Al frente, un paisaje que parecía infinito se dibujada a
nuestros pies, y se alargaba más y más en el horizonte buscando la silueta del amanecer.
Nunca llegué a pensar que el mundo en el que empezaba a escarbar, hasta
entonces encerrado entre casas blancas y pardas, calles apretadas y corrales bajos,
pudiera ofrecerme espacios tan abiertos.
Una ráfaga de viento volvió a mecer el trigo y éste insistió para que
nos coláramos entre sus inescrutables surcos. Cuando recuperamos la noción del
tiempo, tras momentos de sana insensatez, estábamos corriendo desenfrenados laero abajo, rompiendo en nuestra
carrera la uniforme armonía del trigal. Su fragilidad inicial, el quebranto ante
nuestro avance, se torno por momentos en aspereza, amargor, … pero también en
dulzura, extraña por novedosa. Caímos varias veces, rodamos, tropezamos y hasta
algún felino nos salió al paso, pero cuando recuperamos el resuello sentados y
magullados, ya en el Camino Ancho,
respiramos el momento más dichoso de nuestra corta vida.
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