sábado, 18 de abril de 2015

Parroquial de San Mateo, la Esbelta Dama Pétrea I

"… y por esta razon estaran en esta Villa todas las Personas individuas de ella en Junta General que se hara en el portico de Santa Maria la Mayor donde hay Costumbre Zelebrarse todos los Cavildos Generales Juntas de Cofradias, y demas actos publicos…" Ordenanzas Municipales de Baños de la Encina, 1742.

Por delante, tenía San Mateo un anchurón terrizo nacido al amparo, sombra y vigilancia de la torre del homenaje del castillo, la almena gorda, que, en una trama urbana donde todo es cuestas y apreturas, no aciertas a saber si la vieja iglesia ocupa y preside los pocos palmos de terreno llano que cobijaba la aldea de Baños, o si este accidente geográfico es artificio de la parroquial en un afán de ganar protagonismo en las cosas del Común. En todo caso, se eleva en las entrañas de la muralla que cercaba el núcleo bajomedieval, bastión que más que defender el pago aldeano de intrusos y batalladores, era instrumento para dar cobijo a los ganados trashumantes y fiscalizar sus pagos. Localizada Santa María la Mayor junto a un gran espacio abierto, que más que plaza era corral de contaduría de merinas, y dando a luz sus bajos a la única fuente intramuros, el Pilar, desempeña un papel principal en la gestión de los dineros obtenidos del arrendamiento de los pastos públicos a los pastores de la Serranía de Cuenca y el Señorío de Molina, pilar principal de la economía bañusca en los últimos estertores de la Edad Media.

A la luz del párrafo anterior, nos puede parecer todo un embrollo el apelativo de tan insigne dama, y es que en la relación de parroquias y ermitas de la Diócesis de Jaén realizada a comienzos del siglo XVI, la parroquial de San Mateo, no aparece, al menos bajo ese apelativo. Por entonces, sí hay mención de otros templos, siendo destacables para lo que nos trae entre manos La Magdalena, junto al Castillo, precedente de la Santa María del Cueto, que mudó sus atributos cuando el castillo pasó de castro a casa de los muertos; Santa María, que no es otra que la fábrica vieja de Nuestra Señora de la Encina, donde por mayo se sigue realizando una singular romería; y la llamada de Santa María la Mayor que, como apreciamos en la introducción, era el centro sociopolítico de la villa mediado el siglo XVIII.

La que ha llegado a nuestros días como San Mateo, se correspondería primitivamente con la de Santa María la Mayor, por ser advocación a quién los castellanos solían dedicar la consagración de los templos de nueva creación, haciendo la definitiva mudanza al nombre que hoy conocemos tras la colosal ampliación del crucero.

Y así, San Mateo ponía sus pórticos a disposición de las cosas del gobierno, ya fuera como escenario y pregón de las decisiones de enjundia, como es el caso del pórtico principal o del Perdón; o como herramienta para gestionar el control de los ganados, pues no en vano y hasta hace pocas décadas, la Puerta que mira a levante, la del Sol, era utilizada como toriles en las corredurías de toros de lidia allá por San Juan y San Pedro, con seguridad reminiscencia de unos usos donde el protagonismo económico y ganadero primaba por encima de la carga festiva. Y es que a esta portada, modificada en la segunda mitad del siglo XX, se accedía por una escalera en codo que facilitaba hacer de la calle Yglesia un verdadero entramado de corrales que ayudaban a estas tareas menos sacras.

Es el atrio principal que precede a la iglesia, junto a la plaza, un rectángulo cercado por un bajo muro de sillares de piedra con perfecta labra, lo que según la tradición local se nomina como lonja. Este apelativo popular ya nos previene de otro de sus usos cotidianos, pues era el escenario principal donde la villa comerciaba con las mercaderías propias y ajenas. Pero fue también lugar de cosas más menudas y cotidianas, escenario de mil y una batallas de infantes, cada uno de sus rincones, esquinas, rejas… desempeñaron un papel privilegiado en el nacimiento y desarrollo de los juegos más arraigados en la chiquillería. Aún resuena en sus piedras el eco: "chilindrina, otro encima", "churro va", "tableta, tableta,… échale migas al caldero".

El empedrado del suelo, organizado en líneas de losas que se cruzan, era escenario de una peculiar "pillá en raya", como lo era también su murete de piedra de una "peste tres cuartas más arriba de la pared", un "nabo escondío" bastante bruto o una "caña larga

chu churumbel.
Aceitero, vinagrero, Juan Correal,
amagar y no dar,
un pellizquito en el culo que sí se le da.
Manda el rey de la coronilla preguntarle a Manolica, la de la pastelería y los litros, a cuánto tiene los merengues.

Y Allí arreaba la partía de zagalones a marear a Manuela, y tras ellos el burro que la quedaba, liando una marabunta que llenaba toda la plaza de correrías, desatinos y algarabía."

Ahora, con la esbelta dama por delante, nos llama la atención su bien proporcionada torre, esquinada a la derecha de una fachada harto austera, con pocos huecos y mucha sobriedad, en la línea de la tradición arquitectónica que ha dominado la villa y que hoy es su principal seña de identidad. Pues, si descontamos el voladizo superior de modillones con bolas, desafortunadamente modificado en una intervención reciente, y el parcheado central, con seguridad fruto del levantamiento, al interior del templo, de un coro bajo y achaparrado, rudo, que cerró vanos y abrió otros, solo nos queda la puerta como único elemento que pone un toque estampado a la sencillez del frente pétreo.

Es la portada de cánones clásicos y muchos reales de coste, hasta 4.838 se le pagaron a Francisco Aranda en 1587 por labrar ésta y la vecina del Sol. Con dominio de los elementos geométricos, como ocurre con homónima de la Universidad de Baeza, en general destacan las pilastras cajeadas sobre pedestal, que dan cierta profundidad al conjunto, y la representación del evangelista San Mateo, que la remata en altura y subraya la definitiva advocación de la parroquial.

Sigue su campanario la tónica estética de las iglesias mayores de la vecindad, como Santa María, en Linares, y la bailenera de La Encarnación, pues arranca su figura con trazas góticas para finalizar en altura maridando con las nuevas tendencias del Renacimiento, que por entonces apadrinaba en la provincia el reconocido cantero Andrés de Vandelvira, alma mater de la Catedral de Jaén, entre otras joyas de los pagos del Santo Reino. Elevándose sobre un cimiento circular, su talle muda casi de inmediato a un prisma ochavado que, en el plano geométrico, representa la transición entre el círculo (lo eterno, perfecto e infinito, Dios) y el cuadrado, lo terrenal. En el plano ideológico, desde la vertiente simbólica, plasma el encuentro entre lo divino y el hombre, el equilibro. Con los pies sobre lo que nos trae, pudo ser un intento de cimentar en lo sagrado la "res pública" que allí se bregaba.

Ya en el interior, avanzamos con premura bajo el coro, pues nos atrae la brillantez del fondo, de su altar, la fresca quietud de su nave, y el pequeño hueco que da acceso al corazón de la torre que nos recibe, de jambas forzadas, giradas, no invita a detenerse y a conocer su gran secreto: una pétrea y excepcional escalera de caracol que lleva a las alturas sonoras que la coronan.

En dos traspiés estamos bajo la extrema magnitud de tan digna y esbelta dama pétrea.



Fotografías: Antonio Miravés

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