viernes, 7 de febrero de 2025

El horno de Cañizares

En ocasiones, la memoria es caprichosa. De esta casona de calle Fugitivos, el primer recuerdo que tengo es de cuando crío. Creo que no llegaría a los diez años, cuando, por cuestiones de una mala caída y la preceptiva vacuna del tétanos, tuve que ir al dispensario médico del pueblo. Por entonces, estaba ubicado en los bajos de este edificio, en calle Fugitivos y a tiro de piedra de la lonjilla de la Cestería. Tengo poco recuerdo del trámite, pues quedó apagado por una pelea a silla limpia entre dos vecinas: María Cabeza y Juana la Punta, ¡asunto de desencuentros en la vecindad! Tiempo después, cuando ya andaba metido con las historias de la Historia, casi quedé de piedra al conocer que, en verdad, aquella sala médica fue tahona en las postrimerías de la Edad Moderna. En cuanto se refiere al pueblo de Baños, el catastro del Marqués de la Ensenada (1754) nos dice que el inmueble estaba considerado como horno de pancozer, uno de los dos que en propiedad tenía la ‘fábrica de la parroquial’, y que estaba bajo la administración de Antonio Joseph Lechuga, presbítero de San Mateo. Al hilo, recordé una charla con mi padre, panadero de raíces, que vino a decirme que aquel sótano fue la primera vivienda que tuvimos en el pueblo tras regresar de Barcelona. Mis padres, como casi todo hijo de vecino de la posguerra, después de trastear en todo lo posible en asuntos laborales, costura, rancheros, panadería, yuntero, tejares…, se vieron abocados a emigrar. En su caso a Cataluña, donde nació un servidor. Por cuestiones de salud, la vuelta fue obligada y, tras algún intento fallido, mis padres arrendaron la tahona donde mi padre había ejercido la profesión anteriormente: el horno de Cañizares, que no es otro que el que nos trae. Después vinieron otros, primero la Seria y por último Barbecho, en el Cotanillo, que en realidad había sido el horno familiar desde los años 20 del siglo pasado, aunque desde mucho antes habían ejercido el noble arte de amasar hogazas en los poblados mineros de Araceli y El Centenillo. En Baños de la Encina, mis primeros días de cuna, mi primer echar a andar y parlotear, fueron en los bajos de esta casona. Pero, puesto a acordarme de detalles, no recuerdo nada.



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