No era un buen día, o así me lo
parecía.
Yo era de calle llana, piso terrizo
y polvoriento,
de rincones con magarza y anchas
solaneras;
de horizonte abierto apenas roto por
casuchas y bardales a medio derruir,
de arremangarme en canteras anegadas
de agua podrida,
de tropelías que levantaban vuelo de
gallinas y matanzas a pie de calle.
Me vi obligado a descender a lo “bajo” del pueblo
por calles estrechas, de suelo duro
y sombra casi perpetua;
callejas apretadas como mis zapatos
de domingo,
que ajenos al calendario misal me
llevaban por un pavimento pétreo
sin huella alguna de hierba.
Era mi primer día de escuela.
Con las tempranas aguas del otoño,
con las primeras heladas del
invierno,
los desplazamientos diarios al viejo
corazón de la villa
se hicieron cotidianos.
Mudaron mis muchos ratos entre
corrales
por habitaciones poco ventiladas y
gélidas,
cambiaron los pálpitos de un suelo atado
al calor de la tierra
por geométricos dibujos de baldosas de
cemento hidráulico;
truncaron mi azogue por constantes
regañinas
que me ataban a un duro pupitre.
Con el invierno, creí que había
perdido en la mudanza.
Pero el cuero fue arrugándose hasta
hacerse costumbre
y ahora, gastado y viejo,
fue ordenando mi diario sin aspereza
alguna.
Fueron los días alargándose,
Y fue gastándose la rígida suela de material.
La rociá del alba,
la luz de media mañana,
la calor de la primavera
comenzaron a pasar a raudales entre
los despojos de cuero.
Un viejo texto que dediqué a los
días de escuela de mi padre (o al menos a lo que yo interpreté mientras me
contaba sus impresiones). Aunque el comienzo fue incómodo, pues creyó perder la
libertad que tenía cuando andurreaba por el Santo Cristo, su barrio, acabó
devorando todo lo que fuera aprender. Finalmente, como casi todos los de su generación,
debió abandonar la escuela para trabajar.
Fotografía: Antonio Miravés. Calle Mestanza, nexo de unión entre el casco viejo de Baños de la Encina y los llanos del Santo Cristo.
Las casualidades, gracias a los amigos comunes, nos llevan por el camino de un encuentro inesperado, el de una prosa poética que fluye como un manantial que nutre la tierra de emociones y sentimientos. Enhorabuena por el blog.
ResponderEliminar¡Muchas gracias Rosa! Le he dado una vuelta al tuyo, me ha encantado.
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