Las tierras al amparo del antiguo
Castellón de Susana susurran agua por todos sus costados. No es Valdepeñas
villa de grandes monumentos, pero ha sido el agua la que ha moldeado esta
tierra y sus gentes ofreciendo postales inéditas en las que una y otros se
confunden tallando paisajes inimitables.
Bajo un tupido manto de vegetación, a la
sombra de Las Chorreras, se abre una senda que discurre paralela al agua, que
aún juvenil corre briosa formando un magnífico salto de más de quince metros de
altura. A poco que se remansa, se deja llevar por el río Vadillo hasta las
primeras casonas valdepeñeras, cuyas calles simulan estar hilvanadas a escuadra
y cartabón, al modo renacentista.
Ahora, un caz hídrico (canal) sumerge
parte de las aguas del río, a modo de arteria subterránea, que atravesando la
villa viene a derramarse de manera estrepitosa bajo las muelas del Molino Alto
de Santa Ana. Antes, juguetea entre callejas de raíz popular, que simulan hacer
un guiño a la urbanística de origen morisco en viales como La Tercia, Sisehace,
Las Parras, Tesillo o Retumbo, salpicando su curso con recatadas perlas
constructivas que dejan en el visitante el poso más original de la villa
realenga de Valdepeñas.
Al amparo de la calle La Parra dobla
esquina el simulado campanario del "palacio", que fuera sede
episcopal en tiempos de guerra con los franceses. Nada más asomarnos a la Calle
Real, al modo de aquella jilguera que hiciera famoso al sastre de Valdepeñas, nos
llegan las bellas notas sonoras que cobijan la casona de María Serrano,
apretada a la escalera de caracol que reparte habitáculos.
Antes de tomar nuevos bríos y llegando a
la calle Estepa, casonas retorcidas muestran en sus fachadas toda suerte de
ventanucos, que parecen tirados al azar. Aquí el agua susurra bajo la parroquia
de Santiago, achaparrada ante tanta mole natural que la rodea. Y pasa
desapercibida por la olorosa -huele a pan, pan- y recatada Plaza del Patín.
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