viernes, 28 de marzo de 2025

Cruces de calvario: símbolo protector

El crío, encaramado a su clandestina atalaya, confunde el vetusto horno con una enorme y oronda caldera, o quizá con un cetáceo de color ocre que eructa persistentes volutas de vapor e impregna la madrugada con un olor a pan caliente y azúcar tostada. El lugar es acogedor, le recuerda el caluroso abrazo de la madre que apenas tuvo. Rompiendo la oscuridad, al fondo, centellean las brasas de la hornilla y del obrador cuelga un lucero, diminuto y parpadeante, que se eleva apenas dos codos sobre los cuarterones de madera donde el padre bolea una interminable hilera de panes. Junto a la mesa, emerge una oronda artesa labrada con el corazón de una encina centenaria, un dornajo dorado que cada noche gesta cientos de hogazas. En la tahona, a primera vista, todo es desorden, un disparate, pero cada trasto tiene su lugar y función. Como la enorme zafra de aceite, que rezuma bondades junto a la artesa, o el cuezo generoso, un hoyo de madera vieja y olor agrio que fecunda una masa madre secular. Bailando al compás de la penumbra, una masa polvorienta, entre nívea y tostada, duerme plácidamente suspendida mientras dibuja una atmósfera acogedora, poética, que se posa en cada rincón. En el lugar más insospechado y en la esquina más oculta, sobre el encaje de harina, destaca una anotación apenas inteligible, alguna suma inacabada, una receta hurtada a la desmemoria o cualquier deuda sin pagar. Perdida la rutina de contar días, un calendario descolorido conserva impreso el borrador de un viejo refrán y, sobre la tela de araña que envuelve la bombilla y despide destellos cobrizos, se derrama un soneto de luz.

Encadenado a su pitillo y ajeno a la mirada del crío, el padre, armado de una raera, corta porciones de un plastón y bolea panes a dos manos.  Sin sacudirse la salpicadura de ceniza de la pechera, con orden, sitúa las hogazas sobre un tendío, una tela de lino, enharinada, que cubre el tablero de madera de pino. Tras fermentar unos minutos, para que el pan cogiera cuerpo, agujerea una cara con la piquera y, dándoles la vuelta, les hace un corte en cruz en el envés. En el interior del horno, el corte cogerá greña certificando el éxito de la cocción. Pasados los muchos años, cuando el pan bobo o calatravo ya era testimonio a pérdidas, Bartolo lamentaba su falta. Para el panadero, el corte de aquella guisa, como para el maestro alfarero trazar la cruz antes de sellar el horno, la repetición de aquella liturgia, aseguraba el éxito de la hornada.

En los días que corren, cuando sabemos de aquellas maneras históricas de conjurar el éxito de las empresas, quizá imbuidos por una creencia macabra y a todas luces incomprensible, llegamos a pensar que cada una de las cruces de calvario que salpican nuestro callejero representan un túmulo funerario, un hito fúnebre que quisiera evocar un duelo a muerte en el rincón más recóndito y en la noche más lúgubre. Nada más lejos de la realidad y tradición, la comunidad, por su propia naturaleza y viendo siempre el vaso medio lleno, fue señalando estos calvarios con la férrea creencia de que aquello le traería salud, protegería su hacienda y le aseguraría un lugar a la vera de Cristo. Aquello, como antes alquerques, tréboles y herraduras, fue un símbolo protector cargado de esperanzas. Y metidos en faena, me dio por realizar un primer inventario de las cruces y calvarios con el objetivo de comprender la manera de pensar y hacer de nuestros mayores. El artículo completo, más extenso y con detallado reportaje fotográfico, se podrá leer en la revista cultural Argentaria.

