En la hondura de la vega, Patricio me invita a sentarme y amarrar inquietudes, a disfrutar de la quietud de los ruedos, un enclave fondeado en los rescoldos de la memoria del lugar. Junto al pozo, acomodados al rebufo de su agua generosa, —me dice—, hay ocasiones en las que el pueblo podría parecernos un hormiguero disparatado, una barcaza sin timón. Bullimos día con día como si la vida se nos fuera en un suspiro, —sentencia—. Imbuido por aquellas reflexiones, me asomo al negro fondo del hueco por oler la húmeda soledad de la cisterna. Inalcanzable, la oscuridad se hunde bajo sus herrajes queriendo alcanzar la profundidad del averno. Un soplo de aire frío y repentino, quizá dulce, me golpea en la cara creando sensaciones encontradas. Es posible que sea una idea cuajada en mis primeros años, un desatino sin sentido, pero desde el primer momento me atrajo asomarme a la cuadratura de la boca de estos anchos y destartalados aguaderos para oler a umbría y agua queda, para recordar la fresca quietud del hontanar que ya no es doblado por el imperio de los sondeos intensivos que día con día han vaciado el acuífero. Ahora, que sólo hay sequedad y cantos de chicharra, el pozo quiere evocar lo que fue: humedal. Cuando escudriño en sus honduras, tengo la sensación de que la vida se nos escapa en silencio, lentamente y sin apenas dejarse notar, como cuando nos abate el sueño de la primera madrugada. Una rana, que busca cobijo entre las juntas del enfundado de piedra seca, me trae a la realidad, a la charla con el parroquiano y a los calores de la media mañana, que ya aprietan. Y allí, en el bordillo del andén de la noria, sobre un bolo de cuarzo, observo la presencia de un calvario sencillo cuyo diseño podría parecer infantil.
el cotanillo
.....horneamos experiencias
lunes, 8 de diciembre de 2025
viernes, 5 de diciembre de 2025
A vueltas con un alquerque de san Vicentejo, Burgos
Cuando
te crías sin madre creces prácticamente desarmado, con la única defensa que te
dicta el instinto. La soledad y la desprotección, la ausencia de abrazo, te
obligan a buscar el mínimo ruido que te guíe en la profundidad del silencio y la
luz que te ilumine la senda en la hondura de la noche. Y en esa coyuntura, te
agarras a lo más insignificante para caminar bajo la custodia de su inexistente
coracha. Algo similar le sucede a la humanidad. Cuando abandona el natural
regazo de la madre tierra, derriba uno a uno los pilares que argumentaban su dependencia
para romper el hilo de vida que los mantenía unidos. El alma queda desampara, en
nada y con nada. Bueno, sí, con la avaricia, la ira y la soberbia, llegará a envidiar
un mundo que fue y ya no será. Y es entonces que necesita agarrarse a cualquier
asidero, quizá a una vanidad huera que se expresa en un rayajo mal pintado o en
un simple agujero cóncavo.
Hay
quien cuenta, quizá ensoñando, que estas retículas y dameros, los alquerques, trajinan
con secretos encriptados, que el tablero, en lo más profundo de su entramado,
representa una ciudad atlante o un castro calcolítico y laberíntico, de ahí el
triple recinto del alquerque de nueve. También podría escenificar la Jerusalén
celestial o el templo salomónico; o, ya puestos a desvariar, cabría la
posibilidad de que fuera un reflejo onírico, un destello de luz del mundo astral.
Hay quienes, con los pies en la tierra, hablan de estrategias militares encerradas
en sus adentros o de fórmulas matemáticas que se pierden en la hondura de los
tiempos y describen, para quien sepa interpretarlo, las maneras más seguras de
edificar aquello que nadie entiende cómo aún puede seguir en pie.
