Con inclemencias tan duras como
éstas y noche tras noche, Juana, que llamaban la recortá por su escasa altura y volumen, hacía honor a su apodo
intentando dormir encogida, como si poca cosa fuera, bajo la bóveda inferior del
Camarín del Cristo, junto a la boca del aljibe que éste cobijaba en sus
entrañas. Más amodorrada que durmiendo, por la mañana aseguraba tener siempre
los pies en alto no fuera a fulminarla un rayo.
Era el cubil estrecho y a la
sazón húmedo, de paredes poco elevadas y bóveda apretada contra el solar.
Sostén del propio camarín y cimiento de la cruz del Cristo, ocupaba lo más
hondo de aquel macizo torreón que, a modo de bandera, ondeaba en la cima del
caballete una enorme veleta. Según opinaba la recortá, aquel amasijo de hierro tenía encomendada como protectora
función la de hacer de pararrayos. Todo aquél que sabía de ella, la recordaba desde
siempre como santera y mujer responsable de sus funciones, nacida en el tajo e
hija y nieta de santeras. Pero en noches de trajín eléctrico como lo era ésta, pese a
todo su afán y querencia por lo que custodiaba, todo le traía al pairo,…
incluido su buen consorte que nunca llegaba con hora.
Fotografía: "la encantá", sotocoro de la Ermita del Santo Cristo, Baños de la Encina. Autor: mi buen amigo Antonio Alarcón Ramírez
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ResponderEliminarPerdón, me lo acabo de cargar
EliminarEstamos en ello
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