Gregorio trajinaba rememorando sus andanzas y salpimentando
con chistes cualquier descuido de los tertulianos; y uno, como siempre, cavilaba
fuera de norma y fraguando quimeras con la Historia. Mi primo Dioni, contrariado
por el desmantelamiento de la ligá y ajeno
a tan historiados trajines, argumentaba que aquellas elucubraciones y
quebraderos estaban fuera de lugar; a Goyico,
aquellas distracciones le ayudaban a seguir con sus delirios. Mi tío, aunque no
lo parecía ni le venía a tino, andaba siempre atínela e interesado por mis interrogantes,
y premiaba mis inquietudes haciendo un mohín que desaprobaba las críticas que
realizaban el resto de contertulios. Muy de cuando en cuando aprovechaba un
momento de silencio, un trago de vino del primero, que el otro removía los
leños de la lumbre o un bostezo del de más allá, y dejaba caer mis inquietudes:
desempolvaba la causa que había motivado el nombre olvidado de algún barranco, desentrañaba
el origen de cuatro piedras desbaratadas o barruntaba por dónde andaría
cualquier vereda mancillada. Y puestos en aquello, en aquel trance y día, como me
interesaba un tema concreto y tenía mis dudas sobre lo que afirmaba la
tradición, pregunté al respecto por la causa de la advocación de nuestra
parroquia. En principio, poco norte me dieron sobre el apelativo, que no es otro
que San Mateo, hijo de Cleofás, hombre que ejerció su apostolado doblemente, de
palabra y escritos.
Al respecto, se
puede tomar como referente lo que nos cuenta la tradición y que, como tal, lo
recogió nuestro reconocido cronista local Don Juan Muñoz-Cobo Fresco. Investigador
adalid de las cosas de nuestra Historia y Patrimonio, fue hombre que, con los
escasísimos medios de la época y mucho empeño por investigar, sembró con sus
escritos y una inestimable labor docente la simiente de la inquietud por
conocer nuestro pasado. Así lo dejó plasmado en su obra “Baños de la Encina: un viaje por
su historia milenaria”, donde nos dice que el origen de tal nombramiento
se debe a que nuestro baluarte encastillado quedó definitivamente en manos
castellanas un 21 de septiembre de 1225, festividad del excelso discípulo de
Cristo:
“El templo se dedicó al apóstol y evangelista
San Mateo porque en esta festividad -21de septiembre de 1225- incorporó el rey
San Fernando a la Corona castellana la villa de Baños después de serle
entregada por el emir de Baeza, Al-Bayyasi. Fernando III solía dedicar las
iglesias, erigidas en las poblaciones que conquistaba, a la festividad que
coincidía con su entrada en ellas y aún cuando hasta finales del siglo XV o
después de iniciado el XVI la parroquia de Baños fue la de Santa María la Mayor
del Cueto levantada sobre la mezquita, debió quedar memoria del día de la
reconquista y de igual manera que a San Andrés se dedicó un templo en Baeza y
otro a San Miguel en Úbeda, porque en sus respectivas fiestas reconquistó San
Fernando dichas ciudades, por la misma razón se dedicó el de Baños a San Mateo”.
La hipótesis que
ofrece la tradición oral nos puede parecer un oportuno punto de partida, pero si
se analiza con precisión y cierto grado de objetividad se puede apreciar que no
encajan algunas piezas del puzle. Entre los argumentos contrarios a esta cuestión
están el propio carácter del lugar y sitio de Baños en la Baja Edad Media, una
aldea encastillada y periférica (respecto a Baeza, capital del concejo). Se
trataba de una población integrada por militares, principalmente itinerantes debido
a su estricta función que no era otra que la defensa del Reino, sin arraigo con
esta tierra ni recuerdo posible más allá de su tránsito particular por el lugar.
Tampoco el vasto periodo de tiempo que dista entre la supuesta conquista (1225)
y la edificación del primer templo gótico, cuyas obras comienzan en la última
década del siglo XV y se finalizan bien avanzado el XVI, parecen prestar apoyo
a una hipótesis argumentada sobre la memoria local de un hecho tan lejano.