Antolín,
un viejo amigo trashumante, de Guadalajara para más traza, sabio de tierra,
pastos y caminos, un hombre que no siendo de elevada estatura era apretado de
huesos y reseco de carnes, me dice que los rayajos le recuerdan cosa de juegos
pastoriles. Pese a sus muchos años, el buen señor era de pelo fuerte e hincado,
hecho y rehecho a los fríos de Serranía. Pero el tipo es forofo del Real Madrid,
no sé si tomarlo a cuenta en estos asuntos. Lo recuerdo de mis años chicos, de
cuando arreglaba cuentas junto a mi abuela en el despacho de pan de mi padre.
Ella atendía vendiendo hogazas, barras y tortas de aceite, daba charleta a las
parroquianas y le deshacía la carta de recomendación a cualquier forastero que
cayera por allí buscando un coscurro de pan para bocadillo. No era asunto de
azar que la parada de autobús estuviera frente a la tienduca, a pie de
ermita, y que por allí pasara cualquier novedad y personaje venido de nuevas. —¿Tú
no eres de aquí?, —saludaba mi abuela como si, para los cuatro gatos que éramos
en el pueblo, cada cual no se conociera su rabo—. Uno, callado y encaramado a
una caja de plástico para llegar a la altura del mostrador, a renglón seguido
les hacía y deshacía la dolorosa a la concurrencia. Cosas de los tiempos, cada
cual del suyo. Mi abuela nunca pisó una escuela. Ni falta que le hacía, decía
recordando las palabras de su progenitor. Lo dicho, otros tiempos. Y como por
allí pasaba cualquiera, un buen día, con la recién estrenada línea de autobús
de Jaén a Baños, de la Sepulvedana, llegó por allí un buen hombre, conductor
para más señas, abriéndome un agujero al mundo. De charla amena y la revista
‘Viajar’ bajo el brazo, casi sin darme cuenta voló en mil pedazos mi reducido mundo
y ensanchó mis horizontes. De una parte, frente al mostrador, aquel señor de
poco pelo y mucho mundo, en la otra, detrás del expositor, un crío que apenas
llegaba a comprender que la tierra era redonda. En una esquina del mostrador,
la que daba a la cuadra de mi tío Dioni, junto con las lecciones arrumbadas del
día anterior, quedaron las revistas y sus enseñanzas, como una puerta a la
utopía de un chiquillo que nunca creyó que caminaría tan lejos.
En
lo que estábamos. Pues allí, a pie de mostrador, mientras Antolín hacía tiempo
para que llegara el autobús, la pava que se decía, echábamos un rato de
parloteo. Casi siempre de fútbol. Pero, según fui tachando años, comenzaron a
interesarme otras cuentas y otros cuentos, y comencé a ser consciente de no saber
nada de las cosas que en verdad te aferran a la tierra. Aún hoy, me digo,
¿sabrán mis chiquillos qué cerros rompen nuestro horizonte y qué ríos nos abren
cuencas y valles de a tiro de piedra? Bueno, esos son otros carriles llenos de
baches. El buen hombre me contaba sus andanzas en vereda y me enseñó a discernir
que no todos los pastores calzan el mismo morral. Como aquellos cinco, me
decía, cuyo hato pastaba en los escarchales de la Navamorquina. Una
tarde noche, en un instante, aquel recóndito rincón del mundo quedó envuelto en
la más oscura soledad, asaeteado una y mil veces por una trepidante multitud de
aguijones eléctricos. En el interior, creyéndose protegidos de la noche y de
las inclemencias meteorológicas, una cuadrilla de pastores dejaba pasar el
temporal sin más luz que los rescoldos de lo que fue contundente lumbre de
leños de encina. Los unos, tres de ellos, junto al hogar e imaginando ser
caporales cuando no pasaban de zagales, desafiaban la tormenta tirando de
baraja y bota; y otros dos, más temerosos de Dios y de sus advertencias,
dormían en el catre colocando las alpargatas y su propia vida sobre la farfolla
del colchón. Estando en aquellos trajines, mientras pastoreaban con vino los
unos y sesteaban con temor los otros, un rayo tuvo el alcance de partir la
torruca en dos y dejar tiesos a los que, pies en tierra, se desgañitaban
cantando por bastos.