Aunque muchas de estas marcas pasan desapercibidas para el ojo que no mira, para el turista que no participa de lo cotidiano y tan sólo busca un selfi, en una primera inspección he localizado medio centenar de calvarios y cruces. De ellos, una veintena están localizados sobre el dintel de una portada. Y de estos, un buen número de calvarios están grabados en una viga de piedra de buenas dimensiones y una sola pieza, cruz tallada en bajo relieve e incrustada en un tondo cincelado a hueco relieve, peana triangular o semicircular y presencia de una fecha que, en buen número, gira entre finales del siglo XVIII y comienzos del XIX y podría indicarnos su antigüedad. Es el caso de un molino almazara en calle Trinidad 10 o casa en Santa María 14, entre muchos otros. Esto nos lleva a relacionar su construcción con dos momentos de cierta relevancia histórica. De una parte, la desamortización conocida como de Godoy que, implementada bajo el reinado de Carlos IV (1798), en nuestro pueblo afectó principalmente a las propiedades de la fábrica de la Iglesia. En segundo término, la Guerra con los franceses, con todo lo que supuso de destrucción social, económica y edificatoria. El primer acontecimiento permitió la entrada de capitales y población, y, consecuentemente, una vez que el territorio se pacificó, favoreció una ola de nuevas construcciones, tanto de las relacionadas con la industria aceitera como con las viviendas solariegas.

Por otra parte, siguiendo con los calvarios sobre dintel, nos encontramos ciertas singularidades que rompen la norma descrita más arriba, ya sea por las formas de la peana o de la cruz, por la presencia de elementos decorativos o por el grado de laboriosidad del marco que acoge al calvario. Son numerosos los casos, pero, por citar los más sobresalientes, apuntar aquellos que tienen una peana diferente, muy notoria, como ocurre con la Casa Herrera Cárdenas, en La Carretera, donde la cruz arranca de un sagrado corazón integrado en el anagrama de Cristo; o aquellos relacionados con la forma de la cruz, donde destaca la presencia de cruces flordelisadas, que más que cruces nos parecen espadas. Así sucede con la casona Benavides, en calle Isidoro Bodson, y otra en la calle de la Cruz, 35. Estos ejemplos son testimonio de la presencia calatrava en el pueblo, que no de la inclusión del territorio bajo una encomienda de la Orden. Por su parte, no son menores las situaciones en las que elementos decorativos, favoreciendo el orden y la simetría, flanquean el calvario mediante la introducción de rosetas, flores de seis pétalos y tondos, sin contenido o con la presencia de fechas y/o anagramas de Cristo y María, como así ocurre en calle Iglesia, en el antiguo casino de Ramiro, o en Plazuela del Rosario. Caso aparte son las situaciones en las que el dintel está segregado en clave y dovelas laterales, estando el calvario cincelado sobre la clave central, o no, según caso. Aunque son cinco los ejemplos identificados, destaca la casa de Amalia, en Amargura.

Entendidos en su totalidad, la presencia de estos calvarios adintelados tiene como objetivo hacer de la casa, taller o molino un templo de virtud, cuyo fin último es propiciar la salud física y moral de los que habitan bajo el mismo techo y asegurar el éxito de sus empresas. El dintel, como una extensión de la iglesia, marca la frontera entre lo profano, la calle, y lo sagrado e íntimo, el interior de la vivienda.

Las cruces incisas, sencillas, fundamentalmente sin peana o latinas simples, y en mayor número grabadas en las brencas de puertas y portones, forman el segundo grupo con mayor presencia. Son muy numerosas, como así ocurre con la casona de los Delgado de Castilla, en Isidoro Bodson o Donosa, con tres ejemplares, una de ellas invertida, situada en el frente de fachada y a la altura de la primera planta. Comprendidas también en este género, contamos con algunas situaciones en las que se rompe la norma. Así ocurre con la cruz de la escalera del torreón del santuario, en la Virgen de la Encina, al exterior, que viene acompañada de varias marcas lapidarias de posición, las que indicaban al alarife cómo situar los sillares en el conjunto de la fábrica; la cruz de bóveda de la Barber Shop Ramos, por otra parte, edificio histórico que acogió la Tercia del Patronato del Cristo del Llano; o las cruces invertidas que podemos observar en la casona de los Medinilla, en calle Fugitivos, o la que está cincelada en un sillar esquinero de la torreta-contrafuerte de la sacristía de San Mateo. Aunque son de difícil interpretación, su presencia podría estar relacionado con la humildad y alguna penitencia del vecino, representando a menudo el martirio de San Pedro, que pidió ser crucificado al revés que Cristo. Es decir, cabeza abajo.

