En el esquinazo norte
del pueblo se erigían los hormazos mal pergeñados de la ermita de Santa Olalla, otrora elevada sobre el llano del Calvario Viejo, donde el Camino de San
Lorenzo y el Cordel merino de Guarromán vienen a darse la mano y prosiguen como
uno sólo hacia la villa vieja. Hay aún quien afirma que en su génesis y día fue
torreón vigía, cuya función era, junto con la ermita de Santo Domingo, mediar
entre la torre vieja del Santuario de la Virgen de la Encina y el mismo
castillo. Con la desamortización del primer tercio, perdió capellanías y
santero, derramó sus piedras por la cuerda y acabó en nada. Se dice que la
imagen de la mártir emeritense tiene altar y devoción en casa de postín y que sus
piedras buenas han acabado enderezando las esquinas de las casuchas y
corralizas del entorno, mientras que los peores mampuestos y los ripios preñaron
a la vera de la ruina una ancha era de pan trillar.
El Jacaero conocía bien el lugar por donde anduvo la ermita, pues no en vano
vivió muchos años a su sombra y bajo la encomienda de su tío el Pelusa. El paraje, conocido con razón
como Buenos Aires, ocupaba el punto
de mayor altura del entorno siendo a juicio del Bermejillo la mejor posición para levantar un molino de viento al
uso manchego. Y así, con decisión firme, se elevó con no pocos imprevistos y
muchos dineros, pues la iglesia para la cosa de especular, aunque sea con
escombros, es aventajada y sagaz. Y se erigió después el artilugio como si de
una torre fuerte se tratara, con anchos muros, piedra arenisca de las canteras
locales y tres pisos: el primero para bestias y carga, el segundo como almacén
y el postrero, que era de adobes de barro colorao
del Santo Cristo y mucho ventanuco para oler los vientos, para las faenas
propias de la molienda. La industria hecha con madera fue comprada en la
conquense Mota del Cuervo, que allí tienen mucha experiencia en como aparejar
estos avíos; las enormes piedras, de granito gris y siguiendo los patrones de los empiedros y rulos utilizados en las
caserías y almazaras, fueron obra de canteros y picapedreros del pueblo
pedrocheño de Alcaracejos,que andaban más puestos en estos saberes.
No siendo suficiente
razón tratar con el viento, andaban también indagando sobre molinos viejos o
batanes, ya fuera en la Junta de los Ríos, a la sombra de Cerro Molinos y junto
a la Picoza, en el río Grande; o ya fuera en el curso medio del Rumblar, por debajo
de donde vierte aguas el arroyo de la Boquituerta. Así que, con estas
componendas, decidieron visitar el segundo que decían andaba en ruinas más o
menos decentes de enmendar.
Le escribo porque soy de Alcaracejos y me gustaria disponer de mas información sobre parte de su texto. Es muy interesante que picapedreros de Alcaracejos hayan trabajado en esa zona...Si pudiera enviarme algún documento que lo acredite, se lo agradecería.
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