Llegados hasta aquí,
por otra parte, es necesario subrayar que, sintetizando, según las crónicas del
momento y la tradición se barajan dos epónimos diferentes para nombrar el
supuesto lugar y castillo que ocupa el actual pueblo de Baños de la Encina:
Baños (Vannos) y Burgalimar. El asunto se complica aún más cuando, según estas
mismas crónicas, estos dos baluartes defensivos no fueron tomados/conquistados
en idéntica fecha. ¿Acaso son dos lugares diferentes?, ¿quizá uno de ellos no
estaba situado en el cerro que damos en llamar del Cueto? Todos estos asuntos vienen
a torcer aún más los argumentos que propone la tradición oral respecto al
apelativo de San Mateo. Veamos.
Si tomamos como
referencia las crónicas medievales (Ortega Sagrista, Argote de Molina), como
bien apunta Don Juan Muñoz-Cobo en su obra, la plaza que fue entregada en 1225
es Burgalimar, nunca mencionan explícitamente a Baños (Vannos). De tal forma lo expresa Gonzalo Argote de Molina en su
obra “Nobleza de Andalucía”, capítulo LXX:
“Concertó el rey Don Fernando con el rey de
Baeza, que le diese los castillos de Salvatierra, Capilla y Burgalhimar, y que
en el entretanto que el entrego de estos castillos se hiciese, le diese en
rehenes el Alcázar de Baeza”
En la misma línea
profundiza María Antonia Carmona Ruiz (Universidad de Sevilla) en su artículo
“La conquista de Baeza”, dejando caer que la entrega debió ser bien avanzada la
estación otoñal:
Poco
después, en otoño de 1225 Fernando III volvió a tierras giennenses ante el
cerco del castillo de Garciez, que estaba en manos de Martín Gordillo. Sin
embargo, su intervención no tuvo éxito y la plaza fue conquistada por las
tropas de al-‘Ādil. El monarca castellano aprovechó la ocasión para
posteriormente entrevistarse en Andújar con el rey de Baeza y exigirle, en cumplimiento
del pacto de Las Navas la entrega de algunas fortalezas entre las que destacaba
Salvatierra, Burgalimar y Capilla, quedando en manos del castellano la alcazaba
de la ciudad de Baeza en tanto no se hiciera efectiva esta donación. El maestre
de Calatrava, Gonzalo Ibáñez de Novoa, se encargó de la custodia del alcázar
baezano, ya que Capilla se negó a cumplir las órdenes de al-Bayyāsī.
Por otra parte,
cuando sí se menciona con certeza la toma del castillo de Baños, se certifica que
este acontecimiento fue en otra fecha –así lo pone de manifiesto Rodrigo
Ximénez de Rada en “De Rebus Hispaniae”, en su libro VIII sobre la Batalla de
Las Navas (redactado entre 1225 y 1243)-. En este mismo sentido, Don Juan nos
confirma que en los “Anales” de Martín Jimena Jurado, cronista de renombre que
redactó su obra en el siglo XVII, se inserta copia de un libro en pergamino “que guarda la Cofradía de la Santa Cruz de
Bilches cassi desde que se gano aquella” y que dice entre otras cosas:
“De lo que hicieron los moros después de la
batalla con sus gentes. Fecho esto e acabado, algunos de los nuestros fueron a
cercar el Castillo de Bilches, que era muy fuerte. E nos, al tercer día que fue
Miércoles fuimos allá, e tomaron los Reyes Bilches e a Bannos e a Castro Ferrat
e a Tolosa e de aquel día en adelante fueron de Christianos e lo son oy día.
Ese día moramos ai, e dexamos bien poblado el castillo de Bilches, e de todo lo
que avía menester e de muy buena gente”.
