viernes, 28 de marzo de 2025

Cruces de calvario: símbolo protector

El crío, encaramado a su clandestina atalaya, confunde el vetusto horno con una enorme y oronda caldera, o quizá con un cetáceo de color ocre que eructa persistentes volutas de vapor e impregna la madrugada con un olor a pan caliente y azúcar tostada. El lugar es acogedor, le recuerda el caluroso abrazo de la madre que apenas tuvo. Rompiendo la oscuridad, al fondo, centellean las brasas de la hornilla y del obrador cuelga un lucero, diminuto y parpadeante, que se eleva apenas dos codos sobre los cuarterones de madera donde el padre bolea una interminable hilera de panes. Junto a la mesa, emerge una oronda artesa labrada con el corazón de una encina centenaria, un dornajo dorado que cada noche gesta cientos de hogazas. En la tahona, a primera vista, todo es desorden, un disparate, pero cada trasto tiene su lugar y función. Como la enorme zafra de aceite, que rezuma bondades junto a la artesa, o el cuezo generoso, un hoyo de madera vieja y olor agrio que fecunda una masa madre secular. Bailando al compás de la penumbra, una masa polvorienta, entre nívea y tostada, duerme plácidamente suspendida mientras dibuja una atmósfera acogedora, poética, que se posa en cada rincón. En el lugar más insospechado y en la esquina más oculta, sobre el encaje de harina, destaca una anotación apenas inteligible, alguna suma inacabada, una receta hurtada a la desmemoria o cualquier deuda sin pagar. Perdida la rutina de contar días, un calendario descolorido conserva impreso el borrador de un viejo refrán y, sobre la tela de araña que envuelve la bombilla y despide destellos cobrizos, se derrama un soneto de luz.

Encadenado a su pitillo y ajeno a la mirada del crío, el padre, armado de una raera, corta porciones de un plastón y bolea panes a dos manos.  Sin sacudirse la salpicadura de ceniza de la pechera, con orden, sitúa las hogazas sobre un tendío, una tela de lino, enharinada, que cubre el tablero de madera de pino. Tras fermentar unos minutos, para que el pan cogiera cuerpo, agujerea una cara con la piquera y, dándoles la vuelta, les hace un corte en cruz en el envés. En el interior del horno, el corte cogerá greña certificando el éxito de la cocción. Pasados los muchos años, cuando el pan bobo o calatravo ya era testimonio a pérdidas, Bartolo lamentaba su falta. Para el panadero, el corte de aquella guisa, como para el maestro alfarero trazar la cruz antes de sellar el horno, la repetición de aquella liturgia, aseguraba el éxito de la hornada.

En los días que corren, cuando sabemos de aquellas maneras históricas de conjurar el éxito de las empresas, quizá imbuidos por una creencia macabra y a todas luces incomprensible, llegamos a pensar que cada una de las cruces de calvario que salpican nuestro callejero representan un túmulo funerario, un hito fúnebre que quisiera evocar un duelo a muerte en el rincón más recóndito y en la noche más lúgubre. Nada más lejos de la realidad y tradición, la comunidad, por su propia naturaleza y viendo siempre el vaso medio lleno, fue señalando estos calvarios con la férrea creencia de que aquello le traería salud, protegería su hacienda y le aseguraría un lugar a la vera de Cristo. Aquello, como antes alquerques, tréboles y herraduras, fue un símbolo protector cargado de esperanzas. Y metidos en faena, me dio por realizar un primer inventario de las cruces y calvarios con el objetivo de comprender la manera de pensar y hacer de nuestros mayores. El artículo completo, más extenso y con detallado reportaje fotográfico, se podrá leer en la revista cultural Argentaria.

Aunque muchas de estas marcas pasan desapercibidas para el ojo que no mira, para el turista que no participa de lo cotidiano y tan sólo busca un selfi, en una primera inspección he localizado medio centenar de calvarios y cruces. De ellos, una veintena están localizados sobre el dintel de una portada. Y de estos, un buen número de calvarios están grabados en una viga de piedra de buenas dimensiones y una sola pieza, cruz tallada en bajo relieve e incrustada en un tondo cincelado a hueco relieve, peana triangular o semicircular y presencia de una fecha que, en buen número, gira entre finales del siglo XVIII y comienzos del XIX y podría indicarnos su antigüedad. Es el caso de un molino almazara en calle Trinidad 10 o casa en Santa María 14, entre muchos otros. Esto nos lleva a relacionar su construcción con dos momentos de cierta relevancia histórica. De una parte, la desamortización conocida como de Godoy que, implementada bajo el reinado de Carlos IV (1798), en nuestro pueblo afectó principalmente a las propiedades de la fábrica de la Iglesia. En segundo término, la Guerra con los franceses, con todo lo que supuso de destrucción social, económica y edificatoria. El primer acontecimiento permitió la entrada de capitales y población, y, consecuentemente, una vez que el territorio se pacificó, favoreció una ola de nuevas construcciones, tanto de las relacionadas con la industria aceitera como con las viviendas solariegas.