—Molino,
castro o lobos, da igual como los llames, estos alquerques no son otra cosa que
tableros de juego, —me insistía—, como los que puedes ver tallados en los
bancos de piedra de detrás de la ermita, donde las ‘Casas Baratas’.
—No sé, —recuerdo ahora con palabras
que entonces no eran mías —. Hay otros, como los que tengo localizados en
Peñalosa, chiquitillos donde los haya, o aquel otro, el que separa dos casonas en
el Cueto, en el lindero de ambas y a la altura de la cámara. Y no te digo nada
del que tengo visto, como rayado, sobre el mortero de cal de una torre del
castillo, o de otro minúsculo que vi días atrás en la base escalonada de un
crucero, en la vecina ciudad de Porcuna. No, no me cuadra, —le decía yo por
quitarle razones, pero también por el último mal rato que, como martillo en yunque,
me recordaba del Vicente Calderón—. Ahí tienes la
prueba —le insisto indicándole una fotografía de un número de la revista Viajar—,
en esta iglesia de San Vicentejo. ¿No lo ves? Junto a un alquerque de doce también
hay tallado un crucero: ¡¡ambos símbolos son protectores de dos culturas
diferentes!! Eso sí, respetándose y sin malograr el uno al otro. En estas
cosas, como en el mal de ojo, no hay que andarse con juegos, —subrayó, como
pedrada dada a buen tiempo.
Mi
abuela, ajena a toda aquella palabrería y creyendo que hablábamos de almas en
pena, no sabiendo de números ni de matemáticas, pero sí de las razones de lo
cotidiano, —me dice— fíate de los muertos, que esos nunca vienen para hacerte
daño. De quien debes guardarte es de los vivos.
viernes, 14 de noviembre de 2025
Hisn Banya
Contrariamente a lo que pueda parecer, el
nombre del pueblo, enclavado en las estribaciones meridionales del macizo de
Sierra Morena, no tiene su origen en la presencia de algún balnea o alhama
renombrado e identificado, tampoco en la abundancia hídrica de su entorno o en
la presencia de aguas minero medicinales con propiedades terapéuticas
reconocidas. Ninguna de esas situaciones se da ni se ha verificado documental o
históricamente. Es una realidad que gran parte del conjunto histórico está
horadado por un rosario de pozos que, sin certeza absoluta, podrían superar la
cincuentena. A esa cantidad, se suma un número menor de pozos y alcubillas
repartido por el frente sur del pueblo, de este a oeste, y en el norte con localizaciones puntuales —véase Nuevo, Vilches, de la Serna, de la Vega,
Charcones, Luzonas, Alcubilla y Pocico Ciego—. En todos los casos, estos
fontanares ofrecen agua salobre nada apta para el consumo humano directo, aunque,
por el contrario, eran excepcionales para la elaboración de pan.
Contrariamente, las aguas que manan de
diferentes puntos de la periferia urbana son de muy distinta calidad, como es
el caso del pozo de Huerto Lucero o los veneros de La Pizarrilla, el Pilar de
la Virgen y la fuente del Barranco del Pilar. Esa misma es la situación de las
distintas fuentes históricas localizadas en el barranco de Valdeloshuertos
—Cayetana, Socavón, Pacheca y Salsipuedes—, de las que tradicionalmente se ha
suministrado de agua potable la población de Baños. Pero, en todos los casos,
son fuentes menores que apenas daban para el abastecimiento del conjunto de la
vecindad. Así nos lo venía a confirmar el ingeniero Dupuy de Lôme, mediante un
estudio realizado en la década de los veinte del pasado siglo (1924):
‘… A pesar de tener Baños de la Encina
unos 3.200 habitantes y debido a su riqueza olivarera varias fábricas de aceite
que consumen un caudal importante de agua no tiene abastecimiento de agua
propiamente dicho. Unas casas se surten de pozos situados dentro de la
población a pesar de ser estos de malas condiciones higiénicas y otros vecinos
van a buscar el agua a fuentecillas situadas fuera del pueblo, algunas a
bastante distancia, y todas de caudal muy corto sobre todo en la época de
estiaje’.