Por tanto, si
tenemos en cuenta los documentos del momento y las investigaciones realizadas
por nuestro cronista, podemos certificar que el Castillo de Baños pasó
definitivamente a manos de Castilla el 19 de julio de 1212, no el 21 de
septiembre de 1225. Entonces, ¿es cierto que Baños y Burgalimar son dos baluartes
encastillados diferentes, con distinta ubicación? Así es y así nos lo viene a
confirmar el reciente trabajo del profesor Carlos Gozalbes Cravioto en su obra
“Del lugar donde fue el Castillo de
Burgalimar”. Sus investigaciones, tanto
prospectivas como documentales, vienen a certificar la afirmación de arriba:
Baños y Burgalimar no son el mismo castillo:
“El castillo de Bujalhame esta como ba el
camino de Baños a la Mancha por la Venta Carvajal, distante cuatro leguas de
esta villa, antes de llegar a NabaGallina, ai dos peñones altísimos al modo de
Puerta de Arenas, junto al Campillo, camino de Granada, este camino de Baños,
ba el Moral, lugar de la Mancha (…) en uno de estos peñones el de la mano
izquierda, que es mas capaz se ven encima de las ruinas de un lugar, que parece
ser de trescientas casas, arrimada a estas mesma peña, junto al camino, ay una
fuente caudalosa de buenas aguas; a la otra parte derecha, casi sesenta pasos
está la otra peña, en cuiaçima se ve un castillo entre estas dos peñas pasa el
camino y se cerraba de una a otra con cadena, esta mui cerca de Rio Grande”
(Padre Torres, 1677, en Historia de Baeza de José Rodríguez Molina -manuscrito
de la British Library-).
Resumiendo. Nos
encontramos con un castillete rural bajo el apelativo de Burgalimar que está
situado en las inmediaciones de El Centenillo, concretamente en la morra
central de las Tres Hermanas, y que formó parte de la línea defensiva que
salvaguardaba el Camino Real de la Plata (con posterioridad llamado de Baños a
San Lorenzo y Hortezuelas). Su entrega a Fernando III fue pactada avanzado el
otoño de 1225, junto
con los de Capilla (no se ejecutó) y Salvatierra, todos ellos localizados en un
ámbito territorial muy cercano, donde Sierra Morena y La Mancha vienen a emparentarse. Y, por otra parte, tenemos
el castillo o hins de Baños (nombrado
en las crónicas medievales como de Vannos),
éste sí, situado en el Cerro del Cueto. Su toma definitiva tuvo lugar tres días
después de la Batalla de las Navas de Tolosa, el 19 de julio de 1212. En
aquellos tiempos y con los argumentos bélicos del momento, no era nada extraño
que una plaza encastillada quedara bajo dominio de un ejército en tierra enemiga,
como muestra un botón: el Castillo de Salvatierra, tras el desastroso varapalo
que sufrieron las tropas cristianas en la batalla de Alarcos (1195), resistió
durante lustros en poder de las huestes de Castilla pese a estar enclavado en dominio
enemigo. Otro tanto ocurrió con este mismo baluarte años después, cuando se
mantuvo en poder de los almohades (1211 a 1225) pese a que los calatravos ya
habían construido el frontero castillo de Calatrava la Nueva.
Por tanto, aunque diéramos
por buena la hipótesis del recuerdo de un
acontecimiento tan significativo, si definitivamente Burgalimar no está
situado en el Cerro del Cueto y ninguno de los dos baluartes fue tomado o cedido
el 21 de septiembre, la fecha de su entrega no pudo determinar, pasados los
siglos, el nombre de nuestra parroquia. Y estando donde estábamos, volvíamos a
quedar huérfanos de argumentos que explicaran el motivo de la advocación a
cargo del evangelista.
Estábamos en
aquellos vericuetos y volcando casi de una el cartón de blanco, cuando mi tío, mirando de reojo la lluvia que se
adivinaba tras el ventanuco y pensando en su hacienda y no en la encomienda que
yo me traía, ¿o quizá sí?, dijo con una contundencia que nos sacó de lugar “Si quieres tener buenas sementeras, por San
Mateo haz las primeras”. Y como aquél de Tarso, poniendo interés en el
dicho creí caer del caballo.