Por otra parte, siguiendo con los calvarios sobre dintel, nos encontramos ciertas singularidades que rompen la norma descrita más arriba, ya sea por las formas de la peana o de la cruz, por la presencia de elementos decorativos o por el grado de laboriosidad del marco que acoge al calvario. Son numerosos los casos, pero, por citar los más sobresalientes, apuntar aquellos que tienen una peana diferente, muy notoria, como ocurre con la Casa Herrera Cárdenas, en La Carretera, donde la cruz arranca de un sagrado corazón integrado en el anagrama de Cristo; o aquellos relacionados con la forma de la cruz, donde destaca la presencia de cruces flordelisadas, que más que cruces nos parecen espadas. Así sucede con la casona Benavides, en calle Isidoro Bodson, y otra en la calle de la Cruz, 35. Estos ejemplos son testimonio de la presencia calatrava en el pueblo, que no de la inclusión del territorio bajo una encomienda de la Orden. Por su parte, no son menores las situaciones en las que elementos decorativos, favoreciendo el orden y la simetría, flanquean el calvario mediante la introducción de rosetas, flores de seis pétalos y tondos, sin contenido o con la presencia de fechas y/o anagramas de Cristo y María, como así ocurre en calle Iglesia, en el antiguo casino de Ramiro, o en Plazuela del Rosario. Caso aparte son las situaciones en las que el dintel está segregado en clave y dovelas laterales, estando el calvario cincelado sobre la clave central, o no, según caso. Aunque son cinco los ejemplos identificados, destaca la casa de Amalia, en Amargura.

Entendidos en su totalidad, la presencia de estos calvarios adintelados tiene como objetivo hacer de la casa, taller o molino un templo de virtud, cuyo fin último es propiciar la salud física y moral de los que habitan bajo el mismo techo y asegurar el éxito de sus empresas. El dintel, como una extensión de la iglesia, marca la frontera entre lo profano, la calle, y lo sagrado e íntimo, el interior de la vivienda.

Las cruces incisas, sencillas, fundamentalmente sin peana o latinas simples, y en mayor número grabadas en las brencas de puertas y portones, forman el segundo grupo con mayor presencia. Son muy numerosas, como así ocurre con la casona de los Delgado de Castilla, en Isidoro Bodson o Donosa, con tres ejemplares, una de ellas invertida, situada en el frente de fachada y a la altura de la primera planta. Comprendidas también en este género, contamos con algunas situaciones en las que se rompe la norma. Así ocurre con la cruz de la escalera del torreón del santuario, en la Virgen de la Encina, al exterior, que viene acompañada de varias marcas lapidarias de posición, las que indicaban al alarife cómo situar los sillares en el conjunto de la fábrica; la cruz de bóveda de la Barber Shop Ramos, por otra parte, edificio histórico que acogió la Tercia del Patronato del Cristo del Llano; o las cruces invertidas que podemos observar en la casona de los Medinilla, en calle Fugitivos, o la que está cincelada en un sillar esquinero de la torreta-contrafuerte de la sacristía de San Mateo. Aunque son de difícil interpretación, su presencia podría estar relacionado con la humildad y alguna penitencia del vecino, representando a menudo el martirio de San Pedro, que pidió ser crucificado al revés que Cristo. Es decir, cabeza abajo.