Por otra parte, es una realidad que la
fosa de La Campiñuela contiene un enorme acuífero, un reservorio hídrico del
que sólo se ha podido extraer agua recientemente y mediante complejas técnicas
de extracción que la obtienen, y quizá abusivamente, a más cientos de metros de
profundidad (sondeo y bombeo). Algo similar ocurre con la cuña de terreno que,
de levante a poniente, barre el piedemonte del pueblo y flanquea el cauce
intermitente del arroyo de los Huertos, en origen del Berrocal. Aunque pueda no
parecerlo, el espacio se corresponde con una antigua zona de cíclica inundación
que acoge en su seno enclaves cuyo apelativo confirman su carácter como humedal
fosilizado: Cantalasrranas, Colmenera, Renacuajares, Charcones y
Valdeloshuertos. Lugares, por cierto, donde se contabiliza el mayor número de
antiguas norias, desde la de la huerta de Penecho a la del Morito, pasando por otras
de entidad como las de la huerta Zambrana, Matigüelas y Antero, entre otra
veintena.
Desde la vertiente cuantitativa, el
volumen de aguas de nuestros veneros es insignificante si los comparamos con
fuentes de la vecindad provincial, como es el caso de Sierra Mágina. Así es, en
esta comarca, cada pueblo se ha erigido sobre la generosidad de hontanales de
enorme fecundidad. Valga como ejemplo el manantial de la Fonmayor, en Torres;
o, más cercano a nuestros pagos, en La Loma, las arcas que han suministrado el
abastecimiento a las ciudades históricas de Úbeda y Baeza, o el manantial que ha surtido de agua al balneario de Canena. Aún más
próximos a nuestra localización, tenemos los veneros del barranco de
Valdeazores, La Aliseda y La Cerecilla, todos ellos en territorio del parque
natural de Despeñaperros, que ponen en cuestión la posible bondad hídrica del
entorno bañusco.
Efectivamente, así es, no hay indicios
sólidos de que el nombre del castillo, y por ende del pueblo, derive de la existencia
de un importante conjunto termal más allá de la presencia testimonial de algún
pequeño balnea puntual, digamos de ‘andar por casa’, como son los casos
de las villae de la Virgen de la Encina y Santa Amalia. Por el
contrario, según las últimas investigaciones, el apelativo de ‘baños’ podría
derivar de la repetición fonética de una voz árabe. Veamos. Castilla, en su
primer contacto con el lugar, debió escuchar, y asimilar, el nombre árabe con
que era conocida la fortaleza que, por entonces, se elevaba en el Cerro del
Cueto reutilizando las fortificaciones históricas anteriores, el altozano que
fue germen histórico del núcleo urbano actual de Baños de la Encina. Si su apelativo
hubiera derivado de la presencia de unos baños o termas, hubiera sido una más
de las alhamas o alhamillas que salpican la geografía del sur de
la Península. Con la información que hoy dispongo —auxiliado por la Doctora y
amiga Ana Sánchez Medina, profesora de la Escuela Oficial de Idiomas Axarquía
de Vélez-Málaga—, esa voz, la que debió identificar para almorávides y
almohades el castillo y lugar de Baños, podría tener su origen en ‘banya’. La
voz, cuya génesis está en el árabe clásico, en castellano y literalmente vendría
a traducirse como ‘fortaleza con profundas raíces históricas, antigua o con mucha
historia’. Las diversas excavaciones arqueológicas realizadas en el interior de
la fortaleza, también en las inmediaciones del castillo, ponen de manifiesto la
riqueza histórico-cultural del lugar y certifican la posibilidad de este
apelativo: la presencia humana ha sido prácticamente constante, aunque con pequeñas
interrupciones temporales, desde una etapa tardía de la Edad del Cobre hasta la
edificación de las murallas actuales del castillo. Valgan como testimonio el
poblado argárico del Cueto, la pequeña torrus ibérica, el templo
funerario romano o los testimonios defensivos y funerarios de carácter emiral
presentes en el Cueto. En conjunto, todas las estructuras han dado forma a los diferentes
horizontes históricos que han configurado el complejo del castillo de Baños de
la Encina.