Considerando que están ubicadas en las puertas de los edificios, tanto religiosos como domésticos, podría afirmarse que las cruces están relacionadas con la acción de persignarse, entendida esta como el acto de realizar la ‘señal de la cruz’, al entrar o salir, mientras se ora o invoca a Cristo como respuesta a promesas y ritos individuales. Esta práctica no es exclusiva de los cristianos, se da también en otras religiones como ocurre con el judaísmo y la mezuzá, una cajita de madera que contiene un pergamino con dos versículos de la Torá. El receptáculo se coloca en la brenca derecha de las puertas y, cuando el vecino entra o sale, tiene el deber de poner su mano sobre él. Funciona como pieza protectora de las puertas de Israel, frontera entre la privacidad doméstica y el carácter público de la calle. El acto de tocarla es una manera de prepararse, de acorazarse bajo la protección de Jahvé, frente a la vida pública y sus asuntos.

En el global de las cruces y calvarios incisos, anotar la presencia de algunos muy elaborados, con una fuerte carga simbólica. Así ocurre con dos cruces de calvario de bonita talla y peana escalonada, con tres peldaños, que nos recuerdan a la silueta de la Cruz de las Azucenas. Una de ellas está cincelada en el dintel de la casa familiar de los Muñoz-Cobo, en calle Fugitivos; mientras que la otra, recruteceada en brazos y cabecera, está situada en un sillar esquinero, en altura, del crucero de San Mateo por la parte de la Epístola. Tan elaborados como estos calvarios, aunque con diferente factura, encontramos una cruz en la Puerta del Sol, en la parroquia de San Mateo, muy primitiva y situada en la brenca derecha exterior, donde aparece flanqueada por dos sencillos obeliscos. Otra, de compleja factura, la encontramos en la lonja de San Mateo, junto a la capilla de las Ánimas. Bastante desdibujada, presenta un calvario formado por cruz central flanqueada por obeliscos, que representan el poder, y compleja interpretación. En cierta manera, entiendo que, con su presencia, se prolonga el lugar para acogerse a sagrado más allá del interior de la iglesia, incluyendo el espacio cercado por la lonja del Perdón. Una tercera, aparece en el frente de la brenca izquierda de la puerta del santuario de la Virgen de la Encina. En la piedra, podemos identificar un calvario complejo, algo impreciso, que podría representar el globus cruciger, una esfera del orbe rematada por la cruz. Podría simbolizar el dominio moral de Cristo sobre el mundo.

Muy interesantes, son los calvarios relacionados con el agua. La marca lapidaria, que es protectora y está cargada de buenaventura, ampara la abundancia y espanta las enfermedades en el caso de fuentes, abrevaderos y manantiales, y favorece la fertilidad de las tierras de cultivo cuando los calvarios están cincelados en el armazón de las norias. Encuadrado en la primera tipología, tenemos el pilar de San Mateo, donde encontramos un calvario muy elaborado acompañado de una herradura, símbolo protector que representa la buena fortuna y es origen pagano. Agrupados en el segundo grupo, vinculados a las norias, hemos identificado dos casos de calvario. El primero está cincelado sobre la cara exterior de un ‘marrano’, en el interior de la noria de la huerta de Penecho. La calidad de su talla nada tiene que envidiar a los magníficos calvarios adintelados que vimos más arriba, los que surgieron en el marco de las desamortizaciones de Carlos IV y la Guerra con los franceses. El segundo, enormemente sencillo, aparece inciso en un bolo de río y participa del bordillo que da forma al andén de la huerta de Los Gatos o de Maquilera. En cierta manera se asemeja a una cruz ‘tau’, pero su singular peana semicircular atravesada por el madero vertical recuerda al basamento de los calvarios grabados en el pilar de San Mateo y la puerta del Sol. La cruz está acompañada por dos cruces laterales muy esquemáticas, tanto, que podrían confundirse con pequeñas estrellas o lauburus de traza muy simple.