Considerando que están ubicadas en las puertas de los edificios, tanto religiosos como domésticos, podría afirmarse que las cruces están relacionadas con la acción de persignarse, entendida esta como el acto de realizar la ‘señal de la cruz’, al entrar o salir, mientras se ora o invoca a Cristo como respuesta a promesas y ritos individuales. Esta práctica no es exclusiva de los cristianos, se da también en otras religiones como ocurre con el judaísmo y la mezuzá, una cajita de madera que contiene un pergamino con dos versículos de la Torá. El receptáculo se coloca en la brenca derecha de las puertas y, cuando el vecino entra o sale, tiene el deber de poner su mano sobre él. Funciona como pieza protectora de las puertas de Israel, frontera entre la privacidad doméstica y el carácter público de la calle. El acto de tocarla es una manera de prepararse, de acorazarse bajo la protección de Jahvé, frente a la vida pública y sus asuntos.

En el global de las cruces y calvarios incisos, anotar la presencia de algunos muy elaborados, con una fuerte carga simbólica. Así ocurre con dos cruces de calvario de bonita talla y peana escalonada, con tres peldaños, que nos recuerdan a la silueta de la Cruz de las Azucenas. Una de ellas está cincelada en el dintel de la casa familiar de los Muñoz-Cobo, en calle Fugitivos; mientras que la otra, recruteceada en brazos y cabecera, está situada en un sillar esquinero, en altura, del crucero de San Mateo por la parte de la Epístola. Tan elaborados como estos calvarios, aunque con diferente factura, encontramos una cruz en la Puerta del Sol, en la parroquia de San Mateo, muy primitiva y situada en la brenca derecha exterior, donde aparece flanqueada por dos sencillos obeliscos. Otra, de compleja factura, la encontramos en la lonja de San Mateo, junto a la capilla de las Ánimas. Bastante desdibujada, presenta un calvario formado por cruz central flanqueada por obeliscos, que representan el poder, y compleja interpretación. En cierta manera, entiendo que, con su presencia, se prolonga el lugar para acogerse a sagrado más allá del interior de la iglesia, incluyendo el espacio cercado por la lonja del Perdón. Una tercera, aparece en el frente de la brenca izquierda de la puerta del santuario de la Virgen de la Encina. En la piedra, podemos identificar un calvario complejo, algo impreciso, que podría representar el globus cruciger, una esfera del orbe rematada por la cruz. Podría simbolizar el dominio moral de Cristo sobre el mundo.

Muy interesantes, son los calvarios relacionados con el agua. La marca lapidaria, que es protectora y está cargada de buenaventura, ampara la abundancia y espanta las enfermedades en el caso de fuentes, abrevaderos y manantiales, y favorece la fertilidad de las tierras de cultivo cuando los calvarios están cincelados en el armazón de las norias. Encuadrado en la primera tipología, tenemos el pilar de San Mateo, donde encontramos un calvario muy elaborado acompañado de una herradura, símbolo protector que representa la buena fortuna y es origen pagano. Agrupados en el segundo grupo, vinculados a las norias, hemos identificado dos casos de calvario. El primero está cincelado sobre la cara exterior de un ‘marrano’, en el interior de la noria de la huerta de Penecho. La calidad de su talla nada tiene que envidiar a los magníficos calvarios adintelados que vimos más arriba, los que surgieron en el marco de las desamortizaciones de Carlos IV y la Guerra con los franceses. El segundo, enormemente sencillo, aparece inciso en un bolo de río y participa del bordillo que da forma al andén de la huerta de Los Gatos o de Maquilera. En cierta manera se asemeja a una cruz ‘tau’, pero su singular peana semicircular atravesada por el madero vertical recuerda al basamento de los calvarios grabados en el pilar de San Mateo y la puerta del Sol. La cruz está acompañada por dos cruces laterales muy esquemáticas, tanto, que podrían confundirse con pequeñas estrellas o lauburus de traza muy simple.

Singulares, que no rarezas, son algunas de las cruces que he identificado en diversos lugares. Así sucede con el calvario presente en la cámara de la casona de los Escalante, que, funcionalmente, servía para ventilar y climatizar el habitáculo. En segundo término, está la cruz tallada sobre la tapia del castillo, en su interior, que hacía las funciones de estela funeraria de una antigua tumba del castillo, de cuando la fortaleza lucía como camposanto. Un tercer caso, aunque en la actualidad no puede apreciarse tras ser eliminada en los primeros setenta del siglo XX, lo representa la cruz pintada en blanco que engalanaba la fachada de la Casa Grande, a la derecha de la portada. De un tamaño más que representativo, contaba con peana triangular que apenas se insinuaba.