Los castellanos, afincados en el frente de
conquista y con Sierra Morena de por medio, debieron escuchar esta voz, la de banya,
aproximadamente durante un siglo, el periodo que el macizo mariánico contó con
el estatus de frontera, el intervalo de tiempo que transcurre entre el Poema de
Almería —1147— y la entrega definitiva de la plaza de Baeza al rey castellano
Fernando III —1227—. Las hordas ‘reconquistadoras’, a fuerza de pronunciarla
con imprecisiones, provocarían la evolución del sonido de la siguiente manera: Banya
> Bannos (o Vannos) > Baños; de igual forma que lo haría su gentilicio
bani-osco > bañusco, donde ‘bani’ es la raíz y ‘osco’ el morfema que indica
procedencia, un gentilicio cuyo génesis se origina en el castellano más primitivo.
martes, 4 de noviembre de 2025
La Venta de los Palacios en el camino del Muradal, y 6
6. Conclusiones.
Durante los siglos XIII al XVII, la
Venta de Los Palacios fue un punto de referencia en las comunicaciones entre La
Mancha y Andalucía a su paso por Sierra Morena. Fue albergue de viajeros y
posada de milicias en una zona tradicionalmente despoblada por la presencia y
negativa incidencia de los bandoleros o “golfines”, un lugar donde acechaba
permanentemente el peligro.
La Venta se ubicaba junto al camino
del Puerto del Muradal, vía tradicional de paso desde la antigüedad, en un
lugar conocido como Jarandilla, donde ciertos cronistas sitúan testimonios
murarios de población romana. Cerca de la Venta, se levantaba una ermita
dedicada a la Santa Cruz, aunque después, desde el siglo XVII, quedó bajo la
advocación de Santa Elena. Ambas construcciones debieron tener su origen en el
siglo XIII.
Venta fortificada, disponía de una
torre. Fueron diversos los intentos de repoblación de la zona de los Palacios
por parte de la Corona, sobre todo en los siglos XV y XVI, pero estos no
llegaron a culminar hasta la ejecución del proyecto de las Nuevas Poblaciones
de Sierra Morena y Andalucía, en las últimas décadas del siglo XVIII, cuando la
Venta de Los Palacios ya no existía y, en el entorno de la ermita, se había
programado la edificación de la feligresía de Santa Elena.
Por el relato de la Crónica del
Condestable don Miguel Lucas (de Iranzo), de 1460, la reseña que hace Francisco
Rus Puerta en torno a 1640 y la descripción del camino del Puerto del Muradal
que se desprende del deslinde entre Baños de la Encina y Vilches, de 1627,
deducimos que la ubicación de la Venta de Los Palacios estaría en el núcleo
urbano de la actual población de Santa Elena, Su solar estaría ocupado en parte
por el antiguo camino de Andalucía (hoy día carretera provincial J-6120) y la
Plaza Antonio Daniel Ruiz Rodríguez. La gran pared vertical o escarpe que hizo
el arroyo al sureste de su ubicación, durante la etapa de vigencia de la venta
fortificada le serviría de defensa natural.
La Venta de Los Palacios se arruinó
a mediados del siglo XVII, cuando el camino del Puerto del Rey sustituyó en
importancia al del Muradal y, en la confluencia de los caminos del Muradal y
Puerto del Rey, surgió Venta Nueva, cinco kilómetros al sur de la Venta de Los
Palacios.
domingo, 2 de noviembre de 2025
La venta de los Palacios en el camino del Muradal, 5
5. La Venta de Los Palacios en la
Cartografía.
