"… y por esta razon estaran
en esta Villa todas las Personas individuas de ella en Junta General que se
hara en el portico de Santa Maria la Mayor donde hay Costumbre Zelebrarse todos
los Cavildos Generales Juntas de Cofradias, y demas actos publicos…" Ordenanzas Municipales de
Baños de la Encina, 1742.
Por
delante, tenía San Mateo un anchurón terrizo nacido al amparo, sombra y
vigilancia de la torre del homenaje del castillo, la almena gorda, que, en una trama urbana donde todo es cuestas y
apreturas, no aciertas a saber si la vieja iglesia ocupa y preside los pocos
palmos de terreno llano que cobijaba la aldea de Baños, o si este accidente
geográfico es artificio de la parroquial en un afán de ganar protagonismo en
las cosas del Común. En todo caso, se eleva en las entrañas de la muralla que
cercaba el núcleo bajomedieval, bastión que más que defender el pago aldeano de
intrusos y batalladores, era instrumento
para dar cobijo a los ganados trashumantes y fiscalizar sus pagos. Localizada
Santa María la Mayor junto a un
gran espacio abierto, que más que plaza era corral de contaduría de merinas, y dando a luz sus bajos a la
única fuente intramuros, el Pilar, desempeña un papel principal en la gestión de
los dineros obtenidos del arrendamiento de los pastos públicos a los pastores
de la Serranía de Cuenca y el Señorío de Molina, pilar principal de la economía
bañusca en los últimos estertores de la Edad Media.
A la
luz del párrafo anterior, nos puede parecer todo un embrollo el apelativo de
tan insigne dama, y es que en la relación de parroquias y ermitas de la
Diócesis de Jaén realizada a comienzos del siglo XVI, la parroquial de San
Mateo, no aparece, al menos bajo ese apelativo. Por entonces, sí hay mención de
otros templos, siendo destacables para lo que nos trae entre manos La Magdalena, junto al Castillo,
precedente de la Santa María del Cueto,
que mudó sus atributos cuando el castillo pasó de castro a casa de los muertos;
Santa María, que no es otra que la fábrica vieja de Nuestra Señora de la Encina, donde por mayo se sigue realizando una
singular romería; y la llamada de Santa María la Mayor que, como apreciamos en
la introducción, era el centro sociopolítico de la villa mediado el siglo
XVIII.
La que
ha llegado a nuestros días como San Mateo, se correspondería primitivamente con
la de Santa María la Mayor, por ser
advocación a quién los castellanos solían dedicar la consagración de los
templos de nueva creación, haciendo la definitiva mudanza al nombre que hoy
conocemos tras la colosal ampliación del crucero.
Y así,
San Mateo ponía sus pórticos a disposición de las cosas del gobierno, ya fuera
como escenario y pregón de las decisiones de enjundia, como es el caso del
pórtico principal o del Perdón; o como herramienta para gestionar el control de
los ganados, pues no en vano y hasta hace pocas décadas, la Puerta que mira a
levante, la del Sol, era utilizada como toriles en las corredurías
de toros de lidia allá por San Juan y San Pedro, con seguridad reminiscencia de
unos usos donde el protagonismo económico y ganadero primaba por encima de la
carga festiva. Y es que a esta portada, modificada en la segunda mitad del
siglo XX, se accedía por una escalera en codo que facilitaba hacer de la calle Yglesia un verdadero entramado de
corrales que ayudaban a estas tareas menos sacras.
Es el atrio principal que precede a la iglesia, junto a la
plaza, un rectángulo cercado por un bajo muro de sillares de piedra con
perfecta labra, lo que según la tradición local se nomina como lonja. Este
apelativo popular ya nos previene de otro de sus usos cotidianos, pues era el
escenario principal donde la villa comerciaba con las mercaderías propias y
ajenas. Pero fue también lugar de cosas más menudas y cotidianas, escenario de
mil y una batallas de infantes, cada uno de sus rincones, esquinas, rejas…
desempeñaron un papel privilegiado en el nacimiento y desarrollo de los juegos
más arraigados en la chiquillería. Aún resuena en sus piedras el eco:
"chilindrina, otro encima", "churro va", "tableta,
tableta,… échale migas al caldero".
El empedrado del suelo, organizado en líneas de losas que se
cruzan, era escenario de una peculiar "pillá
en raya", como lo era también su murete de piedra de una "peste tres cuartas más arriba de la pared",
un "nabo escondío" bastante
bruto o una "caña larga…
…
chu churumbel.
Aceitero, vinagrero, Juan
Correal,
amagar y no dar,
un pellizquito en el culo que sí
se le da.
Manda el rey de la coronilla
preguntarle a Manolica, la de la
pastelería y los litros, a cuánto
tiene los merengues.
Y Allí
arreaba la partía de zagalones a marear a Manuela, y tras ellos el burro que la quedaba, liando una marabunta
que llenaba toda la plaza de correrías, desatinos y algarabía."
Ahora,
con la esbelta dama por delante, nos llama la atención su bien proporcionada
torre, esquinada a la derecha de una fachada harto austera, con pocos huecos y mucha
sobriedad, en la línea de la tradición arquitectónica que ha dominado la villa
y que hoy es su principal seña de identidad. Pues, si descontamos el voladizo
superior de modillones con bolas, desafortunadamente modificado en una
intervención reciente, y el parcheado central, con seguridad fruto del
levantamiento, al interior del templo, de un coro bajo y achaparrado, rudo, que
cerró vanos y abrió otros, solo nos queda la puerta como único elemento que
pone un toque estampado a la sencillez del frente pétreo.
Es la
portada de cánones clásicos y muchos reales de coste, hasta 4.838 se le pagaron
a Francisco Aranda en 1587 por labrar ésta y la vecina del Sol. Con dominio de
los elementos geométricos, como ocurre con homónima de la Universidad de Baeza,
en general destacan las pilastras cajeadas sobre pedestal, que dan cierta
profundidad al conjunto, y la representación del evangelista San Mateo, que la
remata en altura y subraya la definitiva advocación de la parroquial.
Sigue su
campanario la tónica estética de las iglesias mayores de la vecindad, como
Santa María, en Linares, y la bailenera de La Encarnación, pues arranca su
figura con trazas góticas para finalizar en altura maridando con las nuevas
tendencias del Renacimiento, que por entonces apadrinaba en la provincia el
reconocido cantero Andrés de Vandelvira, alma
mater de la Catedral de Jaén, entre otras joyas de los pagos del Santo
Reino. Elevándose sobre un cimiento circular, su talle muda casi de inmediato a
un prisma ochavado que, en el plano geométrico, representa la transición entre
el círculo (lo eterno, perfecto e infinito, Dios) y el cuadrado, lo terrenal.
En el plano ideológico, desde la vertiente simbólica, plasma el encuentro entre
lo divino y el hombre, el equilibro. Con los pies sobre lo que nos trae, pudo
ser un intento de cimentar en lo sagrado la "res pública" que allí se bregaba.
Ya en
el interior, avanzamos con premura bajo el coro, pues nos atrae la brillantez
del fondo, de su altar, la fresca quietud de su nave, y el pequeño hueco que da
acceso al corazón de la torre que nos recibe, de jambas forzadas, giradas, no
invita a detenerse y a conocer su gran secreto: una pétrea y excepcional
escalera de caracol que lleva a las alturas sonoras que la coronan.
Fotografías: Antonio Miravés
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