Y para rarezas, el conjunto de cuatro cruces, o cruciformes antropomorfos, que catalogué junto con mi amigo Francisco Merino Laguna. Localizados en el entorno de Peñalosa, poblado argárico asignado a las culturas de la Edad del Bronce, están situados junto a un altar labrado en la pizarra. Horadada de cazoletas, la losa está orientada a levante. Más o menos elaborados, todos responden a un mismo modelo: están grabados mediante la técnica del hueco relieve y cincelados sobre pizarra, los brazos y la cabecera acaban en triángulo o círculo y se elevan sobre peana triangular. En uno de ellos la cruz es simple, pero con peana, y otro tiene muy deteriorado la mitad superior. Con trazo grueso, podríamos pensar que corresponden a un periodo relativamente cercano, un marco temporal que iría desde la Edad Moderna a la Contemporánea. Por tanto, se podrían identificar como calvarios, pero hay una serie de aspectos que lo ponen en entredicho. En primera instancia, el lugar no tiene más ocupación humana que la perteneciente a la Edad del Bronce, no hay ninguna otra. Pero, además, desde el punto de vista formal, hay ciertos detalles que los acercan a los antropomorfos conocidos y asignados a las Edades del Cobre-Bronce y los distancian de los calvarios cristianos. Veamos. De uno de ellos, de los extremos del travesaño, cuelgan líneas verticales que distorsionan totalmente la idea que se tiene de un calvario. Por el contrario, esas formas, lo aproximan a la silueta de las figuras antropomorfas que caracterizan el arte rupestre prehistórico. Junto a esta particularidad, que se suma a la presencia de un altar prehistórico de cazoletas, aparecen otros elementos de carácter pagano, como son reticulados y alquerques de un tamaño diminuto, minúsculo, con seguridad portadores de un carácter protector y origen prerromano.

Como interpretación global, siendo la cruz una herramienta ideológica de la Contrarreforma, el clero usó la cruz en las actividades litúrgicas y la arquitectura hizo uso de ella en las representaciones artísticas. Paralelamente, para el pueblo llano, la cruz adquirió connotaciones mágicas, como antes las tuvieron otros símbolos paganos, caso de alquerques o herraduras, y se utilizó como marca protectora para reducir las calamidades que producían las tormentas, propiciar buenas cosechas, proteger el éxito de la molienda o defender a la vecindad contra el maligno. Con seguridad, algunos de los calvarios y cruces grabados en nuestras calles debieron ser tumulares, fúnebres, pero quizá fueron las menos y es posible que hayan languidecido bajo el peso del tiempo, igual que ocurrió con el recuerdo de aquellos difuntos. Mientras tanto, haciendo de la memoria un valor histórico, debemos conservar, valorizar y seguir creyendo en la utilidad de estas marcas lapidarias, pues surgieron de unas creencias que hoy hemos emborronado y erróneamente desmitificado.

Calvario de la noria de 'Los Gatos'

martes, 11 de marzo de 2025

El barranco de los Turrumbetes

Las aguas del barranco de los Turrumbetes se nutrían de tres madres y un venero, el de Luzonas, que abasteció de agua al pilar abrevadero de San Mateo, a un rosario de pozos domésticos y al pozo ganadero apelado con el mismo nombre, cuyo brocal rectangular aún se aprecia incrustado en la ladera del propio barranco. En cuanto a las madres, el primer hilo, que cedía su nombre de los Turrumbetes al todo, al arroyo principal, bajaba a levante del Peñón Gordo, hoy Hotel Baños, desde las canteras del pueblo. El segundo, de más entidad y caudal cuando el temporal venía bueno, recogía todas las aguas del llano del Santo Cristo y del otero Buenos Aires y, por Mestanza y Luzonas, las dejaba caer donde ahora arranca la anchura de La Llaná. El tercero, más menguado de término y aguas, pues apenas ni tenía curso, comenzaba en el Cueto bajo el nombre callejero de ‘Roio’, vamos, arroyo en castellano. Después fue arroyo del Matadero, pues arrancaba en la vieja casa de matanza, en la esquina de la Plaza Mayor, y venía a dar con el anterior regato al pie del Camino Ancho, al comienzo de la actual carretera de Bailén, en el jardinillo de Convenencias. Los dos regueros, ya como uno solo, se unían al de los Turrumbetes más abajo, junto a la extinta perrera de Luis Chapa, viejo y afamado cocinero de Sierra Morena que cedía su rehala de podencos cuando era necesario. En el primer tercio del siglo XIII, cuando las huestes de Alfonso VIII conquistaron el territorio y la misma fortaleza de Baños, la tropa encastillada tiró de su habla llana y renombró cada rincón del entorno con el castellano de la época. Y así fue como la cresta del castillo acabó como cueto, el barranco en turrumbetes y las tierras cenagosas de lo hondo del valle como charcones, cantalasrranas y renacuajares. Por las mismas, la tierra de labranza más inmediata al castillo fue serna, el lugar más cercano al núcleo del castillo y destinado a los usos del común de los vecinos se apeló como ruedos y la vega con mejores tierras de labor quedó en valdeloshuertos. Ya en el llano, la anchura de campiña, tierra calma, olivo y viñas acabó en campiñuela.