Cuando una comunidad
llega de nuevas a un territorio, si en verdad desea apropiarse en firme del
mismo necesita conocerlo en profundidad: la feracidad de unas tierras mucho
tiempo incultas, el color de sus suelos, la sequedad de sus veranos, la
tardanza de las primeras aguas, la intermitencia de las lluvias, la presencia
de hielos o la ausencia de fuentes…, en resumen, tiene qué conocer que puede
producir, cómo y dónde. Pero, aún más importante, debe dar a esos conocimientos
un lugar y orden en el cuerpo de sus creencias, pues necesita memorizar lo
aprendido, que es fruto de la experiencia de muchas generaciones, de tal manera
que pueda relacionarse con el territorio de la manera más eficaz. También es de
obligación que pueda comunicarlo a su entorno, a sus vástagos, a quienes se
relacionaran con la tierra con la coraza de los conocimientos adquiridos por
sus progenitores. Pero las cosas nunca salen lo bien que se espera, pues hay ocasiones
que llueve fuera de lugar o cae un hielo tan negro que destroza cosechas
dejando al paisano desamparado, al capricho de las inclemencias. Es por ello, deseando
que el tiempo ande como debiera, que el sabio labriego busca abrigo ideológico
bajo el manto de lo divino. Y metido en estas cosas, ¿hay mejor techo donde arroparse
que bajo la protección de mártires y santos? De esta forma y con estas
intenciones, el hombre de campo sacraliza la memoria de sus saberes y da forma
a un libro intangible de fácil aprendizaje, manejo y lectura, asequible para
todos: el conjunto de refranes vinculados a las cosas del campo que encuentran
en la rueda del calendario santoral su mejor abrigo.
¿Es posible que los
paisanos que nos precedieron, ya en los estertores de la Edad Media, decidieran
profundizar aún más en ese amparo, protección y sacralización de sus saberes?, ¿es
posible que nuestros paisanos del medioevo quisieran hacer tangible sobre el
territorio ese santoral y sus refranes, sus enseñanzas, mediante la edificación
de iglesias y ermitas?, ¿constituyendo un conjunto fiestas, procesiones y
romerías muy concretas, estrictamente vinculadas con unos lugares muy concretos?
El ciclo comienza en
San Mateo, como ya nos avanzaba el refrán anterior. Las mejores cosechas se dan
cuando las lluvias llegan pronto y la sementera
se adelanta a la festividad del santo. Ese mismo día, en procesión (fiestas de
Los Esclavos), el evangelista despide a la Madre
Tierra, que marcha a su santuario, a levante, aventurando la mejor cosecha,
y cede el testigo y la responsabilidad climatológica a San Marcos -cuya festividad
tiene lugar el 25 de abril- No es casualidad que San Mateo despidiera a Nuestra
Señora de la Encina junto al atrio de la ermita de San Marcos. Este evangelista,
protector de caminos, es también portero de las beneficiosas aguas que deben aparecer
en los días finales de abril y que han de extenderse en mayo -“san Marcos, rey de los charcos”-. Como
también nos adelanta el refranero, “en
mayo, aguas y soles hacen labores”, la acción conjunta de lluvia e
insolación favorece que la excelente cosecha que se aventuraba a finales de
septiembre llegue al mejor puerto. ¿Es la ermita de Jesús del Camino, en su
vertiente de símbolo solar (Cristo) y preámbulo del santuario mayor de Nuestra
Señora Santa María, madre fértil que explota bondades y panes en mayo, una escala más en el complejo camino simbólico que dibujaron
nuestros ancestros sobre el territorio?, ¿es posible que el trayecto físico que
une la parroquia de San Mateo con el Santuario de la Virgen de la Encina, el
Camino Real y sus ermitas, sea la representación física, tangible y sacralizada,
de una parte esencial del calendario santoral y la sabiduría refranera que éste encierra?
Y estando en faena
con aquellas interrogantes, como andábamos cortos de vino, faltos de pitanza y
no sabiendo si los desatinos con los que uno bullía eran fruto de los vapores
etílicos, dimos por finado el cónclave.
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