La importancia de la Venta de Los
Palacios en el camino del Puerto del Muradal es recogida por primera vez en
cartografía en el siglo XVI, en el mapa de la Península ibérica de Hieronymus
Cock, 1553, donde aparecen las ventas de la Iruela y Los Palacios.
En la Geographia o descripción
nueva del obispado de Jaén, del doctor Gaspar Salcedo de Aguirre, mapa
manuscrito realizado el año 1587; y un años después en la Descripcion del
Reyno de Jaén (1588), donde, junto a dicho camino, también aparecen la
Venta de la Iruela y la villa de El Viso, ambas localizaciones ya en La Mancha.
Lámina 5.- Detalle
del mapa de Gaspar Salcedo de Aguirre Geographia o descripción nueva del
obispado de Jaén (1587).
Como curiosidad, el norte está
situado en la parte inferior y el río Campana, afluente del Rumblar, aparece
desde la cabecera bajo la denominación de “Herrumblar”, que en otros mapas
sería “Ferrumblar”, en clara consonancia con la existencia de seculares minas
de hierro que también cederían el nombre a Castro Ferral.
Lámina 6.- Detalle
del mapa de Gaspar Salcedo de Aguirre Descripcion del Reyno de Jaén (1588).
Anecdóticamente, el icono de las ventas aparece con mayor tamaño que las villas
y ciudades.
La Venta de Los Palacios comenzó su
decadencia a mediados del siglo XVII, cuando el camino Real de Andalucía por el
collado de la Estrella o del Puerto del Rey sustituyó al del Muradal para
cruzar Sierra Morena. Así seguirá hasta 1769, con la puesta en uso del conocido
como Camino de Olavide que, durante muy pocos años, fue el principal paso de
entrada en Andalucía, comunicando Valdepeñas y Santa Elena por la Venta de las
Virtudes y la feligresía de Aldeaquemada[1]. Finalmente, perdería la
primacía con la construcción entre 1779 y 1781 de la carretera por
Despeñaperros[2].
Junto a este camino del Puerto del Rey surgen las nuevas ventas del Marqués o
Bazana y la de Miranda, representada la primera junto al camino por primera vez
en el mapa de Gregorio Forst, 1653. No obstante, pese a que desde el segundo
tercio del siglo XVII se repitieron los intentos de adaptarlo al tráfico
carretero, de lo que quedan testimonios como el camino del “Empedraíllo”, los
problemas de circulación siguieron siendo constantes en época de lluvias. Con
seguridad, en definitiva, fue más utilizado por caballerías que por coches y
calesas.
En 1678, el camino del Muradal aún
continúa reflejado en el mapa del Reino de Jaén como principal vía de tránsito.
Pero hay que considerar que este mapa es una copia del cartográfico de Gaspar
Salcedo del siglo anterior.
Lámina 7.- Detalle
del mapa Descripcion del Reino de Jaen, antiguamente Mentisa en los Oretanos
(1678).
Lámina 8.- Detalle
del mapa Descripción del Obispado de Jaen, de Gregorio de Forst (1653).
En su caso, no aparece la Venta de
Miranda, que por entonces podría ser de reciente creación. Recuérdese que unos
años antes, en 1638, el ventero de Miranda, Pablo Rodríguez, había creado un
camino entre la Venta de Miranda y la Venta Nueva por la Aliseda.
En el mapa de Gregorio Forst, de
1653, ya aparecen identificados el Puerto del Rey y la Venta del Marqués, así
como el Puerto del Muradal. Sin embargo, no aparece la Venta de Los Palacios,
en su lugar, como detalle muy interesante, se señala la ermita de Los Palacios.
Lámina 9.- Mapa
del Camino de la Venta de Linares al Puerto del Rey, 1707, obra de Pedro Gallo[3].