viernes, 14 de febrero de 2025

La historia del castillo de Baños contada para escépticos

(Perdón por la apropiación del título)

Dicen que cuando el diablo no tiene qué hacer, mata moscas con el rabo. Y son como puños.

Hoy, dando una vuelta por las redes, me he dado de bruces con una entrada interesante, en relación con el castillo de Baños y en unos de esos grupos temáticos de facebook. ¡Virgen santa, más de 200 comentarios tenía! Y claro, con el asunto ni dios se pone de acuerdo en los temas de la edad y nombre de la fortaleza, nada nuevo por las redes. Pero la cosa está en que casi todos los opinantes tiran de wikipedia y similares sin haber visto de cerca un palmo de la tabilla del castillo o haber leído más de dos líneas de cualquier trabajo científico que verse sobre nuestra fortaleza.

El debate de la fundación, que si fue en el 968 o a finales del XII, bien, tiene cabida dentro de una lucha dialéctica más o menos lógica según de las fuentes que se tire, pero que haya quién siga diciendo que la lápida fundacional está en el Museo Arqueológico Nacional, allí, bien puestecica, proclamando a los cuatro vientos que procede del castillo de Baños, debe llevar algunos años sin pasarse por el MAN. Lo de castillo califal del siglo XII es más grave. Bueno, si vamos a las bravas, lo cierto es que el califato almohade también era califato. La cosa me parece rocambolesca. Lo del segundo más antiguo de España, o de Europa, pues tiene bastantes opiniones contrarias, lógico. Unos dices que si Calatayud, los otros Gormaz y hay hasta quienes tiran del Sagunto romano. La cosa va por otro camino y todo viene de leer poco y hablar, o escribir, mucho. El origen de este dislate está en un artículo de Julián Ribera (1909), que versaba sobre: ‘Lápidas arábigas e históricas de los castillos de Tarifa y Baños de la Encina’. Claro, si de las lápidas concluimos que el más antiguo de los dos era el de Tarifa, pues Baños sería el segundo, pero ya puesto, pa’to.

Lo de ondear la bandera de ‘los doce’ y Florencia, eso sí que es un despropósito. Ni pajolera idea de dónde viene lo de Florencia. Y en cuanto a la bandera, según los archivos de la susodicha, es decir de la Unión Europea, salta de cien el número de ciudades que tienen el honor de enarbolar la bandera por causas de bien llevar los asuntos culturales, porque son las ciudades y no los monumentos quienes son recompensados. Por cierto, en dicha lista brillan por su ausencia Florencia y Baños.

Otra cosa es lo de tirar a la ligera del término bury sin tener puñetera idea de qué es un bury, qué es un hisn o qué es un qalat. El castillo de Baños, valga la redundancia, es un castillo, es un hisn, como Iznatoraf, Iznalloz o Iznájar, pueblo de mi buen amigo Paco Jiménez Rabasco. Otra cosa es Bujalance. Y al hilo de esto, Burgalimar está en las Tres Hermanas, en Baños, pero a tiro de piedra de El Centenillo, que ya lo decía el padre Torres en el siglo XVIII, que Burgalimar está a cinco leguas de Baños en el camino que va a San Lorenzo de Calatrava. Bueno no lo decía tal cual, pero al buen entendedor pocas palabras. Y allí está el burch, la torre encastillada, bien puesta y rodeada de sus murallas y aljibe, y de una aldea de 300 casas que me quedé con todas las ganas del mundo de pisotear (en la hermana occidental). Y ya puestos, tampoco es Bury al Hammam, pues el de Baños no es bury, o burch, que es hisn, y es que, además, nunca recibió este apelativo hasta que se dedujo de la lápida que fue y que ahora no es, la del MAN. La cosa de dicho apelativo arrancó a comienzos del siglo XX, con el trabajo ya mencionado de Ribera. Liebre ida, palos a la madriguera. Y ya puestos, si es por alardear de castillo viejo, ahí tenemos la Salas de Galiarda con to su lustre romano o la argárica Peñalosa, con su acrópolis.