Singulares, que no rarezas, son algunas de las cruces que he identificado en diversos lugares. Así sucede con el calvario presente en la cámara de la casona de los Escalante, que, funcionalmente, servía para ventilar y climatizar el habitáculo. En segundo término, está la cruz tallada sobre la tapia del castillo, en su interior, que hacía las funciones de estela funeraria de una antigua tumba del castillo, de cuando la fortaleza lucía como camposanto. Un tercer caso, aunque en la actualidad no puede apreciarse tras ser eliminada en los primeros setenta del siglo XX, lo representa la cruz pintada en blanco que engalanaba la fachada de la Casa Grande, a la derecha de la portada. De un tamaño más que representativo, contaba con peana triangular que apenas se insinuaba.

Y para rarezas, el conjunto de cuatro cruces, o cruciformes antropomorfos, que catalogué junto con mi amigo Francisco Merino Laguna. Localizados en el entorno de Peñalosa, poblado argárico asignado a las culturas de la Edad del Bronce, están situados junto a un altar labrado en la pizarra. Horadada de cazoletas, la losa está orientada a levante. Más o menos elaborados, todos responden a un mismo modelo: están grabados mediante la técnica del hueco relieve y cincelados sobre pizarra, los brazos y la cabecera acaban en triángulo o círculo y se elevan sobre peana triangular. En uno de ellos la cruz es simple, pero con peana, y otro tiene muy deteriorado la mitad superior. Con trazo grueso, podríamos pensar que corresponden a un periodo relativamente cercano, un marco temporal que iría desde la Edad Moderna a la Contemporánea. Por tanto, se podrían identificar como calvarios, pero hay una serie de aspectos que lo ponen en entredicho. En primera instancia, el lugar no tiene más ocupación humana que la perteneciente a la Edad del Bronce, no hay ninguna otra. Pero, además, desde el punto de vista formal, hay ciertos detalles que los acercan a los antropomorfos conocidos y asignados a las Edades del Cobre-Bronce y los distancian de los calvarios cristianos. Veamos. De uno de ellos, de los extremos del travesaño, cuelgan líneas verticales que distorsionan totalmente la idea que se tiene de un calvario. Por el contrario, esas formas, lo aproximan a la silueta de las figuras antropomorfas que caracterizan el arte rupestre prehistórico. Junto a esta particularidad, que se suma a la presencia de un altar prehistórico de cazoletas, aparecen otros elementos de carácter pagano, como son reticulados y alquerques de un tamaño diminuto, minúsculo, con seguridad portadores de un carácter protector y origen prerromano.

Como interpretación global, siendo la cruz una herramienta ideológica de la Contrarreforma, el clero usó la cruz en las actividades litúrgicas y la arquitectura hizo uso de ella en las representaciones artísticas. Paralelamente, para el pueblo llano, la cruz adquirió connotaciones mágicas, como antes las tuvieron otros símbolos paganos, caso de alquerques o herraduras, y se utilizó como marca protectora para reducir las calamidades que producían las tormentas, propiciar buenas cosechas, proteger el éxito de la molienda o defender a la vecindad contra el maligno. Con seguridad, algunos de los calvarios y cruces grabados en nuestras calles debieron ser tumulares, fúnebres, pero quizá fueron las menos y es posible que hayan languidecido bajo el peso del tiempo, igual que ocurrió con el recuerdo de aquellos difuntos. Mientras tanto, haciendo de la memoria un valor histórico, debemos conservar, valorizar y seguir creyendo en la utilidad de estas marcas lapidarias, pues surgieron de unas creencias que hoy hemos emborronado y erróneamente desmitificado.

Calvario de la noria de 'Los Gatos'

No hay comentarios:

Publicar un comentario