Asimismo, en el proyecto del camino
del Puerto del Rey, de 1707, en la zona de Jarandilla sólo aparece la ermita de
Santa Elena. En la cartografía del momento, desaparece definitivamente el
nombre de Los Palacios.
Lámina 10.-
Detalle del mapa del Camino de la Venta de Linares al Puerto del Rey, obra de
Pedro Gallo, 1707.
Lámina 11.- Mapa
del Reino de Jaén, de Tomás López, 1761.
Aún con sus muchos errores, como la
orientación de los arroyos del Rey y Galbarín (Galbatín), en el mapa del Reino
de Jaén de Tomás López, 1761, se recogen los nombres de los puertos del Rey,
Muradal y la Losa, pero sólo refleja el itinerario del Puerto del Rey, con
presencia de sus ventas del Marqués y Miranda. Por otra parte, sólo hace
mención de la Ermita de Los Palacios, sin referencia a la antigua venta.
Lámina 12.- Mapa
del reino de Jaén, de Tomás López, 1787.
Veinticinco años después, Tomás
López, en su nuevo mapa del Reino de Jaén, señala el nuevo camino carretero de
Despeñaperros y la flamante población de Santa Elena. Por otra parte, continúa
dibujado el camino del Puerto del Rey y las ventas de la Marquesa y Miranda.
Para ese momento, el camino del Puerto del Rey ya ha perdido su importancia a
la sombra del nuevo paso y carretera de Despeñaperros, como antes sucedió con
el del Muradal.
Lámina 13.- Mapa de una parte de
Sierra Morena que comprehende el proyecto de las nuevas poblaciones[4],
del año 1768.
Anónimo, aunque posiblemente
elaborado por los ingenieros militares Simón Desnaux y Joseph Branly[5], en él tampoco aparece la
Venta de Los Palacios, pero sí la población de Santa Elena. Pese a ello, este
cartográfico es muy interesante, pues muestra los límites entre las poblaciones
de Baños de la Encina, Baeza, Linares y Vilches, en los primeros años de
implantación de las Nuevas Poblaciones de Sierra Morena y Andalucía, y los
caminos principales de la zona. Toda esta información ayuda a ubicar los
mojones del deslinde entre las villas de Baños de la Encina y Vilches en 1627,
el trazado del camino del Puerto del Muradal y la posible ubicación de la Venta
de Los Palacios.
[1] PÉREZ-SCHMID FERNÁNDEZ, FRANCISCO
JOSÉ (2020): El camino de Olavide de Santa Elena a Aldeaquemada: Patrimonio
colonial en las Nuevas Poblaciones de Sierra Morena. En VIII Congreso
virtual sobre Historia de las vías de comunicación. pp. 462.
[2] ROLL GRANDE, Manuel. “Caminos y
lugares de Sierra Morena en torno a la Batalla de las Navas de Tolosa”. Alcazaba,
12-13 (2012-2013), p. 93.
[3] Archivo de la Real Chancillería de
Granada. Signatura: ES.18087.ARCHGR/059CDFI//MPD nº 60.
[4] Ministerio de Defensa. Instituto
de Historia y Cultura Militar. Archivo General Militar de Madrid, sig.
2956-J-G-1/3. Plano estudiado por DELGADO BARRADO, J.M.; PÉREZ SCHMID
FERNÁNDEZ, F.J.; y CASTILLO MARTÍNEZ, J.M. “El proyecto de las Nuevas Poblaciones
de Sierra Morena en el mapa de 1768”. Magallánica. Revista de Historia
Moderna: 7 /13 (Varia). Julio - diciembre de 2020.
[5] DELGADO BARRADO, J.M.; PÉREZ
SCHMID FERNÁNDEZ, F.J.; y CASTILLO MARTÍNEZ, J.M. (2020): El proyecto de las
Nuevas Poblaciones de Sierra Morena en el mapa de 1768. Magallánica. Revista
de Historia Moderna, volumen 7, nº 13. Julio - diciembre. pp. 324-327.













