Cuando llega el estío, el lugar, ahora domeñado por cíclopes sin mirada ni aliento, por hoplitas invasores que sangran un suelo siempre quebradizo, puede parecer árido y estéril, un secarral bajo el imperio de las chicharras. Pero con el otoño, con las primeras aguas y cuando se asienta la umbría, las piedras se arropan con un verdín luminoso que le muda la cara. Es por entonces, cuando el arroyo de la Alcubilla vuelve a la vida con un leve susurro, cuando la atmósfera se viste de silencio y luz pálida, que la magia se instala en cada uno de los canchales de granito rojo. La madre tierra, eternamente generosa, apaleada mil veces y dolorida hasta en lo más hondo de sus entrañas, siempre testaruda, porfía y no falta a su cita anual, al ciclo de vida que día con día laceramos impunemente. En medio de esa anchura de eucaliptos, escoltada por un ancho rebaño de bolos pétreos, bermejos como hilo de vida, una roca alisada duerme la placidez de los siglos como héroe anónimo y legendario.
Hoy, quebrada como vejez, amenazada por el escombro de los
muchos años y rodeada por los numerosos dislates que engendra la vida, la
Piedra Escurridera nos parece huidiza, oculta bajo la neblina y la negra escarcha.
El cerco solar, diluido en la primera mañana, dibuja una atmósfera acogedora y
amenaza con un día anodino.
Por debajo de la enorme roca, a tiro de piedra, la senda,
dando de lado a veredas cercenadas, deja el camino de la Picoza por su
siniestra, vadea el arroyo y alcanza un sencillo pocico, un artilugio pétreo que podría pasar desapercibido entre zarzas
y charabascas. El pozo, aprovechando las bondades geológicas del lugar, penetra
y se abre generoso en la más honda negrura. Mucho tiempo atrás, cuando los
chivones de colorín vestían de color el recodo, el ingenio hídrico hundió sus
raíces en la quebrantada pizarra para nutrir su venero de agua. Ahora, asomado
al brocal de los tiempos, a la resequedad agrietada de su fondo, en lo más profundo
del pozo se barruntan mitos que ya no son. En el sopor de la desmemoria, podría
parecer que la Piedra Escurridera sólo es un bolo de granito bermejo, pero enredado
en la telaraña de los años aún pervive el eco de un tobogán natural, una piedra
escurridiza manoseada por los críos desde tiempos inmemoriales.
Husmeando en los recuerdos más profundos, los que aún se
mantienen a flote en aguas tan tenebrosas, nos dejan ver una señora de buen
porte, algo ajado por los años y los muchos sufrimientos. De la Benita, que algunos
mal metían diciendo que era puta y bruja, se contaba que era estéril, quizá de
tanto uso y abuso, pero lo cierto es que su sombra aún huele a tierra mojada. La
mujer se ganaba la vida moliendo el chocolate de los demás, aunque lo mismo te decía
el porvenir con habas secas que te destripaba unas semillas de cacao en el
metate. De buena conversación, ya no tenía más intención que dar con el buen atajo
con el menor daño posible. Con todo, en ella había un rasgo que llamaba la
atención, su irónica sonrisa, como de importarle todo un carajo. Con el otoño,
con el verdín y la niebla, la Benita tenía por costumbre abrigar los canchales
rojizos, fluir como el arroyete, asomarse
a la gratitud del pozo y, como si fuera una liturgia secular, dejarse caer por
la piedra escurridiza, en paños menores y sin ellos, porque siendo escurridero
se decía que el canchal también era piedra paridera.
Pero con todo, la Benita, quebrada y reseca, ninguneada por una
humanidad que camina fuera de senda y derramando sal, ya es tierra baldía.
Ahora, cuando todo son recuerdos podridos que se escapan por el sumidero de una
pecera de estiércol, Benita, día con día, es un poco más yerma.
Aún recuerdo aquellas melodías que sonaron en mi niñez,
aún recuerdo aquellas melodías que sonaron en mi niñez,
aún recuerdo aquellas melodías que sonaron en mi niñez,
aún recuerdo aquellas melodías... (Eskorbuto: 'La sangre, los polvos, los muertos', 1997)
Preciosa historia. Es real??
ResponderEliminarNo. Es una metáfora de la realidad
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