Pero vamos, si la cuestión está en chulear de castillo, ¡a ver cuál puede presumir de haber sido escenario de un conciertazo de Ska-p!



viernes, 7 de febrero de 2025

El horno de Cañizares

En ocasiones, la memoria es caprichosa. De esta casona de calle Fugitivos, el primer recuerdo que tengo es de cuando crío. Creo que no llegaría a los diez años, cuando, por cuestiones de una mala caída y la preceptiva vacuna del tétanos, tuve que ir al dispensario médico del pueblo. Por entonces, estaba ubicado en los bajos de este edificio, en calle Fugitivos y a tiro de piedra de la lonjilla de la Cestería. Tengo poco recuerdo del trámite, pues quedó apagado por una pelea a silla limpia entre dos vecinas: María Cabeza y Juana la Punta, ¡asunto de desencuentros en la vecindad! Tiempo después, cuando ya andaba metido con las historias de la Historia, casi quedé de piedra al conocer que, en verdad, aquella sala médica fue tahona en las postrimerías de la Edad Moderna. En cuanto se refiere al pueblo de Baños, el catastro del Marqués de la Ensenada (1754) nos dice que el inmueble estaba considerado como horno de pancozer, uno de los dos que en propiedad tenía la ‘fábrica de la parroquial’, y que estaba bajo la administración de Antonio Joseph Lechuga, presbítero de San Mateo. Al hilo, recordé una charla con mi padre, panadero de raíces, que vino a decirme que aquel sótano fue la primera vivienda que tuvimos en el pueblo tras regresar de Barcelona. Mis padres, como casi todo hijo de vecino de la posguerra, después de trastear en todo lo posible en asuntos laborales, costura, rancheros, panadería, yuntero, tejares…, se vieron abocados a emigrar. En su caso a Cataluña, donde nació un servidor. Por cuestiones de salud, la vuelta fue obligada y, tras algún intento fallido, mis padres arrendaron la tahona donde mi padre había ejercido la profesión anteriormente: el horno de Cañizares, que no es otro que el que nos trae. Después vinieron otros, primero la Seria y por último Barbecho, en el Cotanillo, que en realidad había sido el horno familiar desde los años 20 del siglo pasado, aunque desde mucho antes habían ejercido el noble arte de amasar hogazas en los poblados mineros de Araceli y El Centenillo. En Baños de la Encina, mis primeros días de cuna, mi primer echar a andar y parlotear, fueron en los bajos de esta casona. Pero, puesto a acordarme de detalles, no recuerdo nada.



lunes, 3 de febrero de 2025

La fuente Cayetana, ruina inminente

A simple vista, dejándonos llevar por el ojo que sólo se recrea con los selfis, la fuente Cayetana nos podría parecer una casucha de huerta o un chozo esperpéntico. Pero la realidad, que pone cada cosa en su sitio, nos dice que es una fuente alcubilla, una de las cuatro que abasteció de agua potable al pueblo de Baños hasta la mitad del siglo XX (Socavón, Pacheca y Salsipuedes). Situada mediado el barranco de Valdeloshuertos, cuenta con tres aljibes o alcobas de agua. Aunque uno de ellos, el más antiguo, quizá por su traza clásica y la fábrica de sillares, nos pueda parecer romano, en realidad se edificó a comienzo del siglo XVIII, como nos indica la buena factura de su obra, idéntica a la del crucero de la parroquial de San Mateo. Los otros dos, que cierran en bóveda de ladrillo de medio punto, se levantaron a comienzos del XX, con el impulso demográfico minero.
Y, a todo esto, si no se lleva a cabo una intervención pronta y necesaria, el colapso y la ruina de la fuente es cosa de cuatro afeitados. Ya se han agrietado las dos esquinas del frente, grietas que ya están avisando, así como el lienzo de las cuatro caras, ha perdida piezas de pizarra de la cornisa y el agua duerme en el interior dañando toda la fábrica. Lo dicho, urge intervención.